Antes de que la última palabra hubiera abandonado sus labios, Royce estaba dando órdenes. Abandonaron las cañas; sus primos y los demás se reunieron a su alrededor, y después el grupo entero se giró y corrió río abajo.
Royce se detuvo solamente para gritar a Minerva:
– Grita cuando llegue a esa curva -Señaló la última curva antes del estanque, y después corrió tras los demás.
Desde el lugar en el que estaban, las damas lo observaron con horrorizada fascinación. Minerva bajó hasta la orilla tanto como pudo sin perder de vista a la niña. Susannah y dos amigas se unieron a ella, mirando a los hombres.
– ¿Qué están haciendo? -preguntó Susannah.
Minerva echó una rápida mirada río abajo, vio a dónde se dirigían los hombres… Royce justo más allá del estanque, los demás aún corriendo, saltando rocas y escurriéndose sobre zonas húmedas en su camino aún más abajo. Después miró de nuevo a la chica.
– Royce va a colocarse en él saliente más cercano… la atrapará. Pero seguramente perderá el equilibrio al hacerlo (la corriente va con mucha fuerza), y los arrastrará a los dos. Los demás formarán una cadena humana más abajo. Estará lista para atrapar a Royce y a la niña.
Susannah conocía el río; palideció.
Una de sus amigas frunció el ceño.
– ¿Por qué van a intentar cogerlo? Es muy fuerte, seguramente será capaz de…
– Es el desfiladero -Susannah la interrumpió bruscamente. -Oh, Dios. Si no consiguen cogerlo…
Se agarró las faldas del vestido, abandonó la orilla, y comenzó a correr río abajo.
– ¿Qué pasa? -gritó Margaret.
Susannah se giró y gritó algo en respuesta. Minerva dejó de escuchar. La niña, aún forcejeando débilmente, llegó a la curva.
Se giró y miró río abajo.
– ¡Royce! ¡Ya viene!
De pie en las aguas poco profundas alrededor del siguiente codo, solo visible desde donde ella estaba, levantó una mano en respuesta; ya no llevaba la chaqueta, y se metió más profundamente en el río.
Minerva se apresuró por la orilla, y después a lo largo del borde del agua, donde los hombres habían estado. La otra amiga de Susannah, Anne, contuvo su lengua y fue con ella. Minerva corrió, pero la corriente arrastraba a la niña aún más rápido; con sus largas trenzas flotando a cada lado de su pequeña y blanca cara, la pobre niña estaba casi exhausta.
– ¡Aguanta! -gritó Minerva, y rezó por que la niña pudiera oírla. -¡Te cogerán en un minuto!
Se resbaló y casi se cayó; Anne, junto a ella, la cogió y la sujetó, y después ambas siguieron corriendo.
La muñeca de trapo en la que la niña se había convertido recorrió la curva, y se perdió de su vista. Jadeando, Minerva corrió aún más rápido; Anne y ella rodearon el codo a tiempo de ver que Royce, hundido en el agua hasta el pecho aunque se mantenía en un saliente en el lecho del río, se inclinaba a la derecha, y después se impulsaba en esa dirección, al interior de la agitada y rápida corriente; ésta lo atrapó en el mismo momento en el que cogió a la niña y la subió sobre su pecho, y después sobre su hombro derecho, donde su cabeza estaba al menos parcialmente a salvo de las aguas cada vez más turbulentas.
Minerva aminoró el paso, y se llevó los dedos a los labios cuando vio lo que se extendía ante la pareja. El río comenzaba a estrecharse, adquiriendo forma de embudo a medida que se acercaba al desfiladero, con las agitadas aguas batiéndose.
Solo había un punto, otro saliente, donde la pareja, arrastrada río abajo, podría ser atrapada, una única oportunidad antes de que la presión del agua los barriera hasta el desfiladero y una muerte casi segura. En el saliente, los primos Varisey y Debrnigh de Royce estaban uniendo sus brazos, formando una cadena humada, anclada por Henry y Arthur, el más ligero, en la orilla. Ambos agarraban uno de los brazos de Gregory, Gregory tenía su otro brazo enlazado al de Rohan, que a su vez esperaba a que Gordon uniera su brazo al suyo, dejando a Phillip al final.
Minerva se detuvo, y se puso las manos en la boca.
– ¡Rápido! -gritó. -¡Están casi ahí!
Phillip la miró, y después empujó a Gordon hacia Rohan, que agarró uno de los brazos de Gordon, y se metió en la corriente.
