Empleados que robaban a sus jefes.
Cerró la puerta y apretó los dientes. Su ex esposa no había elegido una carrera muy glamurosa.
Miró el reloj mientras subía las escaleras. Ya llevaban una hora de juicio. Localizó la sala número cinco, entró en silencio y se sentó en la fila de atrás.
El fiscal estaba interrogando, pero Daniel veía la parte de atrás de la cabeza de Amanda. Estaba sentada junto a una mujer delgada de pelo castaño, que llevaba una blusa de color carne.
– ¿Puede identificar la firma del cheque, señor Burnside? -preguntó el fiscal al testigo.
– Es la firma de Mary Robinson -contestó el testigo, tras mirar la bolsa de plástico que le ofrecían.
– ¿Tenía ella autoridad para firmar? -preguntó el abogado.
– Sí. Para dinero de caja, suministros de oficina y cosas así -afirmó el testigo.
– Pero normalmente no firmaría un cheque a su nombre, ¿verdad?
– Claro que no -dijo el testigo-. Eso es fraude.
– Objeción, señoría -Amanda se puso en pie-. El testigo está especulando.
– Admitida -dijo el juez. Miró al testigo-. Limítese a contestar a las preguntas.
El testigo apretó los labios.
– ¿Puede decirnos el importe del cheque? -pidió el abogado.
– Tres mil dólares -contestó el testigo.
– Señor Burnside, por lo que usted sabe, ¿compró Mary Robinson suministros de oficina con esos tres mil dólares?
– Los robó -escupió el testigo.
– Señoría… -Amanda volvió a ponerse en pie.
– Admitida -dijo el juez con voz cansina.
– Pero lo hizo -insistió el señor Burnside.
– ¿Está discutiendo conmigo? -preguntó el juez, mirándolo fijamente.
– No hay más preguntas -dijo el fiscal.
A Daniel le pareció buena idea. Burnside no le estaba haciendo ningún favor.
El juez miró a Amanda.
– No hay preguntas.
– La acusación no tiene más testigos -dijo el otro abogado.
– Señora Elliott, puede llamar a su primer testigo -indicó el juez.
– La defensa llama a Collin Radaski al estrado.
Un hombre vestido con traje oscuro se puso en pie y fue hacia el estrado. Amanda se volvió para mirarlo y Daniel se escondió tras una mujer que llevaba un enorme sombrero.
Tomaron juramento al testigo y Amanda se acercó al estrado.
– Señor Radaski, ¿cuál es su cargo en la Empresa de Construcción Westlake?
– Soy el director de la oficina.
– ¿Se encarga usted de aprobar los cheques del salario de los empleados?
– Sí, lo hago.
Amanda fue hacia su mesa y eligió un papel.
– ¿Es verdad, señor Radaski, que Jack Burnside le ordenó que no incluyera la paga de vacaciones en esos cheques?
– No incluimos paga de vacaciones todos los meses.
– ¿Es también cierto que las horas extras se pagan a los empleados a precio de hora normal, en vez de con una bonificación del cincuenta por ciento?
– Tenemos un acuerdo verbal con los empleados respecto a las horas extra.
Amanda alzó una ceja e hizo una pausa, haciendo ver su incredulidad sin decir una sola palabra.
– ¿Un acuerdo verbal?
– Sí, señora.
Amanda volvió a su mesa y eligió otro papel.
– ¿Es consciente, señor Radaski, que Construcción Westlake ha estado infringiendo la legislación laboral durante más de diez años?
– ¿Qué tiene eso que ver con…?
– Objeción -exclamó el fiscal.
– ¿En qué se basa? -preguntó el juez.
– El testigo no está en situación de…
– El testigo es el director de oficina responsable de aprobar los salarios -señaló Amanda.
– Denegada -dijo el juez. Daniel no pudo evitar una sonrisa de orgullo.
Amanda echó una ojeada a sus notas y Daniel supo que era un truco. Su postura le indicaba que no necesitaba refrescar su memoria. Sabía muy bien lo que estaba haciendo.,
– ¿Sabe también, señor Radaski, que Construcción Westlake, debe a mi cliente cuatro mil doscientos ochenta y seis dólares en concepto de horas extras y pagas de vacaciones?
– Teníamos un acuerdo verbal -farfulló el testigo.
– Un acuerdo verbal de esa naturaleza no tiene validez según las leyes laborales de Nueva York. Señor Radaski, según la gestoría Smith & Stafford, Construcción Westlake debe a sus empleados un total de ciento setenta y un mil seiscientos sesenta y un dólares en atrasos.
Radaski parpadeó, atónito.
