Entonces comenzó a poseerla, con rudeza, implacablemente, penetrando profundamente, con fuerza, en su totalmente anhelante cuerpo. En su cuerpo totalmente vencido. Se movió fraccionadamente bajo la fuerza de las constantes embestidas, la sutil aspereza del bordado se convirtió rápidamente en la abrasión atroz contra las cumbres de sus pechos.
Hasta que no pudo acoger más. Las manos de Royce se cerraron alrededor de sus caderas, y la mantuvo cautiva para cada enérgica penetración. Tenía la piel ardiendo, podía sentir su ingle encontrándose con sus nalgas, sentía sus testículos contra la parte de atrás de sus muslos mientras la penetraba más y más profundamente. La áspera tela de sus pantalones erosionaba sus piernas; el borde de su camisa se arremolinaba sobre su espalda desnuda.
Una repentina visión del aspecto que tendrían (ella totalmente desnuda, él casi vestido) tomándola así, explotó en su mente.
Sus sentidos se liberaron. Desenmarañados, fragmentados, se hicieron añicos en una liberación de implosivo calor y tensión.
Continuó penetrándola, y el orgasmo siguió, y siguió… hasta que cayó de la cima con un último jadeo, y el bendito vacío se reunió en ella.
Royce tenía otros planes.
Planes más profundos. Planes que venían de aquel primitivo ser que, respecto a ella, ya no podía seguir negando. Que ya no quería seguir negando.
Cuando ella finalmente se derrumbó, con el cuerpo totalmente laxo, salió de su interior, reunió sus ropas en un segundo, y entonces la levantó. Retiró la colcha, se arrodilló en la cama y la colocó sobre su espalda, con la cabeza y los hombros apoyados en los almohadones.
Aprovechó el momento mientras se colocaba a su lado para deleitarse con la visión… de ella totalmente embelesada, rendida, poseída.
Totalmente suya.
Con ese pensamiento, se alzó sobre ella, separó sus muslos y se colocó entre ellos. La cubrió. Se deslizó en su interior, y después bajó la cabeza, capturó sus labios y se hundió en ella. En su boca, profundamente en su cuerpo, recibido en el interior del abrazo de seda de su ardiente vagina.
Empezó a montarla lentamente, sin prisa, deleitándose ni rada ápice de sensación. En la inexpresable delicia de su cuerpo, en la suave aceptación de su dureza, en los innumerables contrastes entre sus cuerpos mezclados.
Sentía sus nervios tensos, buscando, deseando, necesitando. Su mente estaba abierta, receptiva, abrumadoramente consciente de la amplitud, la profundidad y el increíble poder de la necesidad que crecía y fluía en su interior.
Entonces ella se unió a él.
Con sus pequeñas manos alrededor de su rostro, lo encuadró un momento, y después bajó para extenderlas por sus hombros.
A medida que el ritmo de su inexorable unión crecía, ella se agarró a él, con el cuerpo ondulándose bajo el de él, bailando con un ritmo que era tan antiguo como el tiempo.
Uno que marcaba él, pero ella estaba con él, bailando en el calor y en las llamas, en el titilante fuego de su pasión compartida.
Y aquello era todo lo que había querido que fuera el momento… contemporización y conocimiento, satisfacción y rendición, todo en uno.
Ella era todo lo que necesitaba… su amante, su novia, su esposa.
Su todo.
En el momento en que ambos subieron la última cumbre y encontraron el éxtasis esperándolos, él supo sin ninguna duda que tenía todo lo que necesitaba de la vida entre sus brazos. Por esto, ella era la única mujer para él, una que se sometía a él, que se rendía a él.
Que lo derrotaba.
Ahora y siempre.
La tormenta los atrapó, y él se rindió, también; sus dedos se cerraron sobre los de ella mientras la furia de su unión los apresaba, los hacía balancearse. Los rompió y los vació, y después dejó que sus sentidos lentamente se llenaran de nuevo… con los del otro.
Royce nunca se había sentido tan cerca de ninguna mujer antes, nunca había compartido lo que acababa de compartir con ella, con ninguna otra.
Cuando finalmente reunió suficiente fuerza y voluntad para moverse, se separó de ella y la acogió entre sus brazos, quedándose tranquilo cuando ella acudió inmediatamente, acurrucándose a su lado.
En la oscuridad, rozó sus sienes con los labios.
