– Entonces -preguntó Clarice, -¿por qué te sientes tan dubitativa a la hora de aceptar la propuesta?
Minerva miró uno por uno todos los rostros que tenía ante ella.
– Es que es un Varisey.
La cara de Letitia palideció.
– Oh.
– Ah -dijo Penny, con una mueca.
Lentamente, Clarice asintió.
– Ya veo. No quieres ser una atolondrada con más pelo que inteligencia, quieres… -dijo, ahora mirando a las otras dos. -Lo que todas nosotras hemos tenido la suerte de encontrar.
Minerva exhaló.
– Precisamente.
Esa fue una respuesta que las demás comprendieron.
Después de un momento, Penny frunció el ceño.
– Pero aun así, tampoco le has rechazado.
Minerva miró a Penny a los ojos, y, dejando su taza en la mesa, se puso en pie. Pasando entre el sofá, empezó a pasearse por el salón.
– No es tan sencillo.
Dijo aquello a pesar de lo que Hamish pensaba.
Las otras se quedaron mirándola, esperando.
Necesitaba ayuda. Letitia era una antigua amiga, y todas se habían casado por amor, y todas habían comprendido su situación. Deteniéndose, cerró sus ojos brevemente.
– No me importaría enamorarme de él.
– No es cuestión de que te importe o no -murmuró Clarice. -Simplemente, ocurre.
Abriendo los ojos, Minerva inclinó su cabeza.
– Me he dado cuenta -dijo, andado ahora más despacio, -desde que él volvió… bueno, me quería para él, y yo ya tengo veintinueve años. Creía que a lo mejor podría estar cerca de él durante un corto periodo de tiempo, sin poner en riesgo mi corazón, pero me equivoqué.
– ¿Que te equivocaste? -dijo Letitia, negando con pesar la cabeza. -Llevas encaprichada de Royce Varisey durante décadas, ¿y pensaste que podías estar con él, suponiendo que te refieres a compartir su cama, sin enamorarte de él? Mi querida Minerva, eso no solo es estar equivocada.
– No, lo sé. Fui una idiota, pero enamorarme de él no hubiera importado si él no hubiera decidido hacerme su duquesa.
Leticia volvió a fruncir el ceño.
– ¿Y cuándo tomó esa decisión?
– Hace unas semanas. Después de su reunión con las grandes damas en su estudio, pero -Y aquí, Minerva tuvo que hacer un gran esfuerzo para poder continuar, -ese no es el único problema.
Ella continuó paseando por la habitación, ordenando los puntos de su explicación en su mente.
– Siempre había creído que me casaría por amor. Había tenido otras ofertas con anterioridad, una buena cantidad, si se me permite decirlo, pero nunca sentí la más mínima tentación. El matrimonio de mis padres fue por amor, y yo siempre deseé que el mío fuera igual. Al principio, no tenía ni idea de que había llamado la atención de Royce. Pensé que podría, simplemente, ocultar el interés que yo sentía por él, y dedicarme a ser un ama de llaves voluntariosa, para que después su esposa tomara las riendas de todo. Luego, él me quiso, y yo pensé que sería con eso sería suficiente, le aceptaría la propuesta, y que después el amor nacería con el tiempo… pero finalmente, no fue así.
Letitia asintió.
– Puede nacer en cualquier momento.
– Lo he oído, pero nunca lo he creído verdaderamente. Sin embargo, una vez que me he dado cuenta de que lo amo, todavía pienso, ya que el casamiento se tiene que dar en poco tiempo, que yo tendría que marcharme, si no por mi corazón, al menos sí por dignidad. Nunca antes había estado enamorada, y si alguna vez lo estoy de nuevo, nadie más lo sabrá excepto yo.
Minerva aminoró de nuevo su paso, levantando la cabeza.
– Royce me dijo que yo era la dama que quería como duquesa.
– Por supuesto que te lo dijo -dijo Penny.
Minerva asintió.
– Ya lo sé, pero yo siempre he sabido que lo último, lo ultimísimo que yo debería hacer si lo que quiero es un matrimonio por amor, es casarme con Royce, o cualquier Varisey. Ningún matrimonio Varisey en la historia se ha hecho por amor, o de cualquier otra manera en la que el amor estuviera incluido.
Tomando una profunda aspiración, paseó su mirada por la habitación.
– Hasta anoche, creía que si me casaba con Royce, el nuestro sería el típico compromiso Varisey, y él, y todos los demás, toda la alta sociedad, de hecho, esperaría de mí que me mantuviera callada y sumisa, mientras él se dejaba llevar por las tentaciones de cualquier dama elegante.
