Menos de un minuto después, Jeffers abrió la puerta, y las damas, tres de las siete esposas de sus ex-compañeros del club Bastión, entraron. Levantándose, él respondió a sus reverencias de costumbre, y luego les señaló con un gesto de su mano las sillas que Jeffers había dispuesto para ellas ante la mesa del despacho.
Esperó hasta que estuvieron sentadas, y luego, ordenó a Jeffers que se retirara con un asentimiento de su cabeza, tomando él su propio asiento. Cuando la puerta se cerró, pasó su mirada por los tres contundentes rostros que había ante él.
– Señoritas, permitidme que adivine… Debo el placer de vuestra visita a lady Osbaldestone.
– Y a todas las demás -dijo Letitia, abriendo sus brazos ampliamente, -a todo el panteón de grandes damas.
Royce alzó ambas cejas en asombro.
– Decidme entonces, si es que puedo preguntar… ¿Por qué os han enviado a vosotras tres, concretamente?
Letitia hizo una mueca.
– Estaba visitando a Clarice y Jack Gloucestershire mientras Christian atendía unos asuntos en Londres. Penny vino para estar con nosotras unos cuantos días, y entonces Christian tuvo que atender una llamada de lady Osbaldestone insistiendo en que tenía que reunirme inmediatamente con ella en Londres, en referencia a un asunto de gran importancia.
– Naturalmente -continuó Clarice diciendo, -Letitia tuvo que marcharse, y Penny y yo decidimos que podíamos pasar la semana en Londres, así que decidimos ir también.
– Pero -dijo Penny participando en la historia, -en el momento en que lady Osbaldestone nos vio, hizo que varios emisarios acompañaran a Letitia para llevar un mensaje colectivo de todas las grandes damas hasta tus oídos.
– Creo -continuó Clarice, -que sospechaba que intentarías evitar a Letitia, pero que no serías capaz de evitarnos a las tres.
Clarice miró en ese momento a sus dos acompañantes, que le devolvieron el cumplido, y luego, los tres pares de ojos femeninos se giraron hacia él, con las cejas levantadas.
– ¿Y vuestro mensaje es…?
Fue Letitia quien contestó:
– Con nuestra visita te anunciamos que, a menos que hagas lo que te corresponde, y anuncies quién va a ser tu futura duquesa, tendrás que hacer frente a todo un batallón de carruajes que llegarán ante tus puertas, y, por supuesto, a las ocupantes de estos carruajes, que de ninguna manera son del tipo que podrás despistar con facilidad. La versión del mensaje de su Excelencia la duquesa era mucho más formal, pero básicamente decía eso.
Penny mostró cierta molestia en su gesto.
– De hecho, parece que tienes ya bastante gente hospedada en el castillo, y más que llegarán.
– Mis hermanas van a preparar una fiesta que coincidirá con la feria parroquial. Solía celebrarse como tradición, pero la dejaron de hacer tras la muerte de mi madre. -Mirando a Letitia, continuó: -¿Hay algún límite para esa "amenaza" de las grandes damas?
Letitia miró a Clarice.
– Nos da la impresión de que el límite es hoy mismo -dijo Clarice, abriendo mucho los ojos para hacer notar sus palabras, -o más exactamente, su periodo de gracia expirará cuando una misiva firmada por ti, anunciando tu disconformidad, llegue hasta lady Osbaldestone.
Él posó un dedo sobre su papel secante, dejando que su mirada pasara de nuevo por aquellos rostros. Lady Osbaldestone había elegido bien. Con aquellas tres, la intimidación no funcionaría, y si bien podría haber despistado, subversivamente, a Letitia, con las tres apoyándose las unas a las otras, no tenía ninguna oportunidad.
Con los labios firmemente apretados, asintió.
– Muy bien, podéis informar a ese corro de viejas brujas, que, de hecho, ya he elegido una esposa.
– ¡Excelente! -exclamó Letitia. -Entonces, podrás realizar un anuncio, y así, nosotras podremos volver a Londres.
– Sin embargo -siguió diciendo, como si la mujer no hubiera hablado, -la dama en cuestión aún no ha aceptado mi proposición.
Las tres se lo quedaron mirando fijamente.
Claire fue la primera que recobró el habla.
– ¿Qué es lo que le pasa? ¿Es ciega, es sorda, tal vez muda? ¿Las tres cosas?
Aquello hizo que él soltara una carcajada, y luego negó con la cabeza.
