Estaba despidiéndose de la señora Cribthorn cuando Susannah se aproximó a ella.

– ¡Aquí estás! -Susannah señaló el lugar donde los invitados del castillo estaban amontonándose en varios carruajes. -Vamos a volver ya… ¿tú quieres venir, o tienes que esperar a Royce?

Royce la había llevado hasta allí en su propio carruaje.

– Yo… -No puedo marcharme aún. Minerva se tragó las palabras. Como reconocida representante del castillo, de la mansión más amplia y socialmente dominante de la zona, no podía marcharse sin charlar con sus vecinos; sus conciudadanos lo verían como un desaire. Ni ella ni Royce podían marcharse aún, y eso era un hecho que Susannah debería haber sabido. -No. Esperaré.

Susannah se encogió de hombros, y se colocó el chal.

– Tu labor es encomiable… Espero que Royce la aprecie, y que no te aburras demasiado -Con una mueca de conmiseración, se dirigió a los carruajes.

Su último comentario había sido totalmente sincero; las hijas del difunto duque habían adoptado el punto de vista de su padre. El viejo Henry rara vez había acudido a la iglesia; prefería que fuera su mujer, y después solo Minerva, quien portara la bandera del castillo.

Los comentarios de Susannah le confirmaron que, a pesar de lo que había ocurrido en la representación de la noche anterior, la lujuria que había ardido en los ojos de Royce, que había resonado bajo el suave tono de su voz, el ahogo que la había asaltado, la consciencia de la que estaba investida todas sus acciones, habían pasado totalmente desapercibidas… Ni un solo invitado se había dado cuenta de que su interés en ella era una costumbre más allá de los asuntos ducales.

La verdad era que todos los invitados estaban distraídos en sus cosas.

Eso, sin embargo, no explicaba la dominante ceguera. La verdad era que, a pesar de su persecución, Royce se había asegurado de que, siempre que no estuvieran solos, su interacción proyectara la imagen de un duque y su leal ama de llaves, y absolutamente nada más. Todos los invitados, e incluso más sus hermanas, ahora tenían esa imagen firmemente fijada en sus mentes, e ignoraban alegremente cualquier cosa que apuntara a lo contrario.

Miró a la congregación y localizó su oscura cabeza. Estaba en un grupo de granjeros, de los que la mayoría no eran sus inquilinos; como estaba convirtiéndose en una costumbre, estaban hablando, y él escuchando. Con aprobación Minerva inspeccionó la reunión, y después se dirigió a un grupo de esposas de granjeros para escuchar ella también.

Dejaría que él la encontrara cuando estuviera preparado para marcharse. Al final lo hizo, y le permitió que le presentara a la esposa del oficial de policía local, y a otras dos damas. Después de intercambiar las palabras adecuadas, se despidieron y Royce caminó a su lado por el camino hasta donde Henry los esperaba con el carruaje y los dos impresionantes corceles negros.

Minerva lo miró con curiosidad.

– Pareces estar… -Agitó la cabeza. -Inesperadamente cordial, socializando, y dejando que la gente del ducado te conozca.

Royce se encogió de hombros.

– Tengo intención de vivir aquí el resto de mi vida. Esta es la gente a la que voy a ver todos los días, con la que voy a trabajar. Ellos quizá quieren saber más de mí, pero yo, definitivamente, necesito saber más de ellos.

Dejó que Royce la ayudara a subir al carruaje. Cuando se acomodó, consideró sus palabras. Su padre…

Rompió el pensamiento. Si había una cosa de la que ya se había dado cuenta era de que Royce no era como su padre en lo que se refería a su trato con la gente. Su carácter, su arrogancia, y bastantes cosas más, eran muy familiares, pero sus actitudes con los demás eran absolutamente distintas. En algunos aspectos (por ejemplo, los niños) eran diametralmente opuestos.

Estaban en la carretera más allá de la aldea cuando dijo:

– Kilworth me ha contado que no hay ninguna escuela en la zona, ni siquiera del nivel más elemental.

El pusilánime señor Kilworth, el diácono, nunca habría mencionado tal asunto, no sin que le preguntasen.

– Supongo que debería habérmelo imaginado -continuó, -pero nunca se me había ocurrido antes.