Con el disgusto en su rostro, Leticia asintió con la cabeza.
– La típica unión Varisey.
Minerva inclinó su cabeza.
– Yo no podría hacer eso. Incluso antes de enamorarme de él, sabía que nunca sería capaz de soportarlo. Saber que él no me amaría como yo lo amaría a él, y que iría de cama en cama, me marchitaría, y luego me haría languidecer, como Caro Lamb.
Las mujeres se miraron las unas a las otras, comprendiendo.
– ¿Qué es lo que pasó anoche? -preguntó Clarice.
Para explicarlo, tuvo que tomar otra profunda inspiración.
– Anoche, Royce me juró que, si aceptaba ser duquesa, él me sería fiel.
Al cabo del momento, Penny habló:
– Ahora veo que todo esto… cambia las cosas.
Clarice hizo una mueca.
– Si no fuera de Royce de quien estuviéramos hablando, os preguntaría si le creéis.
Letitia soltó un resoplido.
– Si él ha dicho que lo hará, más aún habiéndolo jurado, lo hará.
Minerva asintió.
– Exacto. A primera vista, aquello hacía que mi decisión fuera muy fácil de tomar, pero, mientras me iba dando cuenta de la situación cuando tuve tiempo de pensar en ella, si bien con su fidelidad jurada eliminaba uno de los problemas, a su vez creaba otro.
Hundiendo sus dedos en la parte de atrás del sofá, fijó su mirada en la bandeja del té que había en la mesita baja entre los butacones.
– También me dijo que nunca me mentiría, y yo lo acepté. Me dijo que se preocuparía por mí como nadie lo haría, y eso también lo acepté. Pero, ¿qué es lo que pasaría si nos casáramos, y después de unos cuantos años, él no volviera a mi cama?
Minerva alzó la vista, encontrándose con la de Clarice, luego la de Penny, y finalmente, con la de Letitia.
– ¿Cómo se supone que debería sentirme entonces? Sabiendo que nunca más me desearía, pero que a causa de su juramento, estaría allí -dijo, intentando gesticular, -existiendo, pero en abstinencia. El, precisamente, de entre todos los hombres.
En ese momento, no se apresuraron en confortarla.
Al cabo de un rato, Clarice puso un gesto de disgusto. Penny también.
– Si él me amara -dijo Minerva, -este problema no existiría, pero es terriblemente honesto, y no le puedo culpar por ello. El me prometería todo lo que estuviera en su mano, pero no puede prometerme el amor. Simplemente, no puede. De hecho, admitió que ni tan siquiera sabe si tiene amor para dar a nadie.
Clarice habló:
– No es tan raro; de todas formas, no suelen saberlo.
– Lo cual me lleva a preguntar -dijo Letitia, girándose para mirarla, -¿es posible que te ame, pero que aún no lo sepa?
Penny se inclinó hacia delante.
– Si no habías estado enamorada antes… ¿Cómo estás entonces tan segura de que notarías si él lo estuviera?
Minerva se quedó en silencio durante un buen rato.
– Alguien me ha dicho recientemente que el amor es como una enfermedad, y que la mejor manera de saber si alguien está contagiado es mirar los síntomas.
– Un consejo excelente -dijo Clarice.
Penny asintió mostrando su conformidad.
– El amor no es una emoción pasiva, te obliga a hacer cosas que normalmente no harías.
– Te obliga a tomar riesgos que, en otras circunstancias, no tomarías -dijo Letitia, mirando a Minerva, -así que, ¿qué es lo que crees? ¿Es posible que Royce esté enamorado de ti, pero que no lo sepa?
Todo un catálogo de incidentes sin importancia, comentarios, pequeños detalles, y todas esas cosas sobre él que la sorprendieron, corrieron por su mente, pero era el eco del comentario de Hamish el que tenía más peso en todo aquel remolino de pensamientos. ¿Qué era aquello tan fuerte que había hecho reaccionar a un hombre como él? ¿Qué tenía tanta influencia que le había hecho romper una tradición, y buscar, activamente, un tipo de matrimonio diferente? ¿Uno en el que, si ella lo había entendido todo correctamente, incluso podría tener cabida el amor?
– Sí, podría ser.
Si aceptaba ser la duquesa de Royce, desde el instante en el que pronunciara la palabra "Sí", no habría posibilidad de retorno.
El gong del almuerzo interrumpió la discusión con las damas. Ni Royce ni Jack Warnefleet habían aparecido aún, pero sí el resto de los visitantes, haciendo imposible que pudieran continuar con su debate. No en medio de aquel alboroto.