El río giró alrededor del saliente, portando a Royce y a su carga a lo largo de la otra orilla de la corriente. Rohan gritó y todos los hombres se estiraron… Phillip gritó a Gordon que se agarrara de su chaqueta. Tan pronto como lo hizo, Phillip se lanzó más allá, estirándose tanto como pudo.
Justo cuando parecía que no iban a poder atrapar a la pareja, el brazo de Royce salió del agua… y agarró el de Phillip. Ambos se sujetaron con fuerza.
– ¡Tirad con fuerza! -gritó Phillip.
El peso que tenían que arrastrar (no solo el de Royce y la niña, sino ahora también el de Phillip, todos empapados) puso a prueba al resto de hombres. Henry y Arthur aseguraron sus pies; ambos tiraron hacia atrás, con una mueca en sus rostros mientras tiraban de sus parientes.
Entonces todo terminó. Royce y Phillip consiguieron poner los pies en el saliente.
Royce se levantó, jadeando, y después agitando la cabeza como un perro, sacó a la niña del agua. Sosteniéndola contra su pecho, caminó, lenta y cuidadosamente, sobre el rocoso lecho. Phillip se incorporó tambaleándose, después lo siguió por la orilla. Extendió la mano y apartó el cabello de la niña de su rostro, dio unas palmaditas a su mejilla… y ella tosió. Débilmente al principio, pero cuando Royce alcanzó la orilla y la colocó de costado, dio unas arcadas, tosió con fuerza, y comenzó a llorar.
Minerva cayó de rodillas junto a ella.
– No pasa nada. Tus padres vienen de camino… estarán aquí muy pronto -Miró a Royce, su pecho se elevaba y caía como un fuelle, y estaba empapado, pero estaba ileso, sin daños. Vivo.
Minerva miró al resto de damas, reunidas en un ansioso nudo en la orilla más arriba. Anne se había colocado junto a ella. Minerva señaló los chales que algunas de las damas llevaban.
– Chales… los de lana.
– Sí, por supuesto -Anne se acercó a ellas y extendió la mano, pidiéndoselos.
Dos damas entregaron sus chales rápidamente, pero Aurelia la desdeñó:
– El mío no.
Royce se había agachado, con las manos sobre sus rodillas. No se molestó en levantar la mirada.
– Aurelia.
Su voz cortaba como un látigo; Aurelia se estremeció. Palideció. Su rostro se descompuso, pero se quitó el chal y se lo tiró a Anne… que lo cogió, se giró y se apresuró en volver junto a Minerva.
El ama de llaves le había quitado el sombrerito a la niña y el delantal empapado, y había estado intentando calentar las pequeñas manos de la niña. Se detuvo para tomar uno de los chales… el de Aurelia, que era el más grande y cálido. Con la ayuda de Anne envolvió a la niña en él con fuerza, y después colocó los demás alrededor de sus manos y pies.
Entonces llegaron los familiares de la niña y el resto del grupo de granjeros; habían tenido que retroceder para cruzar el río por un puente de madera que había más arriba.
– Está bien -exclamó Minerva tan pronto como vio los rostros angustiados de los padres.
Ambos corrieron por la orilla, con los ojos clavados en su niña.
– ¡Mary! -La madre cayó de rodillas frente a Minerva. Colocó una mano cariñosamente en la mejilla de la chiquilla. -¿Cariño?
La niña parpadeó, e intentó mover las manos.
– ¿Mamá?
– Oh, gracias a Dios -La madre atrajo a la niña hasta su regazo. Miró a Minerva, y después a Royce. -Gracias… gracias, su Excelencia. No sé cómo podríamos recompensarle.
Su esposo posó una mano temblorosa sobre la oscura cabeza de su hija.
– Ni yo. Pensábamos que estaba… -Se detuvo, y parpadeó rápidamente. Agitó la cabeza y miró a Royce. Con la voz grave, dijo: -Jamás podré agradecérselo lo suficiente, su Excelencia.
Uno de sus primos había traído la chaqueta de Royce; la había estado usando para secar su rostro.
– Si queréis agradecérmelo, llevadla a casa y haced que entre en calor… después de sacarla de ahí, no quiero que coja un resfriado.
– Sí… sí, lo haremos -La madre se puso de pie con dificultad, con la niña en brazos. Su marido rápidamente cogió a la niña.
– Y puede estar seguro -dijo la madre -de que ninguno de ellos volverá a jugar jamás demasiado cerca de la orilla -Dirigió una severa mirada al grupo de niños, que miraban con los ojos como platos desde la orilla, con sus padres y el resto de adultos detrás.
– Deberías recordarles -dijo Royce -que si lo hacen, no es probable que estemos aquí, en el lugar adecuado, en el momento preciso, para sacarlos.
