– Entonces, ¿qué sugieres?

– Los Macgregor y Kelso no se llevan bien, nunca lo han hecho, debido a la situación actual. Pero los Macgregor, si se aproximan correctamente, no son ni irrazonables ni intratables. La situación, tal como está ahora, es que las casas necesitan reparación urgentemente, y que los Macgregor quieren seguir trabajando esa tierra. Yo sugeriría un compromiso… algún sistema según el cual tanto el ducado como los Macgregor contribuyan al resultado, y a los subsiguientes beneficios.

Royce la examinó en silencio. Ella esperó, sin sentirse mínimamente incómoda por su escrutinio. Se sentía más distraída por el encanto que no había disminuido ni siquiera cuando, como antes con sus hermanas, se veía en dificultades. Siempre había encontrado fascinante el peligro que subyacía en él… la sensación de tratar con un ser que no era totalmente seguro. Que no estaba domesticado, que no era tan civilizado como parecía.

Su ser real vigilaba bajo su elegante exterior… Estaba en sus ojos, en el conjunto de sus labios, en la disfrazada fortaleza de sus manos de largos dedos.

– Corrígeme si me equivoco -Su voz era un grave e hipnótico ronroneo, -pero cualquier esfuerzo de colaboración sería ir más allá de los lazos de lo que recuerdo que los acuerdos de alquiler solían ser en Wolverstone.

Minerva inhaló profundamente para eliminar la constricción que aprisionaba sus pulmones.

– Los acuerdos tienen que ser renegociados y redibujados. Francamente, necesitan una revisión que refleje mejor las realidades de esta época.

– ¿Mi padre estaba de acuerdo?

Minerva deseó poder mentir.

– No. Él era muy suyo, como ya sabes. Además, era enemigo de los cambios -Después de un momento, añadió: -Por eso es por lo que aplazó la toma de cualquier decisión sobre las casas. Sabía que desahuciar a los Macgregor y derribar las casas era una equivocación, pero no podía traicionarse a sí mismo resolviendo la cuestión alterando la tradición.

Royce levantó una ceja.

– La tradición en cuestión implica la viabilidad financiera del ducado.

– Que solo podría fortalecerse consiguiendo que se hicieran acuerdos más equitativos, unos que animen a los inquilinos a invertir en sus terrenos, a hacer mejoras ellos mismos, en lugar de dejarlo todo al terrateniente… que en propiedades tan grandes como Wolverstone generalmente significa que nada se hace, y que la tierra y los edificios se deterioran lentamente, como en este caso.

Otro silencio siguió, y después Royce bajó la mirada. Sin pensar, dio unos golpecitos sobre el vade.

– Ésta no es una decisión que podamos tomar a la ligera.

Minerva dudó un momento, y después dijo:

– No, pero debemos tomarla pronto.

Sin levantar la cabeza, el duque la miró.

– Tú evitaste que mi padre tomara una decisión al respecto, ¿no es cierto?

Manteniendo su oscura mirada, dudó qué decir… pero él conocía la verdad; su tono lo decía.

– Me aseguré de que recordara los resultados predecibles de estar de acuerdo con Falwell y Kelso.

Royce levantó ambas cejas, y Minerva se preguntó si había estado tan seguro como su tono había sugerido, o si ella le había revelado algo que él no sabía.

El duque miró su mano, que ahora tenía extendida sobre el vade de escritorio.

– Necesito ver esas casas…

Una llamada a la puerta lo interrumpió. Royce frunció el ceño y levantó la mirada.

– Adelante.

Retford entró.

– Su Excelencia, el señor Collier, de Collier, Collier & Whitticombe, ha llegado. Está esperándole en el vestíbulo. Desea que le informe de que está totalmente a su servicio.

Royce hizo una mueca interiormente. Miró a su ama de llaves, que estaba revelando profundidades inesperadas de fortaleza y determinación. Había sido capaz, no de manipular, sino de influenciar a su padre… lo que hacía que se sintiera incómodo. No es que no creyera que ella hubiera actuado por otra razón que no fuera la más pura de las motivaciones; sus argumentos estaban movidos por su visión de lo que era mejor para Wolverstone y su gente. Pero el hecho de que ella se hubiera impuesto contra la violenta, y a menudo acosadora, voluntad de su padre (sin importar cuánto hubiera envejecido, esto no habría cambiado) combinada con su propia obsesión por ella, que no solo continuaba, sino que crecía… Todo esto agravaba su necesidad de confiar en ella, de mantenerla cerca, y de interactuar con ella diariamente.

