Después de un par de intercambios, los niños sintieron claramente que el hielo se había roto y que se había establecido la suficiente confianza como para preguntarle.

– Hemos oído contar -dijo el muchacho que pensaba que era el mayor -que estuvo trabajando en Londres para el gobierno… ¡que era un espía!

Eso lo sorprendió; pensaba que su padre se había asegurado de que su ocupación permaneciera siendo un oscuro secreto.

– ¡No seas tonto! -La chica mayor se sonrojó cuando Royce y los demás la miraron, pero continuó: -Mamá dice que fue el espía jefe (el que manda más), y que fue el responsable de derribar a Boney.

– Bueno… no lo hice yo solo. Los hombres que organicé hicieron cosas muy peligrosas, y sí, contribuyeron a la caída de Napoleón, pero fue necesario el trabajo de Wellington, del ejército entero, y de Blucher y los demás.

Naturalmente, lo tomaron como una invitación para abrumarlo con más preguntas sobre las misiones de sus hombres; apropiándose libremente de hazañas que de otro modo estarían clasificadas, fue fácil mantener a la expectante horda satisfecha, aunque no estuvieron dispuestos a creer que en realidad no hubiera visto cómo se llevaban a Napoleón con grilletes.

Después de entregar las conservas que había traído, y de que le presentaran al último miembro de la familia, con el bebé en sus brazos, mientras éste jugaba con su pelo, Minerva se acercó a la ventana para ver mejor los ojos del niño, miró el exterior… y a punto estuvo de devolver el bebé a su abuela para poder salir corriendo a rescatar a sus hermanos.

O a Royce, lo que fuera… pero después de mirar un instante, fijándose en el lugar en el que estaban los caballos negros, el carruaje y el duque más poderoso de Inglaterra, que parecía estar contándoles alguna historia… Se relajó y, sonriendo, se giró hacia el bebé y lo arrulló.

La abuela del niño se acercó a la ventana; ella, también, se fijó en la escena en el exterior. Levantó las cejas. Después de un momento, dijo:

– Viendo eso, si no estuviera viendo con mis ojos el parecido con el difunto señor, pensaría que algún cuco se había metido en el nido ducal.

La sonrisa de Minerva se hizo más amplia; la idea de Royce como un bastardo…

– Definitivamente es un Varisey, de nacimiento y cuna.

La vieja mujer asintió.

– Sí, tendremos que vigilar a nuestras hijas, sin duda. Aun así… -Se giró y volvió a su trabajo. -Si el de ahí fuera hubiera sido su padre, habría gruñido a los niños y los hubiera espantado… Solo porque podía hacerlo.

Minerva estaba de acuerdo, aunque el viejo Henry nunca habría pensado siquiera en salir con ella durante sus rondas.

Sin embargo, no iba a tentar al destino; devolvió el bebé a su abuela, cogió su cesta, y estaba despidiéndose cuando una enorme presencia oscureció la entrada. Royce tuvo que agacharse para entrar.

Las tres mujeres inmediatamente hicieron una reverencia; Minerva hizo las presentaciones antes de que él pudiera pedirle bruscamente que se marcharan.

Royce saludó a las mujeres, y después la miró, fijándose en la cesta vacía que tenía en la mano. Pero una vez más, antes de que pudiera decir nada, la matriarca, que había aprovechado el momento para evaluarlo, se acercó para mostrarle a su nieto.

Minerva contuvo el aliento, sintió que él se tensaba y que estaba a punto de retroceder (de apartarse del bebé), pero después se recompuso y se mantuvo en su lugar. Asintió formalmente ante las palabras de la matriarca, y después, cuando estaba a punto de girarse para marcharse, dudó.

Extendió la mano y rozó con uno de sus largos dedos la suave mejilla del bebé. El niño balbuceó y agitó sus pequeños puños. El rostro de la madre se deshizo en sonrisas.

Minerva le hizo una señal con su cesta.

– Deberíamos irnos.

Royce asintió, e inclinó la cabeza hacia las mujeres.

– Señoras -Se giró y salió de la casita.

Después de intercambiar miradas impresionadas con las mujeres de la granja, Minerva lo siguió. Cruzó el patio hasta el carruaje y vio y escuchó lo suficiente para saber que los niños habían perdido todo el miedo al duque; sus ojos ahora brillaban con una especie de adoración hacia su héroe más personal que la simple devoción.

