Lisa se echó a reír y palmeó a su compañero.
– Sam Brown, ¡eres terrible!
– Hum… me parece que exploraré la situación.
– Esto ya lo has explorado hoy varias veces.
– ¿Qué? ¿Ya no queda nada más que descubrir?
Él ya estaba buscando algo que podía haberse olvidado. Ella sabía que, cuando Sam encontrara una excusa compartirían un momento de placer, de modo que se burló.
– Bien, es posible que por allí haya quedado una vieja punta de lanza.
Al cabo de pocos minutos, Lisa se olvidó por completo del dolor en la pierna.
A la mañana siguiente volvieron a correr, y Lisa preparó el desayuno mientras Sam resolvía un crucigrama. Después, ella se sentó en el patio y comenzó a cepillarse el cabello, mientras, Sam la sorprendía de nuevo arrodillándose por detrás, quitándole de las manos el cepillo y acariciando suavemente los rizos enmarañados. Mientras él peinaba los mechones oscuros, hablaron de sus respectivas familias y del pasado de cada una.
Pero había un tema del que Lisa jamás hablaba… sus hijos. Mantenía cerrada la puerta del dormitorio contiguo, con la esperanza de que Sam no hiciera preguntas. Y él no decía una palabra, hasta aquella tarde de domingo, cuando de nuevo yacían desnudos sobre el suelo de la sala.
Ella se había dormido, y al despertar encontró a Sam tendido al lado, observándola, con la barbilla apoyada en una mano.
– Hola -la saludó Sam.
– Hola -sonrió Lisa-. ¿Qué haces?
– Espero.
– ¿Esperaste mucho tiempo?
– No mucho. Ha sido una espera grata.
Ella se preguntó cuánto tiempo había permanecido estudiándola, y resistió el ansia de esconder su vientre bajo los brazos. Incluso antes de que él se moviera, adivinó qué era lo que le llamaba la atención.
Siempre tendido de lado, bajó los ojos y lentamente apartó la mano bronceada de su cadera. La movió hacia el vientre de Lisa, y después con un solo dedo recorrió una arruga tenue que descendía desde el ombligo.
– ¿Qué es esto? -preguntó Sam con la voz muy suave, uniendo su mirada a la de Lisa.
Ella tragó saliva y sintió una punzada de miedo; quería ser sincera con él, al mismo tiempo que buscaba una mentira apropiada. Como no encontró ninguna, solo pudo contestar:
– Es la señal de un parto.
– ¿Quieres contármelo? -La mirada seria de Sam permaneció clavada en la de Lisa.
Las palabras se atascaron en su garganta, aunque ella comprendió que Sam merecía una respuesta… y una respuesta sincera. Había visto muchas veces aquellas marcas los dos últimos días, pero había evitado hacer preguntas hasta que se vio claro que ella no daría explicaciones si no la apremiaban. Lisa tragó saliva, y sintió que la angustia le cerraba la garganta.
– Proviene… de un hijo que tuve hace tiempo.
Pasó un momento prolongado, cargado de preguntas implícitas. Después, sin una palabra más, Sam se inclinó hacia ella y apoyó los labios sobre la línea delatora. Parecía que el corazón de Lisa estallaba traspasando los límites de su cuerpo, cuando los labios cálidos de Sam prolongaron la caricia. De pronto, los ojos se le llenaron de lágrimas al ver cómo él se apartaba de la cadera, imperceptiblemente, mientras respiraba contra la piel.
Cuando al fin Sam alzó la cabeza, lo hizo para examinar con detenimiento los ojos de Lisa, mientras preguntaba:
– ¿Cuándo?
– Hace mucho tiempo.
Él acercó el pulgar a la huella húmeda de una lágrima.
– Cheroqui, ¿de nuevo lágrimas, como aquel día en la granja?
La compasión de Sam siempre la trastornaba; era todo diferente de lo que al principio había esperado de él. Volvió la cabeza hacia un lado y miró por la ventana, porque ya no podía soportar más tiempo la inquietud que veía en la mirada de Sam. Pero él se tendió de nuevo al lado de Lisa, la rodeó con sus brazos fuertes, y la obligó a mirarlo.
– Cheroqui, ¿el niño murió?
Una conjetura natural. Lisa sabía que debía aclararle las cosas allí mismo, en ese momento, pero era tan difícil… tan difícil. Cerró los ojos, conteniendo otras lágrimas que deseaban brotar, rechazando la visión de ese Sam Brown afectuoso y considerado, a quien estaba engañando al permitir que perdurara una interpretación equivocada.
– No puedo hablar de eso… no puedo, Sam.
Para sorpresa de Lisa, él asintió.
