– Olvidé decir… que no te está permitido hablar. Ni una palabra. Esta historia la escribo yo, y tú no tienes ninguna línea de diálogo.
Él resopló para sus adentros. Rara vez hablaba en estas situaciones. Las acciones hablan más que las palabras en según qué casos.
Luego ella se acercó a él. Este sintió cómo ella iba subiendo por sus rodillas. Su aliento rozó su oreja al murmurarle:
– Creo que será más fácil si… -dijo, mientras sus brazos se alzaban sobre su cabeza-no puedes… -Ahora, pudo ver su pañuelo, doblado, formando una banda -ver.
Minerva le puso la banda sobre los ojos, para luego enrollar el largo pañuelo varias veces alrededor de su cabeza antes de anudarlo en la parte de atrás.
Aquel pañuelo lo dejó totalmente a ciegas. El material le tapaba completamente la visión, apretándole los ojos. Ni siquiera podía abrir los párpados.
Ciego como estaba, sus otros sentidos se expandieron, haciéndose más agudos.
Ella le volvió a hablar al oído.
– Recuerda: ni hablar, ni soltarte de los postes.
Su esencia. Su cálido aliento en el lóbulo de su oreja. Interiormente, rió de manera cínica. ¿Cómo se las iba a ingeniar ella para quitarle la camisa?
Ella se deslizó fuera de la cama, poniéndose ante él.
Aquel sutil calor corporal. La ligera fragancia de su perfume. La aún más evocativa, si bien más primitiva, e infinitamente más excitante fragancia de ella, la única que deseaba con todo su cuerpo, y que es la que la mujer desprende para indicar que está lista para él. Aún tenía aquel sabor en su boca, y grabado a fuego en su cerebro.
Cada uno de los músculos de su cuerpo se endureció. Su erección se hizo aún más rígida.
Ella estaba apenas a un metro y medio de distancia. El, con sus manos sujetas a sus postes, le era imposible alcanzarla.
– Mmmmm… ¿Cómo empezamos?
Por mi pretina, y luego baja.
– Pues con lo más obvio.
Acercándose a él, apoyó parte de su cuerpo sobre el suyo, y tirándole de su cabeza hacia atrás, le besó.
Ella no le había dicho que no podía devolver los besos, así que entró en su boca con todas sus fuerzas, prendido de aquel sabor que tanto ansiaba. Por un momento, las piernas de ella flaquearon, cayendo, sin remedio, en la pasión que él había desatado, mientras que su cuerpo caía irremediablemente contra el suyo, doblegándose, prometiendo liberar la tensión que él sentía en la parte baja de su vientre. Sin aliento, ella se echó hacia atrás, rompiendo el beso.
Incapaz de ver, no pudo retomar lo que ella le había apartado.
Ella respiraba a toda velocidad.
– Estás hambriento.
Aquel era un hecho irrefutable.
El sofocó un gruñido cuando el cuerpo de ella se separó del suyo, apretando sus mandíbulas para controlar el impulso de agarrarla y traerla de nuevo hacia él.
Posando sus manos en sus hombros, fue bajándolas por su torso lentamente, hasta su abdomen, tanteándolo provocativamente. Para finalmente, detenerse en sus caderas, y luego continuar, hasta sus pantalones, contorneando su erección, hasta llegar a su amplio cénit con sus dedos, para luego agarrarla con toda su palma, cálida y flexible, en toda su pulsante longitud.
– Impresionante -dijo agarrándola con firmeza, y luego soltándola.
El soltó un siseo, mientras sus dedos se incrustaban en el poste tallado.
– Espera.
Ella lo dejó, poniéndose en la parte de atrás de la cama, justo detrás de él. Tiró de la parte de debajo de su camisa, subiéndosela desde la cintura, sacándosela de la pretina. Sin abrirla, metió sus manos por debajo de la tela, pasando sus manos por su espalda, muy lentamente, hasta sus hombros, y luego por su torso. Las cimas de sus pechos turgentes acariciaban la parte de atrás de su camisa, mientras que con las rodillas se sujetaba a las caderas.
Ella aún estaba totalmente vestida, al igual que él, aunque él, totalmente cegado, y con sus otros sentidos alerta, aquellas caricias se le hacían infinitamente más eróticas.
El era un esclavo, y ella su ama, intentando poseerlo por primera vez. El tomó una larga aspiración, mientras su torso sudaba copiosamente bajo sus manos. Esparciéndolo por ambos lados, luego recorrió la parte superior de su pecho hasta llegar a su cintura.
