Después de dejar a Royce, había vuelto a su habitación sin ver a nadie; se desvistió, se puso el camisón, se cepilló el enmarañado cabello, se metió en la cama… y para su sorpresa, se quedó profundamente dormida.
Bostezó, se desperezó… y sintió punzadas en lugares donde nunca las había sentido antes. Vio cómo Lucy abría las cortinas, y después sacudía su vestido; cuando Lucy se giró hacia el armario, clandestinamente miró la parte delantera de su camisón.
Parpadeo, y después miró a su alrededor.
– El negro con los botones en el escote, Lucy. Déjalo sobre la silla. Me levantaré pronto, pero no tienes que esperar. Puedo ponerme ese vestido sola.
Y la inocente Lucy no necesitaba ver las reveladoras marcas de sus pechos. No quería pensar lo que podría descubrir aún más abajo.
– Le he traído el agua para el baño. ¿Me necesita para algo más, señorita?
– No, gracias, Lucy. Puedes irte y desayunar.
– Gracias, señorita -Con una alegre sonrisa y una reverencia, Lucy se retiró. La puerta se cerró a su espalda.
Minerva exhaló, y se hundió en las colchas, dejando que sus pensamientos viraran a lo que había ocurrido la noche anterior y sus sucesos totalmente inesperados. Que Royce hubiera actuado tan directamente (y que ella hubiera respondido tan definitivamente) nunca se le había pasado por la cabeza. Pero lo había hecho, y ella también, ¿y ahora qué pasaba con ellos?
Siempre había asumido que sería un vigoroso amante. En ese sentido, había excedido sus expectaciones; su ser inexperto nunca había imaginado todo lo que, bajo sus manos, había experimentado. A pesar de su inexperiencia, lo conocía… había sido consciente de su ansia, de la necesidad real que lo había dirigido mientras la tomaba.
Mientras la poseía.
Repetidamente.
Cuando se despertó antes del amanecer la había penetrado desde atrás, y había procedido a demostrarle aún otro modo en el que podía poseerla (su cuerpo, sus sentidos, y su mente) total y completamente, con sus labios en el hueco bajo su oreja. Minerva, sus sentidos, habían sido libres para absorber los matices de su amor.
Que la deseaba, la anhelaba, lo aceptaba sin duda.
Nunca había imaginado ser el foco de ese grado de deseo, tener tanta pasión masculina concentrada en ella; el recuerdo envió un delicioso escalofrío a través de su cuerpo. No podía negar que lo había encontrado profundamente satisfactorio; mentiría si dijera que no estaría contenta de acostarse con él de nuevo.
Si se lo pedía, y lo haría. No había terminado con ella, y Minerva lo sabía; se lo había dejado claro en los momentos finales de esa mañana.
Gracias a Dios había tenido suficiente cerebro para aprovechar la oportunidad y dejar claro que no esperaba ni quería recibir un ofrecimiento suyo.
No había olvidado la otra oferta que tenía que hacer… a la dama que eligiera como su duquesa. No sabía si había hecho una petición formal ya o no, necesitaba asegurarse de que no decidiría usar su virginidad como razón para casarse con ella en algún maquiavélico momento.
Para él, casarse con ella sería preferible a tener que tratar con alguna joven desconocida que supiera poco sobre él.
Ella (Minerva) era una opción cómoda.
No tenía que pensar para saber su respuesta a eso. Sería un marido aceptable para cualquier dama que acepta ni la unión sin amor que él le ofrecía; mientras dicha dama no esperara amor o fidelidad, todo iría bien.
Para sí misma, el amor, real y permanente, era la única moneda por la que intercambiaría su corazón. La extensa experiencia de las uniones de los Varisey había reforzado su postura; su tipo de matrimonio no era para ella. Eludiéndolo, si era necesario resistiéndose activamente, cualquier sugerencia de matrimonio con Royce permanecía siendo un inalterable objetivo; en ese sentido nada había cambiado.
Y, para su inmenso alivio, pasar la noche en su cama no había seducido su corazón convirtiéndolo en amor; sus sentimientos hacia él no habían cambiado en ningún sentido… o solo en el lado lujurioso, no en términos de amor.
Pensando en cómo se sentía ahora respecto a él… frunció el ceño. A pesar de su resistencia, sentía algo más por él… inesperados sentimientos se habían desarrollado desde su regreso. Los sentimientos que la habían hecho entrar en pánico el día anterior, cuando había pensado que podía morir.