Minerva lo miró con una sensación cercana a la fascinación… Tranquila, porque su atención estaba concentrada en sus caballos mientras los dirigía hacia el puente.

– ¿Estás pensando en construir una escuela aquí?

Royce le echó un vistazo rápido.

– He oído hablar a otros… hay una idea cada vez más asentada de que tener trabajadores mejor educados beneficia a todo el mundo.

Y en los últimos días había visto un montón de niños en las granjas y campos.

– Estoy de acuerdo -Su padre había vociferado cuando ella se lo había sugerido.

– El colegio no debería ser solamente para las familias ducales… tendría que acoger a los niños de toda la zona, por lo que necesitaríamos reclutar un apoyo más amplio, pero… -Hizo que los caballos cruzaran el puente de piedra, -creo que es una empresa que merece la pena.

Mientras los caballos cabalgaban a través de las amplias puertas y las ruedas giraban con mayor suavidad en el camino, Royce la miró.

– Escribe cualquier idea que se te ocurra -Sus ojos se posaron en los de Minerva. -Cuando haya resuelto el asunto de mi esposa, comenzaré con eso.

Minerva, por una parte, se sentía extasiada, y por la otra, incómoda y extrañamente deprimida.

No tuvo tiempo para examinar sus contradictorios sentimientos; Royce y ella entraron en el castillo justo cuando sonó el gong del almuerzo, y durante la comida se propuso una expedición de pesca en el Coquet que instantáneamente contó con la aprobación de todos los hombres.

Y de todas las mujeres, aunque ninguna tenía intención de coger una caña. Pero el día era bueno, soleado y con una agradable brisa, y todo el mundo estuvo de acuerdo en que un paseo les haría bien.

Minerva se sintió tentada de rechazar la invitación, de usar sus deberes como una excusa para quedarse atrás e intentar desenmarañar sus emociones, pero Royce se detuvo junto a ella mientras el grupo se levantaba de la mesa.

El duque habló en voz baja, solo para que lo oyera ella.

– Vigila a las damas… asegúrate de que las más aventureras no intentan investigar el desfiladero.

Maldijo para sus adentros, y asintió. Era el tipo de tontería que algunas de las damas presentes podrían hacer, y el desfiladero era peligroso.

Las cañas de pescar y los aparejos estaban guardados en el varadero junto al lago; Royce guió a los hombres hasta allí para que eligieran sus equipos mientras las mujeres se apresuraban para reunir sombreros, chales y parasoles.

Desde el lago, con las cañas al hombro, los hombres siguieron el camino hacia el norte a lo largo del río. Sintiéndose como un perro ovejero, Minerva reunió a las mujeres y las guió por las alas norte y oeste y hacia el exterior siguiendo el sendero en dirección al molino.

Los hombres estaban un poco más adelante; las mujeres los llamaron. Los hombres miraron atrás, las saludaron, pero siguieron caminando.

Entre las damas, Margaret y Caroline Courtney guiaban el camino, con las cabezas juntas mientras compartían secretos. El resto de damas caminaban en grupos de dos o tres, charlando mientras paseaban bajo los cálidos rayos del sol.

Minerva se mantuvo en la parte de atrás, asegurándose de que nadie se quedara retrasado. Los hombres cruzaron el puente sobre la corriente; las damas los siguieron.

Después de dejar atrás el molino, los dos grupos llegaron al final de la corriente donde comenzaba el desfiladero, que continuaba en dirección norte. Minerva tuvo, efectivamente, que disuadir a tres damas de su intención de descender al desfiladero para investigar las lagunas que se formaban entre las rocas.

– Sé que no podéis saberlo desde aquí, pero las rocas son terriblemente resbaladizas, y el río traicioneramente profundo.

Señaló el lugar donde el río fluía con fuerza, manando a raudales sobre su lecho de rocas.

– Las últimas semanas ha llovido mucho en los Cheviots, y la corriente será sorprendentemente fuerte. El mayor peligro si os caéis es que seréis golpeadas hasta morir contra las rocas.

Según su experiencia, siempre era mejor ser explícita; las damas soltaron un "oh", y continuaron caminando.

Los hombres seguían por delante; las mujeres se entretuvieron, señalando esto, examinando aquello, pero sin desviarse de la dirección correcta. Minerva se quedó atrás, caminando incluso más lentamente, en su papel de pastora. Finalmente, tuvo un momento para pensar.