Ella siguió acariciando su sensibilizada piel, pasando sus manos por todo su cuerpo, libres debajo de una camisa que ahora estaba totalmente suelta de su cintura.
Ciego como estaba, él intentó girar su cabeza para sentirla mejor. Viendo aquel movimiento, ella sonrió. Aún detrás de él, se sentó sobre sus tobillos, y cogiendo la costura lateral de su camisa, dijo:
– ¿Sabías que incluso los mejores sastres siempre usan un hilo muy débil en las costuras de sus camisas, así si la camisa se engancha, o sufre u tirón, lo que cede es la costura en lugar de la tela?
El se quedó totalmente quieto. Ella le dio primero un tirón de prueba, y la costura cedió, con un sonido que se le hizo muy satisfactorio. Tirando más, rompió la costura lateral, y la de la manga, hasta el puño. Deshaciendo los cordones, ya tenía uno de los lados de la camisa abierto.
Repitió el ejercicio en el otro lado, para luego darle la vuelta a la cama, apartando los retales sueltos que quedaban de los lados de la camisa.
– Me pregunto qué es lo que pensará Trevor cuando la vea.
Totalmente complacida, ella ahora desató los lazos que quedaban en su cuello. La excitación chisporroteó en sus ojos cuando ella finalmente puso ambas manos sobre la costura central.
– Bueno, veamos ahora…
Pegando un fuerte tirón, la camisa se partió en dos, de arriba abajo.
– Oh, sí -dijo ella, deleitándose ante la visión de su torso desnudo, mientras que dejaba que los restos de la ahora destrozada prenda se deslizaran, enmarcando toda aquella superficie musculosa.
Bañado por la plateada luz de la luna, cada una de sus curvas brillaba, y cada perfil de hueso y tendones quedaba claramente marcado.
El aspiró, y sus músculos se tensaron, mientras que sus manos se sujetaban aún con más fuerza.
Lentamente, ella se volvió a subir en la cama, se puso de nuevo de rodillas detrás de él, y cogiendo la camisa por los hombros, la lanzó al suelo.
A pesar de que su espalda estaba entre sombras, había luz suficiente para poder verlo. Los enormes músculos, flexibles y poderosos, la quintaesencia de la escultura masculina esculpida en músculo y hueso, y cubierta de piel cálida. Ella repasó con un dedo cada una de las partes. Su tensión aumentó. Abrazando su espalda, tocó con sus labios su hombro, siguiendo una línea de nuevo con sus dedos hasta llegar a su cintura.
Su estómago se contrajo, dejando que sus dedos desabrocharan los botones. Mientras que los labios seguían la curva de su hombro, abrió por fin la mitad alta del pantalón, dejando libre su erección. Teniendo mucho cuidado de no tocarla, tiró de sus pantalones hacia abajo, más allá de su cadera, hasta sus muslos, hasta que finalmente, cayeron al suelo.
Con su cuerpo desnudo a la luz de la luna, con los brazos extendidos, y los músculos tensos mientras él seguía sujeto a los postes. La única cosa que todavía llevaba era aquella venda sobre los ojos.
De repente, sus pulmones se tensaron cuando ella acarició lentamente sus hombros, siguiendo los enormes músculos; de su columna hasta llegar a la curva que empezaba a formar su trasero. Pivotando ahora sus manos a través de las tensas nalgas, las llevó más allá, apoyando sus brazos en el colchón para llegar y acariciar sus muslos hasta donde pudo llegar.
Royce echó su cabeza hacia atrás, con la respiración entrecortada.
Ahora, retirando sus manos, cogió los lados de sus caderas, haciendo que sus muslos se relajaran, acercándose aún más a su espalda. Apoyó su mejilla contra su hombro, acariciando ahora más allá de su abdomen. Cerrando los ojos, encontró su erección, cerrando su mano a lo largo de toda su longitud.
El duque se quedó sin respiración, en una exhalación corta y seca, mientras ella subía y bajaba su mano, mientras con la otra, llegaba aún más allá, acariciando sus duros testículos, sopesándolos.
Los pulmones de Royce se hincharon, y su cuerpo se puso tan tenso como su erección, mientras ella seguía ocupada en ella con una mano mientras que la otra seguía en su masculinidad, acariciándolas y jugando con ellas. La sensación de posesión fue in crescendo. Apretó los dientes, reprimiendo una maldición.
