La dura asta de su erección era como un hierro de marcar contra su tenso vientre.
El ama de llaves inhaló, abrió los ojos, solo para encontrar a Royce cerrando la distancia. Sus labios encontraron los de ella, los cubrieron, los poseyeron, no solo con fuerza conquistadora sino con una lánguida pasión, una más evocativa, totalmente irresistible… una declaración de intenciones que no tenía por qué hacer más estridente; ella sería suya siempre que lo deseara… ambos lo sabían.
El conocimiento la penetró mientras le daba sus labios, y después su boca, y después se unían en un caliente duelo de lenguas; Minerva había acudido a su habitación con el pensamiento de gratificarlo en la mente. Gratificarlo no requería ninguna acción activa de ella; ella podía simplemente dejarlo tomar todo lo que deseara, seguir su guía, y él se sentiría satisfecho.
Pero ¿y ella?
La pasividad no era su estilo, y ella quería que aquello, aquella noche, fuera un regalo suyo… algo que ella quería darle, no algo que se viera obligada a entregar.
Porque él no había tomado las riendas, y era la oportunidad de Minerva. Así que las tomó ella… deslizó una mano entre sus muslos y la cerró firmemente sobre el asta de su erección. Sintió que la certeza brotaba cuando él se tensó, como si su roce tuviera el poder de distraerlo por completo.
Aprovechando el momento, deslizó la otra mano para que se uniera con la primera, uniéndolas alrededor de su rígido miembro en un homenaje táctil… y a través del beso sintió cada partícula de su conciencia centrándose en el lugar que ella acariciaba.
Rompiendo el beso lentamente, Minerva movió las palmas de sus manos… observó el rostro de Royce, confirmando que su tacto, sus caricias, poseían el poder de capturarlo. Sus brazos se relajaron mientras su atención cambiaba; su abrazo se debilitó lo suficiente para que ella se apartara un poco.
Lo suficiente para mirar abajo y poder ver lo que estaba haciendo y experimentando mejor.
Royce la había dejado tocarlo antes, pero en ese momento se había sentido abrumada… había demasiado de él que explorar. Ahora, más familiarizada con su cuerpo, más cómoda estando desnuda en su presencia, menos distraída por el milagro de su pecho, por los pesados músculos de sus brazos, por las largas y poderosas columnas de sus muslos; ahora que ya no se sentía esclavizada por sus besos, podía extender sus exploraciones de lo que más deseaba aprender… que lo complacía a él.
Minerva lo acarició, y después dejó que sus dedos deambularan; su pecho se hinchó mientras tomaba aliento profundamente.
Miró su rostro, sus ojos, el oscuro deseo que ardía en él, brillando desde debajo de la espesa cortina de sus pestañas. Apretó la mandíbula, y los músculos se tensaron con una tensión que estaba extendiéndose lentamente por su cuerpo.
Sabía que no podía dejarla demasiado tiempo.
En una ráfaga de recuerdos, Minerva recordó una tarde en Londres hacía mucho tiempo, y los ilícitos secretos compartidos por sus compañeros más salvajes.
Sonrió… y dejó que la mirada de Royce se agudizara sobre sus labios. Sintió que la verga entre sus manos se movía ligeramente.
Mirando esos oscuros ojos encendidos por la abrasadora pasión, supo exactamente lo que estaba pensando.
Supo exactamente lo que quería hacer, lo que necesitaba hacer, para equilibrar la escala de concesiones mutuas entre ellos.
Retrocedió un paso, bajó su mirada desde los ojos de Royce hasta sus labios, y después corrió por la columna de su garganta y la longitud de su pecho, hasta donde las palmas de sus manos y sus dedos estaban colocadas con firmeza, una mano sobre la otra, un pulgar acariciando el sensible borde de la amplia y bulbosa cabeza.
Antes de que Royce pudiera detenerla, se puso de rodillas.
Sintió su sorpresa… acrecentada cuando inclinó la dura verga contra su rostro, separó los labios, y los deslizó sobre la lujuriosa y delicada carne, tomándolo lentamente en la cálida bienvenida de su boca.
Había escuchado suficiente de la teoría para saber lo que tenía que hacer; la práctica fue un poco más difícil… era grande, largo, y grueso, pero ella estaba decidida.
Royce finalmente se las arregló para poner a funcionar sus pulmones, para tomar una desesperada inhalación, pero no pudo apartar sus ojos de ella, de la visión de su dorada cabeza inclinada contra su ingle mientras aplicaba su boca sobre su impresionante erección.
