Se giró y la miró a los ojos, solo para verla sonreír.

– Hoy no te has aburrido.

No tenía sentido mentir.

– Quizá no, pero voy a estar tremendamente aburrido esta noche.

Su sonrisa se amplió mientras miraba hacia la puerta.

– No puedes tenerlo todo.

Retford los llamó para la cena. Con irresistible deliberación, Royce la tomó del brazo. Notó el súbito salto de su pulso. Bajó la cabeza para murmurar mientras la guiaba hacia la puerta.

– Pero tengo intención de tenerlo todo de ti. Todo, y más.

De nuevo la situó a su lado en la cena, y se vengó como pudo, pasando la mano por su cintura mientras la conducía hasta su silla, y acariciando su mano con los dedos mientras la dejaba.

Minerva capeó esos momentos con toda la fortaleza que pudo reunir; los nervios crispados y los sentidos agitados eran un precio que estaba dispuesta a pagar si así evitaba su cama ducal.

Era frustrante, pero nadie (ni siquiera Margaret) parecía pensar que el hecho de que Royce monopolizara su compañía fuera extraño. Además, debido a que estaba reclinado hacia atrás en su enorme silla, haciendo que ella tuviera que girarse para mirarlo, su conversación permanecía en privado; los demás, presumiblemente, pensaban que estaban discutiendo asuntos del ducado. En lugar de eso…

– Supongo que Romeo y Julieta no ha sido tu elección -Se echó hacia atrás, girando su copa de vino entre los dedos.

– No. Es la favorita de Susannah… estaba deseando interpretar a la protagonista -Intentó mantener su atención en su plato.

Transcurrió un minuto.

– ¿Cuántas obras de Shakespeare tienen amantes como protagonistas?

Demasiadas. Extendió la mano para coger su copa de vino… Lentamente, para asegurarse de que Royce no iba a decir nada que la hiciera sacudirla; como se mantuvo en silencio, la cogió agradecida, y tomó un gran sorbo.

– ¿Tienes intención de tomar parte… de asumir alguno de los papeles en el escenario?

– Eso dependerá de cuántas obras representemos -Dejó su copa, e hizo una nota mental para comprobar qué obras eran seguras para presentarse voluntaria.

Entonces, intentó atraer su atención a las conversaciones más allá en la mesa; con la informalidad en incremento, estas se estaban haciendo más generales… y más escandalosas.

Efectivamente, más lascivas. Algunos de sus primos estaban haciendo sugerencias a Phillip (que interpretaba a Romeo) sobre cómo llevar a su Julieta al lecho amoroso.

Para su consternación, Royce se inclinó hacia delante, prestando atención a la jocosa conversación. Entonces murmuró, en voz tan baja que solo ella pudo oírlo:

– Yo podría hacerle algunas sugerencias.

La mente de Minerva inmediatamente conjuró todos los evocativos recuerdos de su último intento de meterla en su cama; cuando su intelecto saltó a un primer plano y dejó a un lado su mente, esta simplemente pasó al momento antes de eso, a sus labios sobre los de ella, al placer que sus largos dedos habían obrado mientras la sujetaba contra el muro en la lujuriosa oscuridad…

Necesitó hacer un esfuerzo para liberar su mente y concentrarse en sus palabras.

– Pero tú no lo conseguiste.

Se habría tragado esas palabras en el mismo momento en el que las pronunció; sonaron serenas y tranquilas… Nada parecido a cómo se sentía.

Lentamente, el duque giró la cabeza y la miró a los ojos. Sonrió… esa curva de sus labios que portaba una promesa de reacción letal más que cualquier afirmación consoladora.

– No. Todavía.

Dejó caer sus tranquilas palabras como piedras en el aire entre ellos; ella sintió cómo se acumulaba la tensión, y se estremeció. Sintió que algo en su interior temblaba… no con aprensión, sino con una maldita anticipación. Se obligó a arquear una ceja, y después deliberadamente dirigió su atención de nuevo a la mesa.

Tan pronto como tomaron los postres, Margaret envió a Susannah, a Phillip y al resto del reparto a la sala de música, para que se prepararan. Todos los demás permanecieron en la mesa, terminando su vino, charlando… hasta que Margaret declaró que los actores habían tenido tiempo suficiente, y todo el grupo se dirigió a la sala de música.