Sus hermanas, en comparación, eran una irritación menor.

Minerva era… un grave problema.

Sobre todo porque todo lo que decía, todo lo que exhortaba, todo lo que era, le apetecía… No al frío, tranquilo y calculador duque, sino a la otra parte de él, la parte que cabalgaba jóvenes sementales recién domados sobre las colinas y los valles a velocidad demencial.

El lado que no era frío, ni tranquilo.

No sabía qué hacer con ella, cómo sobrellevarla con seguridad.

Miró el reloj sobre el buró junto a la pared, y después a Retford.

– Dile a Collier que suba.

Retford hizo una reverencia y se retiró.

Royce miró a Minerva.

– Es casi la hora de vestirse para la cena. Veré a Collier, y dispondré que lea la voluntad después de cenar. ¿Podrías hacer que Jeffers le prepare una habitación y que le sirva la cena?

– Sí, por supuesto -Minerva se levantó, y lo miró mientras él también se incorporaba. -Te veré en la cena.

Se giró y caminó hasta la puerta; Royce la miró mientras la abría, y cuando salió, el duque exhaló y se hundió de nuevo en su butaca.

Tomaron la cena en una atmósfera sobria aunque civilizada. Margaret y Aurelia habían decidido ser cautas; ambas evitaron los temas que podrían irritarlo y, en general, contuvieron sus lenguas.

Susannah les pidió que guardaran silencio cuando comenzaron a relatar una serie de los últimos cotilleos, censurados en deferencia a la muerte de su padre. Sin embargo, añadió un bienvenido toque de animación al que sus cuñados respondieron con un agradable buen humor.

Cenaron en el comedor familiar. Aunque era mucho más pequeño que el comedor principal, a la mesa aún podían sentarse catorce; ya que eran solo ocho repartidos a lo largo del tablero, aún quedaba mucho espacio entre cada uno, lo que ayudó a Royce a contener su mal carácter.

La comida, la primera que compartía con sus hermanas después de dieciséis años, fue mejor de lo que había esperado. Cuando se retiraron las bandejas, anunció que la lectura de la voluntad tendría lugar en la biblioteca.

Margaret frunció el ceño.

– El salón sería más conveniente.

Royce levantó las cejas y dejó su servilleta junto a su plato.

– Si lo deseáis podéis acudir al salón. Yo, sin embargo, voy a la biblioteca.

Margaret apretó los labios, pero se incorporó y lo siguió.

Collier, un pulcro individuo de unos cincuenta años con anteojos, estaba esperándoles un poco nervioso, pero cuando se acomodaron en los sofás y sillas, se aclaró la garganta y comenzó a leer. Su dicción era lo suficientemente clara y precisa para que todo el mundo lo oyera mientras leía cláusula tras cláusula.

No hubo sorpresas. El ducado por completo, su propiedad privada y todas las inversiones eran para Royce; aparte de algunos legados y anualidades menores, algunas nuevas y otras ya otorgadas, todo era suyo para que hiciera lo que deseara.

Margaret y Aurelia se mantuvieron en silencio. Sus generosas anualidades estaban confirmadas, aunque no habían sido incrementadas; Minerva dudaba que hubieran esperado algo más.

Cuando Collier terminó y preguntó si había alguna pregunta, no recibió ninguna; entonces el ama de llaves se levantó de la silla de respaldo recto que había ocupado y preguntó a Margaret si quería acudir al salón para tomar el té.

Margaret se lo pensó, y después negó con la cabeza.

– No, gracias, querida. Creo que me retiraré… -Miró a Aurelia. -¿Sería posible que Aurelia y yo tomáramos el té en mi habitación?

Aurelia asintió.

– Con el viaje y este triste asunto, estoy realmente cansada.

– Sí, por supuesto. Haré que os suban una bandeja-Minerva se dirigió ahora a Susannah.

Esta sonrió suavemente.

– Creo que yo también me retiraré, pero no quiero té -Hizo una pausa mientras sus hermanas mayores se levantaban y se dirigían a la puerta del brazo, y después se dirigió de nuevo a Minerva. -¿Cuándo llegará el resto de la familia?

– Esperamos a tus tíos y tías mañana, y el resto sin duda llegarán a continuación.