Sus pensamientos no eran claros.

Le había sorprendido que Royce quisiera establecer una escuela en la aldea; lo aplaudía por eso. Además, se sentía extrañamente orgullosa de él, de que un Varisey, en tantos sentidos, hubiera tenido esa idea él solo. Se sentía satisfecha por haberlo animado a apartarse del ejemplo de su padre y a seguir su propio camino, sus propias indicaciones; estaban resultando ser muy adecuadas.

Pero no podría estar allí para ver los resultados… y eso la irritaba. La decepción, el rechazo, la agobiaban, como si la recompensa por la que había trabajado y que se merecía se le estuviera negando por un capricho del destino. Además, esa recompensa sería para otra, que no la apreciaría dado que no conocía a Royce.

Su esposa aún era un misterio, y por tanto, algo nebuloso; no podía ponerle un rostro a la mujer, de modo que no podía dirigir su rabia contra ella.

No podía culparla.

Se detuvo ante ese pensamiento.

Sorprendida por la triste emoción a la que acababa de poner un nombre.

Eres absurda, se reprendió a sí misma; siempre había sabido que su esposa llegaría algún día… y que entonces, pronto, ella tendría que marcharse.

Marcharse del lugar que siempre había sido su hogar.

Apretó los labios y apartó ese pensamiento. Las demás estaban muy por delante; habían llegado al final del desfiladero y habían continuado caminando, siguiendo el camino del río hasta prados más abiertos. Levantó la cabeza, tomó aire profundamente y apresuró su paso para alcanzarlas.

No se permitió ningún pensamiento más.

Al norte del desfiladero el río se ensanchaba, en su bajada desde las colinas a través de las fértiles praderas. Era profundo en el centro, y en esa zona corría rápidamente, pero las orillas fluían más tranquilamente.

Había un punto concreto en el que el río rodeaba una curva, y después se extendía en un amplio estanque que era especialmente bueno para la pesca. Los hombres habían descendido la inclinada orilla; dispersándose en una hilera a lo largo del borde del estanque, echaron los cebos en la corriente, y hablaron solo en murmullos mientras esperaban que picaran.

Royce y sus primos (Gordon, Rohan, Phillip, Arthur, Gregory, y Henry) estaban hombro con hombro. Todos altos, de cabello oscuro y atractivos, eran una visión arrebatadora, y reducían al resto de invitados masculinos a un simple contraste.

Las damas se reunieron cerca de ellos. Sabían que tenían que atenuar sus voces; en un distendido grupo, disfrutaron del sol y de la ligera brisa, charlando tranquilamente.

Minerva se unió a ellas. Susannah le preguntó de nuevo si había descubierto a quién había elegido Royce como esposa; Minerva agitó la cabeza, y después se separó un poco del grupo; su ojo había captado un destello de color río arriba.

Desde donde estaban, la tierra se alzaba suavemente; pudo ver otro grupo disfrutando de un agradable día en las orillas corriente arriba.

Una de las familias de granjeros arrendados, junto a las familias de sus trabajadores también; entrecerrando los ojos, vio una bandada de niños jugando junto a la orilla del agua, riéndose y gritando, o eso parecía, mientras jugaban al corre que te pillo. La brisa soplaba en dirección norte, así que no llegaba hasta ella ningún sonido, aunque se preguntó cuántos peces pescarían los hombres con tal cacofonía doscientas yardas río arriba.

Estaba a punto de apartar la mirada cuando una niña que estaba junto a la orilla del río de repente agitó los brazos… y cayó hacia atrás en la corriente. La orilla se había derrumbado bajo sus pies; cayó con un chapuzón. Conteniendo el aliento, Minerva observó, esperando ver algo.

El sombrerito blanco de la niña flotó hasta la superficie, en el centro del río. La corriente había atrapado su vestido; incluso mientras los adultos se apresuraban hasta la orilla, fue arrastrada río abajo, hasta el siguiente codo.

Minerva miró a los hombres.

– ¡Royce!

El duque la miró, instantáneamente alerta.

El ama de llaves señaló río arriba.

– Hay una niña en el agua -Miró de nuevo, y localizó el sombrerito blanco. -Dos codos más arriba. Está en el centro, y la corriente la está arrastrando río abajo muy rápido.