La sala de música estaba en el ala oeste, en el lugar donde se unía con el ala norte. Parte de ambas alas, la habitación tenía una forma extraña, y tenía dos puertas, una que se abría al ala norte y otra que daba a los pasillos del ala oeste, y solo una ventana… una ventana amplia ubicada entre los dos muros exteriores. El poco profundo estrado que formaba el escenario llenaba el suelo frente a la ventana, un trapezoide que se extendía en la habitación. El escenario en sí mismo era el rectángulo justo frente a la ventana, mientras las zonas triangulares a cada lado habían sido pandeadas, bloqueándolas para la audiencia sentada en la zona principal de la habitación, creando alas en las que los actores podían ponerse la ropa que componía sus disfraces, y donde podía almacenarse los enseres del escenario.

Unas gruesas cortinas de terciopelo ocultaban el escenario. Frente a él, los lacayos habían colocado cuatro hileras de sillas en la habitación. El grupo las ocupó, charlando y riéndose, fijándose en las cortinas cerradas y en la penumbra creada por tener solo tres candelabros sobre pedestales iluminando la amplia habitación; un candelabro, totalmente encendido, proyectaba su luz sobre él, en ese momento, escondido escenario.

Minerva ni siquiera intentó apartarse de Royce mientras la guiaba hasta un asiento en la segunda hilera, a la derecha del pasillo central. Se sentó, agradecida por haber sobrevivido al viaje desde el comedor sin ninguna descomposición más que la sensación de su mano en su cintura, y la curiosa aura que proyectaba al merodear sobre ella y a su alrededor.

Tanto protectora como posesivamente.

Debería haber tomado alguna medida al respecto de esa costumbre envolvente, pero se sentía intrigada y tentada por la sugerente atención.

El resto del grupo tomó asiento rápidamente. Alguien echó un vistazo a través de las cortinas y después, lentamente, el pesado telón se abrió para dar paso a la primera escena.

La obra comenzó. En tales situaciones era una práctica aceptada que la audiencia hiciera comentarios, sugerencias, y que diera indicaciones a los actores (que podrían responder, o no hacerlo. Fuera cual fuese el verdadero tono de la historia, el resultado siempre era una comedia, algo que los guiones abreviados estaban diseñados para potenciar; se esperaba que los actores sobreactuaran sus partes.)

Aunque la mayoría de los asistentes hacían sus comentarios lo suficientemente alto para que todos lo oyeran, Royce hacía los suyos solo para Minerva. Sus observaciones, sobre todo sobre Mercutio, interpretado a conciencia por su primo Rohan, eran tan mordaces, tan agudas y tan graciosas, que pronto la tuvo riéndose sin remedio… algo que había observado con genuina y transparente aprobación, y que le parecía motivo de alarde.

Cuando Susannah apareció como Julieta, bailando un vals en la fiesta de su familia, ella le devolvió el favor, haciéndole sonreír, y finalmente provocándole una carcajada; Minerva había descubierto que se sentía satisfecha por eso, también.

La escena del balcón los había hecho intentar superarse el uno al otro, justo cuando Susannah y Phillip competían por los histriónicos honores sobre el escenario.

Cuando la cortina finalmente se cerró, y la audiencia aplaudió un trabajo bien hecho, Royce descubrió que, de un modo totalmente inesperado, se había divertido.

Desgraciadamente, cuando miró alrededor mientras los lacayos se apresuraban para encender más velas, se dio cuenta de que todo el grupo se había divertido mucho… lo que no era un buen augurio para él. Querrían hacer una obra cada noche hasta la feria; le llevó un instante darse cuenta de que no tenía esperanzas de alterar eso.

Tendría que encontrar algún modo de esquivar aquel obstáculo para llegar hasta su ama de llaves.

Tanto Minerva como él se levantaron con los demás, charlando e intercambiando comentarios. Junto al resto de actores reapareció Susannah, bajando del escenario para unirse al grupo. Lentamente, se abrió camino hasta llegar a su lado.

Se giró mientras él se aproximaba, y levantó una oscura ceja.

– ¿Has disfrutado con mi actuación?

Royce levantó una ceja.

– ¿Era una actuación?

Susannah abrió los ojos de par en par.

Minerva se había alejado de Royce. Estaba elogiando a Rohan por su representación de Mercutio; se hallaba a solo unos pasos de distancia de Susannah cuando Royce se aproximó.

