Hicieron una reverencia y se marcharon, y prometieron que revisarían la cuestión del puente minuciosamente.
Royce los miró con frialdad, y después les informó de que volvería tres días después para ver sus progresos.
Entonces se giró y se marchó; totalmente satisfecha, Minerva lo siguió.
Royce marcó un furioso paso de vuelta al castillo. La oscura mirada que le echó mientras subía a la grupa de su caballo dejó claro que no había olvidado que ella había jugado con su temperamento, pero había pedido una dramática y urgente razón para tener una justificación para presionar a los concejales para que arreglaran el puente, y ella le había dado una. Su conciencia estaba limpia.
Algo que sospechaba que él ya sabía, porque cuando llegaron a Wolverstone, dejaron sus caballos a Milbourne y se dirigieron al castillo, no dijo nada, y solo le echó una de sus miradas oscuras y penetrantes.
Para cuando llegaron al ala oeste y se acercaron a las escaleras de la torre, había dejado de esperar alguna reacción suya. Se sentía satisfecha, totalmente complacida con sus logros del día, y entonces los dedos de Royce se cerraron alrededor de su codo y la atrajo hasta el sombrío vestíbulo al pie de las escaleras. La aplastó contra la pared.
Sorprendida, sus labios se apartaron cuando él los aplastó bajo los suyos y la besó… llenando su boca, atrapando su mente y tomando por asalto sus sentidos.
Era un tipo de beso duro, doloroso, conquistador, uno al que ella respondió con condenado ardor.
Sus manos estaban hundidas en la oscura seda del cabello de Royce cuando este se apartó abruptamente de ella, dejándola jadeando y con sus sentidos tambaleándose.
Desde apenas unos centímetros de distancia, sus ojos la taladraron.
– La próxima vez, cuéntamelo -Era una orden directa.
No había recuperado aún el aliento suficiente para hablar, y se las arregló para asentir.
Royce entornó los ojos, apretó los labios, y retrocedió un poco… como si se diera cuenta de que para ella era difícil pensar cuando él se encontraba tan cerca.
– ¿Algo más que esté tan mal en mis tierras? ¿O no en mis tierras, pero afectando a mi gente?
Esperó mientras, ella se recomponía, y pensaba.
– No.
Royce exhaló.
– Algo habrá, supongo.
Se apartó de ella y la separó del muro, y se apresuraron a subir las escaleras. El corazón de Minerva latió un poco más rápido sabiendo que él estaba justo detrás de ella, y en un humor que no era previsible.
Pero cuando llegaron a la galería, y ella se giró camino de su habitación, él la dejó marchar. Se detuvo al pie de la escalera.
– A propósito… -Esperó hasta que ella se detuvo y lo miró sobre su hombro; él atrapó sus ojos. -Mañana por la mañana quiero que cabalgues conmigo hasta Usway Burn… tenemos que comprobar los progresos, y quiero hablar con Evan Macgregor.
Minerva sintió que amanecía en ella la más brillante de las sonrisas, sintió que iluminaba sus ojos.
– Sí, de acuerdo.
Con un asentimiento, Royce se dirigió a su habitación.
Totalmente satisfecha con su día, Minerva continuó camino de la suya.
Volvieron encontrarse en el salón, rodeados por los demás, que charlaban sobre los sucesos del día y hacían planes para el día siguiente. Royce entró en la amplia habitación y localizó a Minerva charlando en un grupo con Susannah, Phillip, Arthur, y Gregory. Encontró sus ojos justo cuando Retford apareció a su espalda anunciando la cena; retrocedió y dejó que los demás se adelantaran, esperando hasta que ella se unió a él para reclamarla.
Quería que estuviera con él, pero aún no había decidido lo que quería decir… o mejor dicho, cómo lo diría. La sentó a su lado. Mientras él mismo tomaba asiento en la cabecera de la mesa, ella lo contempló con tranquilidad, y después se giró hacia Gordon, a su izquierda, y le preguntó algo.
El grupo se había relajado, y todos los miembros estaban totalmente cómodos en compañía de los demás. Royce se sentía cómodo ignorándolos; se echó hacia atrás, con los dedos en el tallo de su copa de vino. Mientras la cháchara sin final fluía a su alrededor, él dejaba que su mirada descansara sobre la cabeza dorada de su ama de llaves y repasaba el día en su mente.