El dolor en su ingle, en sus testículos y su pene, se intensificaba con cada dulce caricia de su lengua, con cada lenta y larga succión.
Sintió que debía detenerla, que debía hacer una pausa momentánea. No es que no le gustara lo que estaba haciendo… adoraba cada segundo de delicia táctil, adoraba la visión de Minerva de rodillas ante él, con su verga enterrada entre sus lujuriosos labios… pero… Él no solía hacer que las damas lo sirvieran de este modo, y no lo esperaba, tampoco.
Generalmente estaban demasiado exhaustas después de que él hubiera terminado con ellas… y siempre terminaba con ellas antes.
Debía detenerla, aunque no lo hizo. En lugar de eso, lo aceptó: aceptó el placer que ella le proporcionaba, dejó que sus manos se cerraran sobre la cabeza de Minerva, y que sus dedos recorrieran su sedoso cabello y la guiaran suavemente…
Ella lo succionó más profundamente, después más profundamente aún, hasta que su hinchado glande estuvo en su garganta. Su lengua envolvió lentamente su longitud.
Royce cerró los ojos y dejó que su cabeza cayera hacia atrás, luchó para contener un gruñido… y la dejó que continuara, que hiciera lo que quisiera.
La dejó que lo tuviera.
Pero solo pudo dejarse llevar hasta cierto punto. Solo pudo soportar el húmedo cielo de su boca durante cierto tiempo.
Con las manos alrededor de la base de su verga, Minerva encontró su ritmo; su confianza había crecido, y con ello su dedicación. Con los pulmones gritando, y los nervios destrozados, luchó para darle un momento más… y después se obligó a deslizar un pulgar entre sus labios y a sacar su vibrante longitud de su boca.
Ella levantó la mirada, se lamió los labios y frunció el ceño.
Royce se inclinó y, cogiéndola por la cintura, la levantó.
– Rodea mi cintura con tus piernas.
Minerva ya lo había hecho. Royce deslizó sus manos para agarrar sus caderas, y la colocó de modo que la caliente cabeza de su erección separara el resbaladizo fuego de sus labios y se presionara contra su entrada.
Miró su rostro, capturó sus grandes ojos oscurecidos por el deseo… la observó mientras la bajaba y, firme e inexorablemente, la penetraba. Observó que sus rasgos se relajaban mientras la conciencia se giraba hacia donde la estaba extendiendo y llenando. Sus párpados bajaron y ella se estremeció en sus brazos, cautiva en la hoja de cuchillo de su rendición. Royce la agarró más firmemente, atrayendo sus caderas bruscamente contra su cuerpo, inclinándola para poder meterle hasta el último centímetro y llenarla completamente.
Poseerla completamente.
Vio, sintió, oyó el jadeo de sus pulmones. Tomó el peso de Minerva sobre un brazo, levantó la otra mano hasta su rostro, cogió su mandíbula y la besó.
Ávidamente.
Ella le dio su boca, abierta a su ataque, y le entregó, le cedió, todo lo que él deseaba. Durante un largo momento, hundido en su cuerpo, solamente la devoró, y entonces ella intentó moverse, usar su cuerpo para satisfacer la desenfrenada demanda del de Royce… y descubrió que no podía.
No podía moverse a menos que él se lo permitiera. Penetrada como estaba, se encontraba totalmente en su poder.
El resto del guión solo podía escribirlo él… y ella solo podía experimentarlo, soportarlo.
Royce se lo demostró… le demostró que podía levantarla tanto o tan poco como deseara, y después bajarla, tan lenta o tan rápidamente como quisiera. Que el poder y la profundidad de su penetración en su cuerpo era totalmente decisión suya. Que su viaje a la cima lo guiaría él.
Minerva se había entregado a él, y ahora Royce pretendía tomarla… todo lo que pudiera de ella.
La levantó, y después la bajó, con una mano aún en su trasero, el brazo envolviendo todavía su cuerpo, presionándolo contra el suyo mientras el movimiento de su unión hacía que sus pechos cabalgaran contra su torso. Con un brazo alrededor de sus cabezas, y esa mano extendida bajo sus nalgas, las piernas de Minerva rodeando, ahora con fuerza, su cintura, y los brazos alrededor de los hombros de Royce, las manos extendidas en su espalda, el duque podía sentirla a su alrededor, y ella estaba totalmente encerrada en su abrazo.
