– Tienes que elegir. ¿Prefieres ver, o prefieres tocar?
El quería con todas sus fuerzas poner sus manos sobre ella, quería sentir su piel, sus curvas, pero si no podía ver…
– Quítame la venda de los ojos.
Minerva volvió a sonreír. Si tan solo miraba, la cosa duraría, pero con sus manos libres, el control que tenía sobre él no duraría demasiado.
Y ella quería mantenerlo durante más tiempo.
El ambiente se estaba condensando, la esencia de la pasión y el deseo formaban un miasma a su alrededor. El sabor salado de su despertar dejaba un frescor en su lengua. Quería tentarlo hasta su culmen, pero aquel dolor hueco que tenía entre sus muslos era ya irresistible. Ella lo necesitaba ya, desesperadamente, y él quería que ella se sentara sobre su erección. El uno necesitaba al otro para completar su culminación. Minerva subió hasta su boca hasta que él bajó su cabeza. Cogió el nudo de la venda de sus ojos, y, asiendo una de sus puntas, tiró de él, desanudándolo, y dio un paso atrás. El parpadeó, intentando recuperar la visión.
Sus ojos le escocían, y le punzaban.
Ella lo tomó, intentando no pensar en su fuerza, de que era su control el que le otorgaba a ella ciertos momentos de control.
– Junta las muñecas y ponías frente a ti.
Lentamente, él soltó los postes que hasta ahora había estado agarrando con aquella fuerza, flexionó sus brazos, y luego juntó sus muñecas, tal y como se lo había pedido.
Ella le ató ambas manos con el pañuelo. Luego, abriendo sus palmas, posó sus huellas sobre su pecho, empujándole levemente.
– Siéntate, y luego túmbate sobre tu espalda.
El se sentó, y luego se echó de espaldas sobre la colcha escarlata ribeteada con oro.
Sujetándose sobre uno de los postes, y levantándose el camisón, se subió sobre él, con las rodillas a ambos lados de su cuerpo, mirándolo desde arriba.
– Ahora pon tus manos en la parte superior de la cama, por encima de la cabeza.
En pocos segundos, él yacía totalmente estirado sobre la cama, con las manos por encima de su cabeza, con los pies saliéndosele del colchón.
Yacía allí, desnudo, delicioso, totalmente excitado, listo para que ella lo tomara.
Mirándolo fijamente, volvió a agarrar su erección con una mano, y con la otra se levantó el camisón para poder sentarse sobre su cadera. Bajando sus rodillas, se abrió el camisón. Los pliegues cayeron sobre su vientre. El seguía todas sus acciones mientras ella guiaba la palpitante cima de su virilidad entre aquellos pliegues de su ropa, y luego se inclinó un poco hacia atrás. Ella fue bajando poco, y hacia atrás, introduciendo lentamente toda aquella túrgida longitud en su cuerpo.
Ella bajó más aún, hasta que lo tomó completamente, sentada sobre sus caderas, empalada, llena de él. Él le empujó con la cadera, la completó. La longitud y fortaleza de él le hacía sentir increíblemente bien en su mismo corazón.
Ella lo volvió a mirar a los ojos, se levantó lentamente, y luego lentamente volvió a bajar.
Sus dedos se clavaron en su pecho, y ella cambió de ángulo, y de ritmo, hasta que encontró el que ella quería, uno que pudiera mantener, dejando que él se introdujera en ella profundamente, y después dejando que saliera casi completamente. El apretó su mandíbula, y sus puños. Sus músculos se endurecieron, tensándose, mientras que ella se dedicaba a dar cada ápice de placer que podía darle.
Pero no era suficiente.
Atrapada en su vista, totalmente alerta de todo lo que podía ver en las oscuras profundidades de sus ojos, mientras que su cuerpo se estiraba, luchaba contra su control, mientras también lo hacía contra sus propios instintos para no darle todo lo que realmente deseaba darle.
En ese momento, ella lo sabía. Tanto por ella, como por él, que nunca tendrían suficiente. Ella tenía que darle, que enseñarle todo lo que ella era, todo de lo que era capaz, y todo lo que él podía ser por ella.
Todo lo que podía otorgarle.
Todo lo que estaba floreciendo en su interior.