Esos nuevos sentimientos habían crecido al verlo con su gente, por sus actitudes y acciones hacia aquellos que estaban a su cuidado. Por todas las decisiones y acciones que lo habían distinguido tan definitivamente de su padre. El placer físico al que la había introducido no la había influenciado tanto como todas esas cosas.
Sin embargo, aunque difería de su padre en muchos sentidos, en lo que se refería a su vida y a su matrimonio, revertiría a ese modelo. Lo había demostrado en su acercamiento a su futura esposa.
Si se dejaba intimidar y se casaba con él, se arriesgaba a enamorarse de él (irrevocablemente, irremisiblemente) y entonces, como Caro Lamb, languidecería, se marchitaría y finalmente se volvería loca cuando él, al no estar enamorada de ella, la dejara por otra. Como inevitablemente ocurriría.
No era tan tonta como para creer que podría cambiarlo a través de su amor. No; si se casaba con él esperaría que se mostrara sumisa mientras él se satisfacía con una interminable sucesión de otras mujeres.
Resopló y, retirando la colcha, sacó los pies de la cama.
– Eso no va a ocurrir.
No importaba lo que sintiera por él, a pesar del modo en el que había evolucionado su encaprichamiento. No importaba qué nuevos aspectos de atracción desarrollara durante las muchas noches que pasaría en su cama, no se enamoraría de él, y por tanto no se casaría con él.
Al menos ambos tenían ya muy claro ese último punto.
Se incorporó y se acercó a la palangana y la jarra que había en su vestidor; vertió agua en la palangana y dejó que sus pensamientos se ordenaran. Tal como estaban ahora las cosas…
Dejó la jarra y miró el agua mientras su inmediato futuro se aclaraba en su mente.
Su aventura con Royce sería breve por necesidad… él se casaría pronto, y después, ella se marcharía. Un par de días, una semana. Dos semanas como mucho.
Demasiado poco tiempo para enamorarse.
Metió las manos en la palangana y se echó agua en la cara, sintiéndose cada vez más optimista. Más alerta que expectante, casi intrigada por lo que le proporcionaría el día… segura y tranquila de que no había ninguna razón por la que no pudiera disfrutar de él de nuevo.
El riesgo era insignificante. Su corazón estaría a salvo.
Lo suficientemente a salvo para que pudiera disfrutar sin preocuparse.
Al atardecer, la expectación se había transformado en impaciencia. Minerva estaba sentada en la sala de música, aparentemente viendo otra obra de teatro de Shakespeare mientras meditaba sobre los defectos de su día.
Un día totalmente normal, sin nada más que los acostumbrados sucesos… lo que era un problema. Había pensado… pero estaba equivocada.
Royce la había llamado a su estudio para su reunión matinal habitual con Handley; excepto por el breve momento en el que entró en la habitación y sus ojos se encontraron, y ambos se habían detenido, sospechaba, al acordarse de repente de la sensación de la piel del otro contra la propia… pero entonces, él parpadeó, bajó la mirada, y ella siguió caminando y se sentó, y él a continuación la trató exactamente igual que lo había hecho el día anterior.
Durante el día se habían encontrado varias veces, y ella estaba convencida de que en algún momento se encontrarían en privado… pero ya no estaba segura de que eso fuera a suceder. Nunca había tenido una aventura antes; no conocía el guión.
El sí, pero estaba sentado dos filas por delante de ella, charlando con Caroline Courtney, que había reclamado la silla junto a él.
Bajo la tapadera de las conversaciones de la cena, le había preguntado si Cranny aún tenía la esencia de pollo que solía administrarles cuando de pequeños habían estado resfriados. Ella no lo sabía con seguridad, pero cuando él le sugirió que iba a mandar un bote a los Honeyman para su hija, se había detenido para ver a la gobernanta antes de unirse al grupo de la sala de música, perdiendo así su oportunidad de sentarse a su lado.
Entornó los ojos y deseó poder ver el interior. ¿Qué estaría pensando? Concretamente, ¿qué pensaba sobre ella? ¿Estaba pensando en ella?
¿O una noche había sido suficiente?
La parte más segura de sí misma se burló de ella descaradamente, pero una parte más vulnerable no podía evitar preguntárselo.