– Está bien, ahora no hablaremos de eso. -Con la palma de la mano apartó los cabellos negros de la sien de Lisa, y después le besó la coronilla-. Además, creo que es hora de que me marche.
Guardaron silencio mientras subieron a la primera planta en busca de las ropas de Sam; las mismas que había usado la noche del viernes. También, una bata para ella. Lo acompañó hasta la puerta, pero la alegría que habían compartido todo el fin de semana ya no existía. Permanecieron de pie sin hablar un largo rato, Lisa clavando los ojos en los pies de Sam, y este mirando las llaves que tenía en la mano. Por último, él suspiró y la abrazó.
– Escucha, mañana tengo que viajar a Chicago en avión. Estaré fuera unos días.
La sorprendió el hecho de que la noticia le provocase un sentimiento de soledad. Habían compartido dos días… nada más. ¿Cómo era posible que sintiera su ausencia aun antes de que se produjera?
Los brazos de Lisa rodearon los hombros de Sam, y ella se puso de puntillas; pero, después de un breve gesto de reciprocidad, él se apartó y sonrió a la joven.
– ¿Me prometes que correrás todos los días aunque yo no esté?
Él la besó apenas.
– Volveré el martes, o poco después. -De nuevo guardaron silencio. Él respiró hondo y pareció que estaba tomando una decisión que no le agradaba-. Quizá convenga que nos separemos un tiempo, ¿no es cierto?
– Sin duda -dijo ella con la misma falsa alegría, mientras sentía que se le destrozaba el corazón.
Él le dirigió una última sonrisa.
– Duerme un poco. Pareces agotada.
Después, se volvió hacia la puerta, y ella descubrió que estaba agarrada al borde con las dos manos, mientras decía a Sam:
– ¿Me llamarás cuando regreses?
– Por supuesto.
Pero durante los días que siguieron ella se preguntó si en realidad la llamaría. ¿Cómo se había iniciado aquella última conversación? ¿Y por qué? Cada vez que ella evocaba la escena, sentía el corazón en un puño. Estaba segura de que él había adivinado la verdad. Había sacado sus propias conjeturas, y deseaba que ella le revelara la situación; pero, cuando Lisa lo esquivó, Sam decidió que era hora de plantearse las cosas. Esto es lo que haría durante el viaje a Chicago… tratar de evaluar su relación con ella a cierta distancia.
Lisa vivió con el temor de que Sam regresara, después de haber tomado la decisión de no dedicar más tiempo a una mujer que no podía mostrarse sincera con él. De modo que se prometió que cuando él, a su regreso, la llamara, le diría enseguida la verdad.
En tan poco tiempo, Sam se había convertido en parte esencial de la vida de Lisa. Ocupaba casi todos los rincones de su existencia. En la oficina, a menudo volvía los ojos hacia la puerta abierta de su despacho, para preguntarse cómo se desarrollarían sus actividades en Chicago o con quién estaba, y si él también la extrañaba. En la casa, donde habían reído, dormido y hecho el amor, dejando recuerdos en casi todas las habitaciones; o en el coche, que le recordaba todas las cosas divertidas que él le había enseñado. Incluso su entrenamiento en las cálidas tardes de agosto recordó a Lisa que él la había alentado a cambiar su estilo de vida. Ella había cumplido la promesa que le hizo y, después del trabajo fue a correr todos los días, mejorando el control de su respiración, tal como le había enseñado, en lugar de acompasarla al ritmo de la carrera.
A veces se preguntaba si esa súbita obsesión por Sam Brown tenía un carácter exclusivamente sexual. ¿Ella era solo una lamentable divorciada que había caído en brazos del primer hombre que le había prestado atención? La idea la asustó, pues desde el día mismo de su divorcio había temido eso. ¿Pertenecía a esa clase de mujeres? Sin duda, había sufrido un período demasiado largo de soledad, que al final había compensado gracias a Sam Brown. Sin embargo, lo que habían vivido aquel fin de semana había provocado que los sentimientos que él le inspiraba superaran en mucho el ámbito de la sexualidad.
Él había demostrado ser una persona considerada, disciplinada, divertida y servicial, compasiva y sincera.
Qué sorpresa descubrir la existencia de tantas cualidades admirables escondidas bajo aquella apariencia que le había inspirado tanta desconfianza al principio.
Al recordar las cualidades de Sam, lo empezó a echar de menos de un modo en verdad inquietante, y deseó llamarlo. Pero no lo hizo, aunque preguntó por él todos los días a Raquel. En cierto modo, Lisa se sentía herida porque él no la había llamado, pero, en todo caso, Sam ya le había dicho que sería conveniente separarse; y, al parecer, estaba dispuesto a cumplirlo a rajatabla.
