– Así está mejor, cheroqui… relájate.

Y fue lo que ella hizo, pues las manos de Sam parecieron eliminar sus últimas aprensiones, y el ritmo tranquilo que él había impuesto ganó su confianza. Él tenía las manos muy duras, pero el contacto revelaba su sensibilidad, y ella no intentó evitar sus movimientos. La mano de Sam se deslizó sobre el vientre de Lisa y abrió los dedos un momento, y después los cerró de nuevo antes de presionar la cadera. Su contacto tenía la ligereza de la pluma, mientras, con un solo dedo, él trazaba una línea sinuosa sobre el montículo de la femineidad, bajo la falda sedosa. Sam provocó en Lisa un estremecimiento perceptible, pues el efecto del movimiento de la mano sobre la tela alcanzó las prendas interiores de seda, de modo que el roce mismo enviaba ondas de sensualidad a la columna vertebral de Lisa. El gesto hizo que ella se sintiera muy consciente de su propia sexualidad, porque ese contacto era medio caricia, medio pellizco, y todo la excitaba. Sintió que él tenía conciencia de la reacción que había provocado, pues podía escuchar el latido acelerado de su corazón, y lo sentía bajo la mano que todavía se cerraba sobre el seno. Al fin, él deslizó la mano sobre la curva de la femineidad, y consiguió que ella experimentara un éxtasis salvaje, un despertar sensual.

Él murmuró su nombre -Lisa, y a veces cheroqui- besándole la oreja, la barbilla, el hombro, mientras sus manos recorrían el cuerpo femenino, delineaban el perfil, y después pasaban de nuevo al vientre y a los costados, hasta que sus manos engancharon el elástico del borde superior del vestido, bajándolo hasta la cintura y liberando los pechos para acariciarlos. Ahora sus manos se detuvieron un momento antes de que una de ellas descendiera bajo la ropa para tocarla íntimamente por primera vez. El tenía la voz quebrada cuando murmuró:

– Oh, cheroqui, deseé esto desde la primera noche que te vi en esa habitación del hotel.

Ella sonrió en la oscuridad, al evocar aquella noche, y al comprender que desde entonces había estado librando una batalla perdida.

– Yo… traté de rechazar el recuerdo de tu persona, pero… después de aquello fue imposible.

El contacto con la mano de Sam la dejó sin aliento, y logró que le tamborileara el pulso, mientras, detrás, el cuerpo de Sam la provocaba con su presión, y después con un suave movimiento lateral. Pero era más fácil aceptar el primer contacto que originarlo. Como si hubiera percibido la vacilación de Lisa, él apoyó la barbilla sobre la sien de la mujer y la alentó:

– Sabes, no tienes necesidad de pedir permiso si deseas hacer algo.

¿Quizá él estaba bromeando? Solo un poco, y lo hacía de un modo seductor, que abría una nueva conciencia en el cuerpo de Lisa. Sin embargo, la incertidumbre de la joven se mezclaba con el ansia de la mujer. El vientre de Sam presionó con firmeza su cuerpo, como ratificando el mensaje que le había formulado en palabras, mientras ella vacilaba un momento más.

Después, él rogó con ternura:

– Por favor, cheroqui…

Por fin, ella retiró el brazo, y la mano de Sam se apoyó de nuevo sobre su cuerpo, y la respiración del hombre sonó jadeante junto al oído de su compañera, mientras él esperaba… y esperaba.

Había pasado tanto tiempo… tanto tiempo. Pero, durante esos momentos de tierna expectativa, Lisa comprendió que estaban casi predestinados a esa intimidad, pues ella y Sam habían sentido esa chispa desde el principio, y después, cada uno había mostrado al otro nada más que algunos aspectos, con la esperanza de que apareciera algo que los llevara a la consumación. Y ahora estaban en eso, le había llegado su turno.

Su mano se desplazó insegura entre los dos, y Sam retrocedió, de modo que ella tuviera espacio para conocerlo. El corazón de Lisa era como un animal salvaje en su pecho cuando lo tocó por primera vez, una caricia insegura que arrancó de la garganta de Sam un sonido extraño y espeso. Ella lo exploró a través de la tela de la chaqueta, hasta que él ya no pudo permanecer inmóvil bajo los dedos de Lisa.

– Vuélvete, cheroqui -ordenó con voz hosca. De pronto, la tomó por los hombros, y los brazos de Lisa se elevaron mientras las bocas de los dos se unían en un beso apasionado. Ella apretó su cuerpo dispuesto contra el de Sam, rodeándole el cuello, hundiendo los dedos en los cabellos abundantes, y explorando el perfil del cráneo masculino, mientras ella misma se sentía elevada en el aire.