– Señoría -dijo Amanda, levantando un taco de papeles de la mesa-. Me gustaría presentar este informe como prueba. Mi cliente desea presentar una demanda contra Construcción Westlake, exigiendo la cantidad de mil doscientos ochenta y seis dólares, el dinero que aún se le debe de horas extras y pagas de vacaciones.
– Pero robó tres mil dólares -gritó Jack Burnside desde la galería. Amanda esbozó una sonrisa.
– Me pondré en contacto con el resto de los empleados para informarles de su derecho a realizar una demanda conjunta.
El juez miró al abogado de la acusación.
– Solicito un receso para hablar con mi cliente.
– Ya suponía que lo haría -dijo el juez. Dejó caer el martillo una vez-. El juicio queda aplazado hasta las tres de la tarde del jueves.
Daniel salió rápidamente de la sala.
Por fin entendía el interés de Amanda. Pero seguramente tendría pocos momentos como ése.
Aun así, era muy buena.
Amanda miró la tarjeta que acompañaba al ramo de veinticuatro rosas rojas.
¡Enhorabuena!
Intrigada, le dio la vuelta.
Te vi en el juzgado hoy. Si alguna vez decido empezar a robar bancos, serás la primera persona a la que llame. D
Daniel.
– ¿Son de Don Delicioso? -preguntó Julie, entrando con un montón de carpetas.
– Son de Daniel -confirmó Amanda.
– Esta vez tienes que tirártelo encima del escritorio, desde luego -Julie se inclinó para oler las rosas.
– Daniel no es de esa clase de hombres -Amanda sonrió ante la irreverencia de Julie.
– Es un hecho probado que enviar rosas rojas a una oficina significa que un tipo quiere hacerlo encima del escritorio -comentó Julie.
– ¿De dónde sacas esos datos?
– ¿No leíste la revista Cosmo del mes pasado?
– Me temo que no -Amanda hizo sitio para las rosas sobre el archivador.
– Te pasaré mi copia.
– ¿Y si un tipo envía rosas amarillas a una oficina, qué significa?
– Amarillo significa que quiere hacerlo encima del escritorio -Julie sonrió-. Pensándolo bien, respirar significa que quiere hacerlo sobre el escritorio.
– Daniel no -Amanda no podía imaginar ninguna circunstancia en la que Daniel hiciera el amor en un escritorio. Para él sería un sacrilegio.
– Tiéntalo -aconsejó Julie, moviendo las cejas-. Te sorprenderá.
– A Daniel no le van las sorpresas.
– ¿Esperabas las rosas?
– No -Amanda hizo una pausa-. Tengo que admitir que han sido toda una sorpresa.
– Lo que yo decía.
– Es mi ex -Amanda no pensaba tirarse a Daniel en el escritorio ni en ningún otro sitio. Ya era bastante malo haberlo besado.
– Pero está de miedo.
Eso era innegable. Y seguía besando de maravilla. Y, si no se equivocaba, había respondido a su beso. Eso implicaba que estaba interesado. Y si era así ambos tenían un problema.
– ¿Amanda?
– ¿Hum? -Amanda parpadeó.
– A ti también te parece que está de miedo -dijo Julie con una sonrisa triunfal.
– Creo que llego tarde a una reunión.
Ver a Karen no era exactamente una reunión, pero Amanda se alegró de haber ido. Karen estaba sentada en el porche, rodeada de álbumes y fotografías.
– Ya estás aquí -Karen sacó un folleto del revoltijo-. No sabía si elegir una pedicura o una sesión de reflexología.
– ¿Qué estás haciendo?
– He reservado en Eduardo para el veinticinco, pero deberíamos pedir las sesiones con antelación. ¿Quieres una limpieza de cutis?
– Seguro -contestó Amanda, sentándose. Ya que había aceptado el fin de semana de belleza, empezaba a gustarle la idea.
– Por favor -Karen dejó el folleto y se recostó en la silla-. Háblame del mundo.
– ¿Del mundo entero?
– De tu mundo.
– Gané un caso esta mañana.
– Enhorabuena.
– Aún no es oficial. El juez dictará sentencia el jueves, pero amenacé a Construcción Westlake con una demanda conjunta. Se rendirán.
– ¿Ese es el caso de desfalco de Mary Nosequé?
– Sí. Una mujer muy dulce. Madre soltera, tres hijos. A nadie le hará ningún bien que pase seis meses en la cárcel.
– Pero robó el dinero, ¿no?
– Se hizo un adelanto del dinero que le debían en pagas de vacaciones.
– ¿Quieres ser mi abogada? -Karen sonrió.
– No necesitas una abogada.
