Al dejar el comedor, Helen sonrió con nostalgia.
– Me pregunto, Minerva, si puedo molestarla y pedirle un recorrido rápido por este enorme edificio, si es que algo así puede ser rápido -Levantó la mirada hacia el techo abovedado del vestíbulo delantero que se abría ante ellas. -Es desalentador considerar…
Se detuvo, echó una mirada a Minerva, y después suspiró.
– Nunca me ha gustado andarme con tapujos, así que seré franca. No tengo ni idea de qué esperar de Royce, y admito que estoy algo nerviosa… lo que ciertamente no es mi estilo.
Minerva frunció el ceño.
– Yo creía… -No estaba segura de qué pensar. Guió el caminó hacia el salón principal.
La condesa caminó junto a ella. Cuando se detuvieron en el interior de la amplia habitación, Helen continuó:
– Asumo que conoce su regla inviolable… la de que nunca pasa más de cinco noches con ninguna dama.
Sin expresión, Minerva negó con la cabeza.
– No lo había oído.
– Le aseguro que es cierto… hay innumerables damas de la clase alta que pueden atestiguar su negativa a pasar de esa cifra, sin importar el aliciente. Cinco noches es todo lo que se permite con cualquier mujer -La condesa hizo una mueca. -Supongo que es un modo de asegurarse de que ninguna se hace ilusiones, podríamos decir, sobre su situación.
Clandestinamente, Minerva contó con sus dedos; la última noche había sido su quinta (y por lo tanto última) noche. Ni siquiera lo había sabido. Sintiéndose mareada, salió al vestíbulo y después guió a la duquesa hacia el comedor.
Helen mantuvo el paso.
– Yo era su amante antes de que dejara Londres… durante solo cuatro noches. Esperaba una quinta, pero entonces desapareció de la ciudad. Más tarde me enteré de la muerte de su padre, y creí que nuestra aventura había terminado… hasta que recibí la nota de Susannah. Ella parecía pensar… y cuando me enteré de lo de las grandes damas, y su decreto… pero no llegó ningún anuncio… -Miró a Minerva. -Bueno, no supe qué pensar -Se encogió de hombros. -Así que aquí estoy, decidida a tomar parte en la contienda por el anillo; si es que hay un anillo, claro. Pero él tiene que casarse, y nosotros nos llevamos lo suficientemente bien… y yo quiero casarme de nuevo. Ashton y yo no estábamos enamorados, pero nos gustábamos. Ahora que ya no lo tengo, podría decir muchas cosas sobre el compañerismo que he descubierto.
Helen se rió cínicamente.
– Por supuesto, todo depende de Royce Varisey, pero creo que debería saber que el resto de alternativas son jovencitas aturdidas.
Guardando sus tambaleantes sentimientos profundamente en su interior, y dando un portazo mental sobre ellos, Minerva se obligó a considerar las palabras de Helen. ¿Y quién era ella para responder por Royce? Por lo que sabía, él podría sentir alguna conexión real con Helen; no era difícil imaginársela en sus brazos, como su duquesa.
Tomó aire, lo contuvo, y después sonrió.
– Si quiere, puedo mostrarle las estancias principales del castillo -Si Royce tenía que casarse con alguien, prefería que fuera con Helen que con alguna joven sin cerebro.
Más tarde, aquella noche, Minerva estaba sentada en el centro de la larga mesa del comedor, conversando alegremente con los que estaban a su alrededor mientras disimuladamente contemplaba cómo Helen brillaba, hervía y cautivaba desde su posición a la izquierda de Royce.
La adorable condesa había usurpado su lugar allí, y parecía que la había desplazado en otros sentidos, también. Royce no le había dedicado una sola mirada desde que había entrado en el salón y había posado sus ojos sobre Helen, una impactante imagen en seda de color rosa.
Sintiéndose sosa y sin gracia en su vestido de luto, se había mantenido junto a la pared y había observado, sin estar ya segura de su posición con Royce, y por tanto, sin saber qué hacer.
Había comenzado su recorrido con Helen pensando que, en el asunto de la esposa de Royce, no había peor candidata que una aturdida joven. Después de una hora escuchando los puntos de vista de Helen sobre el castillo y el ducado, y lo que era más importante, sobre los aldeanos, había revisado esa opinión.