– Duerme. Te despertaré a tiempo para marcharte.
Su única respuesta fue que la última tensión que aún perduraba se alivió, y después desapareció.
Cerró los ojos y, totalmente establecido en las profundidades de su alma primitiva, dejó que el sueño lo reclamara.
CAPÍTULO 14
Royce la despertó antes del amanecer de un modo que era previsible; Minerva llegó a su habitación con apenas el tiempo suficiente para caer en su cama y recuperarse antes de que Lucy entrara para retirar las cortinas.
Después de lavarse y vestirse, una vez que se hubo librado de la ayuda de Lucy, se concentró en su rutina habitual con mayor confianza que el día anterior. Si Royce la deseaba lo suficiente para insistir en que bendijera su cama, entonces no iba a perder el interés por ella aún. Efectivamente, a juzgar por lo de la noche anterior, su deseo por ella parecía estar aumentando, y no desvaneciéndose.
Pensó en ello, y en cómo la hacía sentirse, durante el desayuno, y después, dejando a sus hermanas e invitados con sus propias cosas, se retiró a la habitación matinal de la duquesa a prepararse para su habitual reunión en el estudio… y para considerar qué podría pedirle.
Si él demandaba e insistía en su rendición física, entonces, ella sentía que tenía que recibir algo a cambio. Alguna prueba de su aprecio.
Cuando Jeffers llegó para llamarla, sabía lo que le pediría; la petición que pondría a prueba el deseo de Royce, pero ¿quién sabía cuánto podía durar este interés? Se lo pediría ahora; con los Varisey era mejor ser audaz.
Jeffers abrió la puerta del estudio. Minerva abrió y vio que tanto Falwell como Handley estaban presentes; el administrador estaba sentado en la segunda silla ante el escritorio.
Royce le señaló su silla habitual.
– Falwell ha estado describiéndome el estado actual de los rebaños y las esquilas. La calidad de algunos parece haber caído en picado.
– Nada grave, por supuesto -dijo Falwell rápidamente, echando un vistazo, sorprendido, a Minerva. -La señorita Chesterton habrá escuchado sin duda las quejas de los ganaderos…
– Así es -Cortó el resto de la justificación de Falwell por no haber hecho nada en los años anteriores. -Comprendo que el problema reside en el linaje de los animales -Se sentó, y miró a Royce.
– Siendo así -dijo Falwell, -para conseguir nuevos ejemplares tendríamos que ir hasta el sur, y el gasto…
– ¿No podría ayudarnos O'Loughlin? -Hizo la sugerencia tan inocentemente como pudo. Royce la había llamado para que se uniera a la conversación; presumiblemente quería su opinión.
Falwell se molestó; Hamish no le gustaba, pero por su parte Hamish no tenía tiempo para él.
Abrió la boca, pero antes de que pudiera hablar, lo hizo Royce.
– Hablaré con O'Loughlin la próxima vez que pase por allí. Quizá tenga algunas reses que podamos comprarle.
Falwell se tragó sus palabras, como era de esperar.
Royce miró la hoja de papel en la que había estado tomando notas.
– Necesito hablar con la señorita Chesterton, Falwell, pero si te quedas, cuando haya terminado podemos ir a ver los rebaños del castillo.
Falwell murmuró su consentimiento, se levantó, y retrocedió bajo la indicación de Royce hasta una silla de respaldo recto que había contra la pared.
Minerva maldijo en su interior. No quería que Falwell escuchara su petición.
– Bien, ¿de qué tenemos que ocuparnos hoy?
La pregunta de Royce captó de nuevo su atención. Miró su lista y le hizo partícipe de la advertencia de Retford de que, después del funeral, tendrían que rellenar la bodega, y la petición de Cranny de sábanas de lino nuevas para las habitaciones del ala norte.
– Y ya que hablamos de tejidos, hay dos habitaciones en el ala sur que necesitan cortinas nuevas -Debido al aislamiento del castillo, esos artículos normalmente se traían de Londres.
Royce miró a Handley mientras su secretario echaba un vistazo a sus notas.
– Hamilton puede sernos útil… conoce los vinos que prefiero, y en cuanto al resto, podría consultar a la gobernanta de mi casa de Londres -Miró a Minerva.
– La señorita Hardcastle -dijo.
Roce miró a Handley.