Un desnudo y primitivo abrazo que encajaba a la perfección con él. Que le entregaba a Minerva, que hacía que esta se rindiera a él, en un nivel más profundo y primitivo.
Minerva se apartó del beso con un gemido jadeante, levantó la cabeza mientras, con el pecho hinchado, luchaba por encontrar aliento.
Royce la dejó, y después, con la mano afianzándose en su trasero, la atrajo de nuevo.
La besó de nuevo.
La tomó, la atrapó, la devoró de nuevo.
Sus manos eran de repente mucho más demandantes, su abrazo era como fuego mientras la movía sobre él, contra él, desollando sus sentidos en todos los modos posibles dentro y fuera hasta que se arqueó, dejó que su cabeza cayera hacia atrás, y se entregó a él.
A las llamas que ardían entre ellos, reuniéndose y creciendo, y después entrando en erupción en una pasión fundida tan caliente que abrasaba y quemaba, que marcaba y señalaba.
Las llamas, hambrientas y ávidas, crecieron y los barrieron, atrapándolos, extendiéndose bajo su piel y consumiéndoles mientras el insistente, persistente ritmo de su posesión escalaba y la reclamaba de nuevo.
Hizo que Minerva ardiera de nuevo, hizo que se fragmentara y gritara, la hizo gemir y jadear al tiempo que Royce se unía a ella.
Mientras, por fin, ella lo sentía, duro y caliente e innegablemente real, innegablemente él, enterrado profundamente en su interior, más profundamente de lo que había estado nunca.
Lo suficientemente profundo para tocar su corazón.
Lo suficientemente profundo para reclamarlo como suyo, también.
El pensamiento atravesó la mente de Minerva, pero lo dejó ir, lo dejó desvanecerse mientras él la llevaba hasta su cama y se colapsaba junto a ella sobre esta.
Sosteniéndola contra su corazón.
Por último, Minerva escuchó que él susurraba:
– Sobre todo en esto hacemos un equipo excelente.
CAPÍTULO 15
Dos noches después, Minerva se deslizó en los aposentos de Royce, y dio las gracias a Trevor por no quedarse nunca esperando. En cuanto a su hábito reciente, había dejado a Royce y al resto del grupo abajo, y se había escabullido… para llegar allí, a sus aposentos, a su cama.
Paseando por el ahora familiar dormitorio, se sorprendió por lo fácilmente que se había asentado su aventura, por lo cómoda que se sentía después de tan poco tiempo con él.
Los últimos días habían pasado en un torbellino de preparativos, tanto para la fiesta en la mansión como para la propia feria. Ya que era la mayor propiedad de la zona, el castillo siempre había sido el primero en donar y participar en la celebración, una asociación que el personal de servicio había mantenido a pesar del interés de sus señores.
Minerva siempre había sacado tiempo para la feria. Celebrada bajo el auspicio de la iglesia local, la feria recaudaba fondos tanto para el mantenimiento de la iglesia como para los numerosos proyectos para las mejoras locales. Unas mejoras en las que el ducado siempre había tenido un interés personal, un acto que Minerva usaba para justificar el gasto de tiempo y bienes que involucraba.
Quitándose el vestido, fue consciente de una inesperada satisfacción. Dada la participación de Margaret, Aurelia y Susannah, las cosas podrían ser mucho peor, pero todo estaba progresando suavemente tanto en el frente de la fiesta como en el de la feria.
Desnuda, con el cabello alrededor de sus hombros, levantó las sábanas escarlata y se deslizó bajo la fría seda. Si era honesta, su satisfacción, la profundidad de esta, tenía una fuente más cercana, más profunda… y más poderosa. Sabía que su aventura solo duraría un poco más (en realidad su tiempo con él ya tenía que haber casi terminado), pero en lugar de hacerla cauta y reticente, este conocimiento de que su oportunidad de experimentar todo lo que tenía estaba estrictamente limitado había servido para incitarla. Estaba decidida a vivir, total y completamente, a abrazar el momento y aprovechar la oportunidad de ser todo lo mujer que podía ser, hasta que el interés de Royce durara. Hasta que él la quisiera.
No sería el suficiente tiempo para que ella se enamorara de él, para que se viera atrapada por una emoción no correspondida. Y si sentía un pinchazo porque nunca tendría la oportunidad de conocer el amor en toda su gloria, lo aceptaría y viviría con ello.
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