Como había hecho con él en el resto de circunstancias, al acostarse con Royce, había sabido apañárselas bien.
Bastante bien, de hecho.
El pensamiento trajo a su mente su fascinación anterior por su erección… una fascinación que ahora entendía mejor; ella había querido tocarla, examinarla… el recuerdo de su pequeña mano y sus delicados dedos rodeando su verga tuvo el inevitable efecto.
Apretó la mandíbula y vació su vaso. Más tarde, había dicho; ahora era más tarde.
Ella se despertó antes de que él llegara a la cama. Dejó el vaso vacío en la mesita junto al lecho, la miró a los ojos mientras dejaba que la bata de seda que se había puesto cayera de sus hombros; levantó la colcha, se metió en la cama y se recostó. Ella se deslizó hacia él; esperándolo, Royce levantó un brazo, atrayéndola; ella dudó, y después se dejó, acomodándose indecisa contra él. Royce esperó, evaluando aún las posibles tácticas que podría tomar en la conversación que estaba a punto de iniciar.
Minerva encontró su calor, la solidez de su cuerpo y la calidez que emanaba su musculosa carne, ambas cosas confortantes y atrayentes. Los nervios que había tensado ligeramente se relajaron de nuevo. Minerva se hundió más profundamente en su ligero abrazo; su brazo se tensó a su alrededor, y parecía natural que levantara la cabeza y la acomodara en el hueco bajo su hombro, dejando que su mano descansara sobre su pecho.
Minerva contuvo un impulso de acurrucar su mejilla contra su músculo; él no era de ella, en realidad no… tendría que recordar eso.
Royce apartó un mechón de su cabello de su rostro.
El ama de llaves se preguntó si debía decir algo (algún comentario sobre su actuación, quizá), cuando él habló.
– Deberías haberme dicho que eras virgen.
En el momento en el que estas palabras salieron de sus labios, Royce supo que había escogido la frase incorrecta que decir, la táctica errónea para introducir su proposición.
Minerva se tensó, gradual pero definitivamente, y después levantó la cabeza y entornó los ojos mientras lo miraba.
– Entiende esto, Royce Varisey… No quiero oír ninguna palabra, absolutamente ninguna palabra, sobre matrimonio. Si mencionas esa palabra en relación conmigo, lo consideraré el más inexcusable insulto. Solo porque fuera la protegida de tu madre, y resulte (aunque no es culpa mía ni tuya) que aún fuera virgen, no es razón para que te sientas obligado a pedir mi mano.
Oh, Dios.
– Pero…
– No -Apretó los labios, y señaló la nariz de Royce. -¡Cállate y escucha! No tiene sentido que pidas mi mano (ni siquiera que pienses en ello) porque si lo haces, te rechazaré. Como bien sabes, he disfrutado de este -Se detuvo, y después continuó, gesticulando-… interludio inmensamente, y soy lo suficientemente adulta para asumir la responsabilidad de mis propias acciones, incluso si nuestros actos recientes fueron más tuyos que míos. Sin embargo, contrario a la popular idea equivocada, lo último, lo último que quiere escuchar una dama como yo después de acostarse con un hombre por primera vez es una proposición de matrimonio provocada por una equivocada noción de honor masculina.
Su voz había ganado intensidad. Lo miró con los labios tensos.
– Así que no cometas ese error.
La tensión que había en su cuerpo, recostado parcialmente sobre el de Royce, era del tipo equivocado. Con rasgos impasibles, examinó sus ojos; había cometido un error garrafal, y tenía que hacer una retirada estratégica. Asintió.
– Está bien. No lo haré.
Minerva entornó los ojos incluso más.
– ¿Y no intentarás manipularme?
Royce levantó ambas cejas.
– ¿Manipularte para que te cases conmigo porque me he llevado tu virginidad? -Negó con la cabeza. -Puedo asegurártelo, incluso te lo prometeré con mi honor.
Con los ojos fijos en los de él, Minerva vaciló, como si hubiera detectado la prevaricación en sus palabras. Royce le devolvió firmemente la mirada. Finalmente, la joven pronunció un suave "uhm", y se giró.
– Bien.
Se zafó de sus brazos, y comenzó a forcejear para librarse de las sábanas.
Royce extendió la mano y agarró suavemente su muñeca.
– ¿Qué estás haciendo?
Minerva lo miró.
– Me voy a mi habitación, por supuesto.
