Que necesitaba que ella la apaciguara.

Si no me deseas…

El la deseaba.

Levantó la cara, acortando la distancia, y lo besó.

Sintió un fugaz momento de sorpresa, y después asimiló el permiso implícito.

Sus labios se cerraron sobre los de ella… vorazmente. Royce llenó su boca, capturó su lengua y la acarició, apresó sus sentidos, uniéndolos a los suyos. Exigió, demandó; incluso mientras sus manos se apartaban de su rostro y sus brazos se cerraban a su alrededor, como bandas de acero atrayéndola hasta él, encerrándola inflexiblemente contra su duro cuerpo, Royce la atrajo a un cálido intercambio que aumentó rápidamente, en ansia y urgencia, hacia otro plano.

El alimentó su fuego, su pasión, y más. Le dio, presionó en ella, un toque de cruda posesión, un augurio sin disfrazar y sorprendentemente explícito de lo que estaba por venir, de su ansia desatada y de su propia embriagada respuesta.

De su rendición definitiva.

De que en realidad nunca hubo ninguna duda.

El chal se deslizó de sus hombros hasta el suelo. Apenas pudo encontrar algo de prudencia en aquella tormenta de sentimientos, y poco pudo hacer en aquella primera y turbulenta ráfaga de pasión y deseo que había sido provocada por el beso.

Porque aquello era mucho más de lo que había compartido con él antes. Royce había dejado caer las riendas que normalmente sostenía, y había dejado libre su deseo para que la devorara.

Así se sintió ahora, cuando él cerró una mano sobre su pecho. No había nada dulce en su toque; Minerva jadeó a través del beso, sintiendo cómo se arqueaba sin remedio por la caricia… toda posesiva pasión, expertamente ejercida. Sus dedos se cerraron y ella se estremeció, sintió que la palma de la mano de Royce ardía a través de las capas de tela que protegían su piel. Sintió una ardiente ráfaga de deseo, que se combinaba con el de él, se retorcía, subía, y la colmaba.

Y la tomaba. La forzaba. La aplastaba.

En ese instante, Minerva dejó a un lado todas sus reservas y se preparó para disfrutar del momento y de todo lo que este podía proporcionarle. Se liberó para tomar todo lo que él le ofrecía, para deleitarse con cualquier cosa que se pusiera en su camino. Para aprovechar el momento que el destino le había proporcionado para vivir sus sueños… incluso si era solo por una noche.

La decisión resonó en su interior.

Aquello era lo que había deseado toda su vida.

Extendió la mano para atraparlo. Deslizó sus dedos en el cabello de Royce, tensándolos sobre su cráneo… y besándolo. Dejó que su propio deseo creciera y respondiera al de Royce… dejó que su propia pasión fuera libre para responder a la del duque. Para equilibrar la escala tanto como pudiera.

Tanto como fuera posible.

La respuesta de Royce fue tan poderosamente apasionada que hizo que se le erizara la piel. Inclinó la cabeza, profundizando el beso, y tomando completa y absoluta posesión de la boca de Minerva. La mano cerrada sobre su hinchado pecho alivió su presión; la deslizó hacia abajo, sobre su cintura, su cadera, alrededor y abajo para cerrarse, descaradamente posesiva, sobre su trasero.

La levantó hasta colocarla sobre él, hasta que la dura asta de su erección se aplastó contra su pubis. Presa del beso, atrapada en sus brazos, no pudo contener la marea de sensaciones que envió a través de ella cuando, con un deliberado y practicado movimiento de sus caderas, empujó contra ella.

Apenas capaz de respirar, se aferró a él mientras, con ese sencillo y explícito movimiento repetitivo, avivó su fuego hasta que incineró su mente, y después continuó moviéndose deliberadamente contra ella con la cantidad justa de presión para alimentar las llamas… hasta que ella pensó que iba a gritar.

Royce quería estar en su interior, quería hundir su vibrante verga profundamente en su lujurioso cuerpo, sentir su húmeda vagina cerrarse con fuerza a su alrededor y liberar su feroz dolor, después de poseerla totalmente; lo necesitaba más de lo que había necesitado nada en su vida.

El ansia y la necesidad latían en sus venas, agitado y exigente; sería muy fácil levantarle las faldas, levantarla a ella, liberar su miembro y atravesarla… pero mientras la deseara con aquella cegadora urgencia, algún instinto igualmente fuerte, igualmente violento, deseaba demorar el momento. Deseaba hacer que durara… extender la anticipación hasta que ninguno de los dos pudiera más.

