Minerva se echó hacia atrás en su silla, se aclaró la garganta y cogió su copa de vino. Tomó un sorbo, sintió su mirada en sus labios, después la sintió bajar mientras tragaba… Como si estuviera siguiendo el recorrido del líquido mientras este se deslizaba por su garganta, y viajaba hasta el interior de su pecho.

Desesperada, se giró hacia el caballero (Gordon Varisey) que estaba sentado a su otro lado, pero este estaba enfrascado en una discusión con Susannah. Al otro lado de la mesa, Caroline (lady Courtney) estaba más interesada en hacer ojitos a Phillip Debraigh que en distraer a su anfitriona.

– ¿Todavía no funciona mi estratagema?

Las suaves y tentadoras palabras se deslizaron por su oído como una caricia; se giró para mirar a Royce mientras este se reclinaba de nuevo en su silla, con la copa de vino en la mano, mientras luchaba para contener un escalofrío, sin tener éxito totalmente.

Su único consuelo es que nadie parecía haberse dado cuenta de la sutil batalla que estaba teniendo lugar en la cabecera de la mesa. Siendo así, entornó los ojos, y sucintamente, declaró:

– Vete al diablo.

Los labios de Royce se curvaron en una sonrisa totalmente genuina, y devastadoramente atractiva. Su mirada se concentró en la de ella, levantó su copa de vino y bebió un trago.

– Espero hacerlo.

Minerva apartó la mirada; no tenía necesidad de ver el brillo del vino tinto en los labios con los que había pasado soñando una buena porción de su adolescencia. Cogió su copa de vino.

Justo cuando él añadía:

– Si no por otra cosa, por lo que me estoy imaginando haciéndote.

Sus dedos fallaron al coger la copa de vino, golpearon el largo cuello de la copa, que se inclinó… Royce la cogió, extendiendo la mano izquierda sobre las manos de Minerva, y después curvándose sobre estas mientras presionaba el cuello contra sus adormecidos dedos.

Su mano descansaba, dura y fuerte, sobre las de ella, hasta que ella cogió la copa, y Royce retiró su mano lentamente, con los dedos acariciando su mano y sus nudillos.

Los pulmones de Minerva se habían paralizado hacía mucho.

Royce se movió, y usó el movimiento para acercarse a ella y murmurar:

– Respira, Minerva.

Lo hizo, tomó aire profundamente… Negándose a notar que, mientras el duque volvía a sentarse correctamente, su mirada había bajado hasta sus pechos, medio expuestos por su vestido de noche.

Para cuando la comida terminó estaba a punto de cometer un asesinato. Se levantó con el resto de damas y siguió a Margaret hasta el salón.

Royce no iba a dejarla en paz. Minerva se había visto perseguida por caballeros (incluso nobles) antes; podía quedarse, sencillamente, en su lugar, segura de su habilidad de truncar cualquier movimiento que él hiciera, porque ella conocía sus límites. Necesitaba escapar mientras pudiera. Royce guiaría a los caballeros de vuelta para que se reunieran con las damas demasiado pronto.

Al llegar al salón, las damas entraron; Minerva se detuvo justo en la puerta, esperando hasta que las demás se acomodaran. Entonces hablaría con Margaret…

– Aquí estás -Susannah deslizó su brazo en el de ella, y tiró de Minerva hacia una esquina de la habitación. -Quería preguntarte una cosa… -Susannah se acercó más. -¿No tienes idea de con qué dama está escribiéndose Royce?

Minerva frunció el ceño.

– ¿Escribiéndose?

– Dijo que anunciaría su matrimonio cuando la dama a la que había elegido aceptara -Susannah se detuvo, y fijó sus ojos (de un castaño más claro que los de su hermano) sobre el rostro de Minerva. -Así que supongo que, si está preguntándole, y ya que ella no está aquí, debe estar escribiéndole.

– Ah, comprendo. Yo no le he visto escribiendo ninguna carta, pero usa a Handley para ocuparse de la mayor parte de su correspondencia, así que yo no tengo por qué saberlo -Para alivio suyo, sobre todo en aquel tema.

– ¿Handley? -Susannah se dio unos golpecitos en el labio con la punta de uno de sus dedos, y después echó un vistazo de reojo a Minerva. -No lo conozco, pero, ¿crees que podríamos convencerlo de que nos contara lo que sabe?

Minerva negó con la cabeza.

– Yo no me molestaría en intentarlo. Aparte de todo lo demás, se lo contaría a Royce -Dudó, y después añadió: -De hecho, todo el personal de servicio de Royce es totalmente leal a él. No encontrarás a nadie que esté dispuesto a conversar sobre sus asuntos privados.