– Al contrario, para mi gusto, es demasiado intuitiva, y por favor, no incluyas esto último en tu informe, le alegrarías el día a su Excelencia. No obstante, un anuncio en la Gazette en este momento podría perjudicar a nuestra meta común.
Las tres damas fijaron sus miradas repletas de intriga sobre él. Royce las consideró impasiblemente.
– ¿Algo más?
– ¿Quién es ella? -exigió saber esta vez Letitia. -No puedes soltarnos un cuento como ese, y no darnos su nombre.
– De hecho, sí que puedo, y vosotras no necesitáis saber su nombre.
Habían hecho sus suposiciones demasiado rápido. Royce confiaba mucho en la inteligencia, tanto de cada una por separado como de todas en grupo. Tanto como confiaba en la de sus esposos.
Penny fue la que finalmente habló:
– Tenemos órdenes de quedarnos aquí, bajo tu techo, hasta que podamos mandar la noticia a la Gazette.
Que permanecieran allí bien podría trabajar en su favor. Al fin y al cabo, sus maridos no diferían, y Minerva estaba deseando poder disfrutar de compañía femenina en la que pudiera confiar, y escuchar consejo, y aquellas tres seguramente estarían más que dispuestas a ayudarla en aquella causa.
Por supuesto, ellas lo verían como una ayuda a Cupido. Mientras tuvieran éxito, a él no le importaba lo que hicieran.
– Sois más que bienvenidas a quedaros y a uniros a la fiesta que mis hermanas están planeando.
Poniéndose en pie, se acercó para tirar de la campanilla de llamada.
– Creo que mi ama de llaves, Minerva Chesterton, no está en estos momentos, pero volverá pronto. Mientras tanto, estoy seguro de que mis criados harán todo lo posible para que os sintáis como en casa.
Las tres le lanzaron una mirada de desconfianza.
Retford llegó, y dio las órdenes para acomodar a las tres nuevas invitadas. Estas se levantaron de sus asientos, con una actitud totalmente altiva y arrogante, y bastante sospechosa.
Royce las acompañó hasta la puerta.
– Dejaré que os acomodéis. Sin duda, Minerva os buscará tan pronto como haya vuelto. Os veré en la cena. Hasta entonces, si me perdonáis, el trabajo me reclama.
Las chicas entrecerraron los ojos, mirándolo fijamente, pero consintieron en seguir a Retford.
Letitia, la última en marcharse, lo miró a los ojos.
– Sabes perfectamente que nunca te dejaremos en paz, hasta que nos digas el secreto insondable que es el nombre de esa mujer.
Imperturbable, Royce les hizo una reverencia. Ellas ya se habían enterado del nombre de la dama antes de que él se sentara a cenar al salón esa misma noche. Con un irritado "¡Humph!", Letitia salió de la habitación.
Cerrando la puerta, volvió a sentarse tras la mesa del despacho.
Y por fin, pudo relajarse. Lady Osbaldestone y las otras arpías le serían de mucha ayuda.
De vuelta de su cabalgada, Minerva entró en el recibidor principal para encontrarse con un apuesto caballero admirando las pinturas que había en las paredes de la sala.
Al oír el sonido de pisadas de botas, el hombre se dio la vuelta, sonriendo encantadoramente.
– ¡Buenos días!
A pesar de su actitud elegantemente campestre, y aquella sonrisa, Minerva pudo percibir una rudeza tras aquella fachada que se le hizo muy familiar.
– ¿Puedo ayudarle?
El inclinó la cabeza.
– Soy Jack Warnefleet, señora.
Minerva miró a su alrededor, preguntándose dónde estaría Retford.
– ¿Acaba de llegar?
– No -dijo sonriendo de nuevo. -Me dejaron en la biblioteca, pero he salido para admirar las pinturas. Mi esposa y dos amigas están arriba, tratando unos asuntos con Dal…, con Wolverstone, arriba en su guarida -dijo, guiñando un ojo. -Pensé que debía salir por si fuera preciso realizar una retirada de emergencia.
Casi lo había llamado Dalziel, lo que significaba que aquel hombre estaba relacionado con Whitehall. Minerva le extendió una mano.
– Yo soy la señorita Chesterton. Soy el ama de llaves.
Él le cogió la mano, inclinándose.
– Encantado, querida. Debo admitir que no tengo ni idea de si nos quedaremos o… -Y ahora miró hacia la parte alta de las escaleras. -Oh, aquí vienen.
Ambos se giraron hacia las tres damas que precedían a Retford bajando las escaleras. Minerva reconoció a Letitia y sonrió. A su lado, Jack Warnefleet murmuró:
– Por el gesto que traen, sospecho que nos vamos a quedar.
