Esos ojos estaban hundidos en una cara de piel bronceada. Las arrugas en las comisuras de los ojos sugerían que había pasado muchas horas al sol y al aire libre. Tenía la nariz angosta, con un perfil nórdico; los labios sonreían ampliamente, complacidos con la situación. El cuello era grueso, y mantenía el cuerpo más erguido que cualquier otro hombre de los que estaban en la sala. Lisa alcanzó a ver una cruz de plata y turquesas que descansaba en el hueco del cuello abierto de su camisa, mientras los hombros se volvían hacia ella. La mano del individuo se desprendió de la del interlocutor que todavía le hablaba, como si el ganador hubiera olvidado al otro en medio de una frase.

– Felicidades… Usted es Sam, ¿verdad? -Lisa le ofreció la mano. El apretón que recibió fue impresionante.

– Así es. Sam Brown. Y gracias. Esta vez me faltó poco para perder la licitación.

Lisa entreabrió los labios y sus ojos se agrandaron. ¿Sam Brown? La coincidencia era demasiado grande para creerla. ¿Sam Brown? ¿El mismo Sam Brown que leía revistas audaces? Por cierto, ese hombre no parecía el tipo de individuo que necesitaba esa clase de lectura.

Lisa contuvo el absurdo deseo de preguntarle si usaba desodorante de la marca que ella había encontrado en la maleta, y en cambio levantó los ojos hacia sus cabellos, para saber a qué atenerse… en efecto, tenía cabello castaño oscuro, lacio, y estaba pulcramente peinado. En una evocación en realidad absurda, ella recordó los calzoncillos azules, e imaginó que veía al hombre con esa prenda, y ahora comenzó a sentir que el sonrojo le subía desde el ombligo.

– No necesita decirme que por poco pierde la licitación -contestó Lisa-. Yo soy la persona que salió segunda. -La mano de Sam Brown era fuerte y cálida, y retuvo demasiado tiempo la de Lisa-. Soy Lisa Walker, de Construcciones Thorpe.

Él frunció el ceño sorprendido, y Lisa al fin consiguió desprender la mano.

– ¿Lisa Walker? ¿De Kansas City?

– Sí.

En los grandes labios se insinuó el comienzo de una sonrisa, y los ojos oscuros del hombre recorrieron la camisa arrugada, los vaqueros descoloridos y los mocasines sucios. Al levantar de nuevo la mirada, los ojos mostraron un matiz evidente de humor.

– Creo que tengo algo suyo -dijo, inclinándose un poco más, con voz grave y confidencial.

Lisa imaginó una serie de artículos personales de su maleta… sostenes, bragas, compresas, su diario. La voz insinuante de Sam Brown le recordó que ella estaba vestida como una adolescente que hubiera salido a pasear, y no como debía estarlo para asistir a una actividad empresarial que exigía profesionalidad tanto en la conducta como en el vestir. Al mismo tiempo él (a pesar de que también había perdido la maleta) exhibía un par de mocasines brillantes, los pantalones limpios y planchados, una camisa color melocotón con el cuello abierto, y una chaqueta deportiva de verano.

La diferencia logró que Lisa se sintiera en posición de desventaja. El rubor le alcanzó la cara, y llegó acompañado por un atisbo de suspicacia y cólera, Sí, él, en verdad tenía algo que le pertenecía… ¡Una obra que valía más de cuatro millones de dólares! Pero ese no era el lugar apropiado para acusarlo. Había otras personas que podían oír lo que hablaban, de modo que se vio obligada a contestar mostrando apenas la irritación que sentía.

– Entonces, usted es quien ha presentado mi oferta.

– Yo fui.

– ¿Y supongo que debo agradecérselo?

– La sonrisa de Brown profundizó los surcos a cada lado de sus labios.

– ¿Nadie le ha recomendado que lleve encima todo lo importante cuando viaje en avión?

Afectada por el hecho de que sin duda él tenía razón, Lisa solo pudo mirarlo enojada y exclamar:

– Quizá usted debería contemplar la posibilidad de enseñar a los miembros de un seminario lo que debe hacerse y lo que no al preparar ofertas para una licitación pública. Estoy segura de que los alumnos de la clase podrían aprender de usted muchísimas técnicas.

Él tuvo la elegancia de retroceder un paso y atenuar un poco la intensidad de su sonrisa.

– ¿Cómo se atreve a presentar la oferta de otra persona? -dijo ella con acento desafiante.

– Dadas las circunstancias, me ha parecido que era lo único honorable.

– ¡Honorable! -Lisa casi gritó, y después trató de atenuar la voz-. Pero usted primero ha leído honorablemente la oferta, ¿no es verdad?

