Dejó a Susannah, bastante desanimada, y volvió junto a Helen, pero tuvo que esperar hasta que todos los demás decidieron por fin retirarse para darles un espacio donde pudiera hablar privadamente.

Al abandonar el salón, en la retaguardia del grupo, rozó el brazo de Helen, y le indicó el pasillo que salía del vestíbulo.

– Por aquí.

La condujo hasta la biblioteca.

Pasó a través de la puerta que mantuvo abierta para ella, y se detuvo un momento; tenía demasiada experiencia para no darse cuenta del significado de aquel lugar de reunión. Pero entonces se irguió y siguió caminando. El la siguió y cerró la puerta.

En la repisa de la chimenea había un candelabro encendido; un pequeño fuego ardía alegremente en el hogar. Señaló a Helen la butaca que había junto a la chimenea. Caminó por delante de Royce hasta esta, y después se dio la vuelta para mirarlo, con las manos entrelazadas.

Abrió la boca, pero el duque levantó una mano, deteniendo sus palabras.

– Primero, déjame decirte que me ha sorprendido verte aquí… No tenía ni idea de que Susannah te había escrito -Se detuvo al otro lado de la chimenea, y sostuvo la mirada azul de Helen. -Sin embargo, debido a lo que mi hermana te escribió, entiendo que puedes haber llegado a alguna conclusión errónea. Para dejar las cosas claras… -Se detuvo, y después dejó que sus labios se curvaran cínicamente. -Para ser brutalmente franco, en estos momentos estoy negociando la mano de la dama a la que he elegido para que sea mi duquesa, y no tengo absolutamente ningún interés en ninguna aventura.

Y si había pensado que tenía alguna oportunidad de una conexión más permanente, ahora lo sabía mejor.

Tenía que reconocer que, como había esperado, Helen asimiló la realidad a la perfección. Era una natural superviviente en su mundo. Con los ojos sobre el rostro de Royce, inhaló aire profundamente mientras digería sus palabras, y después inclinó la cabeza, con los labios curvados en una atribulada mueca.

– Dios santo… Qué embarazoso.

– Solo tan embarazoso como deseemos hacerlo. Nadie se sorprenderá si nos separamos amigablemente y seguimos adelante.

Ella pensó, y después asintió.

– Cierto.

– Yo, naturalmente, haré todo lo que esté en mi mano para asegurarme de que no te sientas incomoda mientras estés aquí, y espero que, en el futuro, sigas contemplándome como un amigo -Continuó mirándola, totalmente seguro de que ella entendería la oferta tras sus palabras, y de que la valoraba adecuadamente.

No iba a decepcionarlo. Estaba lejos de ser estúpida, y si no podía tenerlo como amante o marido, entonces tenerlo como un poderoso y bien dispuesto conocido era la mejor opción. De nuevo inclinó la cabeza, esta vez con reverencia más profunda.

– Gracias, su Excelencia -Dudó, y después levantó la cabeza. -Si no es inconveniente para ti, creo que me quedaré un par de días… quizá hasta la fiesta.

Royce sabía que tenía que guardar las apariencias.

– Por supuesto.

Su entrevista llegó a su fin; Royce le señaló la puerta, y la acompañó mientras salía de la habitación.

Se detuvo en el umbral, y esperó hasta que ella lo miró.

– ¿Puedo preguntarte si viniste a Northumbría buscando solo distracción, o…?

Helen sonrió.

– Susannah, aparentemente, creía que yo tenía alguna oportunidad de convertirme en tu duquesa -Lo miró a los ojos. -Si te soy totalmente sincera, yo no lo creía posible.

– Disculpa a Susannah… es más joven que yo y no me conoce tan bien como cree.

Helen se rió.

– Nadie te conoce tan bien como cree -Se detuvo y luego sonrió… con una de sus encantadoramente gloriosas sonrisas. -Buenas noches, Royce. Y buena suerte con tus negociaciones.

Abrió la puerta y salió.

Royce contempló la puerta mientras se cerraba tras Helen; se quedó mirando los paneles, con la mente inmediatamente concentrándose en el único tema que actualmente dominaba su existencia… las negociaciones con la dama que había elegido como su duquesa.

Su campaña para asegurarse de que Minerva decía que sí.


Minerva estaba sola en su cama… una buena cama en la que había dormido confortablemente durante años y años, pero que ahora parecía totalmente deficiente.

