Él la miró con unos ojos tan oscuros que Minerva no pudo leer nada en ellos. Después asintió y miró hacia delante mientras la siguiente ola de invitados se aproximaba a ellos.
La siguiente vez que continuaron adelante, Royce murmuró:
– Se me ha pedido que atienda a lady Osbaldestone -La dama estaba conversando con uno de sus primos en el lado de la habitación justo frente a ellos. -Puedo ocuparme de ella si tú mantienes al resto controlados. Necesito hablar con ella a solas.
Minerva lo miró.
– ¿Sobre el asunto de tu esposa?
Royce asintió.
– Ella conoce la razón… Y cuando me postre ante ella, estará encantada de informarme, sin duda.
– En ese caso, ve -Suavemente, se adelantó para interceptar a la siguiente pareja que buscaba una audiencia con el duque.
Lady Osbaldestone lo vio acercarse, y con un par de palabras se despidió de su primo Rohan; con las manos entrelazadas sobre el bastón que en realidad no necesitaba, esperó ante una de las largas ventanas a que él llegara.
Arqueó una ceja cuando Royce se detuvo ante ella.
– Supongo que ya te han informado de la necesidad de que te cases a toda velocidad.
Así es. De varios modos, por muchas de tus conocidas-La miró fijamente a los ojos. -Lo que no comprendo es la razón que hay detrás de tan suprema urgencia.
Lo miró un momento, y después parpadeó. Lo contempló un instante más, y después murmuró:
– Supongo que, tras tu exilio social… Y después de que te hayan llamado para que volvieras… -Comprimió los labios, y entornó los ojos. -Supongo que es concebible que, a pesar de lo omnisciente que se rumorea que eres, no hayas sido alertado sobre los recientes acontecimientos.
– Obviamente no. Te estaría eternamente agradecido si pudieras arrojar algo de luz.
Ella resopló.
– No me estarás agradecido, pero es evidente que alguien silo estará. Considera estos hechos. Primero, Wolverstone es uno de los ducados más ricos de Inglaterra. Segundo, fue creado como un señorío de apoyo. Tercero, tu heredero es Edwin, que ya está apenas a un paso de la vejez, y tras él, Cordón, que aunque sin duda es un heredero legal, sin embargo es lo suficientemente lejano para que pudiera ser desafiado.
Royce frunció el ceño.
– ¿Por quién?
– Efectivamente -Lady Osbaldestone asintió. -La fuente de la amenaza -Sostuvo su mirada. -La Corona.
Los ojos del duque se entornaron.
– ¿Prinny [4]? -Su voz era átona, y su tono de incredulidad.
– Está ahogado por las deudas, y se hunde cada vez más rápido. No te aburriré con los detalles, pero tanto yo como otros hemos oído de fuentes fiables cercanas a nuestro querido príncipe que está desesperado buscando fondos, y que Wolverstone ha sido mencionado, concretamente en el sentido de que, si algo te pasara, Dios no lo quiera, entonces, tal como están las cosas, sería posible presionar por el título y la riqueza que conlleva para que revierta a la Corona como herencia vacante.
Podía comprender el razonamiento, pero…
– Hay una diferencia importante entre que Prinny, o más seguramente, entre que uno de esos alcahuetes cercanos a él, haya hecho tal sugerencia, y que ésta realmente se lleve a cabo, incluso si algo me ocurriera misteriosamente.
Lady Osbaldestone frunció el ceño; algo parecido a una exasperada alarma se mostró brevemente en sus ojos.
– No hagas caso omiso de esto. Si estuvieras casado, Prinny y sus buitres perderían el interés y buscarían en cualquier otra parte, pero mientras no lo estés… -Cerró una mano parecida a una garra sobre su brazo. -Royce, los accidentes ocurren… Y sabes con qué facilidad. Piensa en todos los que están alrededor del Regente, en los que siempre han estado esperando el día en el que se convierta en rey, y en cómo recompensaría a todos aquellos que tengan una deuda con él.
Como continuó mirándola impasiblemente, la dama lo liberó y arqueó una ceja.
– ¿Te ha dicho Haworth algo sobre los comentarios que se han hecho ante el fallecimiento de tu padre?
Royce frunció el ceño.
– Me preguntó si había recibido alguna herida durante mi servicio a la Corona.
– Pensaba que habías servido tras un escritorio en Whitehall.
– No siempre.
Levantó las cejas.
– ¿No? ¿Y quién sabe eso?