La media sonrisa de Brown se convirtió en un gesto hostil.

– Usted es la persona que retiró la maleta equivocada. Yo recogí…

– Si no tiene inconveniente, no deseo discutir aquí el asunto -dijo ella en un murmullo irritado, y al mirar alrededor vio que muchos escuchaban con curiosidad-¡Pero sí, quiero hablar del asunto! -Los ojos de Lisa ardieron, pero se impuso moderación, a pesar de que deseaba disparar toda su artillería sobre aquel hombre.-¿Dónde está?

Contrariado, él introdujo la mano en el bolsillo del pantalón y cargó su peso sobre uno de los pies.

– ¿Dónde está qué cosa?

– Mi maleta -respondió ella masticando la palabra, como si estuviera explicando el asunto a un tonto.

– Ah, la maleta. -Desvió la mirada, sin manifestar interés-. Está en mi coche.

Ella esperó con un gesto paciente, pero él se abstuvo de proponerle la devolución.

– ¿Hacemos el cambio? -sugirió Lisa con voz dulzona.

– ¿Cambio? -Brown de nuevo clavó en ella la mirada sombría.

– Creo que yo tengo la suya.

Ahora, él concentró toda su atención en Lisa. Se inclinó más hacia ella.

– ¿Usted tiene mi maleta?

– No precisamente, pero sé dónde está.

– ¿Dónde?

– La devolví al aeropuerto.

Él frunció el ceño y consultó su reloj. Pero en aquel momento un hombre corpulento de cara rojiza descargó una gran mano sobre el hombro de Sam Brown y lo obligó a girarse.

– Sam, si queremos hablar de esa subcontrata será mejor que empecemos cuanto antes. -Consultó su propio reloj-. Tengo a lo sumo una hora y media.

Brown asintió.

– Enseguida estoy con usted, John. Deme un minuto. -Se volvió rápidamente hacia Lisa-. Lamento tener que marcharme. ¿Dónde se aloja? Le llevaré la maleta a más tardar a eso de las seis de la tarde. -Comenzó a caminar en dirección a la puerta.

– Eh, un momento, yo…

– Lo siento, pero tengo un compromiso anterior. ¿En qué hotel se aloja?.

John estaba en la puerta y esperaba impaciente.

– ¡Debo coger un avión! ¡No se atreva a dejarme!

Sam Brown había llegado a la puerta.

– ¿En qué hotel está? -insistió.

– ¡Maldito sea! -murmuró ella, con las manos en la cintura. Casi le dio una patada al suelo a causa de la frustración.

– Estoy en el Cherry Creek Motel, pero no puedo esperar…

– El Cherry Creek Motel -repitió él, y levantó el dedo índice-. Le llevaré la maleta.

Dicho esto, desapareció.

Lisa permaneció durante las tres horas siguientes como un conejo enjaulado en la habitación 110 del Cherry Creek Motel, mientras su irritación aumentaba a medida que pasaban los minutos. A eso de las seis se sentía como una bomba de relojería. Estaba acalorada y sucia. En julio, Denver parecía un infierno, y Lisa deseaba sobre todo un baño que la refrescara. Pero no podía tomarlo sin su maleta.

El viejo Thorpe mostraría un carácter tan irascible como un caníbal frustrado cuando descubriera que ella no había regresado a Kansas City a pesar de sus órdenes. La consulta de los horarios de vuelo le confirmó que ya había perdido el vuelo de la hora de la cena, y el siguiente no partía hasta las 22:10. No estaba dispuesta a permanecer despierta la mitad de la noche sólo para llegar a la oficina a tiempo y soportar la cólera de Thorpe. Después de todo, lo que había sucedido no era culpa suya. Y Lisa había soportado un día difícil. Y todavía tenía que resolver sus diferencias con el «honorable» Sam Brown.

Cada vez que pensaba en él aumentaba su temperatura. Obligarla a esperar y desaparecer sin devolverle sus cosas ya era bastante desagradable; pero mucho peor era la maniobra sucia y baja que había realizado en el concurso. Ella no veía el momento de atacarlo y decirle que era la más baja de las criaturas.

A las 18:15 se acercó furiosa al televisor y descargó una palmada sobre el botón con intención de apagarlo. No le importaba en absoluto cómo sería el tiempo al día siguiente en Denver. ¡Lo único que deseaba era salir de esa ciudad miserable!

Cuando oyó por fin que llamaban a la puerta, Lisa irguió la cabeza, y suspendió un momento sus paseos de un extremo al otro de la habitación. Después avanzó decidida y abrió con fuerza.