Nunca había estado cegado, una mujer nunca lo había reducido a ese estado… su lado más primitivo sabía que la mujer que estaría en sus brazos aquella noche lo haría.

No fue el control lo que le permitió retroceder, no fue nada parecido a un pensamiento lo que lo condujo mientras la bajaba hasta sus pies, atrapando sus sentidos una vez más con sus besos (una unión evocativamente explícita y cada vez más caliente de sus bocas), y la guió alrededor de los pies de la cama.

Un segundo después, las manos de Minerva se apartaron de la cabeza de Royce, se deslizaron hacia abajo sobre sus hombros, y después más aún, hasta llegar hasta los botones de su chaqueta.

Royce tenía curiosidad sobre lo directa que sería ella, sobre lo abiertamente demandante que se mostraría, así que dejó que la desabrochara; cuando Minerva deslizó la mano hacia arriba e intentó quitarle el abrigo de los hombros, él se vio forzado a liberarla para quitárselo él mismo y dejar que cayera mientras encontraba los lazos de su vestido y los desabrochaba.

En ningún momento permitió que ella rompiera el beso… su hambriento, avaricioso y devorador beso. La llevó de nuevo hasta el calor y las llamas, la atrajo contra él mientras apartaba su vestido, deslizaba una palma debajo y encontraba la delicada seda de su camisola como última barrera, separando su mano de la piel.

Un impulso lo aguijoneó para que rasgara la tela; lo constriñó, pero la idea actuó como una espuela. No perdió tiempo y apartó el vestido de sus hombros y por sus brazos, empujándolo sobre sus caderas, dejando que cayera hasta el suelo mientras desataba los lazos en los hombros de su camisola, y la enviaba abajo también.

Levantó la cabeza, contuvo el aliento y retrocedió.

Sorprendida (por su repentinamente expuesto estado, pero incluso más por la pérdida del duro calor y del ansia elemental de su boca), Minerva retrocedió hasta la cama e intentó permanecer vertical mientras sus sentidos giraban.

Estaban concentrados en él, alto, de hombros anchos, de constitución poderosa, atractivo como el pecado y dos veces más peligroso… a un paso de distancia.

Una parte de su mente le decía que corriera; otra sentía que debía tensarse, usar sus manos para cubrirse, al menos hacer alguna demostración de pudor (estaba totalmente desnuda frente a él), pero el calor en sus oscuros ojos mientras examinaban su cuerpo era lo suficientemente caliente para abrasar, para quemar todas sus inhibiciones y dejarla ansiosamente curiosa.

Ansiosamente fascinada.

Extendió la mano hasta el chaleco que ya había abierto, pero el duque la bloqueó, apartando su mano con un gesto que decía "Espera".

Sus ojos no habían abandonado su cuerpo. Su mirada continuó recorriendo sus curvas, la hendidura de su cintura, el destello de sus caderas, las largas y suaves líneas de sus muslos. Se detuvieron, abrasadores, evaluándola, descaradamente posesivos sobre los rizos en la unión de sus muslos.

Después de un momento, su mirada bajó.

Y ella se dio cuenta de que no estaba totalmente desnuda; tenía puestas las ligas, las medias y los zapatos.

Royce se quitó el chaleco y lo dejó caer mientras arrodillaba ante ella. Agarró una cadera desnuda, se inclinó y presionó sus labios en los rizos que había examinado. Minerva sintió que sus entrañas se fundían, y buscó detrás con las manos para apoyarse en la cama, dejó caer su cabeza hacia atrás mientras el calor de sus labios se hundía en ella, y después la lamía con destreza… un habilidoso lamido de su educada lengua sobre su carne más sensible.

Se arqueó, contuvo su aliento… para sofocar un grito. Tomó aire y miró abajo mientras él retrocedía, y se recordó a sí misma que el duque pensaba que tenía experiencia.

Royce no la miró para ver su reacción sino para colocar sus dedos en una liga y bajarla lentamente junto a la media. Inclinó su cabeza mientras lo hacía y con sus labios trazó una línea de pequeños y tentadores besos por la cara interna de su pierna, desde el muslo hasta la rodilla.

Para cuando terminó de quitarle las medias y los zapatos, lo único que la mantenía en pie eran sus brazos.

Tenía los párpados pesados; por debajo de las pestañas observó cómo la miraba y después se incorporaba lentamente.