– Envía una nota a Hamilton sobre el vino y las telas y sugiérele que pida la ayuda de la señorita Hardcastle para esto último. Sin embargo, deberá comprar los artículos contando con la aprobación de la señorita Chesterton y de la señora Cranshaw.
Handley asintió, y comenzó a escribir.
– Las cortinas tienen que ser de damasco, con verde manzana como color predominante -dijo Minerva.
Handley asintió de nuevo.
Royce arqueó una ceja ante ella.
– ¿Algo más?
– No en cuanto a la casa -Dudó un momento; hubiera preferido no tener a Falwell presente, pero tenía que golpear mientras el hierro aún estuviera caliente. Tomó aliento. -Sin embargo, hay un asunto que me gustaría traer a tu atención.
Royce le dio paso.
– Hay un puente peatonal sobre el Coquet, en dirección sur, un poco más allá de Alwinton. Se ha permitido su deterioro y ahora está en muy malas condiciones; es un grave peligro para todos los que tienen que usarlo…
Falwell se puso en pie.
– Eso no está en las tierras del castillo, su Excelencia -Se acercó a la mesa. -Es la responsabilidad de Harbottle, y si ellos deciden dejar que se caiga, esa será su decisión, y no la nuestra.
Royce vio que Falwell le echaba una mirada a Minerva, que estaba sentada en su silla con la mirada fija en él, no en el administrador. Falwell inclinó la cabeza en su dirección.
– Con el debido respeto para la señorita Chesterton, su Excelencia, no podemos estar arreglando cosas más allá de los límites del ducado, cosas cuya obligación de arreglar no es nuestra.
Royce miró a Minerva. Ella mantuvo su mirada y esperó su decisión.
El duque sabía por qué lo pedía Minerva. Otras damas codiciaban joyas; ella pedía un puente. Y si hubiera estado en sus tierras, se lo hubiera otorgado alegremente.
Desafortunadamente, Falwell tenía razón, sin duda. Lo último que necesitaba el ducado era que lo vieran como un salvador general de último recurso. Sobre todo en las villas, que se supone que financian sus necesidades de los impuestos que colectan.
– En este asunto, tengo que estar de acuerdo con Falwell. Sin embargo, haré llegar esta cuestión personalmente a las autoridades apropiadas -Miró a Handley. -Entérate de a quién tengo que ver.
– Sí, su Excelencia.
Miró de nuevo a Minerva.
– ¿Algo más?
Ella mantuvo su mirada el tiempo suficiente para hacer que Royce se preguntara qué estaba pasando por su cabeza, pero después respondió:
– No, su Excelencia. Eso es todo.
Bajó la mirada, reunió sus papeles, y después se incorporó, inclinó la cabeza, se giró y caminó hasta la puerta.
Mientras esta se cerraba a su espalda, Royce estaba ya considerando cómo usar el puente para su mejor conveniencia.
Hay más de un modo de hacer las cosas… Minerva se preguntó qué táctica estaba considerando Royce. Cuando el gong del almuerzo resonó a través de los pasillos, se dirigió al comedor, esperando que lo hubiera entendido correctamente.
No se había sentido sorprendida por los comentarios de Falwell; su papel era administrar el ducado como si fuera un negocio, en lugar de preocuparse por sus habitantes. Esto último era en parte su papel, y en parte el del duque. El de Royce. Había dicho que se ocuparía de aquel asunto… presentando su petición ante las autoridades. Mientras se acercaba al comedor, Royce salió del salón opuesto. El duque había escuchado sus pasos; había estado esperándola. Se detuvo, la miró; cuando ella se puso a su altura, sin una palabra le hizo una señal para que entrara en el comedor por delante de él.
El resto del grupo estaba ya en la mesa, enfrascado en una discusión sobre los planes de Margaret y Susannah para los seis días que quedaban antes de la feria. Royce y ella fueron al repleto aparador, y se sirvieron de una variedad de carnes frías, jamones y distintos manjares dispuestos en bandejas y platos, y después Royce la condujo hasta la cabeza de la mesa, hasta la silla junto a la suya. Jeffers saltó para separarla para ella.
Para cuando Minerva se hubo sentado y acomodado sus faldas, Royce estaba sentado ya también en su amplia silla, separándolos de los demás con el ángulo de los ojos y su absoluta atención sobre ella. Los demás leyeron las señales y los dejaron en paz.
Comenzaron a comer, y después Royce la miró a los ojos.
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