– Sólo Prinny y sus consejeros más cercanos.
Ella sabía la respuesta sin que él la pronunciara. Asintió.
– Precisamente. Ten cuidado, Wolverstone. Eso es lo que eres ahora, y tu deber está claro. Tienes que casarte sin demora.
Royce examinó sus ojos, su rostro, durante varios segundos, y después inclinó la cabeza.
– Gracias por advertirme. Se giró y se alejó.
El funeral (el evento que él, y todo el servicio del castillo, habían pasado la semana anterior preparando, y para el que una buena parte de la clase alta había viajado desde Northumbría para asistir) fue algo decepcionante.
Todo transcurrió como la seda. Royce había dispuesto que se diera asiento a Hamish y Molly en la parte delantera de la capilla lateral, frente a aquellos reservados para los miembros más antiguos del servicio y los distintos dignatarios locales. Los vio allí, e intercambiaron asentimientos. La nave de la iglesia estaba llena con la nobleza y la aristocracia; incluso usando los pasillos laterales, apenas había espacio suficiente para todos los visitantes.
La familia estaba repartida por los bancos delanteros a ambos lados del pasillo central. Royce estaba en el centro del primer banco, consciente de que sus hermanas y sus maridos estaban junto a él, y de que las hermanas de su padre y Edwin estaban en el banco que cruzaba el pasillo. A pesar de que las damas llevaban velo, no hubiera podido encontrarse una única lágrima en todas ellas; todos los Varisey vestían sus rostros de piedra, sin mostrar ninguna emoción.
Minerva también llevaba un delicado velo negro. Estaba en el centro del banco una fila más atrás, frente a él. Podía verla, observarla, por el rabillo del ojo. Su tío Catersham y su esposa estaban junto a ella; su tío le había dado a Minerva su otro brazo al entrar en la iglesia, antes de atravesar el pasillo.
Mientras el servicio funerario tenía lugar, notó que la cabeza del ama de llaves permanecía inclinada, y que su mano permanecía tensa sobre un pañuelo… Haciendo afiladas arrugas en el mustio y húmedo cuadrado de lino bordeado de encajes. Su padre había sido un déspota arrogante, un tirano con un temperamento letal. De todos los que había allí, ella había vivido más cerca de él, y se había visto expuesta con mayor frecuencia a sus defectos, pero aun así era la única que realmente lo estaba llorando, la única cuyo dolor era profundamente sentido y sincero.
Aparte, quizá, de él mismo, pero los hombres de su clase nunca lloraban.
Como era habitual, solo los caballeros asistieron al enterramiento en el cementerio de la iglesia mientras una procesión de carruajes llevaba a las damas de vuelta al castillo para el velatorio.
Royce estaba entre los últimos que volvieron; con Miles a su lado, entró en el salón, y descubrió que todo estaba transcurriendo con la misma tranquilidad que el funeral. Retford y el servicio lo tenían todo controlado. Buscó a Minerva, y la encontró cogida del brazo de Letitia, mirando por una ventana, con las cabezas juntas.
Vaciló, y entonces lady Augusta lo llamó y se acercó para escuchar lo que tuviera que decirle. No sabía si las grandes damas habían establecido alguna directriz, pero ninguna había vuelto a mencionar el matrimonio, ni siquiera una candidata elegible -al menos no en su presencia-en ningún momento de aquel día.
Agradecido, circuló, imaginándose que su ama de llaves le diría que debería hacerlo… Añoraba escuchar sus palabras, añoraba tenerla a su lado, dirigiéndolo con delicadeza.
El velatorio no tardó demasiado en disolverse. Algunos invitados, incluidos todos aquellos que tenían que apresurarse en volver a la vida política, habían dispuesto sus partidas a su término; se marcharon cuando sus carruajes fueron anunciados. Se estrecharon las manos, se despidieron, y observó con alivio que sus coches disminuían.
Aquellos que pretendían quedarse (una parte de la clase alta incluyendo a la mayoría de las grandes damas, así como muchos de sus familiares) desaparecieron en grupos de dos o tres, para pasear por los jardines, o para sentarse en grupos y lenta, gradualmente, dejó que sus vidas habituales, que sus usuales intereses, los reclamaran.
Después de despedir al último carruaje, después de ver a Minerva salir a la terraza con Letitia y Rose, Royce escapó a la sala de billar, sin sorprenderse por encontrar a sus amigos, y a Christian y Devil, ya allí.