Todo lo que había tenido lugar había sido un éxito, aunque no se había sentido (aún no se sentía) complacido por el modo que ella había utilizado, deliberadamente, para provocar su mal carácter en el asunto del puente. En cierto modo él le había pedido que lo hiciera, pero no se había imaginado que tendría éxito hasta el punto en el que lo había hecho.
Lo había manipulado, efectivamente, aunque con su consentimiento implícito. No podía recordar la última vez que alguien había conseguido hacer eso; que ella lo hubiera conseguido, y con tal facilidad, lo dejó sintiéndose terriblemente vulnerable… no era un sentimiento con el que estuviera familiarizado, ni uno que aprobara realmente ni lo más mínimo.
Sin embargo, contra eso se alzaban los éxitos del día. Primero al tratar con Falwell, después decidiendo el reemplazo del administrador, y finalmente sobre el puente. El había querido ilustrar un punto, demostrárselo de un modo que, siendo la mujer racional que era, vería sin ninguna duda, y con esto habían tenido éxito brillantemente.
Sin embargo… dejó que su mirada se hiciera incluso más intensa, hasta que Minerva la sintió y miró hacia él. Royce se giró hacia ella; Minerva se volvió y se excusó con Gordon, y después miró al duque y levantó las cejas.
Royce la miró fijamente a los ojos.
– ¿Por qué no me contaste simplemente lo de los niños que usan el puente?
Ella sostuvo su mirada.
– Si lo hubiera hecho, el efecto hubiera sido… distante. Tú me pediste algo dramático, que te diera algo urgente que llevar a los concejales… si no hubieras visto a los niños, si solo te lo hubiera contado, no hubiera sido lo mismo -Sonrió. -Tú no habrías sido el mismo.
Royce dudó un momento, y después, aún mirándola a los ojos, inclinó la cabeza.
– Es cierto -Levantó la copa, y la saludó con ella. -Hacemos un buen equipo.
Aquel era el punto que había estado intentando ilustrar.
Podía atarla a él con pasión, pero para asegurarse de que la tenía necesitaría más. Una dama como ella necesitaba ocupación… algo que conseguir. Como su esposa, podría alcanzar incluso más que ahora; cuando llegara el momento, no iba a dudar en señalar aquello.
Minerva sonrió, levantó su copa y rozó el borde contra la de Royce.
– Así es.
Royce la contempló mientras bebía, después tragó, y sintió que algo en su interior se tensaba.
– A propósito… -Esperó hasta que la mirada de Minerva volvió hasta sus ojos. -Es habitual que, cuando un caballero ofrece a una dama una señal de aprecio, esa dama le muestre su aprecio en respuesta.
Minerva levantó las cejas, pero no apartó la mirada. En lugar de eso, una débil sonrisa apareció en las comisuras de sus labios.
– Pensaré en ello.
– Hazlo.
Sus miradas se tocaron, se cerraron la una sobre la otra; la conexión se hizo más intensa. A su alrededor el grupo hablaba muy alto, el ajetreo de los lacayos al servir, el tintineo de los cubiertos y el repiqueteo de la porcelana china era una cacofonía de sonido y un mar de colorido movimiento girando a su alrededor, aunque todo se desvanecía, se hacía distante, mientras entre ellos esa indefinible conexión se hacía más tensa.
La expectación y la anticipación parpadeaban y chispeaban.
Sus pechos crecieron mientras cogía aliento, y después apartó la mirada.
Royce miró abajo, a sus dedos curvados alrededor de la copa de vino; la dejó, y se movió en su silla.
Al menos el grupo se había cansado del teatro amateur, en su interior dio las gracias. La comida terminó y Minerva se apartó de su lado; Royce redujo el tiempo del oporto al mínimo, y después guió a los caballeros para que se reunieran con las damas en el salón.
Tras intercambiar una mirada, no intentó unirse a ella; su acrecentada pasión estaba arqueándose entre ellos, era sencillamente demasiado peligroso… aunque su grupo estuviera ciego. Cordial, charló con algunas de las amigas de sus hermanas, hasta que Minerva salió de la sala.
No volvió. Royce le dio media hora, y después dejó la locuaz reunión y la siguió por las escaleras hasta la torre. Aminoró la velocidad y miró las sombras que poblaban el pasillo hasta su habitación, dudó un momento, y después continuó. Hasta sus aposentos, hasta su dormitorio.
Ella estaba allí, sobre su cama.
Se detuvo en el umbral, sonrió, y ese gesto se vio cargado con cada ápice de impulsos predatorios que recorrían sus venas.