No tuvo oportunidad de esperar a preguntarle a qué se refería. Letitia, mirándola, alivió su rostro y vino corriendo a abrazarla.
– Minerva, justo a quien necesitábamos.
Letitia se giró mientras las otras dos damas se les unían.
– No me puedo creer que hayas conocido a lady Clarice… lady Warnefleet para su desgracia, ya que es esposa de ese fracasado -dijo haciendo un gesto con su mano a Jack, quien simplemente sonrió.
– Y ésta es lady Penélope, condesa de Lostwithiel. Su marido, Charles, es otro de los ex camaradas de Royce, como Jack.
Minerva tomó las manos de las otras dos damas.
– Bienvenidas a Wolverstone. Me alegro de que nos acompañéis unos días -dijo, mirando a Retford. -Creo que necesitaremos listas las habitaciones del ala oeste, Retford.
El resto de los invitados estaban hospedados en las habitaciones del ala este y sur, que estaban por tanto ocupadas por completo.
– Enseguida, señorita. Llevaré el equipaje de las damas y el caballero a la planta de arriba.
– Gracias.
Cruzando su brazo con el suyo, Letitia se inclinó sobre ella para hablarle más íntimamente.
– ¿Hay algún lugar donde podamos hablar más en privado?
– Por supuesto -dijo Minerva, y mirando de nuevo a Retford, dijo: -¿Podrías después traer el té a la sala de la duquesa, por favor?
– Ahora mismo, señorita.
Minerva miró a Jack Warnefleet.
– ¿Señor?
El sonrió.
– Llámame Jack, y creo que seguiré a nuestro equipaje, para así saber dónde está nuestra habitación. Os veré en el almuerzo -dijo él.
– Podrá oír claramente el gong de llamada -le aseguró ella.
Inclinando la cabeza hacia todas, empezó a subir las escaleras, siguiendo a los dos criados, quienes estaban cargando con un baúl.
Haciéndoles un gesto con la mano, Minerva también indicó a las damas que la siguieran hacia arriba.
– Vamos, arriba estaremos más cómodas.
En la habitación matinal de la duquesa, se sentaron en unos cómodos sofás. Unos minutos después, Retford entró con una bandeja. Después de servir las tazas de té, y las pastas, Minerva también se sentó, tomó un sorbo de su taza, y miró a Letitia, levantando las cejas.
Letitia dejó su taza en la mesita.
– La razón por la que estamos aquí es que las grandes damas han perdido la paciencia, e insisten en que Royce anuncie de una vez a quién va a desposar -dijo con una sonrisa picara. -Por supuesto, ahora nos dice que la dama a la que se lo ha propuesto aún no ha aceptado. Aparentemente, él tiene sus reservas, pero aun así, se niega a decirnos quién es.
Clavando su brillante mirada en Minerva, le preguntó:
– ¿Tú conoces su nombre?
Minerva no sabía qué decir. Royce le había dicho que se lo diría, pero al parecer no lo había hecho, y no se atrevía a indagar más sobre aquella cuestión.
La mirada de Letitia se empezó a convertir en una de extrañeza, pero fue Clarice la que puso su taza en el platillo y, mirando a la cara de Minerva, dijo:
– ¡Aja! Así que ella. ¡Eres tú! -dijo, alzando las cejas. -Vaya, vaya…
Los ojos de Letitia se abrieron de par en par. Clarice vio la confirmación de su suposición en el rostro de Minerva, y la satisfacción más brillante iluminó su cara.
– ¡Eres tú! ¡Te ha elegido a ti! ¡Bien! Nunca hubiera creído que tendría tanto sentido común.
Levantando la cabeza, Penny dijo:
– No nos estamos equivocando, ¿verdad? ¿Te ha pedido que te conviertas en su esposa?
Minerva sonrió levemente.
– No exactamente… Todavía no, pero sí, quiere que sea su duquesa.
El gesto de duda volvió al rostro de Letitia.
– Por favor, perdonadme si me equivoco, pero siempre he pensado que tú… Bueno, que nunca rechazarías su proposición.
Minerva se quedó mirando a la mujer.
– Por favor, decidme que nunca he sido tan obvia.
– No, no lo has sido, es tan solo la manera en la que prestabas toda tu atención cada vez que alguien lo mencionaba -dijo Letitia, encogiéndose de hombros. -Supongo que me di cuenta porque en ese momento yo me sentía igual respecto a Christian.
Al oír aquello, Minerva se sintió medianamente aliviada.
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