¿Pero lo había aceptado?

Después de un largo momento, le preguntó:

– ¿Qué es lo que no me estás contando?

No fue su rostro el que lo delató; fue la tenue aunque definitiva tensión que embargó al duro cuerpo bajo el suyo.

El duque se encogió de hombros, y después intentó que ella se recostara entre sus brazos de nuevo.

– Antes, cuando no estabas aquí, pensé que te habías enfurruñado.

Un cambio de tema, no una respuesta.

– Después de enterarme de tu regla de las cinco noches, y de que me hayas ignorado durante toda la velada como si yo no existiera, pensaba que habías terminado conmigo -Su tono dejaba muy claro cómo se sentía sobre eso.

Después de aliviar la rabia que aún perduraba, Minerva se dejó caer en sus brazos y colocó la cabeza sobre su hombro.

– No -Su voz era grave; sus labios acariciaron sus sienes. -Eso nunca.

Las últimas palabras fueron suaves, pero definitivas… y la tensión delatora no lo había abandonado.

¿Nunca?

¿Qué estaba planeando?

Dado como se sentía ahora, tenía que saberlo. Colocó las manos sobre su pecho y se incorporó de nuevo. Lo intentó, pero los brazos de Royce no la dejaron. Minerva se retorció, y no consiguió nada, así que lo pellizcó. Con fuerza.

Royce se agitó, murmuró algo que era poco halagüeño, pero dejó que ella levantara sus hombros lo suficiente para mirarlo a la cara.

Estudió sus ojos, repasó todo lo que había dicho, y cómo lo había dicho. Su plan para ella, fuera el que fuera, giraba en torno a una pregunta. Entornó los ojos al mirarlo.

– ¿Con quién has decidido casarte?

Si conseguía que él le contara aquello, lo aceptaría, lo reconocería como un hecho, y se prepararía para entregarle las llaves, para ceder su lugar en su cama a otra, y dejar Wolverstone. Aquel era su destino, pero mientras él se negara a nombrar a su novia, podría arrastrar su aventura indefinidamente, y ella se vería atrapada en un amor incluso mayor… de modo que cuando tuviera que marcharse, dejarlo la destrozaría.

Tenía que conseguir que él definiera el final de su aventura.

Royce mantuvo su mirada, totalmente inexpresivo. Totalmente implacable.

Minerva se negó a retroceder.

– Lady Ashton me confirmó que tu fracaso al hacer el prometido anuncio había sido ampliamente notado. Vas a tener que hacerlo pronto, o tendremos a lady Osbaldestone de vuelta aquí, y de mal humor. Y en caso de que te lo estés preguntando, su mal humor será mayor que tu mal carácter. Te hará sentir tan pequeño como un guisante. Así que deja de fingir que puedes cambiar tu destino, y dime el nombre para que podamos anunciarlo.

Para que pueda organizar su separación de él.

Royce era demasiado hábil leyendo entre líneas para no darse cuenta de sus pensamientos subyacentes… pero tenía que decírselo. Ella acababa de proporcionarle la entradilla perfecta para decírselo y proponérselo, pero… pero no quería hacerlo aún. No estaba seguro de su respuesta. No estaba seguro de ella.

Bajo las colchas, Minerva se movió, y deslizó una larga pierna sobre la cintura de Royce, y después se impulsó y se sentó sobre él, para mirar mejor su rostro. Sus ojos, del color del glorioso otoño, estaban aún oscurecidos por la reciente pasión, entornados y enterrados en los suyos, con destellos dorados de voluntad y determinación ardiendo en sus profundidades.

– ¿Has escogido a tu esposa?

Eso podía contestarlo.

– Sí.

– ¿Has contactado con ella?

– Estoy negociando con ella ahora mismo.

– ¿Quién es? ¿La conozco?

No iba a dejar que se escapara sin contestar de nuevo. Con decisión, con los ojos fijos en los de Minerva, gruñó:

– Sí.

Como no dijo nada más, Minerva agarró sus antebrazos como si fuera a agitarlo… o como si lo sostuviera para que no pudiera escapar.

– ¿Cómo se llama?

Sus ojos lo atraparon. Iba a tener que hablar en ese momento. Iba a tener que pedírselo ahora. Iba a tener que encontrar algún otro modo… algún camino más a través de la ciénaga… Examinó sus ojos, desesperado por encontrar alguna pista.

Los dedos de Minerva se tensaron, sus uñas se clavaron en su carne, y entonces pronunció un sonido de frustración; lo liberó y levantó las palmas, así como su rostro, hacia el techo.

– ¿Por qué demonios estás haciendo todo esto tan difícil?