No había dejado encendida ninguna vela, y la luz de la luna entraba por la ventana, bruñendo su cabello, que estaba extendido sobre sus almohadones, dorando las curvas de sus hombros desnudos con un brillo opalescente.
Se dio cuenta de que no llevaba camisón.
Estaba recostada entre los almohadones; debía de haber estado mirando la noche empapada de luna, pero había girado la cabeza para verlo. A través de la oscuridad, Royce sintió que la mirada de Minerva se deslizaba sobre él… sintió que la anticipación crecía, se tensaba.
Permaneció donde estaba y dejó que aumentara.
Dejó que creciera y se fortaleciera hasta que, cuando finalmente se movió y caminó hacia ella, sintió como si una invisible cuerda de seda se hubiera enredado a su alrededor y estuviera tirando de él.
La visión de ella allí, un anhelado regalo, una recompensa, alimento el hambre en su interior un grado más y dejó una primitiva vibración en su sangre.
Ella era suya. Y podía tomarla como su ser ducal decretara.
Su anhelante rendición estaba implícita en su silencio a la espera.
Caminó hasta el aparador junto a la pared. Se quitó la chaqueta, la tiró en una silla cercana, se desabrocho el chaleco mientras planeaba cómo aprovechar mejor la oportunidad para avanzar en su propósito.
Para avanzar en su campaña.
Desnudarse era un obvio primer paso; dilatando deliberadamente los momentos antes de unirse a ella con una actividad que subrayara que su intención era incrementar su ya dilatada conciencia, de él y de todo lo que harían pronto.
Se quitó el alfiler de diamante de su pañuelo y lo dejó sobre el aparador, y después desató sin prisa la tela de lino.
Cuando se quitó la camisa, escuchó que ella se agitaba bajo las sábanas.
Cuando tiró sus pantalones a un lado y se giró, ella dejó de respirar.
Caminó lenta y deliberadamente hasta su lado en la cama. Por un instante, se mantuvo mirándola; la mirada de Minerva subió lentamente desde las ingles de Royce hasta su pecho, y finalmente hasta su rostro. Atrapando sus enormes ojos, extendió la mano hasta las sábanas, y las levantó mientras hacía una señal con la mano.
– Ven. Levántate.
La anticipación la recorrió, como una afilada y feroz ola extendiéndose bajo su piel. Con la boca seca, Minerva examinó su rostro, los duros ángulos y los sombríos rasgos, la implacable y poca informativa expresión que establecía: un hombre primitivo. Se humedeció los labios, y vio que los ojos de Royce seguían aquel pequeño movimiento.
– ¿Porqué?
Los ojos del duque volvieron hasta los de Minerva. No respondió, simplemente mantuvo levantadas las sábanas, y esperó.
El aire frío se deslizó bajo las sábanas levantadas y encontró su piel. Royce, Minerva lo sabía, estaría radiando calor; lo único que tenía que hacer para evitar el frío era levantarse y dejar que él la atrajera hasta su cuerpo.
– ¿Y entonces qué?
Un escalofrío de anticipación incluso mayor (una señal reveladora que a Royce no le pasó desapercibida) amenazó con abrumarla. Levantó la mano, posó los dedos sobre los del duque y dejó que la sacara de la cama.
Royce caminó hacia atrás, atrayéndola hacia él, hasta que ambos estuvieron bajo el haz plateado de la luna, hasta que ambos estuvieron bañados por el pálido brillo. El aliento de Minerva se suspendió, atrapado en su pecho; no podía apartar sus ojos de él… Un magnífico macho, poderoso y fuerte, con cada musculosa curva, cada cresta y cada línea, grabada con plata fundida.
Sus dedos se tensaron sobre los de ella, tiró de ella hacia sí, la atrajo inexorable, e irresistiblemente, entre sus brazos. En un abrazo que era tanto frío como cálido; sus manos se deslizaron hábilmente sobre su piel, acariciándola, recorriéndola, mientras sus brazos se cerraban lentamente y la atrapaban, y después la ceñían aún más, contra la caliente dureza de su totalmente masculino cuerpo.
Sus manos se extendieron sobre la espalda de Minerva; sus oscuros ojos la observaron, bebieron de su expresión mientras sus cuerpos se encontraban, los pechos desnudos contra el desnudo torso, sus caderas contra sus muslos… Minerva cerró los ojos y se estremeció.
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