Sabía lo que echaba en falta, la carencia que de algún modo hacía imposible que cayera dormida; pero por qué la sencilla presencia de un cuerpo masculino durante un puñado de días debería haber hecho tal impresión en su psique hasta el extremo de que ella (su cuerpo) se inquietara por su ausencia, no podía comprenderlo.

Si su cuerpo estaba inquieto, su mente estaba mucho peor. Tenía que dejar de pensar en todo lo que había descubierto… tenía que dejar de preguntarse si Helen habría tenido ya cinco interludios, o cinco momentos de intimidad; en ambos aspectos ella y Royce ya habían excedido el límite. Aunque quizá él, que era un hombre, solo contaba las noches.

La triste verdad que tenía que aceptar era que, de acuerdo con su inmutable regla (y ahora podía entender por qué él, heredero de un ducado enormemente rico y poderoso, había instituido tal regla), su tiempo con él había llegado a su final.

Menos mal que Helen había llegado, y se lo había explicado; al menos ahora lo sabía.

Se incorporó y golpeó con los puños su almohada, y después se derrumbó y tiró de las mantas sobre sus hombros. Cerró los ojos. Tenía que conseguir dormir un poco.

Intentó recomponer sus rasgos, pero no podían relajarse. Su ceño se negaba a suavizarse.

En su corazón, en sus entrañas, algo parecía estar mal. Terriblemente mal.

El sonido del pestillo de su puerta hizo que abriera los ojos. La puerta se abrió (con bastante violencia) cuando Royce entró en la habitación, y después cerró la puerta silenciosamente.

Se dirigió a la cama. Tras detenerse junto a ella, miró a Minerva; lo único que podía leer de la expresión de Royce era que sus labios estaban apretados, formando una delgada línea.

– Supongo que debería haber esperado esto -Negó con la cabeza y extendió la mano para coger las sábanas.

Tiró. Ella las apretó con las fuerza.

– ¿Qué…?

– Por supuesto, había esperado que mi edicto de que estuvieras en mi cama había sido lo suficientemente fuerte para que lo siguieras, pero parece que no fue así -Su dicción era seca, un indicador claro de que estaba conteniendo su mal carácter. Tiró de las mantas y se las apartó.

Se detuvo y la miró.

– Por el amor de Dios, hemos vuelto a los camisones.

El disgusto de su voz, en otras circunstancias, la habría hecho reírse. Entornó los ojos, y después se giró para escaparse por el otro lado de la cama… pero Royce fue demasiado rápido.

La atrapó, la atrajo hacia él, y después la levantó en sus brazos.

Se dirigió a la puerta.

– ¡Royce!

– Cállate. No estoy de buen humor. Primero Susannah, después Helen, y ahora tú. La misoginia empieza a parecerme tentadora.

Minerva lo miró a la cara, a su expresión decidida, y cerró los labios. Como no podía evitar que él la arrastrara a su habitación, discutiría una vez estuviera allí.

Royce se detuvo junto a su capa.

– Coge la capa.

Minerva lo hizo y rápidamente colocó sus pliegues sobre ella; al menos él se había acordado de eso.

La cogió en brazos, abrió la puerta, la cerró suavemente a su espalda, y después la llevó a través de las sombras hasta sus aposentos, y hasta su dormitorio. Todo el caminó hasta su cama.

Minerva lo paralizó con una pétrea mirada.

– ¿Qué pasa con la condesa?

Royce se detuvo junto a la cama y la miró con ojos duros.

– ¿Qué pasa con ella?

– Es tu amante.

– Ex amante. El ex es importante… define la relación.

– ¿Ella lo sabe?

– Sí, lo sabe. Lo sabía antes de venir aquí, y acabo de confirmarle que la situación no ha cambiado -Sostuvo su mirada firmemente. -¿Alguna pregunta más al respecto?

Minerva parpadeó.

– No. No en este momento.

– Bien -La tiró sobre la cama.

Ella rebotó una vez. Antes de que pudiera agarrarla, Royce le quitó la capa y la tiró al otro lado de la habitación.

Se detuvo, y después retrocedió. Sus manos bajaron hasta los botones de su chaqueta, se quitó los zapatos; con los ojos sobre ella, se quitó la chaqueta y señaló su camisón.

– Quítate eso. Si lo hago yo, no sobrevivirá. Minerva dudó un momento. Si estaba desnuda, y él también, la conversación racional no tendría lugar en su agenda. -Primero… -Minerva… quítate el camisón.

CAPÍTULO 16

– Minerva… quítate el camisón.