Helen nunca sería la duquesa de Royce en Wolverstone. Además de cualquier otra cosa, no quería. Había asumido que Royce pasaría la mayor parte del tiempo en Londres, pero él ya había declarado que seguiría los pasos de su padre y su abuelo (e incluso de su bisabuelo). Su hogar estaría aquí, y no en la capital.
Cuando se lo mencionó, Helen se encogió de hombros, sonrió y dijo:
– Ya veremos.
Helen no podía pensar que cambiaría la opinión de Royce, lo que había dejado a Minerva preguntándose qué tipo de matrimonio estaba imaginándose Helen… posiblemente uno que también encajara con Royce.
Lo que componía un problema más grave, ya que Helen no tenía absolutamente ningún sentimiento, ni empatía, con el ducado en general, y mucho menos con la gente que lo habitaba. Ya había señalado que había dado por sentado que Minerva se quedaría como ama de llaves. Minerva no lo haría, no podría, pero siempre se había imaginado entregando sus llaves a alguna mujer con corazón, con compasión e interés por el personal de servicio y por la amplia comunidad de la que el castillo era el centro.
Miró la cabecera de la mesa de nuevo, vio a Royce, con una sutil sonrisa, inclinando su cabeza hacia la condesa en respuesta a alguna broma. Forzando su mirada hacia Rohan, sentado frente a ella, sonrió y asintió; no había oído una sola palabra de su última historia. Tenía que dejar de torturarse a sí misma; tenía que ser realista… tan realista como la condesa. Pero ¿qué demandaba la realidad?
En un nivel totalmente terrenal, debía apartarse silenciosamente a un lado y dejar que Helen reclamara a Royce, si él estaba dispuesto. Ella ya había pasado sus cinco noches con él y, a diferencia de ella, Helen podría ser una excelente esposa bajo los parámetros que él fijara para su matrimonio.
En otro nivel, sin embargo, uno basado en las instigaciones emocionales de su imprudente corazón, le gustaría espantar a Helen y que se marchara del castillo; era inadecuada (totalmente inadecuada) para el puesto de esposa de Royce.
Aun cuando se levantó y, con el resto de damas, desfiló tras Margaret hacia la puerta, dejó sus sentidos abiertos… y supo que Royce ni siquiera la había mirado. En la puerta, miró a su espalda brevemente, y vio a la condesa despidiéndose de él; sus oscuros ojos eran solo para ella.
Minerva había tenido sus cinco noches; él ya había olvidado su existencia.
En ese instante, supo que no importaba lo tonto que pudiera pensar que era si aceptaba la transparente invitación de Helen y le ofrecía su corona de duquesa; ella no diría una sola palabra en contra de su decisión.
En ese tema, ya no podía ofrecer una visión imparcial.
Se giró y se preguntó cuánto tiempo tendría que aguantar en el salón hasta que llegara la bandeja del té.
La respuesta fue mucho más de lo que ella quería. Más que suficiente para que le diera tiempo en pensar sobre la injusticia de Royce; por cómo la estaba ignorando, su tiempo con él había llegado a un absoluto final… que él había olvidado decirle. Desalmado.
Minerva no estaba de buen humor, pero se unió a las conversaciones de los demás, que charlaban de esto y de aquello, y escondió su reacción lo mejor que pudo; no tenía sentido dejar que alguien más lo notara o lo sospechara. Ella misma deseaba no tener que pensar sobre eso, poder de algún modo distanciarse de sí misma y de la fuente de su aflicción, pero apenas podía excluir a su propio corazón. Contrario a sus equivocadas esperanzas y creencias, ya no podía fingir que no había llegado a involucrarse con él.
No había otra explicación para el insensibilizante sentimiento que había en lo más profundo de su pecho; no había otra razón para el triste nudo en el que se había convertido ese rebelde órgano.
Era culpa suya, por supuesto, pero eso no haría que el dolor fuera menor. Desde el principio había sido consciente de los peligros de enamorarse (incluso un poquito) de él; no había esperado que ocurriera tan rápidamente, ni siquiera se había dado cuenta de que había pasado.
– Te lo dije, Minerva.
Se concentró en Henry Varisey, que se acercó conspiratoriamente hacia ella.
Tenía la mirada fija en el otro lado de la habitación.
– ¿Crees que la hermosa condesa tiene alguna posibilidad de saber lo que nadie más sabe aún?
Le llevó un momento darse cuenta de que estaba aludiendo al nombre de la novia de Royce. Siguió la mirada de Henry hasta donde Helen estaba colgada del brazo de Royce.