Quitándose el broche dorado de su pañuelo, lo tiró a la cómoda cercana, y luego deshizo los pliegues, con tensión en sus movimientos. Se lo quitó, desató los nudos de su camisa en el cuello y los puños, y después agarró y tiró del fino lino hacia arriba, para quitárselo.

Revelando su pecho.

A Minerva se le hizo la boca agua. Solo lo había visto antes un momento, en el baño. Sus ojos lo recorrieron, bebiendo en aquella visión, y después se detuvieron deleitándose en cada elemento evocativamente masculino… los amplios y más definidos músculos que se extendían sobre la parte de arriba de su pecho, los esculpidos abultamientos de su abdomen, la banda de rizado cabello negro que manchaba su amplitud, y la línea más estrecha que señalaba abajo y que desaparecía bajo la cinturilla de su pantalón.

Observó el juego de sus músculos bajo su tensa piel mientras él se inclinaba y se quitaba los zapatos y las medias.

Entonces se incorporó, y sus dedos desabrocharon los botones de su pantalón.

Minerva sintió la urgencia de levantar una mano y decirle que parara, atrapada por el pánico. O al menos que aminorara el ritmo y le diera tiempo para prepararse.

Con los ojos sobre el cuerpo de su ama de llaves, el duque se quitó los pantalones y los tiró a un lado, se incorporó y caminó hacia ella.

Su mirada se clavó en su falo, largo, grueso y muy erecto, elevándose desde un nido de vello negro en su ingle; su boca se secó completamente. Su corazón le latía en las orejas, pero él no parecía oírlo.

Como la mayoría de los hombres, Royce no parecía tener concepto de modestia… además, con un cuerpo como el suyo, ¿por qué debería sentir timidez?

Ella se sentía… abrumada.

Royce era todo músculo… y era grande. Definitivamente grande.

Estaba segura de que él sabía lo que estaba (estaban) haciendo, lo que iban a hacer, pero no podía imaginarse como él (aquello) iba a encajar en su interior.

Solo el pensamiento la hizo sentirse mareada.

Se detuvo ante ella, tan cerca como pudo debido a que ella no había desviado su mirada. Minerva no levantó la cabeza, no podía separar sus ojos de aquella impresionante demostración de deseo masculino.

De un deseo que ella le provocaba.

Se lamió los labios, extendió la mano hasta la sólida verga y la envolvió con una mano hasta la mitad de su longitud. Sintió cómo se endurecía bajo su roce.

Sintió que su cuerpo se tensaba, más duro, también, y levantó la mirada a tiempo para ver que cerraba los ojos. Sus dedos no se encontraban, pero ella deslizó la mano hacia abajo, absorbiendo la contradictoria textura del terciopelo sobre el acero, recorriéndola hasta la base, y miró abajo para ver su mano acariciando su vello, y después cambió de dirección, ansiosa por explorar el amplio glande. Royce siseó por el placer cuando ella lo alcanzó, y después lo liberó y recorrió con las puntas de sus dedos sus hinchados contornos.

Royce cogió su mano… con fuerza; cuando Minerva levantó la mirada hasta su rostro, él suavizó su agarre.

– Después -Su voz era un grave gruñido.

Minerva parpadeó.

Royce apretó la mandíbula mientras elevaba la mano de Minerva hasta su hombro.

– Podrás tocarme y sentir todo lo que quieras después. Justo ahora, yo quiero sentirte a ti.

Sus manos se deslizaron alrededor de su cintura hasta su espalda. La separó de la cama… hacia él.

Nada la había preparado para aquella conmoción táctil. Para la sacudida de pura sensación que la atravesó como un rayo, dejando sus nervios agotados, dejándola jadeando, luchando por conseguir meter aire en unos pulmones que estaban cerrados.

¡Era tan atractivo! Su piel la abrasaba, pero tentadora… nunca tenía suficiente. Suficiente de su duro torso contra sus pechos, de su vello rizado erosionando sus pezones ligeramente, de un modo inexplicablemente delicioso. Suficiente de la sensación de la larga longitud de sus muslos de acero contra los suyos, suficiente de la promesa de la rígida verga entre sus muslos, presionada contra su vientre.

La falta de aire casi la hizo desvanecerse, pero el instinto la empujó hacia él mientras sus brazos la rodeaban, un instinto lascivo que hizo que se retorciera contra el duque, buscando instintivamente la mejor postura, deseando el máximo contacto, todo lo posible de su calor masculino.