Nunca había sentido nada parecido. Sin poder ver nada, todas sus reacciones estaban provocadas por sus toques, y su imaginación. Sus actos lascivos le habían hecho imaginar la figura de una lasciva y seductora sirena, que se había apropiado de su voluntad, y que podía hacer con su cuerpo lo que ella quisiera, con total impunidad.
Fue él quien le otorgó ese poder, con sus manos firmemente incrustadas en los postes, sin moverlas, mientras que sus dedos parecían fusionados con la madera, añadiendo con aquello otra capa a la ya de por sí rebosante sensualidad.
Su mano se cerró firmemente. Su cuerpo se estremeció, mientras que sus mandíbulas volvían a apretarse dolorosamente, luchando contra el impulso de bombear con sus caderas, haciendo que su erección se moviera en su mano apretada. Ansiaba desesperadamente girarse, romperle el camisón, dejando expuesta toda su anatomía de sirena, antes de ponerse encima de ella y penetrarla.
Royce ardía en deseos de poseerla con la misma intensidad calculada con la que ella le estaba poseyendo a él. A lo largo de las noches pasadas, ella había aprendido qué caricias y qué cosas le causaban más placer, y ahora estaba aplicando ese conocimiento… demasiado bien.
Echando la cabeza hacia atrás, luchó, con cada músculo en tensión.
– ¡Minerva! -dijo en una súplica que no pudo reprimir.
Su asidero se aligeró, así como sus caricias. Su mano dejó sus testículos, y así pudo respirar de nuevo.
– No se puede hablar, recuerda, a menos que quieras suplicar.
– Es lo que estoy haciendo -dijo él, casi sin voz.
Se hizo un silencio, y luego ella rió. Una risa potente, bochornosa, de sirena.
– Oh, Royce, qué mentiroso. Lo único que quieres es tomar el control, pero esta vez, no.
Minerva cambió de posición, cambiando también su sujeción.
– No esta noche. Esta noche, me has cedido el control -Levantando la cabeza, le murmuró en el oído. -Esta noche, tú eres mío -Sus dedos se cerraron definitivamente sobre su erección. -Mío para tomarte, mío para saciarme.
Su aliento ahora le refrescaba la oreja, mientras ella le repasaba con el pulgar la cabeza de su miembro.
– Todo mío.
Las sensaciones se dispararon en su interior. Royce juntó sus rodillas en un espasmo, aspirando profundamente. Había aceptado aquello, y ahora, lo único que podía hacer era intentar resistir.
Aflojando su sujeción, pero sin dejar de sostener su erección, se deslizó por debajo de su brazo y se subió a la cama. Tomando el miembro férreamente de nuevo, se puso ante su virilidad. Los dobladillos de su camisón oscilaban sobre sus pies. Acercándose más hacia él, llegó hasta su cabeza, besándole profundamente. Entre ellos, su mano seguía agarrando su erección. El la dejó seguir al mando, sin hacer nada salvo seguirla. Ella sonrió dentro de su boca, para luego juntar de nuevo sus labios.
En un movimiento sinuoso, flagrante y claramente erótico, sus pechos, caderas y muslos lo acariciaron, llenando sus sentidos con imágenes de sus contorsiones, libertinas, llenas de las mismas ansias, con la misma urgencia y la misma desesperación que él sentía.
Minerva separó sus labios, y fue bajando, marcando su camino con sus labios, y él, con la cabeza hacia atrás y las mandíbulas apretadas, esperó, rezando, deseando… y temiendo.
El ama de llaves empezó a bajar sus labios lentamente por su erección, muy despacio, introduciéndosela lentamente en el interior de su boca, cada vez más profundamente, hasta que él sintió las húmedas calidades de su garganta hasta sus testículos.
Lenta y deliberadamente, ella le redujo a un mero cuerpo desesperado y tembloroso.
Y no podía detenerla.
El seguía sin tener el control. Estaba a su merced, completa y absolutamente.
Con las manos sobre los postes, incapaz de ver, tenía que rendirse ante ella, ceder su cuerpo y sus sentidos para que ella hiciera lo que quisiera con él.
A un latido del punto de no retorno, ella aminoró su ritmo, y se separó.
Su pecho exhaló de nuevo. El aire de la noche se sentía frío contra su piel húmeda y cálida. Ella lo liberó, se dio la vuelta, y se alzó. Los dedos finalmente soltaron su enhiesta erección, subiendo de nuevo hacia arriba para echar su cabeza hacia atrás, besándole, pero brevemente, mordiendo levemente su labio inferior, tirando de él con suavidad, y trayendo de nuevo su atención sobre ella.
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