Lo suficientemente cerca para oír y ver cómo elogiaba a su hermana, y después, en voz más baja, decía:

– Me parece que Phillip ha sido el último que ha atraído tu atención. No hubiera pensado que fuera tu tipo.

Susannah sonrió y acarició la mejilla de su hermano.

– Es evidente, hermano mío, que ni sabes cuál es mi tipo, ni conoces a Phillip -Cruzó hasta donde Phillip estaba riéndose con otras personas. -Efectivamente -Susannah continuó, -ambos encajamos a la perfección -Miró a Royce y sonrió. -Bueno, al menos por el momento.

Minerva frunció el ceño interiormente; no había sospechado ninguna relación entre Phillip y Susannah… Efectivamente, había pensado que el interés de Susannah estaba en otra parte.

Con una sonrisa cada vez más amplia, Susannah se despidió con la mano de Royce, y se alejó.

Royce la observó mientras se marchaba, y se encogió de hombros; después de sus años de exilio social, ella tenía razón… no conocía sus gustos adultos tan bien.

Estaba a punto de mirar a su alrededor buscando a su ama de llaves cuando Margaret elevó la voz, dirigiendo a todo el mundo de vuelta al salón. Royce hubiera preferido cualquier otra ubicación, pero al ver que Minerva se adelantaba del brazo de Rohan, se colocó en la parte de atrás de la multitud.

La reunión en el salón fue tan tranquila como de costumbre; en lugar de recordar a su ama de llaves sus intenciones, charló con sus primos, y mantuvo un ojo en ella, que estaba al otro lado de la habitación.

Desdichadamente, ella no estaba tranquila. Se unió al grupo de las mujeres, incluida Susannah, que tenían habitaciones en el ala este; se marchó con ellas, dirigiéndolas con destreza por las amplias escaleras principales… Royce no se molestó en seguirlas. No tuvo oportunidad de posar sus manos sobre ella, y de dirigirla a su habitación, antes de que ella alcanzara la suya.

Se retiró poco después, considerando sus opciones, mientras subía las escaleras principales. Se uniría con Minerva en su cama. Ella armaría un alboroto, e intentaría ordenarle que se fuera, intentaría ahuyentarlo, pero una vez que la tuviera entre sus brazos, cualquier rechazo habría terminado.

Había un cierto atractivo en un acercamiento directo de ese tipo. Sin embargo… caminó directamente hasta su apartamento, abrió la puerta, entró y la cerró firmemente a su espalda.

Entró en su dormitorio, y miró su cama.

Y aceptó que, aquella vez, ella había triunfado.

Ella había ganado la batalla, pero no ganaría la guerra.

Entró en su vestidor, se quitó la chaqueta y la dejó a un lado. Mientras se desnudaba lentamente, volvió a la razón por la que no había acudido a su habitación.

En Londres siempre había acudido a las camas de sus amantes. El nunca había llevado a ninguna dama a la suya. A Minerva, sin embargo, la quería en su cama, y en ninguna otra.

Desnudo, volvió a la habitación y miró de nuevo la cama. Sí, aquella cama. Levantó las lujosas mantas y, tras deslizarse entre las sábanas de seda y recostarse sobre los gruesos almohadones, miró el dosel del techo.

Allí era donde la quería, yaciendo bajo él, hundida en el colchón.

Aquella era su visión, su objetivo, su sueño.

A pesar de la lujuria, del deseo y de toda aquella debilidad de la carne, no iba a conformarse con nada menos.

CAPÍTULO 11

Al día siguiente, a la hora del almuerzo, Royce estaba acalorado, enrojecido, sudoroso… inclinado contra una barandilla con un grupo de hombres, todos trabajadores del ducado, en un campo de una de sus granjas arrendadas, compartiendo una cerveza, pan y trozos de un curado queso local.

Los hombres a su alrededor casi habían olvidado que él era su duque; él casi lo había olvidado, también. Sin la chaqueta ni el pañuelo, y con las mangas subidas, su cabello negro y todo lo demás cubierto por la inevitable suciedad de cortar y empacar el heno, de no ser por la calidad de sus ropas y facciones, podría haber pasado por un granjero que se hubiera detenido a ayudar.

En lugar de eso, era el propietario ducal, atraído hasta allí por su ama de llaves.

Se había preguntado qué habría planeado Minerva aquel día… qué camino habría elegido para evitarlo. La había extrañado en el desayuno pero, mientras caminaba ante la ventana del estudio, dictando a Handley, la había visto cabalgando por los campos.