– Le deseo suerte… en ese tema su Excelencia ha tenido la boca tan cerrada como una ostra.
Henry la miró y arqueó una ceja.
– ¿Tú no has oído nada?
– Ni una sola pista.
– Bueno -Incorporándose, Henry miró su espalda en la habitación. -Parece que nuestras esperanzas están en lady Ashton.
Asumiendo que lady Ashton no fuera el nombre en cuestión… Minerva frunció el ceño. Henry, al menos, no veía que Helen tuviera ni siquiera una posibilidad de ser la elegida de Royce.
Al otro lado de la habitación, Royce se obligaba a sí mismo a mantener la mirada sobre Helen Ashton, o sobre cualquier otra persona que estuviera cerca, y no permitir que sus ojos vagaran hacia Minerva, como constantemente querían hacer. Había entrado en el salón antes de la cena, anticipando otra deliciosa noche disfrutando de su ama de llaves, solo para encontrarse cara a cara con Helen. La última mujer a la que esperaba ver.
En su interior maldijo, puso en su cara una expresión serena, y luchó por no buscar ayuda de la única persona en la habitación a la que realmente quería ver. Tenía que ocuparse de Helen primero. Una irritación que no había previsto y que no deseaba; no comprendía por qué demonios había llegado allí antes de que él se enterara.
Susannah. ¿En qué demonios había estado pensando su hermana? Lo descubriría más tarde. Aquella noche, sin embargo, tendría que marcar una delgada línea; Helen y el resto (todos los que sabían que había sido su última amante) esperaban que le prestara atención ahora que estaba allí.
Porque, hasta donde ellos sabían, no había estado con una mujer durante semanas. No había tenido una amante en Wolverstone. Eso era cierto, y aún no la tenía.
Con todo el mundo mirándolo a él y a Helen, si en su lugar miraba a Minerva, alguien se daría cuenta… alguien podría descubrirlo. Mientras trabajaba para convencerla y poder hacer pública su relación, no estaba seguro de tener éxito, y no tenía intención de arriesgar su futuro con ella debido a sus ex amantes.
Así que tendría que dedicarle tiempo hasta que pudiera confirmar el estatus de Helen directamente con ella. Como era la dama de mayor edad entre las presentes, no había tenido más remedio que escoltarla hasta el comedor y sentarla a su izquierda… en cierto sentido una bendición, porque esto había mantenido a Minerva a distancia.
Esperaba (rezaba) porque ella lo entendiera. Al menos una vez que le explicara…
No estaba esperando esa conversación porque, además, Minerva lo conocía muy bien. No se sorprendería al descubrir que Helen había sido su amante, y que ahora era su ex amante. En su mundo, era el ex el que contaba.
Incluso con su atención externa en otra parte, se enteró de cuando Minerva dejó la habitación. Una rápida mirada se lo confirmó, y agudizó la agitación interior que lo impulsaba a seguirla.
Pero primero tenía que dejar las cosas claras con Helen.
Y Susannah. Su hermana pasó junto a Helen; lo miró a los ojos y le hizo un guiño. Escondiendo su reacción tras una expresión tranquila, dejó a Helen conversando con Caroline Courtney; cerró los dedos sobre el codo de Susannah y la llevó con él mientras caminaba un par de pasos.
Una vez que estuvieron lo bastante separados de los demás para poder hablar en privado, la liberó y la miró.
Ella sonrió con infantil delicia.
– Bueno, querido hermano, ¿estás más contento ahora?
En sus ojos leyó sinceridad. Interiormente, suspiró.
– La verdad es que no. Helen y yo nos separamos cuando me marché de Londres.
El rostro de Susannah se abatió casi cómicamente.
– Oh -Parecía totalmente desconcertada. -No tenía ni idea -Echó un vistazo a Helen. -Pensaba…
– Si puedo preguntar, ¿qué es lo que le has dicho exactamente?
– Bueno, que estabas aquí, solo, y que tenías que tomar la temida decisión de con quién casarte, y que si ella venía, quizá podría hacer tu vida más fácil y, bueno… ese tipo de cosas.
Royce gruñó en su interior, y después suspiró entre dientes.
– No importa. Hablaré con ella y lo dejaré todo aclarado.
Al menos ahora sabía que su instinto había sido correcto; Helen no estaba allí solo para compartir una noche de pasión. Gracias a la pobre redacción de Susannah, Helen ahora tenía aspiraciones más altas.
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