Jugaron un par de partidas, pero sus corazones no estaban en ello.
Mientras el sol se ponía lentamente, surcando el cielo con serpentinas rojas y violetas, se acomodaron en las confortables butacas junto a la chimenea, salpicando el silencio con el ocasional comentario sobre esto o aquello.
Fue en aquel envolvente y prolongado silencio cuando Devil murmuró por fin:
– Sobre tu boda…
Desplomado sobre una butaca, Royce giró lentamente la cabeza hacia Devil con una mirada imperturbable.
Devil suspiró.
– Sí, lo se… Soy el menos indicado para hablar. Pero George y Catersham tienen que marcharse… Y a ambos, aparentemente, se les ha pedido que te comenten el tema. Ambos me pidieron también que asumiera su encargo. Es extraño, ya lo sé, pero aquí me tienes.
Royce miró a los cinco hombres que estaban acomodados en distintas poses a su alrededor; a todos ellos confiaría su vida. Dejó que su cabeza cayera hacia atrás y fijó su mirada en el techo.
– Lady Osbaldestone me ha contado una historia sobre una hipotética amenaza hacia el título que a las grandes damas se les ha metido en la cabeza que es algo grave… Por lo que creen que debo casarme lo antes posible.
– Diría que la amenaza no es totalmente hipotética.
Fue Christian quien habló; Royce sintió que un escalofrío le recorría la espalda. En ese tema, Christian era quien mejor podía apreciar cómo se sentía Royce sobre tal amenaza. Además, él tenía la mejor información sobre los oscuros hechos que se conjuraban en la capital.
Manteniendo la mirada en el techo, Royce preguntó:
– ¿Alguien más había oído algo de esto?
Todos lo habían hecho. Cada uno había estado esperando un momento para hablar con él en privado, sin saber que los demás tenían advertencias similares que entregar.
Entonces Devil sacó una carta de su bolsillo.
– No tengo ni idea de qué es lo que hay dentro. Montague sabía que iba a venir al norte y me pidió que te la entregara, personalmente, después del funeral. Me especificó que fuera después, lo que parece ser ahora.
Royce tomó la carta y rompió el sello. Los demás se mantuvieron en silencio mientras leía los dos pliegos que contenía. Al llegar al final, dobló las hojas lentamente; mirándolos, les informó:
– Según Montague, Prinny y sus alegres hombres han estado haciendo preguntas sobre cómo efectuar el retorno de un título de señorío y sus propiedades en caso de herencia vacante. Las buenas noticias son que tal maniobra, incluso si se ejecuta con éxito, tardaría cierto número de años en tener efecto, dado que la reclamación obtendría resistencia, y que la vacancia sería impugnada ante los Lores. Y como todos sabemos, la necesidad de Prinny es urgente, y su visión a corto plazo. Sin embargo, apelando a la debida deferencia, la sugerencia de Montague es que sería prudente que mi boda tuviera lugar en los próximos meses, debido a que algunos de los hombres de Prinny no son tan cortos de miras como su maestro.
Royce levantó la cabeza y miró a Christian.
– En tu opinión profesional, ¿estoy en peligro de ser asesinado para reafirmar las arcas de Prinny?
Christian sonrió.
– No. Siendo realistas, para que Prinny reclamara la propiedad a tu muerte necesitaría que pareciera un accidente, y mientras estés en Wolverstone, esto sería casi imposible de organizar -Miró a Royce a los ojos. -Y menos contigo.
Solo Christian y los otros miembros del club Bastión sabían que uno de los roles menos conocidos de Royce en los últimos dieciséis años había sido verdugo secreto para el gobierno; dadas sus habilidades particulares, asesinarlo no sería fácil.
Royce asintió.
– Muy bien… Entonces parece que la amenaza es potencialmente real, pero que el grado de urgencia quizá no es tan enorme como piensan las grandes damas.
– Cierto -Miles miró a los ojos a Royce. -Pero eso no supone una diferencia tan grande, ¿no? Al menos no para las grandes damas.
El día finalmente había llegado a su fin. Minerva tenía un último deber que realizar antes de retirarse a la cama; se sentía exhausta, más emocionalmente agotada de lo que había esperado, y aunque todos los demás se habían retirado a sus habitaciones, se obligó a sí misma a ir a la habitación matinal de la duquesa para coger la carpeta, y después caminó a través de los oscuros pasillos de la torre hasta el estudio.
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