En lugar de ella.

Necesitaba apartarse de ella antes de que su carácter, o su desasosiego (ambos eran igualmente peligrosos) se escapara de sus correas. Antes de que Minerva tuviera éxito al empujarlo hacia ese extremo. Por desgracia, sus amigos y sus esposas se habían marchado aquella mañana; había querido suplicarles que se quedaran, pero no lo había hecho… Todos ellos tenían jóvenes familias esperándolos en casa, y estaban ansiosos por volver.

Devil se había marchado, también, por la Gran Carretera del Norte. Hubiera deseado poder irse él también; habrían cabalgado juntos hasta Londres… Si todo lo que quería, todo lo que necesitaba ahora, no estuviera allí, en Wolverstone.

Una buena parte de lo que quería estaba sentada al otro lado del escritorio, esperando ver lo que él iba a hacer, preparada para contrarrestarlo, para presionarlo con el fin de que hiciera su elección.

Entornó los ojos mientras miraba su rostro.

– ¿Por qué estás tan dispuesta a ayudar a las grandes damas en esta cuestión… -Dejó que su voz se hiciera más suave, y más tranquila, mientras hablaba -incluso contra mis deseos? -La miró fijamente a los ojos, y levantó las cejas. -Tú eres mi ama de llaves, ¿no?

Ella sostuvo su mirada, y después ligeramente, como por instinto, levantó la barbilla.

– Yo soy el ama de llaves de Wolverstone.

El duque era un maestro interrogador; sabía cuándo tocaba una fibra. Lo pensó por un momento, y después, sin alterar la voz, dijo:

– Yo soy Wolverstone, un hecho que pareces haber olvidado, así que, ¿a qué te refieres exactamente?

Salió a la superficie su expresión de pensando-que-decirle; Royce esperó, aparentemente paciente, sabiendo que ella terminaría lo que tenía que terminar.

Finalmente, Minerva tomó aire.

– Hice una promesa… Dos promesas. O mejor dicho, la misma promesa dos veces. Una a tu madre antes de que muriera, y después antes de morir, tu padre me pidió que le hiciera la misma promesa, y yo la hice -Sus ojos, un popurrí de castaños otoñales, sostuvieron los suyos. -Les prometí que te dejaría asentado y adecuadamente establecido como el décimo duque de Wolverstone.

Minerva esperó para escuchar su respuesta a aquello, a su indiscutible excusa para presionarlo a que siguiera el consejo de las grandes damas y escogiera una esposa inmediatamente.

Desde el instante en el que empezó a preguntarle, su rostro (que antes no era tampoco demasiado expresivo) se había convertido en algo imposible de leer. Su expresión era todo piedra, y no revelaba ninguna pista de sus pensamientos, y mucho menos de sus sentimientos.

De repente se apartó del escritorio.

Asombrada, parpadeó, sorprendida por lo repentinamente que se había levantado. Se puso de pie mientras él rodeaba el escritorio.

– Voy a salir a montar.

Aquellas palabras gruñidas la dejaron congelada en el sitio.

Durante un segundo los ojos de Royce, llenos de un oscuro fuego y de una ilegible emoción, la penetraron, y después pasó junto a ella, se apresuró hasta la puerta y desapareció.

Totalmente aturdida, Minerva miró la puerta abierta. Y escuchó cómo sus pasos, enfadados y rápidos, se desvanecían.


Hamish se rió tan fuerte que se cayó del muro. Disgustado, como su hermanastro siguió riéndose, le dio una patada en el hombro.

– Si no paras, tendré que bajar y darte una paliza.

– Oh, sí -Hamish inhaló y se secó las lágrimas de los ojos. -¿Tú y qué ejercito inglés?

Royce lo miró.

– Nosotros siempre ganamos.

– Eso es verdad -Hamish se obligó a contener la alegría. -Vosotros ganáis las guerras, pero no todas las batallas -Se puso de pie, respirando con dificultad; volvió a sentarse junto a Royce con una mano en el costado.

Ambos miraron las colinas.

Hamish agitó su rizada cabeza.

– Aún tengo ganas de reírme… Oh, no por el hecho de que tengas que buscarte una esposa con tanta urgencia (es el tipo de cosas por las que tus ancestros iban a la guerra), sino por la idea de que tú… tú… estés siendo perseguido por todas esas ancianas damas, todas agitando listas y pidiéndote que elijas… hey, muchacho, tienes que admitir que es divertido.