Los dedos de Royce se cerraron con fuerza.
– ¿Porqué?
Ella parpadeó.
– ¿No es lo que se supone que debo hacer?
– No -Con los ojos fijos en los de Minerva, metió la mano que sostenía de nuevo bajo las sábanas… hacia donde su erección se alzaba. Cerrando los dedos de Minerva alrededor de su rígida carne, observó que su expresión cambiaba a una de fascinación. -Esto es lo que se supone que tienes que hacer. Lo que se supone que tienes que atender.
Minerva lo miró. Estudió sus ojos, y después asintió.
– Está bien -Se giró hacia él, y cambió su mano derecha por la izquierda, acariciando su longitud con la palma de su mano, mientras se inclinaba hacia el duque. -Si insistes…
Royce se las arregló para afirmar:
– Insisto -Deslizó una mano bajo su nuca y acercó sus labios hasta los suyos. -Insisto en que aprendas todo lo que quieras saber.
Ella tomó su palabra, y lo acarició, tocó, apretó, y recorrió tanto como quiso. La sensualidad inconsciente y descuidada de su rostro mientras, con los ojos cerrados, como para imaginar su longitud, grosor y forma en su mente, exploraba lo que quería, puso su control hasta el límite, y más allá.
Se aferró a su cordura imaginando qué vendría después. Estaba a favor de sentarla sobre él, de penetrarla, y después de enseñarle a montarlo, pero descubrió que carecía de la fuerza necesaria para contrarrestar los impulsos que su inocente caricia estaba provocando. Entonces lo incitó y entró en ignición.
Minerva conectaba con su lado más primitivo mejor que ninguna otra mujer con la que hubiera estado nunca.
Reducido hasta el punto en el que el control era un delgado velo, apartó sus manos, la hizo darse la vuelta, separó sus piernas, la acarició, y la encontró mojada una vez más. Tomando aire profundamente, metió sus caderas entre sus muslos y la penetró (lentamente, lentamente, lentamente, lentamente), firme e inexorable hasta que su aliento quedó estrangulado en su pecho y se arqueó bajo su cuerpo, con un gemido fracturándose en sus labios mientras con un corto embiste final se metía completamente en su interior.
Dejándose caer sobre ella, sujetó su cadera con una mano, encontró su rostro con la otra y, bajando la cabeza, cubrió sus labios con los suyos, llenando su boca y marcando el mismo ritmo con ella que el que había fijado sobre su cuerpo.
Pasó un segundo, y entonces ella estaba con él, con las manos extendidas sobre su espalda, sosteniéndolo, aferrándose a él, con su cuerpo ondulándose, acariciándolo, y sus caderas alzadas para encajar con su ritmo. Liberó su cadera, encontró su rodilla, y la levantó sobre su cadera.
Sin más indicación, ella subió esa rodilla más, y después hizo lo mismo con la otra pierna, abriéndose para que Royce pudiera hundirse en ella con mayor profundidad, sin ninguna limitación que los apartara de su camino cada vez más fuerte, cada vez más rápido, hacia la inconsciencia.
Lo hizo; cuando ella se deshizo bajo él intentó contenerse, extender la unión y tomar más de ella, pero la tentación de volar con ella era demasiado grande… se dejó ir y siguió los pasos del orgasmo de Minerva, hasta que sus sentidos se hicieron añicos en una gloria de clímax.
Rodeado por sus brazos, con ella envuelta por los suyos, y sus corazones latiendo con fuerza, jadeando, volvieron gradualmente a la realidad.
Cuando Minerva se relajó bajo su cuerpo, Royce vio que una sutil sonrisa aparecía en sus labios hinchados por el beso. La visión lo conmovió extrañamente.
La observó hasta que se desvaneció cuando ella se deslizó, saciada, en el sueño.
CAPÍTULO 13
La despertó en algún momento antes del amanecer, con tiempo suficiente para satisfacer sus sentidos y los de ella en una última, breve e intensa unión, y después dejó que se recuperara lo suficiente para ponerse su vestido y volver a su habitación.
Royce se incorporó y la ayudó con el vestido, y después la contempló mientras salía por la puerta de su sala de estar. Hubiera preferido escoltarla hasta su habitación, pero si algún otro estaba volviendo a su cama y la veía, era mejor que la viera sin él.
Era la ama de llaves del castillo; había innumerables razones por las que podría levantarse temprano.