Su padre no había tenido una relación real, no había tenido ninguna interacción personal, con sus aldeanos; los había administrado a distancia, a través de Falwell y Kelso, y había hablado con ellos directamente únicamente cuando era absolutamente necesario. Por tanto, solo había llegado a hablar con los hombres adultos.

Royce -o eso parecía-sería distinto. Ciertamente, carecía de la insistencia de su padre sobre que se preservara una distancia adecuada entre su ser ducal y las masas.

Una vez más, Royce cogió la cesta, la guardó, y después la ayudó a subir. El mayor de los chicos le entregó las riendas, y luego se acomodó junto a Minerva. Ella contuvo su lengua y dejó que él hiciera retroceder a los niños. Con los ojos muy abiertos, lo obedecieron, y observaron cómo giraba con cuidado a la pareja de corceles, y después se despidieron con gestos y gritos mientras guiaba el carruaje por el camino.

Cuando las casitas quedaron atrás, la paz, la serenidad (y la soledad) de las colinas se cerró alrededor de ellos. Recordó su objetivo, pensó rápidamente, y después dijo:

– Ya que estamos aquí, hay un pozo cerca de Shillmoor que está dando problemas -Lo miró mientras giraba la cabeza para mirarla. -Podríamos echarle un vistazo.

Royce mantuvo su mirada un momento, y después tuvo que mirar de nuevo a sus caballos. La única respuesta que le dio fue un gruñido, pero cuando llegaron al final del sendero, giró los caballos hacia el oeste, en dirección a Shillmoor.

En lugar de al mirador más solitario y cercano.

Se echó hacia atrás y escondió una sonrisa. Mientras evitara estar a solas con él, estaría a salvo, y Royce no podría ser capaz de avanzar en su causa.


A primera hora de la tarde Royce entró en su vestidor y comenzó a quitarse la ropa mientras Trevor vertía el último de una sucesión de cubos de agua caliente en el baño más allá.

Estaba especialmente contento. Su ama de llaves había llenado con éxito su día entero; habían dejado el pequeño caserío cerca de Shillmoor apenas con tiempo suficiente para volver al castillo y tomar un baño antes de la cena.

Y después de supervisar las últimas fases de la reconstrucción de las agrietadas paredes del pozo y su vencido techo, y después de tomar parte activamente en el montaje y el correcto funcionamiento del mecanismo para sacar agua de las profundidades del pozo, necesitaba un baño.

Los aldeanos se habían tomado el día libre del trabajo en sus campos y se habían reunido para reparar el viejo pozo, una necesidad antes del invierno; cuando él y Minerva habían llegado, ya llevaban las reparaciones de los muros bien avanzadas. Sus ideas para apuntalar el techo, sin embargo, eran una receta para el desastre; se había abierto paso y había usado su incuestionable autoridad para rediseñar y dirigir la construcción de una estructura que tenía algunas esperanzas de soportar el peso de la nieve que comúnmente experimentaban en aquellos lares.

Lejos de sentirse molestos por su interferencia, los hombres, y las mujeres, también, se habían sentido aliviados y sinceramente agradecidos. Habían almorzado todos juntos (sidra, gruesas cuñas de queso y pan de centeno recién horneado que él y Minerva habían aceptado gentilmente), y había sido mucho más increíble cuando, después de observar cómo los hombres se rascaban las cabezas y murmuraban sobre el mecanismo que habían desmontado, Royce se quitó la chaqueta, se subió las mangas, y se puso a trabajar con ellos, ordenando las distintas partes y ayudándolos a montarlas de nuevo, a alinearlas, y a colocar el mecanismo (él era más alto y fuerte que todos los demás que había allí), y al final consiguieron un pozo rejuvenecido y totalmente funcional.

Se produjeron ovaciones y aplausos a su alrededor cuando una de las mujeres sacó el primer cubo lleno.

El duque y Minerva se marcharon con una cacofonía de gracias resonando en sus oídos, pero no había escapado a su atención lo sorprendidos e intrigados que habían estado los aldeanos por él. Evidentemente, su modo de tratar con ellos era bastante distinto de lo que había sido el de su padre.

Minerva le había dicho que no tenía que ser como su padre; parecía que estaba demostrando que ella estaba en lo correcto. Debería sentirse satisfecha… y lo estaba. Sus excursiones le habían asegurado la victoria del día… Ella había triunfado en aquella batalla en la que ambos estaban luchando.