Sam Brown estaba de pie en el umbral, con dos maletas idénticas en las manos.

– ¡Llega tarde! -exclamó ella, mirándolo con ojos sombríos e irritados.

– Lamento haber llegado un poco tarde. Pero he venido en cuanto he podido.

– Bien, eso no basta. ¡Ya he perdido mi vuelo, y mi jefe estará furioso!

– Dije que lo sentía, pero usted es la persona que ha provocado todo este embrollo al llevarse la maleta equivocada del aeropuerto.

– ¡Yo! ¡Y usted! ¿Cómo se ha atrevido a escapar con mi maleta?

– Como he dicho antes, usted se fue con la mía.

Ella rechinó los dientes, y experimentó una frustración tan abrumadora que todo lo vio rojo.

– No me refiero al aeropuerto. Hablo del concurso. Usted me dejó aquí sentada, esperando, sin tener siquiera un cepillo para pasármelo por el cabello, sin ropa limpia para tomar un baño o… -Disgustada, le arrancó la maleta de la mano y la depositó sobre la cama. De nuevo se volvió hacia él y ordenó:

– Usted tiene que darme algunas explicaciones. Le ruego comience.

Él entró en la habitación, cerró la puerta, dejó la otra maleta en el suelo, miró alrededor y preguntó:

– ¿Me permite?

Después, imperturbable, verificó con cuidado la raya impecable de los pantalones, antes de acomodarse en una de las dos sillas puestas junto a una mesita redonda.

Con las manos en las caderas, Lisa escupió:

– ¡No… usted… no puede!

Pero en lugar de ponerse de pie, él abrió las piernas, apoyó los codos en las rodillas y dejó que las manos le colgaran flojamente entre ellas.

– Escuche, señorita Walker, ha sido un día infernal además…

– Señora Walker -lo interrumpió ella.

Él enarcó una ceja, hizo una breve pausa, y después repitió con paciencia:

– Señora Walker. -Flexionó los músculos del hombro, se masajeó la nuca y continuó-: Ha sido un día muy largo, y yo desearía cambiarme de ropa.

– Usted ha abierto mi maleta -afirmó ella con un gesto hostil, casi incapaz de mantener controlado su temperamento.

– ¿Yo qué?

Ella se inclinó hacia delante e intentó perforar a su interlocutor con sus ojos negros.

– ¡Usted ha abierto mi maleta!

– Caramba, sí, la he abierto. Pensé que era la mía.

– Pero ha hecho algo más que abrirla. ¡La ha revisado!

– ¿De veras?

– ¿Lo niega?

– Bien, ¿y usted? ¿Quiere decir que no ha abierto la mía?

– ¡No cambie de tema!

– Según creo, el tema trata de las maletas y las mujeres que no saben comportarse.

– ¡Que no saben comportarse! -Se acercó un poco más, inclinándose sobre él-. ¡Usted es un delincuente tramposo, un mentiroso! -gritó ella.

– ¿Adónde quiere ir a parar, señora Walker?

– Usted ha abierto mi maleta, ha encontrado mi oferta con el sobre abierto, ha visto que ya tenía todas las firmas necesarias, ha estudiado la propuesta, y ha presentado una oferta mejor que la mía, rebajando solo cuatro mil asquerosos dólares. Después, ha representado el papel del buen samaritano entregando mi sobre en el concurso.

Con un movimiento rápido, Sam Brown abandonó su silla, obligó a Lisa a volverse, y clavó dos gruesos dedos en el centro del pecho de la joven. La presión de los dos dedos la arrojó sobre la cama.

– ¡Amiga, esa es una afirmación muy grave!

– ¡Amigo, lo que usted ha presentado significa un margen muy estrecho! -se burló ella, apoyándose en las manos mientras el hombre se acercaba con la cabeza inclinada y una de sus rodillas presionaba con fuerza la de Lisa. La cara de Brown tenía una expresión siniestra, que era tanto más impresionante a causa de la piel bronceada de su cara. De pronto retrocedió con los brazos en jarras, mientras dirigía una mirada despectiva al cuerpo de Lisa.

– Oh, una de tantas -dijo con aire de conocedor.

Ella saltó de la cama, apoyó una mano sobre el pecho del. hombre, lo obligó a retroceder unos centímetros, y por último lo miró a los ojos.

– Sí, una de esas. ¡Estoy harta de los hombres que creen que una mujer no puede competir en esta inmunda industria de las cloacas y el agua!

– No es eso lo que he querido decir cuando he hecho la observación, de modo que no le atribuya a mis palabras significados que no tienen.