– Tus zapatos… -ordenó él junto a los labios de Lisa. Los dedos de los pies de Lisa separaron las tiras de cuero, y enseguida un zapato golpeó el suelo, y después sucedió lo mismo con el otro. Poco más tarde, los pies descalzos descansaron de nuevo sobre el frío suelo de mosaico, y las palmas de Sam se deslizaron bajo el elástico de la cintura y descendieron hacia las caderas. Él le quitó la falda, y con ella las medias y las bragas de seda, y las echó a los pies de Lisa. La rodeó con sus brazos musculosos, la levantó del suelo por segunda vez, y, de un puntapié, arrojó aun lado las prendas. Otro beso lánguido se prolongó en una tranquila celebración del descubrimiento, mientras las manos, las bocas y las caderas rendían su propio homenaje.

Un momento después, cuando él alzó la cabeza, preguntó con voz apagada:

– ¿Te atreverías a desvestir aun hombre?

Quizá fue entonces cuando ella comprendió que podía enamorarse fácilmente de Sam Brown, de ese individuo sensible que facilitaba todas las cosas y con sus besos disipaba las últimas dudas.

– Suéltame, y te lo demostraré -replicó con voz ronca.

La presión disminuyó, y ella deslizó las manos bajo la chaqueta de Sam. Antes de que la prenda tocara el suelo ella ya estaba deshaciéndole el nudo de la corbata. Esta fue a unirse con la chaqueta. Mientras él se desabrochaba los puños, sus antebrazos rozaron con suavidad los senos de Lisa, y su voz llegó suave, ronca y firme:

– Cheroqui, juntos lo pasaremos bien. Estoy seguro de eso.

En ese momento ella también lo supo. Extendió la mano hacia los faldones de la camisa de Sam y los separó de los pantalones.

Lisa lo hizo todo, todo lo que él le pedía, retirando cada prenda con un renovado sentimiento de libertad. Cuando él también estuvo desnudo Lisa extendió las manos y sintió que le sujetaba de nuevo las caderas y las acercaba otra vez a su propio cuerpo. Los dedos de Lisa encontraron el pecho desnudo de Sam, y se puso de puntillas para afirmar su cuerpo sobre el cuerpo masculino, y él le pasó las palmas de las manos por la espalda.

Sam hizo una sola pregunta:

– ¿Dónde?

– En la sala -murmuró Lisa junto a la boca de Sam, antes de que ella se volviera y se apoyara en los muslos desnudos del hombre, mientras las piernas masculinas la presionaban y ambos se inclinaban hacia la alfombra suave y espesa. Ella sintió la presión de los labios de Sam sobre su hombro y respondió a la orden tácita inclinándose al mismo tiempo que él. Cuando se arrodillaron, y una de las rodillas de Sam separó las piernas de Lisa, él la conmovió con un toque mágico hasta que ella perdió por completo el sentido del tiempo y se sumergió en un paraíso sensual, donde una ausencia de tres años quedó anulada por las manos expertas del hombre. El calor llegó poco a poco, partiendo de los dedos de los pies, ascendió por las piernas, siguió por los flancos hasta que ella apretó la cabeza contra el hombro de Sam, y las olas de placer recorrieron su piel.

Lisa gimió con un sonido estrangulado de entrega, y él afirmó un brazo musculoso bajo los pechos femeninos, sosteniéndola con fuerza contra su propio cuerpo, mientras le devolvía ese sentido de su propia persona que ella había perdido en el curso de aquellos años.

Detrás de Lisa, él se mostraba tenso y rígido, mientras sus dedos se cerraban sobre los hombros de la mujer; y un momento después, ella se volvió y se acomodó sobre la espalda, los brazos y las piernas abiertos sobre la blanda alfombra de la sala.

Esa primera vez fue el acto desordenado y primitivo, como si ninguno de los dos pudiera controlar el ritmo o la presión. La abstinencia había originado en Lisa la necesidad de mantenerse a la altura de Sam, y por lo tanto ninguno de los dos se preocupó mucho por el modo de manifestar su deseo. Sucedió lo que debía de suceder, de un modo elemental y satisfactorio que ninguno había planeado. Y cuando todo terminó y él cayó pesadamente sobre Lisa, comprendieron que habían compartido algo excepcional, incluso extraño.

– Cheroqui… -fue todo lo que él pudo decir, pero la palabra en sí misma fue como un espaldarazo.

– Su Señoría… -En otras ocasiones, en otros contextos, el título tenía un acento de burla, pero ahora era un suspiro.

– Eres maravillosa -dijo Sam.