Incluyéndola a ella.

Susannah suspiró.

– Supongo que pronto descubriremos la verdad.

– Así es -Dio una palmadita al brazo de Susannah mientras liberaba el suyo. -Tengo que hablar con Margaret.

Susannah asintió y se alejó para unirse a las demás mientras Minerva se encaminaba hacia Margaret, entronada solemnemente en el sofá frente a la chimenea.

Susannah tenía razón: Royce debía estar teniendo algún tipo de comunicación con la dama a la que había elegido como su duquesa… Ese era un punto que ella no debía olvidar. Típico de los Varisey, mientras esperaba a que su novia accediera a ser suya, intentaba meterse en la cama de su ama de llaves.

Si necesitaba algún recordatorio de lo imprudente que sería dejarse seducir por él, recordar que algún día conocería a la que habría de ser su duquesa le ayudaría a afianzar su resolución.

Realmente no quería conocerla; el pensamiento le tensaba el estómago.

Concentrada de nuevo en sus planes para mantenerse fuera de su alcance, y de su cama, se detuvo junto a Margaret.

– Me duele la cabeza -mintió. -¿Podrías hacer los honores con la bandeja del té?

– Sí, por supuesto -Con aspecto de estar más relajada que cuando su marido estaba presente, Margaret se despidió de ella con un gesto de la mano. -Deberías decirle a Royce que no te haga trabajar tanto, querida. Necesitas tiempo para alguna distracción.

Minerva sonrió y se dirigió hacia la puerta; comprendía perfectamente la "distracción" que Margaret estaba recomendándole… Precisamente una del mismo tipo que el de la que su hermano tenía en mente. ¡Estos Varisey!

No perdió el tiempo; no confiaba en que Royce no abreviara el tiempo de la copa de los hombres, y volviera al salón antes con algún pretexto. Salió de la habitación y se dirigió al vestíbulo delantero, desde donde subió las escaleras principales rápidamente.

No había nadie alrededor. No escuchó el sonido de las voces masculinas; los caballeros debían estar aún en el comedor. Aliviada, entró en la torre, vaciló, y después se dirigió a la sala matinal de la duquesa. Era demasiado temprano para dormir, y su bastidor de bordar estaba allí.

La habitación matinal había sido el territorio personal de la difunta duquesa; sus hijas solo habían entrado allí cuando se las había invitado. Desde su muerte, no habían puesto un pie allí. Los Varisey tenían poco interés en los muertos; nunca se aferraban a los recuerdos.

Aquella habitación encajaba con Minerva. En los últimos tres años, la habitación se había convertido en suya.

Presumiblemente sería así… Hasta que llegara la próxima duquesa.

Abrió la puerta y entró. La habitación estaba a oscuras, pero ella la conocía bien. Caminó hacia la mesa que estaba tras el sofá más cercano, se detuvo, y después volvió a la puerta y la cerró. No tenía sentido arriesgarse.

Sonriendo para sí misma, caminó hasta la mesa junto al sofá, puso la mano en el yesquero y encendió la lámpara. La mecha parpadeó; esperó hasta que ardió establemente, y entonces colocó el cristal en su lugar, ajustó la llama… Y de repente sintió (supo) que no estaba sola. Levantó la mirada de la lámpara y vio… a Royce, sentado con su descuidada postura en el sofá opuesto. Mirándola.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -Las palabras acudieron a sus labios mientras su aturdida mente calculaba las opciones.

– Esperándote.

Había cerrado la puerta. Mirándolo a los ojos, tan oscuros, con su mirada decidida y firme, supo que a pesar de que estaba en el sofá más alejado, si intentaba llegar a la puerta, él llegaría allí antes que ella.

– ¿Porqué?

Mantenerlo hablando parecía su única opción.

Asumiendo, por supuesto, que él quisiera hacerlo.

No lo hizo. En lugar de eso, se levantó lentamente.

– Gracias por cerrar la puerta.

– No estaba intentando ayudarte -Lo observó mientras caminaba hacia ella, se tragó su pánico, y se recordó a sí misma que correr no tenía sentido. No hay que darle la espalda a un depredador.

Royce rodeó el sofá, y ella se giró para mirarlo. Se detuvo ante ella, mirando su rostro… Como si estudiara sus rasgos, como si memorizara los detalles.

– Qué fue lo que dijiste… ¿que no ibas a volver a besarme?

Minerva se tensó.