Cogiendo su camisón, tiró de él, sacándoselo por arriba y lanzándolo al aire. Su vista inmediatamente bajó hacia el punto por el que estaban unidos. Ella no podía ver lo que él sí veía, pero podía imaginar lo suficiente. El calor entre sus piernas casi le quemaba. Entre ellos, él creció, endureciéndose. Sintió el cambio entre sus muslos, en la profundidad de sus entrañas. El miró brevemente su rostro, luego volvió a bajar su vista. Sus caderas ondulaban bajo las suyas. Ella debería haberle dicho que parara, que se estuviera quieto, pero no lo hizo. El aliento se le secaba en la garganta, arqueándose hacia atrás. Levantando la cabeza, cruzó los brazos tras de ella, con el pelo cayéndole en cascada sobre sus hombros, los ojos cerrados, dejándose llevar por aquel placer sobrecogedor, cabalgándolo cada vez con más y más fuerza.
Y aún no era suficiente. Lo necesitaba más en su interior.
Ella gimió, desesperada.
El blasfemó. Pasó sus manos anudadas por detrás de la cabeza de ella, atrapándola entre sus brazos. Dándole la vuelta a sus palmas, las puso contra su espalda, mirándola fijamente a los ojos, moviéndose entre sus muslos, y luego acelerando su movimiento, penetrándola cada vez más, alzándola con la fuerza de su empuje.
Luego se asentó en un ritmo fuerte. Su mirada bajó hasta sus labios, a centímetros de los suyos.
– Todavía tienes el control -dijo mirándole de nuevo a los ojos. -Dime si te gusta.
Royce se inclinó, poniendo sus labios sobre su pezón. Minerva gimió de placer. El duque la lamió, y ella se quedó sin aire. Hundiendo sus manos en su pelo, lo atrajo aún más hacia su cuerpo. Lo sujetó mientras seguía con aquel movimiento de bombeo, dándole placer, mientras iban acercándose juntos, y los sonidos y las esencias de su unión llenaban su cerebro, excitándolos aún más, reconfortándolos.
Ella quería más.
Más de él.
Todo de él.
Quería lo que le estaba haciendo.
Cogiéndole la cabeza entre las manos, le obligó a mirar hacia arriba.
Cuando lo hizo, sus ojos oscuros llameaban, y sus labios estaban formando una mueca picara y sucia. Ella musitó:
– Suficiente. Por favor, tómame, y termina con esto.
Su ritmo entre sus piernas no disminuyó. El miró la penetración.
– ¿Estás segura?
– Sí.
Estaba más segura que cualquier cosa en el mundo. Ella, disminuyendo su propio ritmo, decidió perderse en sus ojos.
– Cuando lo desees, cuando quieras.
Por un largo instante, él mantuvo su mirada.
Y luego ella se tumbó de espaldas, dejándose caer sobre la cama, colgando de la cordura mientras sus muslos apretaban aún con más fuerza, mientras él mantenía sus manos enlazadas detrás de su cabeza, mientras él empujaba más fuerte y más profundamente en su interior.
La cordura finalmente se fracturó mientras ella llegaba al clímax.
Royce se quedó sin aire, luchando por aguantar, para que él pudiera saborear su liberación, pero las contracciones eran tan fuertes, tan bruscas, que le provocaron, hasta que en un amortiguado rugido él la siguió al éxtasis, liberándose, después de reprimirse durante tanto tiempo, rodando, arrastrándose, explotando, dejándolo totalmente sin fuerzas, un cascarón vacío en una marea emocional, volviendo a la vida mientras la gloria se escurría, llenándole.
Mientras su corazón volvía a tener un ritmo normal, y él recuperaba la respiración, a través de las neblinas de su cerebro, él sintió cómo sus labios besaban suavemente su sien.
– Gracias.
Las palabras eran meros susurros, pero él las oyó, y lentamente, sonrió.
Era él el que tenía que agradecérselo.
Un tiempo después, finalmente consiguió reunir las fuerzas suficientes para levantarse de encima de ella, rodar y ponerse de espaldas, y con los dientes, se desató las manos.
Ella yacía junto a él, pero no estaba dormida. Todavía sonriendo, él la alzó, sacándola de entre las sábanas, para dejarse caer entre los almohadones, sosteniéndola todavía entre sus brazos, y echar los cobertores por encima de ellos. Sin mediar palabra, ella se acomodó en su pecho, totalmente relajada.
El placer, de un una profundidad y una calidad que jamás hubiera podido imaginar que se pudiera sentir, lo atravesó de nuevo, asentándose en sus huesos.