Lisa descubrió que pensaba en él con excesiva frecuencia, y comprendió que las cosas habían evolucionado muy rápido entre ellos. Todo había ido demasiado aprisa como la primera vez con Joel, cuando ninguno de los dos se había detenido a pensar en las circunstancias reales. ¿Ella no había aprendido aún la lección? Sin embargo, allí estaba, con un sentimiento terrible de soledad por culpa de Sam, después de una relación de solo dos días.
Una relación. Consideró la palabra. «Sí -pensó. Ella y Sam Brown se habían relacionado en muchos sentidos.» Por eso la última conversación entre los dos había llegado a tener tanto significado, y también por eso la actitud que él había mostrado al partir le provocaba una angustia tan profunda. De nuevo Lisa se dijo que apenas la telefoneara le diría la verdad.
El jueves, cada vez que el teléfono sonaba en la oficina, los ojos de Lisa se volvían hacia el botón iluminado, y se preguntaba si se trataba de Sam. Cada vez que la sombra de una persona aparecía en el umbral, ella sentía el corazón en la boca. Pero él no había regresado a eso de las cinco de la tarde, y ella se fue en coche hasta su casa tratando de decidir si saldría o no acorrer. ¿Y si él la llamaba mientras estaba fuera?
En definitiva, cumplió su promesa y corrió el tramo más largo que había emprendido hasta aquel momento, esforzándose hasta que acabó con todos los músculos adoloridos. De regreso a casa, se duchó y se puso unos vaqueros descoloridos y una camiseta con un anuncio de la empresa Water Products en el pecho. Si él no la llamaba, si no venía, por lo menos no se encontraría al atardecer vestida con prendas que descubrieran que había estado esperándolo. En cambio, se pintó las uñas, trenzó sus cabellos y se puso una nueva marca de perfume que había elegido por su aroma ligero y diáfano. Abrió la nevera quizá una docena de veces, pero no encontró nada que la tentase. Ensayó lo que le diría a Sam, pero cada vez que repetía las palabras se le humedecían las manos.
Cuando el teléfono sonó, a eso de las 19.45, le pareció que se le hacía un nudo en la garganta, y sintió una punzada en el vientre. El timbre volvió a sonar. Lisa se acercó y descolgó el auricular.
– ¿Hola?
La voz de barítono de Sam tenía un inesperado acento burlón cuando dijo:
– Esta es una llamada telefónica obscena a cobro revertido del Honorable Sam Brown a cheroqui Walker. ¿Está dispuesta a pagarla?
Lisa sintió que la alegría la dominaba, y originaba cierta debilidad en sus rodillas. Sonrió mirando al techo y contestó:
– Sí, acepto la llamada.
– ¿Y habla cheroqui Walker?
– La misma.
– ¿La que lleva trenzas indias para limpiar y tiene un lunar al lado izquierdo de su trasero?
– Sí. -La risa escapó de sus labios.
– ¿Y la que tiene los senos bien formados y muy sensuales, casi del tamaño de la palma de mi mano?
– La misma. -Era evidente que no se trataba de una ocasión para hablar con seriedad.
– ¿La que hace el amor sobre el suelo de la sala y contra la pared del cuarto de baño?
– Sam, ¿dónde estás?
– En casa, pero llegaré a la tuya exactamente… -Hubo una pausa, como si él estuviese consultando el reloj-. En trece minutos y medio.
El corazón de Lisa le golpeaba el pecho. Ella sonreía feliz. Se sentía tan aliviada que se olvidó de hablar.
– Cheroqui, ¿todavía estás ahí?
– Sí… sí, todavía estoy aquí.
El silencio reinó un momento, y después se oyó la voz de Sam, grave y un poco ronca.
– Te he extrañado muchísimo, querida.
Lisa sintió una intensa presión sobre el pecho, mientras sostenía el auricular con ambas manos y contestaba en un murmullo.
– Yo también te he extrañado. Date prisa, Sam.
¿Cuándo había sido la última vez que ella se sintió aturdida y al mismo tiempo impaciente? Ahora tenía de nuevo quince años, y esperaba a que llegara ese muchacho tan agradable para ir juntos a la clase de inglés. Después tenía dieciséis, y ensayaba una pose sensual para atraer la atención de cierto joven. Más tarde se veía, con diecisiete años intentando parecer indiferente, cuando todos los músculos y los nervios de su cuerpo estaban tensos a causa de la expectativa. Evocó la imagen de Sam Brown, y la vio impecable y maravillosa. Se dijo que solo su irrefrenable ansiedad lograba que en su recuerdo pareciera perfecto. Sin embargo, cuando la realidad pasó por la puerta, el recuerdo palideció comparado con ella.
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