– ¿Qué pasa con eso?

Los labios del duque se movieron de forma mínima.

– Que yo no estoy de acuerdo.

Minerva esperó, tensa a más no poder, a que él la atrapara, a que la besara de nuevo, pero no lo hizo. Se quedó mirándola, observándola, con su intensa mirada, como si aquello fuera algún juego y ese fuera su turno para mover.

Atrapada en su mirada, sintió que el calor se agitaba, que se elevaba entre ellos; desesperada, buscó algún modo de distraerlo.

– ¿Y qué pasa con tu esposa? Se supone que deberías estar preparando el anuncio de tu boda mientras hablamos.

– Estoy negociando. Mientras tanto… -Dio un paso adelante; instintivamente, Minerva dio un paso atrás. -Voy a besarte de nuevo.

Aquello era lo que Minerva temía. Royce dio otro paso, y ella retrocedió de nuevo.

– De hecho -murmuró, acortando la distancia entre ellos, -voy a besarte más de una vez, y quizá más de dos. Y no solo ahora, sino más tarde… Cada vez que quiera hacerlo.

Otro paso adelante de él, otro paso atrás de ella.

– Tengo intención de hacer que besarte sea una costumbre.

Minerva dio otro paso atrás rápidamente mientras él continuaba avanzando. Su mirada bajó hasta sus labios, y después revoloteó hasta sus ojos.

– Voy a pasar bastante tiempo saboreando tus labios, tu boca. Y después…

La espalda de Minerva golpeó la pared. Sorprendida, elevó las manos para mantenerlo apartado de ella.

Suavemente, Royce las cogió, una con cada una de las suyas, y dio un último paso. Sujetando las manos de la chica en la pared, a cada lado de su cabeza, bajó la suya y la miró a los ojos. Mantuvo su mirada implacablemente, desde apenas unos centímetros de distancia.

– Después de eso -Su voz se había hecho más grave, casi como un ronroneo que acariciaba sus sentidos, -voy a pasar incluso más tiempo saboreando el resto de tu cuerpo. Todo tu cuerpo. Cada centímetro de piel, cada hueco, cada curva. Voy a conocerte infinitamente mejor de lo que tú misma te conoces.

Minerva no podía hablar, no podía respirar… No podía pensar.

– Voy a conocerte íntimamente -Royce saboreó la palabra. -Tengo la intención de explorarte hasta que no quede nada más que descubrir… Hasta que sepa lo que te hace jadear, lo que te hace gemir, lo que te hace gritar. Y entonces te lo haré todo a la vez. Frecuentemente.

Tenía la espalda aplastada contra la pared; Royce no estaba apoyándose en ella (aún), pero con los brazos levantados, su chaqueta se había abierto; apenas había un centímetro separando su torso de sus pechos… Y ella podía sentir su calor. Por todo su cuerpo, podía sentir su cercanía, y su insinuada dureza.

Todo lo que su ansioso ser necesitaba para sentirse aliviado.

Pero… Tragó saliva, se obligó a sostener su mirada y elevó la barbilla.

– ¿Por qué estás contándome todo esto?

Sus labios se curvaron. Su mirada bajó hasta sus labios.

– Porque creo que es justo que lo sepas.

Minerva forzó una carcajada. Una sin aliento.

– Los Varisey nunca juegan limpio… ni siquiera estoy segura de que estés "jugando".

Sus labios se curvaron.

– Cierto -Su mirada volvió hasta sus ojos.

Minerva mantuvo su mirada.

– ¿Entonces por qué me lo cuentas?

Levantó una ceja maliciosamente.

– Porque tengo intención de seducirte, y creo que esto ayuda. ¿No está funcionando?

– No.

Sonrió entonces, lentamente, con sus ojos fijos en los de ella. Movió una mano, la giró, y cuando ella siguió su mirada de soslayo, vio que tenía las puntas de sus largos dedos sobre las venas de su muñeca.

– Tu pulso dice otra cosa.

Su absoluta e imperturbable arrogancia envió chispas a su temperamento. Volvió a mirarlo a la cara, y entornó los ojos.

– Eres el más engreído, diabólico, despiadado…

Royce la interrumpió, rodeando sus labios con los suyos, saboreando su furia… Convirtiéndola con implacable y diabólica eficiencia en algo incluso más ardiente.

Algo que fundía sus huesos, con lo que Minerva luchaba, pero sin poder contenerlo; el calor líquido explotó y fluyó en su interior, consumiendo sus intenciones, sus inhibiciones, y todas sus reservas.