Para él, el resultado era una conclusión predecible; no tenía ninguna duda de que ella terminaría en su cama. Permanecía siendo un misterio por qué se estaba resistiendo tan enérgicamente… Un misterio, y un desafío.

Se quitó las botas, se levantó y se quitó los pantalones y las medias. Desnudo, entró en el baño, y se quedó mirando el vapor que emergía de la superficie del agua.

Su ama de llaves era la primera mujer por la que había tenido que luchar. A pesar de las molestias, de las frecuentes irritaciones, del constante fastidio del rechazo sexual, no podía negar que encontraba el desafío (la cacería) intrigante.

Miró abajo. Era igualmente imposible negar que su desafío, y ella misma, le resultaban excitantes.

Entró en la bañera, se sumergió, se echó hacia atrás y cerró los ojos. Quizá el día había sido de ella, pero la noche sería suya.

Caminó hasta el salón sintiéndose como un lobo anticipándose a su próxima comida. Localizó a su ama de llaves, de pie ante la chimenea con su vestido negro de escote modesto, y corrigió el pensamiento: un hambriento lobo babeando por la expectación.

Se dirigió a ella. Cuando estaba a menos de dos pasos de distancia, se dio cuenta de que se estaba tramando algo; sus hermanas, sus primos y el resto de invitados que aún quedaban en el castillo estaban ruidosos y nerviosos, y la agitación de sus conversaciones era un zumbido a su alrededor.

Habían comenzado a formarse una sospecha antes de llegar junto a Minerva. Margaret estaba a su lado; su hermana mayor se giró mientras él se acercaba, con el rostro iluminado de un modo que había olvidado que podía presentar.

– Royce… Minerva nos ha hecho la sugerencia más maravillosa.

Incluso mientras Margaret parloteaba, supo que no iba a compartir su impresión.

– Las obras… las obras de Shakespeare. Los que hemos decidido quedarnos somos más que suficientes para realizar una representación cada noche… para entretenernos hasta la feria. Aurelia y yo creemos que, ya que ha pasado una semana desde el funeral, y dado que esto será una fiesta privada, nadie pondrá objeciones en los terrenos de la propiedad -Margaret lo miró, con sus oscuros ojos llenos de vida. -¿Qué te parece?

La idea de su ama de llaves había sido tremendamente inteligente. La miró; ella le devolvió la mirada, sin un ápice de regodeo en su expresión.

Sobre todo Margaret y Aurelia, aunque Susannah también, eran adictas a las representaciones teatrales de aficionados; mientras vivieron en el sur de Eton, y después en Oxford, habían tenido que soportar muchos largos inviernos atrapadas en el castillo… de ahí su pasión. Lo había olvidado, pero su ama de llaves no.

Su respeto por ella como oponente creció.

Miró a Margaret de nuevo.

– No veo ninguna objeción.

No veía ninguna alternativa; si objetaba y vetaba las obras, sus hermanas se enfurruñarían y lo acosarían hasta que cambiara de idea. Con expresión afable, arqueó una ceja.

– ¿Con qué obra vais a comenzar?

Margaret se iluminó.

– Romeo y Julieta. Aún tenemos todos los guiones abreviados y los disfraces de cuando solíamos hacer esto hace tanto tiempo -Posó una mano sobre el brazo de Royce, agradecida, y después lo liberó. -Voy a decírselo a Susannah… ella será Julieta.

Royce la observó mientras se alejaba; por las preguntas que le hacían, y las expresiones que provocaban sus respuestas, todo el mundo estaba dispuesto y ansioso por deleitarse con aquel entretenimiento.

Minerva había permanecido, como su leal ama de llaves, a su lado.

– Supongo -dijo -que vamos a ser obsequiados con Romeo y Julieta esta noche.

– Eso es lo que han planeado.

– ¿Dónde?

– En la sala de música. Es donde siempre tienen lugar las obras. El escenario, e incluso el telón, están aún allí.

– Y -La cuestión más importante, -¿cuándo les hiciste esta brillante sugerencia?

Minerva dudó un momento, notando el subyacente disgusto de su voz.

– Esta mañana, en el desayuno. Estaban quejándose de lo aburridos que estaban.

Royce dejó que pasara un minuto, y después murmuró.

– Si puedo hacerte una sugerencia, la próxima ver que consideres lo aburridos que pueden estar, deberías primero considerar lo aburrido que yo puedo estar.