– Puede que sí. Estoy aburrida. Estoy pensando en dedicarme a robar bancos.
– ¿Has estado hablando con Daniel?
– No -los ojos de Karen chispearon-. ¿Tú sí?
Amanda se arrepintió de inmediato de su impulsiva broma. Pero dar marcha atrás sólo daría alas a Karen para insistir.
– Me envió flores -admitió Amanda-. También mencionó lo de robar bancos. ¿Hay algo sobre las finanzas de los Elliott que yo no sepa?
– ¿Qué tipo de flores?
– Rosas.
– ¿Rojas?
– Sí.
– Madre mía.
– No es lo que piensas -protestó Amanda, aunque no tenía ni idea de qué pensar ella misma.
– ¿Cómo puede no ser lo que pienso? -preguntó Karen-. ¿Una docena?
– Dos.
– Dos docenas de rosas rojas.
– Eran para felicitarme.
– ¿Felicitarte por qué? -abrió los ojos de par en par-. ¿Qué habéis hecho vosotros dos?
– No es nada de eso. Vino a verme al juzgado. Gané el caso. Me envió flores.
– ¿Daniel te vio en el juzgado? -Karen enderezó uno de los álbumes que tenía ante ella-. ¿Por qué?
– Ni idea. La verdad, está poniéndome nerviosa otra vez. Después del asunto de Taylor Hopkins, dijo que me dejaría en paz.
– ¿Qué asunto de Taylor Hopkins?
– Daniel invitó a Taylor a cenar, y Taylor me dio una charla sobre el culto al todopoderoso dólar.
– Sin duda, Taylor es el tipo adecuado para hacerlo -dijo Karen-. ¿Has visto su nueva casa?
– No.
Karen se inclinó hacia delante y pasó un par de hojas de uno de los álbumes.
– Aquí la tienes. Está en la playa. Tiene unas pistas de tenis fantásticas.
– Bonita -dijo Amanda, acercándose. Nunca le habían llamado la atención las grandes mansiones. Miró las fotos de la familia Elliott al completo-. Ésa es una gran foto de Scarlett y Summer.
– Es del año pasado. Nos reunimos todos y Bridget se volvió loca con la cámara.
– ¿Quién es ésa que está con Gannon?
– Su cita de ese día. Ni siquiera recuerdo su nombre. Fue cuando estaba peleado con Erika.
Al oír el nombre de Erika, Amanda recordó que Gannon y ella acababan de casarse.
– ¿Tienes fotos de la boda?
– Desde luego -Karen cambió de álbum y le mostró una foto formal de la novia y el novio.
– Un vestido espectacular -comentó Amanda.
– Es una mujer maravillosa -dijo Karen. En la página siguiente había una foto familiar. Amanda vio a Daniel. Magnífico con esmoquin. Después vio a la mujer que había junto a él.
– Ay -exclamó Karen-. Sharon se presentó sin avisar. Nadie supo qué hacer al respecto.
Amanda miró a la ex de su ex. Era pequeña y delgada, con pelo rubio platino casi esculpido sobre la cabeza. Parecía más joven que sus cuarenta años. Llevaba un maquillaje perfecto y un vestido bordado con hilos plateados. El adorno de flores que llevaba en la cabeza la convertía en competidora de la novia.
– No me parezco nada a ella, ¿verdad? -preguntó Amanda, sintiéndose inadecuada.
– Nada de nada -dijo Karen-. Gracias a Dios.
– Pero es lo que Daniel quiere.
– Sabes que se ha divorciado de ella.
– Sí, pero también se casó con ella.
– Te quería a ti.
– Fue porque estaba embarazada -Amanda movió la cabeza y Karen le apretó el brazo.
– Eres buena, compasiva, inteligente…
– Y ella es delgada y bella, con gusto para la ropa de diseño y capaz de charlar en varios idiomas.
– Es cruel y cortante.
– Pero está impresionante con traje de noche.
– Tú también.
– No me has visto con traje de noche desde hace más de una década -Amanda sonrió-Ni siquiera yo me he visto con uno.
– Puede que sea hora de que lo hagas.
– Llevo sujetadores con aro -confesó Amanda.
– Bueno, al menos yo ya no los necesitaré -rió Karen.
Amanda se quedó helada de horror. Pero Karen movió la cabeza y sonrió.
– Gracias. Ése ha sido mi primer chiste sobre pechos. No te atrevas a pedirme disculpas. A ti no te importa la perfección. Has sacado el tema sin pensarlo, porque ya te has olvidado de mi operación.
Era verdad. Cuando Amanda pensaba en Karen no pensaba en su doble mastectomía; sólo pensaba en su querida y buena amiga.
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