– Tú también… y… distinto de lo que yo esperaba.

Él se movió, aunque su peso todavía sujetaba la mitad inferior del cuerpo de Lisa.

– ¿Y qué esperabas?

– Yo… no lo sé. -Con las dos manos ella apartó de las sienes los cabellos húmedos de Sam. Aunque todavía reinaba la oscuridad, los ojos de Lisa se habían adaptado a la penumbra, y ya alcanzaba a distinguir el perfil de los rasgos de Sam-. Todo lo que sé es que me sentía muy insegura, y… un tanto inepta, y que tú has conseguido que olvidara todo eso.

Él pasó un dedo sobre la nariz de Lisa.

– ¿Inepta? ¿Por qué?

Qué absurdo parecía ahora, y sin embargo unos minutos antes ella no se había sentido segura.

– La segunda vez una mujer pierde la confianza que sintió con facilidad en la primera ocasión. Él le besó con ternura la punta de la nariz.

– Cheroqui, eres cualquier cosa menos inepta. Pero en el caso de que todavía no estés segura, me ofrezco voluntario para hacer todo lo que esté a mi alcance con el fin de disipar esas dudas… todo el tiempo que tú quieras.

Ella trató de sonreír, pero era difícil con el peso de Sam que le presionaba los pulmones. Luego, Lisa se instaló cómodamente al lado de Sam y apoyó la cabeza en su brazo, mientras la mano de él se apoyaba en su cadera.

Lisa había olvidado el profundo letargo y la satisfacción que se siente después de hacer el amor. Disfrutó ahora de esos sentimientos, descansando sobre la curva del brazo de Sam, apreciando ese momento perezoso que era la antítesis de lo que acababa de suceder, pero que resultaba igual de necesario.

Se acurrucó con más firmeza aún contra el costado de Sam, escuchando el latido de su corazón, y pasando un dedo desde la comisura de sus labios hasta su centro. Él le besó el dedo, que se deslizó por el interior húmedo y cálido de la boca, donde él lo mordió apenas, aunque después continuó sosteniéndolo entre los dientes.

Al reflexionar acerca de los minutos que acababan de compartir, ella murmuró:

– Fue terrible, ¿verdad?

– ¿Qué tuvo de terrible?

– La falta de inhibiciones -murmuro ella, un tanto desconcertada ante el recuerdo.

– ¿Quiere decir que deseas que todo sea más pausado la próxima vez?

– ¿La próxima vez? -Ella levantó una mano y tironeó juguetona un mechón de cabellos de Sam-. Das por descontado muchas cosas.

– ¿De veras? -Él la acercó a su cuerpo, y después pasó las manos por la columna vertebral de Lisa, hasta que sus dedos tocaron un rincón del cuerpo femenino que desmintió lo que ella había dicho. Y, cuando ambos compartieron otro momento de alegría, él la rodeó Con los brazos y le besó la mejilla.

– Cheroqui, eres una gran mujer, y tú eres más que suficiente para mí. ¿Tienes inconveniente en que continúe un tiempo contigo?

– Hum… ¿cuánto tiempo sería?

– Oh… por lo menos hasta mañana.

– Ella adivinó la sonrisa que se dibujaba en loS labios de Sam, y eso la hizo reaccionar de una manera parecida.

Pero aunque ella sonrió y se burló, luego preguntó:

– ¿Tanto tiempo? -lo cierto era que había que tener en cuenta lo que sucedería al día siguiente. La mañana, con el sol que se derramaba sobre la tierra, iluminaba todos los rincones. Lisa rechazó la idea, acurrucada contra el cuerpo de Sam; al menos esa noche deseaba tenerlo cerca.

La mañana siguiente ya cuidaría de sí misma.

Capítulo 9

Lisa observó cómo el alba se insinuaba en el dormitorio, con sus gratos matices coralinos, iluminando los dos cuerpos sobre las sábanas, ella boca abajo, Sam de espaldas. Los ojos de Lisa siguieron los movimientos del gato pardo y blanco que entró silencioso en la habitación, se detuvo al lado de la ventana, y alzó el hocico para olfatear el fresco aire de la mañana que agitaba suavemente las cortinas, y movía la campanilla de plástico del extremo del cordón. Con la cabeza levantada, el gato permaneció inmóvil largos minutos, y después saltó sobre la cama, aterrizando en un lugar muy delicado.

Sam pegó un brinco parecido al de un muñeco con resorte, y lanzó un áspero grito de sorpresa y una maldición. El gato salió volando por el aire como un misil, mientras Lisa levantaba el cuerpo apoyándose con las dos manos, y observaba a Sam que se frotaba con suavidad las partes doloridas.