– Porque es difícil.

Minerva bajó la cabeza; clavo sus ojos en los de Royce.

– ¿Por qué, por el amor de Dios? ¿Quién es ella?

Royce apretó los labios y fijó su mirada en la de Minerva.

– Tú.

La expresión huyó de su rostro, de sus ojos.

– ¿Qué?

– Tú -Vertió cada gramo de su certeza, de su determinación, en aquella palabra. -Te he elegido a ti.

Abrió los ojos de par en par; Royce no pudo descifrar su expresión. Minerva comenzó a retroceder, a apartarse del duque; él la atrapó por la cintura.

– No -La palabra fue débil, y tenía los ojos aún completamente abiertos. Su expresión era extrañamente sombría. Abruptamente, tomó aire y agitó la cabeza. -No, no, no. Te dije…

– Sí, lo sé -pronunció las palabras lo suficientemente lacónicas para interrumpirla. -Pero hay algo, algunas cosas, que tú no sabes -La miró a los ojos. -Te llevé al mirador de Lord's Seat, pero no llegué a decirte por qué. Te llevé allí para pedirte matrimonio… pero me distraje. Dejé que me distrajeras con lo de meterte en mi cama primero… y después convertiste tu virginidad, el hecho de que yo la hubiera tomado, en un obstáculo incluso mayor.

Minerva parpadeó.

– ¿Ibas a pedírmelo entonces?

– Lo tenía planeado… en Lord's Seat, y después aquí en aquella primera noche. Pero tu declaración… -Se detuvo.

Los ojos de Minerva se entornaron de nuevo; sus labios se estrecharon.

– Tú no te rendiste… Nunca te rindes. Estás intentando manipularme… eso es lo que es esto -Agitó los brazos, señalando la enorme cama, -¿no? ¡Has estado intentando hacerme cambiar de idea!

Con un resoplido de disgusto, Minerva intentó apartarse de él. Royce sujetó mejor su cintura, manteniéndola exactamente donde estaba, sobre él. Minerva trató de liberarse, de apartar las manos del duque, se agitó y retorció.

– No -El duque pronunció la palabra con la suficiente fuerza para hacer que ella lo mirara de nuevo… y se quedara quieta. Atrapó su mirada y la sostuvo. -No es así… yo nunca he intentado manipularte. Yo no quiero tenerte a la fuerza… yo quiero que aceptes por voluntad propia. Todo esto ha sido para convencerte. Para mostrarte lo bien que encajas en el puesto de mi duquesa.

A través de sus manos, sintió que ella se tranquilizaba, sintió que había captado su atención, aunque a regañadientes. Royce inhaló.

– Ahora que me has obligado a decirlo, lo menos que puedes hacer es escuchar. Escucha por qué creo que encajaríamos… por qué quiero que tú, y solo tú, seas mi esposa.

Atrapada en sus oscuros ojos, Minerva no sabía qué pensar. No sabía qué era lo que sentía; las emociones giraban y tropezaban y se arremolinaban en su interior. Sabía que Royce estaba diciéndole la verdad; había veracidad en su tono de voz. El duque rara vez mentía, y estaba hablando en términos que eran totalmente inequívocos.

Tomó su silencio como consentimiento. Aún manteniéndola cautiva, aún sosteniendo su mirada, continuó:

– Te quiero como mi esposa porque tú (y solo tú) puedes darme todo lo que necesito, y quiero, en mi duquesa. Los aspectos socialmente prescritos son lo de menos… tu origen es más que adecuado, así como tu fortuna. Aunque el anuncio de nuestro matrimonio tomaría a muchos por sorpresa, en ningún caso sería considerada una mala unión… desde la perspectiva de la sociedad, eres totalmente adecuada.

Se detuvo, cogió aliento, pero sus ojos nunca dejaron los de Minerva; ella nunca antes se había sentido un foco tan absoluto de su atención, de su voluntad, de todo su ser.

– Aunque hay muchas damas que serían adecuadas teniendo en cuenta ambos aspectos, es en el resto de cuestiones en las que tú destacas. Yo necesito (y ha quedado demostrado) una dama a mi lado que comprenda la responsabilidad política y social y las dinámicas del ducado que, gracias a mi exilio, yo no comprendo. Necesito a alguien en quien pueda confiar para que me guíe a través de los bancos de arena… como hiciste en el funeral. Necesito a una dama en la que pueda confiar para que tenga el valor de enfrentarse a mí cuando esté equivocado… alguien que no tenga miedo de mi temperamento. Casi todo el mundo lo tiene, pero tú nunca lo has tenido… entre todas las mujeres esas cosas te hacen única solo a ti.