Minerva pasó la mayor parte del almuerzo enumerando mentalmente los síntomas de Royce, que si bien eran indicativos, no eran, ni en solitario, ni en conjunto, totalmente concluyentes.
Retford la entretuvo de vuelta a la habitación matinal. Los otros se le adelantaron mientras ella se desviaba para ver cómo estaba la despensa de bebidas. Después de hablar con Retford, Cranny y Cook, casi por acto reflejo fue a buscar a Trevor. Sonrió al encontrarlo en la sala de planchar, muy ocupado intentando adecentar su pañuelo del cuello. Él la vio al entrar, y rápidamente, escondió la plancha, dándose la vuelta.
– No, no -dijo ella, haciendo un gesto con la mano para que siguiera trabajando, -no te detengas porque yo esté aquí.
Dudando, volvió a coger la plancha del soporte de la pequeña chimenea sobre la que estaba.
– ¿Puedo ayudarla en algo, señorita?
– Pues la verdad es que sí. Seguramente debes saber si hay algo en la forma en la que Royce se comporta conmigo que difiera de la manera en la que se ha comportado con otras damas en el pasado.
El hombre se quedó congelado, sujetando la plancha en mitad del aire. Trevor la miró, y parpadeó varias veces.
La vergüenza se aferró con fuerza en su pecho, así que ella se apresuró a decir:
– Por supuesto, entenderé completamente el hecho de que tu lealtad con su Excelencia te impida contestarme.
– No, no, le puedo contestar libremente -dijo Trevor, parpadeando de nuevo, y con la expresión más aliviada. -Mi respuesta, señorita, es que no sabría decirlo con seguridad.
– Oh -dijo ella, con desilusión. Todo aquel esfuerzo de coraje para nada.
Pero Trevor aún no había terminado de hablar.
– Nunca he sabido de la existencia de otras damas. El duque nunca ha traído a ninguna a casa.
– ¿No?
Su concentración sobre la raya del pañuelo no disminuyó, pero aun así, negó con la cabeza.
– Nunca. Es una regla oficial. Siempre en la cama de ella, nunca en la suya.
Minerva miró al ayuda de cámara durante unos instantes, luego asintió y se dio la vuelta.
– Gracias, Trevor.
– Siempre a su servicio, señora.
– ¡Bien! ¡Eso es bueno!
Sentada sobre el brazo de uno de los sofás, Clarice observaba cómo caminaba Minerva.
– Especialmente, si era tan insistente en usar su cama, y no la tuya.
Letitia y Penny, sentadas en el otro sofá, asintieron, mostrando estar de acuerdo.
– Sí, pero -dijo Minerva, -¿quién dice que eso no era simplemente porque ya me veía como su duquesa? Ya se había hecho a la idea de que yo me casaría con él antes de seducirme, así que va implícito en su carácter el insistir en tratarme como si ya fuera lo que él quiere que sea: su esposa.
Letitia hizo un ruido muy rudo.
– Si Royce decidiera ignorar tus deseos y entregarse plenamente a sus amantes, a los caballos y a las armas, simplemente hubiera mandado una nota a la Gazette, y después te hubiera informado de la imposibilidad de cambiar la situación. Eso sí hubiera sido actuar con carácter. No, sin lugar a dudas, este modo de actuar es bueno, pero -dijo, levantando la mano al ver que Minerva quería decir algo -estoy de acuerdo con las demás: para conseguir tu propósito, necesitas algo más definitivo.
Penny asintió.
– Algo más claro y conciso.
– Algo -dijo con rotundidad Minerva, -que sea más que una simple indicación o sugerencia. Algo que no pueda estar abierto a otras interpretaciones. -Y deteniéndose aquí, alzó sus manos. -En este momento, esto es el equivalente sentimental a estar leyendo hojas de té. Necesito algo que él no pudiera hacer de ninguna de las maneras, a no ser que me amara.
Clarice exhaló el aire entre los dientes.
– Bueno, hay algo que podrías intentar, si fueras jugadora…
Más tarde, aquella misma noche, y después de una reunión final con sus mentoras, Minerva se apresuró en volver a su cuarto. El resto de los invitados se habían retirado hacía algún tiempo. Ella llegaba tarde; Royce se estaría preguntando dónde estaba.
Si le preguntaba dónde había estado, no podría decirle que había estado recibiendo instrucciones en el sutil arte de cómo hacer que un noble le abriera su corazón.
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