Después de escuchar cómo se desvanecían sus pasos, volvió al dormitorio, y a su cama. Se metió bajo las sábanas sintiendo la persistente calidez de Minerva a su lado, consciente de que su suave perfume lo envolvía todo a su alrededor, cruzó los brazos bajo su cabeza y fijó la mirada en la ventana al otro lado de la habitación.
¿Y ahora qué? Había hecho progresos, reales y definitivos, pero entonces ella lo había bloqueado de un modo que no había sido lo bastante rápido en predecir. Aunque a partir de ahora podía tenerla (y la tendría) en su cama, ya no podía pedirle simplemente que fuera su esposa. No había ningún argumento que tuviera alguna posibilidad de convencerla de que había deseado casarse con ella antes de haber tomado su virginidad. De que no saber que fuera virgen no significaba nada, y que, sin importar cuánto tuviera que esperar, que viera su proposición como un insulto no implicaba que él no fuera a ofrecérselo.
Y ella se negaría. Tajantemente. Y cuanto más la presionara, más se obcecaría.
Tenía que admitir que durante un estúpido momento había considerado usar el viejo argumento de la virginidad y el honor como una posible razón de apoyo para su boda. Debería haberse imaginado cómo iba ella a reaccionar.
Se quedó mirando el vacío mientras el servicio lentamente se despertaba, haciendo malabarismos con las posibilidades, evaluando las posibles tácticas. Si le hubiera pedido matrimonio cuando lo pensó al principio, en lugar de dejar que lo distrajese con su desafío para seducirla primero, no se estaría enfrentando a esta complicación, aunque no tenía sentido lamentarse por lo que no podía ser cambiado.
Solo veía una salida. Tendría que guardar silencio sobre su intención de casarse con ella, y en lugar de eso hacer todo lo que estuviera en su poder para guiarla a la conclusión de que casarse con él era su verdadero y natural destino. Y más aún, su deseado destino.
Una vez que se diera cuenta de eso, le ofrecería la mano, y ella la aceptaría.
Si se aplicaba en la tarea, ¿cuánto podría tardar en conseguirlo? ¿Una semana?
Las grandes damas habían aceptado la semana que originalmente había estipulado rápidamente. Aquella semana ya había pasado, pero dudaba que ninguna de ellas viajara hasta el norte para castigarlo… aún no. Si se demoraba demasiado, alguien acudiría para sermonearle de nuevo y exhortarlo para que pasara a la acción, pero seguramente podía contar con otra semana.
Una semana que dedicaría a convencer a Minerva de que debía ser su duquesa.
Una semana para dejar claro que ya lo era, aunque aún no se hubiera dado cuenta.
Sonrió, justo cuando Trevor entró desde el vestidor.
Su ayuda vio su sonrisa, y vio la cama. Levantó las cejas inquisitoriamente.
Royce no vio ninguna razón para escondérselo.
– Mi ama de llaves… que pronto será tu señora -Fijó su mirada en el rostro de Trevor. -Un hecho que ella no sabe aún, así que nadie debe decírselo.
Trevor sonrió.
– Por supuesto que no, su Excelencia -Su expresión era de total ecuanimidad, y comenzó a recoger las ropas de Royce.
El duque lo estudió.
– No pareces demasiado sorprendido.
Incorporándose, Trevor sacudió la chaqueta de su señor.
– Tiene que elegir una dama, y considerándolo todo me resulta difícil imaginar que alguien pudiera hacerlo mejor que la señorita Chesterton -Se encogió de hombros. -No hay nada por lo que sorprenderse.
Royce suspiró, y salió de la cama.
– Por supuesto, me gustaría conocer cualquier cosa que descubras y que pudiera ser pertinente. ¿Conoces a su doncella?
Doblando el chaleco de Royce, Trevor sonrió.
– Una joven llamada Lucy, su Excelencia.
Anudándose la bata, Royce entornó los ojos ante esa sonrisa.
– Un consejo. Quizá yo me esté acostando con la señora, pero no sería buena idea que tú hicieras lo mismo con la doncella. Colgará tus testículos de un palo… la señora, no la doncella. Y, en esas circunstancias, yo tendría que dejarla hacerlo.
Los ojos de Trevor se abrieron de par en par.
– Lo tendré en cuenta, su Excelencia. Bueno, ¿desea afeitarse?
Minerva se despertó cuando Lucy, su doncella, entró corriendo en la habitación.
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