– No desde donde yo estoy sentado. Y por ahora, Minerva es la única que agita una lista -Royce se miró las manos, despreocupadamente entrelazadas sobre sus rodillas. -Pero eso no es lo peor. Elegir una esposa, casarse… Hacerlo todo ahora… Es una irritación. Aunque… No estoy seguro de poder manejar el ducado, y todo lo que conlleva (la sociedad, la política, los negocios, la población) sin Minerva, pero ella no va a quedarse una vez que yo me haya casado.

Hamish frunció el ceño.

– Sería una gran pérdida -Pasó un minuto, y después dijo: -No… No puede ser. Ella es más Wolverstone que tú. Lleva viviendo allí, ¿cuánto? ¿Veinte años? No me la imagino marchándose, no a menos que tú quieras que lo haga.

Royce asintió.

– Eso pensaba yo, pero ahora la conozco mejor. Al principio, cuando volví, me dijo que no sería mi ama de llaves para siempre, que cuando me casara le pasaría las llaves a mi esposa, y ella se marcharía. Eso me pareció razonable en aquel momento, pero desde entonces he descubierto lo importante que es para el ducado, lo mucho que contribuye a su administración incluso fuera del castillo, y lo vital que es para mí… Honestamente, no podría haber sobrevivido a los últimos días sin ella, no socialmente. Hubiera fracasado más de una vez si ella no hubiera estado allí, literalmente a mi lado, para ayudarme a superar el lance -Royce ya le había explicado la desventaja social con la que lo había cargado su exilio.

Miró las colinas, hacia el punto donde estaba el castillo.

– Esta mañana me habló de las promesas que hizo a mis padres en sus lechos de muerte… La promesa de verme establecido como duque, lo que incluía verme apropiadamente casado. Ellos son los que la mantienen aún aquí. Yo pensaba que ella no era reacia a ser mi ama de llaves, y que, si se lo pedía, se quedaría.

Royce había pensado que a Minerva le gustaba ser su ama de llaves, que ella disfrutaba del desafío que suponía para sus habilidades administrativas, pero… Después de descubrir lo de sus promesas, ya no sentía que tuviera ningún peso en ella, en su lealtad, en su… afecto.

Debido a su continuado deseo por ella, y a su continuada falta de deseo por él, la noticia de esta promesa lo había perturbado… Y no estaba acostumbrado a ese tipo de perturbación. Nunca antes había sentido tal vacío, tal desolación en su estómago.

– ¿No crees -sugirió Hamish, mirando hacia Wolverstone él también -que hay una solución más fácil para esto?

– ¿Qué solución?

– ¿No podría el nombre de Minerva abrirse paso en tu lista?

– Podría, pero ni ella ni nadie lo pondrá ahí. La lista de esta mañana contenía a seis jóvenes damas, todas con importantes fortunas y procedentes de las familias más nobles del reino. Minerva es de buena cuna, pero no juega en esa liga, y su fortuna no puede compararse. No es que eso me importe a mí, pero importa a la sociedad, y por tanto a ella, debido a sus malditos votos -Inhalo, y contuvo el aliento. -Pero aparte de eso (y te juro que si te ríes ahora te daré una paliza), ella es una de esas extrañas mujeres que no tienen absolutamente ningún interés por mí.

Desde el rabillo del ojo vio que Hamish se mordía los labios, intentando con todas sus fuerzas que no lo golpeara. Pasó un largo momento muy tenso, y después Hamish inhaló aire profundamente, y lo expulsó.

– Quizá se ha hecho resistente al encanto de los Varisey debido a que lleva tanto tiempo viviendo entre ellos.

Su voz había temblado solo un poco, no lo suficiente para que Royce tomara represalias. Habían pasado décadas desde la última vez que había sentido que tomarse un par de rondas con Hamish (uno de los pocos hombres con los que tenía que esforzarse para ganar) lo harían sentirse mejor. Quizá podría liberar parte de la tensión en su interior.

Esta tensión cantaba en su voz mientras respondía:

– Supongo. Sin embargo, todos estos hechos descartan ese camino fácil… No quiero una novia expiatoria y reacia. Ella no se siente atraída por mí, ella quiere que me case apropiadamente para que pueda marcharse, aunque si se lo ofrezco, en estas circunstancias podría creer, contra todas sus expectaciones e inclinaciones, que tiene que aceptar. No podría soportar eso.

– Oh, no -La expresión de Hamish sugería que él tampoco podría soportarlo.