Royce no se atrevió a apartar sus ojos de los de Minerva. Ella estaba escuchándolo, siguiéndolo… comprendiéndolo.

– También necesito (y quiero) una duquesa que esté en consonancia con los intereses del ducado, y con los míos propios. Que esté dedicada al ducado, a su gente, a la comunidad. Wolverstone no es solo un castillo… nunca lo ha sido. Necesito una dama que entienda eso, que esté tan comprometida con ello como yo mismo. Como tú ya lo estás.

Cogió aire una vez más; tenía los pulmones tensos, sentía el pecho comprimido, pero tenía que decir el resto…

– Por último, yo… -Examinó sus ojos otoñales -Necesito, y quiero, una dama a la que proteger. No quiero la habitual esposa Varisey. Quiero… intentar tener un matrimonio más completo… uno basado en algo más que el interés y la conveniencia. Para eso necesito a una dama con la que pueda pasar mi vida, una con la que pueda compartir mi vida de ahora en adelante. No quiero visitar ocasionalmente la cama de mi duquesa… yo la quiero en mi cama, en esta cama, cada noche, durante todas las noches que estén por venir -Se detuvo, y luego dijo: -Por todas estas razones, te necesito a ti como mi esposa. De todas las mujeres que podría tener, no valdría ninguna otra. No puedo imaginarme… sintiendo esto por ninguna otra. Nunca ha habido otra con quien haya dormido durante la noche, nunca ha habido otra a la que haya querido tener conmigo hasta el alba -Mantuvo su mirada. -Te quiero a ti, te deseo a ti… y solo tú puedes serlo.

Mirando sus oscuros ojos, Minerva sintió que sus emociones crecían repentinamente; estaba en unas aguas muy profundas, y había peligro de que la engulleran. La atracción de sus palabras, de su aliciente, era tan fuerte… lo suficientemente fuerte para tentarla, incluso a ella, a pesar de que conocía el precio… frunció, el ceño.

– ¿Estás diciendo que permanecerás fiel a tu duquesa?

– A mi duquesa no. A ti, sí.

Oh, una respuesta inteligente; su corazón se saltó un latido. Lo miró a los ojos, vio su implacable e inamovible voluntad… y la habitación giró. Inhaló con dificultad; los planetas acababan de re-alinearse. Un Varisey estaba prometiendo fidelidad.

– ¿Por qué has decidido esto?

¿Qué demonio había sido lo suficientemente fuerte para provocar este cambio en él?

Royce no respondió inmediatamente, pero sus ojos permanecieron firmes sobre los de Minerva.

Finalmente, dijo:

– A través de los años he visto que Rupert, Miles y Gerald encontraban a Rose, Eleanor y Alice. He pasado más tiempo en sus hogares que aquí… y lo que ellos tienen es lo que yo quiero. Recientemente he visto que mis ex compañeros encontraban a sus esposas… y ellos, también, encontraron mujeres y matrimonios que les ofrecían más que conveniencia y avance dinástico.

Se movió ligeramente bajo ella, y tensó la mandíbula.

– Cuando las grandes damas vinieron y dejaron claro lo que esperaban… y nadie pensó que yo podría querer, o que podría merecer, algo mejor que el habitual matrimonio Varisey -Su voz se hizo más dura. -Pero estaban equivocadas. Te quiero a ti… y quiero más.

Minerva se estremeció. Habría jurado que no lo había exteriorizado, pero sus manos, hasta entonces cálidas y fuertes alrededor de su cintura, la dejaron, y cogieron la colcha, y la extendieron hasta cubrir sus hombros. Minerva cogió los bordes y tiró de ellos. No tenía frío; estaba tiritando emocionalmente.

De los pies a la cabeza.

– Yo… -Volvió a concentrarse en él.

Royce estaba mirando sus manos mientras ajustaba la colcha alrededor de Minerva.

– Antes de que digas nada… hoy he ido a ver a Hamish, le he pedido consejo sobre lo que podría decirte para convencerte de que aceptaras mi propuesta -Levantó los ojos y los fijó en los de Minerva. -Me dijo que debería decirte que te quiero.

Minerva no podía respirar; estaba atrapada en la insondable oscuridad de sus ojos.

Estos permanecían concentrados en los de ella.

– Me dijo que tú querrías que te lo dijera… que afirmara que te quería -Tomó aliento, y continuó: -Yo nunca te voy a mentir… Si te dijera que te amo, lo haría. Haré cualquier cosa que sea necesaria para hacerte mía, para que seas mi duquesa… excepto mentirte.