– Sí. Se lo diremos, puede estar seguro -El padre inclinó la cabeza tan bajo como pudo. -Con su permiso, Excelencia, vamos a llevarla a casa.
Royce se despidió de ellos mientras se alejaban.
La madre suspiró y agitó la cabeza. Intercambió una mirada con Minerva.
– Les hablas y les hablas, pero nunca te escuchan, ¿verdad? -Dicho esto, siguió a su esposo orilla arriba.
Royce los observó mientras se marchaban, vio cómo el resto de granjeros y sus esposas se reunían alrededor de ellos, ofreciéndoles consuelo y apoyo mientras rodeaban a la pareja y a su casi perdida hija.
Junto a él, Minerva se incorporó lentamente. Esperó mientras agradecía a Anne su ayuda, y después preguntó:
– ¿Quiénes eran?
– Los Honeyman. Tienen la granja de Green Side -Hizo una pausa, y después añadió: -Deben haberte visto en la iglesia, pero no creo que te los hubieran presentado antes.
No lo habían hecho. Asintió.
– Volvamos -Estaba empapado hasta los huesos, y no había forma humana de ponerse la chaqueta sobre sus empapadas ropas.
Anne se había reunido con los demás, pero ahora volvió. Rozó el brazo de Minerva.
– Susannah y algunas de las demás damas han vuelto con Phillip… el pobre estaba tiritando. He pensado en adelantarme y advertir al servicio -Aunque era una treintañera, Anne era delgada, esbelta y de pies ligeros.
– Gracias -Minerva apretó ligeramente los dedos de Anne. -Si puedes, dile a Retford que necesitaremos un baño caliente para su Excelencia, y otro para Phillip, y agua caliente para los demás, también.
– Lo haré -Anne miró a Royce, inclinó la cabeza y después se giró y se alejó por la pendiente.
Con Minerva a su lado, Royce comenzó a caminar lentamente.
Mirando a algunas de las damas, que estaban aún pululando por allí inconsecuentemente, con las manos apretadas contra el pecho, exclamando como si el incidente hubiera sobrepasado sus delicados nervios, murmuró:
– Al menos alguna gente mantiene la cabeza fría durante las crisis.
Se refería a Anne. Royce la miró, y sonrió.
– Así es.
Arthur y Henry, junto al resto de invitados que no habían llegado a mojarse, habían vuelto para recoger las cañas y los aparejos.
Mientras Royce y Minerva subían la pendiente, las damas restantes, aparentemente decidiendo que el alboroto había terminado definitivamente, se reagruparon y emprendieron la vuelta al castillo.
Con Minerva caminando a su lado, Royce estaba casi en la retaguardia del grupo, y deseó que pudieran caminar más rápido. Necesitaba seguir moviéndose, o comenzaría a tiritar como Phillip. Ya tenía la piel helada, y el frío estaba introduciéndose en sus huesos.
Margaret lo miró sobre* su hombro un par de veces; Royce asumió que era para asegurarse de que no se desmayaba.
No se sorprendió del todo cuando se separó del grupo y esperó hasta que Minerva y él llegaron hasta ella.
Pero fue a Minerva a quien habló.
– ¿Podemos hablar un momento?
– Sí. Por supuesto.
Minerva se detuvo.
Royce siguió adelante, pero aminoró el paso. No le gustaba la mirada que había visto en los ojos de Margaret, ni su expresión, y mucho menos su tono. Minerva no era una criada, ni siquiera para la familia. No era un familiar pobretón, ni nada por el estilo.
Era su ama de llaves, y mucho más, aunque Margaret no lo supiera aún.
– ¿Sí?
Minerva miró a Margaret, que hasta entonces había permanecido en silencio.
Margaret esperó hasta que Royce dio dos pasos más antes de decir, en un susurro:
– ¿Cómo te atreves? -Había furia y un terrorífico veneno en su voz. -¿Cómo te atreves a poner a todo el ducado en riesgo por el hijo de un granjero?
Royce se detuvo.
– Los Honeyman son los arrendatarios de tu hermano, pero, a pesar de eso, salvar a esa niña era lo correcto.
El duque se giró.
Vio a Margaret tomando aliento. Enrojecida, con los ojos fijos en Minerva, gritó:
– ¡Por una estúpida, por una tonta niña, has arriesgado…!
– Margaret -Royce caminó de vuelta hacia ella.
Margaret se giró para mirarlo.
– ¡Y tú! ¡Tú no eres mejor! ¿Te paraste a pensar un momento en nosotras, en mí, en Aurelia y en Susannah? ¡En tus hermanas! Antes de…
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