– Desgraciadamente, su resistencia al encanto de los Varisey descarta el camino no-tan-fácil, también.

Hamish frunció el ceño.

– ¿Cuál es ése?

– Una vez que cubra el puesto de duquesa, seré libre para tomar una amante, una a largo plazo que pueda mantener a mi lado.

– ¿Tienes pensado convertir a Minerva en tu amante?

Royce asintió.

– Sí.

El silencio que siguió no le sorprendió, pero cuando se prolongó, frunció el ceño y miró a Hamish.

– Se supone que deberías cogerme de la oreja y decirme que no puedo tener unos pensamientos tan libidinosos sobre una dama como Minerva Chesterton.

Hamish lo miró, y después se encogió de hombros.

– En ese sentido, ¿quién soy yo para juzgarte? Yo soy yo, tú eres tú, y nuestro padre era otra cosa. Pero… -Inclinó la cabeza y miró hacia Wolverstone. -Es extraño, pero puedo imaginármelo… Que te casaras con una de esas engreídas señoritas de la clase alta, y tuvieras a Minerva como tu amante y ama de llaves.

Royce gruñó.

– Sería perfecto, de no ser porque le soy indiferente.

Hamish frunció el ceño.

– Sobre eso… ¿Lo has intentado?

– ¿Seducirla? No. Piénsalo… Tengo que trabajar junto a ella, necesito interactuar con ella diariamente. Si hago un avance y me rechaza, eso haría que el día a día de ahí en adelante fuera un infierno para ambos. ¿Y qué pasa si, después de eso, se decide a marcharse inmediatamente, a pesar de sus promesas? No puedo arriesgarme a ir por ese camino.

Se movió intranquilo sobre el muro.

– Además, si quieres la honesta verdad, no he seducido a una mujer en toda mi vida… No tengo ni la más mínima idea de cómo hacerlo.

Hamish perdió el equilibrio y se cayó del muro.

¿Dónde estaba Royce? ¿Qué estaría planeando su némesis?

Aunque la mayoría de los invitados se habían marchado -Allardyce, gracias a Dios, entre ellos, -quedaban los suficientes para que se sintiera seguro de tener aún suficiente cobertura, pero la disminución de los invitados debería haber hecho a su primo más fácil de ver… y de seguir.

En la sala de billar con sus primos, jugaba, reía y bromeaba, e interiormente daba vueltas a lo que Royce estaría haciendo. No estaba con Minerva, que se encontraba sentada con las grandes damas, y no estaba en su estudio porque su lacayo no estaba junto a la puerta.

No había querido acudir a Wolverstone, pero ahora que estaba allí, aprovecharía la oportunidad de quedarse más tiempo, entremezclado con el resto de sus primos quienes, junto a las hermanas de Royce, estaban planeando formar un grupo de invitados selectos para sacar provecho del hecho de estar allí, juntos y fuera de la vista de la sociedad, y, más importante, de sus cónyuges.

Aunque su miedo (que si Royce lo veía, si lo miraba demasiado a menudo, aquellos negros ojos suyos que todo lo veían, traspasarían su máscara y verían la verdad) permanecía, la cercanía de su némesis se mantenía siempre bullendo en una parte de su cerebro.

Desde el primer paso que había dado por el largo camino hasta convertirse en el exitoso (y aún vivo) espía traidor que era, había sabido que a quien debía temer sobre todos los demás era a Royce. Porque una vez que Royce lo supiera, lo mataría sin remordimiento. No porque fuera un enemigo, un traidor; no porque hubiera arremetido contra él, sino porque era parte de su familia. Royce no dudaría en borrar una mancha así del escudo familiar.

Royce era mucho más parecido a su padre de lo que él creía.

Durante años había llevado aquel miedo en su interior, un ulcerado carbón que ardía lentamente, y para siempre, haciendo un agujero en sus entrañas.

Aunque ahora la tentación le susurraba. Mientras tantos de sus primos permanecieran en Wolverstone, él, también, se quedaría.

Y durante los años que llevaba viviendo con su miedo, había llegado a conocerlo tan íntimamente que se había dado cuenta de que era, de hecho, un modo de hacer que aquel tormento vivo terminara.

Durante años había pensado que aquello solamente podría terminar con su muerte.

Recientemente, se había dado cuenta de que él podría acabar con la de Royce.

CAPÍTULO 06

Royce entró en el salón aquella noche más inseguro sobre una mujer de lo que había estado en su vida.