Las palabras resonaron en la penumbra entre ellos. Las había envuelto en más poder destilado, más orden directa, de la que nunca había usado con ella antes; su voz llenó sus oídos femeninos con primitiva amenaza y tácita promesa.

Un recordatorio no demasiado sutil de que era el tipo de noble que nadie piensa siquiera en contradecir. Ciertamente, no una mujer. Por voluntad propia, sus dedos recorrieron el delicado tejido que envolvía sus piernas.

Se dio cuenta y los detuvo, y después, introduciendo aire en unos pulmones que estaban repentinamente tensos, se incorporó, con las piernas flexionadas, lo miró, y entornó los ojos.

– No -Apretó la mandíbula, si no tan fuerte, al menos tan beligerante como él. -¿Ni siquiera me has mirado en toda la noche, y ahora quieres verme desnuda?

Su inexorabilidad no cedió ni un ápice. Se quitó el pañuelo y lo tiró.

– Sí -Pasó un segundo. -Ni quiera te he mirado… y soy bien consciente de que ha sido así durante toda la maldita noche, porque todo el mundo, absolutamente todo el mundo, estaba mirándome, estaba observando cómo interactuábamos Helen, mi última amante, y yo, y si en lugar de eso te hubiera mirado, todo el mundo lo hubiera hecho también. Y entonces se habrían preguntado por qué… por qué en lugar de mirar a mi reciente amante estaba mirándote a ti. Y ya que no están privados de inteligencia por completo, habrían adivinado, correctamente, que mi distracción en un momento como ese se debe a que tú estás compartiendo mi cama.

Se quitó la chaqueta.

– No te miré ni una vez en toda la noche porque quería evitar la especulación que sabía que seguiría, y que sé que a ti no te habría gustado -Bajó la mirada mientras dejaba caer el chaleco sobre su chaqueta; hizo una pausa, entonces levantó la cabeza y la miró a los ojos. -Además no quería que mis primos se hicieran ideas equivocadas sobre ti… y se las harían si supieran que estás compartiendo mi cama.

Cierto… era todo cierto. Escuchó que la verdad resonaba en cada precisa vocal y consonante. Y el pensamiento de sus primos aproximándose a ella (todos ellos eran hombres sexualmente agresivos como él) había sido lo que lo había afectado más poderosamente.

Antes de que ella pudiera considerar lo que eso hubiera significado, con un tirón Royce se sacó los faldones de la camisa de la cinturilla.

Su mirada bajó hasta el cuerpo de Minerva, al ofensivo camisón.

– Quítate ese maldito camisón. Si aún lo tienes puesto cuando llegue hasta ti, lo haré pedazos.

No era una advertencia, ni una amenaza, ni siquiera una promesa… solo una afirmación pragmática de un hecho.

Estaba apenas a dos yardas de distancia. Minerva se giró para retirar la colcha y poder deslizarse debajo de esta.

– No. Quédate dónde estás -Su voz había bajado el volumen, y se había hecho más grave; su tono envió un primitivo escalofrío por su espina dorsal. Habló cada vez más lentamente. -Quítate el vestido. Ahora.

Minerva se giró para mirarlo. Sus pulmones se habían estrechado de nuevo. Inhaló profundamente, y después cogió el borde del delicado camisón, y lo subió, exponiendo sus pantorrillas, sus rodillas, sus muslos, y después, aún sentada, con los ojos fijos en Royce, se retorció y tiró hasta que el largo camisón estuvo hecho un ovillo alrededor de su cintura.

La aspereza de su colcha brocada raspó la piel desnuda de sus piernas y su trasero… y de repente se le ocurrió por qué podría quererla desnuda sobre la cama, en lugar de bajo las sábanas.

Y ella no iba a discutir.

De cintura para abajo ya no estaba cubierta por el camisón, pero los pliegues protegían sus caderas, su estómago y el resto de ella, de su mirada.

Con la boca repentinamente seca, Minerva tragó saliva, y después dijo:

– Quítate la camisa, y yo me quitaré el camisón.

La mirada de Royce subió de sus muslos desnudos a sus ojos, donde se quedó un instante, y después cogió el borde de su camisa y se la sacó por la cabeza.

Minerva aprovechó el instante (el instante más fugaz) para deleitarse en la excitante visión de su ampliamente musculado pecho. Entonces Royce se liberó de las mangas, y tiró la camisa. Con sus dedos trabajando con los botones de su cintura, se dirigió a la cama.