– Bien. Si voy a estar atrapada aquí con Margaret y Aurelia, voy a necesitar compañía -Susannah miró a su alrededor, y después suspiró. -Estoy muerta. Te veré mañana.

Minerva habló con Hubert, que pidió que mandaran una tisana a su habitación, y después se retiró. Peter y David se sirvieron whisky del tántalo [3], mientras Royce hablaba con Collier junto a su escritorio. Minerva los dejó con sus asuntos y se marchó para pedir la bandeja de té y la tisana.

Cuando lo hubo hecho, se dirigió de vuelta a la biblioteca.

Peter y David se encontraron con ella en el pasillo; intercambiaron las buenas noches y continuaron sus respectivos caminos.

Ante la puerta de la biblioteca, Minerva vaciló. No había visto marcharse a Collier. Dudaba que Royce precisara ayuda, aunque necesitaba asegurarse de si el duque requería algo más de ella aquella noche. Giró el pomo, abrió la puerta y entró silenciosamente.

El brillo de las lámparas del escritorio y de las que estaban junto a los sofás no llegaba hasta la puerta. Se detuvo en las sombras. Royce estaba aún hablando con Collier, ambos en el espacio entre el enorme escritorio y la ventana junto a este, mirando el nocturno exterior mientras conversaban.

Se acercó, silenciosamente, intentando no interrumpir.

Y escuchó a Royce preguntar a Collier su opinión sobre los acuerdos de alquiler de las casas.

– Los fundamentos del país, su Excelencia. Todas las grandes propiedades dependen de este sistema… Que ha sido probado durante generaciones, y es, hablando totalmente, sólido y fiable.

– Tengo una situación -dijo Royce-en la que se me ha sugerido que algunas modificaciones de la fórmula tradicional de arrendamiento serían beneficiosas para todos los implicados.

– No se deje tentar, su Excelencia. Se habla mucho hoy en día sobre alterar los modos tradicionales, pero ese es un camino peligroso y potencialmente destructivo.

– ¿De modo que tu consejo es que deje las cosas como están, y que me adhiera a la antigua fórmula estándar?

Minerva se introdujo en las sombras a la espalda de Royce. Quería escuchar aquello, preferiblemente sin llamar la atención sobre su presencia.

– Efectivamente, su Excelencia. Si puedo ser claro -Collier hinchó el pecho, -no podría hacer nada mejor que seguir el camino de su difunto padre en tales asuntos. Era riguroso con la corrección legal, y preservó e hizo crecer el ducado significativamente durante su ocupación. Era astuto e inteligente, y nunca intentó cambiar lo que funcionaba bien. Mi consejo es que, siempre que surja alguna cuestión, su mejor opción será preguntarse qué habría hecho su padre, y hacer precisamente eso. Tómelo como modelo, y todo irá bien… es lo que él habría deseado.

Royce, con las manos entrelazadas a su espalda, inclinó la cabeza.

– Gracias por tu consejo, Collier. Creo que ya se te ha preparado una habitación… Si encuentras alguna dificultad para localizarla, pregunta a alguno de los lacayos.

– Así lo haré, su Excelencia -Collier hizo una reverencia. -Espero que tenga una buena noche.

Royce asintió. Esperó hasta que Collier hubo cerrado la puerta a su espalda antes de decir:

– ¿Lo has oído?

Sabía que ella estaba allí, en las sombras. Lo había sabido desde el mismo momento en el que Minerva había entrado en la habitación.

– Sí, lo he oído.

– ¿Y? -No hizo ningún movimiento ni se apartó de la ventana y de la vista de la oscura noche en el exterior.

Minerva se acercó al escritorio, exhaló un profundo suspiro y después afirmó:

– Está equivocado.

– ¿Eh?

– Tu padre no deseaba que fueras como él.

Royce se quedó inmóvil, pero no se giró. Después de un momento, preguntó, tranquilamente aunque con gravedad:

– ¿A qué te refieres?

– En sus últimos momentos, cuando yo estaba aquí, en la biblioteca, con él, me dio un mensaje para ti. He estado esperando el momento adecuado para contártelo, para que pudieras comprender lo que quería decir.

– Dímelo ahora -Era una áspera demanda.

– Dijo: "Dile a Royce que no cometa los mismos errores que yo he cometido".

Siguió un largo silencio, y después el duque preguntó en un tono de voz bajo y tranquilamente mortífero.