Al final de la obra había aplaudido educadamente, y miró a Royce un instante, después se excusó y se retiró, dejando a Margaret que se ocupara de la bandeja de té. Pudo hacerlo sin pasar la siguiente media hora rodeada por el lascivo grupo con él en la misma habitación, consciente de que su mirada se posaba en ella ocasionalmente, y luchando por alejar la suya de él… mientras cada centímetro de su piel ardía por la anticipación.
Llegó a su habitación, con su mente ocupada por la pregunta "¿Lo hará?", se quitó la ropa, se puso su camisón, se envolvió en su bata y después llamó a Lucy.
Tenía un par de débiles marcas en la parte de arriba de uno de sus muslos que no iba a poder explicar.
Sentada frente a su tocador, estaba cepillándose el cabello cuando Lucy entró.
– Se va a la cama temprano esta noche -Lucy se inclinó para recoger su vestido. -¿No le ha gustado la obra?
Minerva puso una mueca.
– Se están volviendo bastante aburridas… menos mal que la feria comienza la semana que viene, o tendría que buscar otro entretenimiento -Miró a Lucy mientras la doncella se acercaba al armario. -¿Te has enterado de algo?
Abrió el armario, y negó con su oscura cabeza.
– El señor Handley es muy callado… es amable, y me sonríe, pero no habla mucho. Y por supuesto se sienta en la cabecera de la mesa. Trevor está más cerca de mí, y es un buen conversador, pero aunque charla mucho, nunca dice nada, no sé si me entiende.
– Puedo imaginármelo -En realidad no había pensado que Royce empleara a gente que no mantuviera sus secretos.
– Lo único que hemos podido sacarles es que su Excelencia esta aún negociando con la dama a la que ha elegido -Cerró el armario y se giró. -No tenemos ni una pequeña pista sobre qué dama es. Supongo que tendremos que esperar hasta que lo diga.
– Así es -Interiormente, hizo una mueca.
Lucy deshizo la cama, y después volvió y se detuvo junto a ella.
– ¿Necesita algo más, señorita?
– No, gracias, Lucy… puedes irle.
– Gracias, señorita. Buenas noches
Minerva murmuró "Buenas noches", y su mente de nuevo repasó los nombres de la lista de las grandes damas. ¿A cuál habría elegido Royce? ¿A una de las que conocía?
Se sentía tentada de preguntarle a él directamente… sería de ayuda saber la preparación con la que cuenta la chica para saber si iba a tener que ayudarla mucho antes de que pudiera arreglárselas sola. El pensamiento de tener que entregar sus llaves a alguna risueña bobalicona provocó una respuesta muy cercana al asco.
Se incorporó y apagó el candelabro del tocador, dejando solo la vela que ardía junto a su cama. Se cerró la bata y la anudó mientras caminaba hacia la ventana.
Si Royce deseaba pasar la noche con ella, acudiría a su habitación; no había tenido ninguna aventura antes, pero eso lo sabía.
Vendría. O no lo haría.
Quizá había tenido alguna noticia de la familia de la dama a la que había ofrecido matrimonio.
Se cruzó de brazos, y miró el paisaje envuelto por la noche.
Y esperó.
Y dudó.
– ¡Royce!
Se detuvo bajo el arco que guiaba hasta las escaleras de la torre, y dejó caer la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos por la frustración.
Esa había sido la voz de Margaret; podía escucharla jadeando mientras subía las escaleras principales detrás de él, junto a varias damas más.
Conteniendo su temperamento, se giró, y vio que Aurelia estaba con Margaret.
– Estupendo.
Margaret oyó el murmurado sarcasmo mientras subía, pero esto la confundió. El descartó su mirada desconcertada.
– ¿Qué pasa?
Se detuvo a un paso de distancia, miró a Aurelia mientras se unía a ella, y después, cogidas de las manos ante él, lo miraron.
– Queríamos preguntarte si estás de acuerdo en que invitemos a alguna otra gente para la feria.
– Solía ser una de las festividades más importantes del año cuando vivíamos aquí -Aurelia levantó la barbilla, con los ojos fijos en su rostro. -Nos gustaría tener tu permiso para celebrar una fiesta en casa, justo como mamá solía hacer.
Royce miró los duros y arrogantes rostros aristocráticos de sus hermanas; sabía lo que esas sencillas palabras les habían costado. Tener que pedir permiso a su hermano pequeño, a quien siempre habían desaprobado, para celebrar una fiesta en el que había sido su hogar.
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