Ladeando su cabeza, miró al rostro de ella.
– ¿He pasado la prueba?
– Humph, yo diría más que eso -dijo, yendo muy despacio hasta el otro extremo de la cama. -Me he dado cuenta que más bien era una prueba para mí, más que para ti.
Sus labios se curvaron formando una sonrisa más profunda. El se preguntó si ella sería capaz de verla. Con la cabeza mucho más lúcida, recordó todo lo que había ocurrido, y más aún, lo que había sentido, todo lo que habían compartido, utilizado y revelado en esta última hora.
Ella aún estaba despierta, esperando oír lo que él quería decir.
Entonces fue él quien la besó en la sien.
– Tienes que saber -dijo en un tono de voz que hacía que escuchara todo lo que él quisiera decirle, -que te lo daré todo, todo lo que tengo para dar. No hay nada que me puedas pedir que no te quiera otorgar. Todo lo que tengo, y todo lo que soy, es tuyo.
Cada una de aquellas palabras sonó con un absoluto e inamovible convencimiento.
Pasó otro largo rato en silencio.
– ¿Me crees?
– Sí.
Ella dio la respuesta sin dudarlo.
– Bien -dijo sonriendo, y dejando caer su cabeza en la almohada, abrazándola. -Ahora duérmete.
El sabía que aquello había sonado a orden, pero no importaba. Oyó su suspiro, sintiendo cómo ella tenía el último estremecimiento, hasta que el sueño la acogió.
Haciendo caso a su propio consejo, estiró sus piernas y se dejó llevar por el sueño.
CAPÍTULO 19
Unos minutos antes del amanecer, Minerva volvió sin hacer ruido a su habitación, y tras meterse en la cama, lanzó un largo suspiro. No podía dejar de sonreír. Royce había pasado con creces su prueba. Incluso sin que le pudiera prometer amor eterno, lo que le había prometido le aseguraba más que un consuelo. El he había dado todo lo que ella le había pedido. ¿Y ahora qué?
Todavía no estaba plenamente segura de que lo que ahora había ardido con tanta intensidad entre ellos, no muriera en un futuro. ¿Podría entonces ella aceptar la oferta que él le proponía? ¿O era mejor no arriesgarse?
Ella parpadeó, sintiendo cómo un frío escalofrío recorría su cuerpo, al pensar realmente en la alternativa a aceptar que tenía, que era la de rechazarlo. Darle la espalda a todo lo que podría ser, y marcharse. La idea se le formó por primera vez en su mente, y la verdad se le hizo clara.
– Maldito escocés -dijo dejándose caer en los almohadones. -¡Tenía razón!
¿Por qué había tardado tanto en darse cuenta?
Porque estaba mirando a Royce, y no a mí. Le amo, pensó desde las profundidades de su alma. No importa los síntomas de enamoramiento que él tenga, ahora sé que mi corazón nunca cambiará.
El enamoramiento y la obsesión crecieron hasta convertirse en algo más, algo más poderoso, algo más profundo, sin posibilidad de negarlo, inmutable. Todos los estados por los que pasó no hicieron más que reafirmarla en su postura. Cómoda, esclarecedora, comprensiva… sí, en el fondo, lo amaba, y, tal y como Penny dijo, el amor no era una emoción pasiva. El amor nunca le dejaría abandonarlo y darle de lado, nunca le dejaría comportarse de manera tan cobarde como para no poner su corazón en riesgo.
El amor le exigiría, de hecho, su propio corazón.
Si quería amor, tendría que arriesgarse. Tenía que darlo, y tendría que rendirse ante él.
El camino que le esperaba de repente se le hizo claro como el cristal.
– Su Excelencia, estaré encantada de aceptar su oferta.
Su corazón, literalmente, subía a los cielos al oír sus propias palabras, palabras que creía que nunca iba a pronunciar. Sus labios se curvaron, y se curvaron aún más. Su sonrisa lució gloriosa.
La puerta se abrió. Lucy entró.
– Buenos días, señorita. ¿Preparada para el gran día? Todo el mundo está ya reunido abajo en las escaleras.
– Oh, sí-dijo ella aún sonriendo.
Pero para sus adentros, maldijo. Faltaba un día para los festejos. El único día del año en el que no tendría ni un solo momento de descanso.
O para Royce.
Maldijo de nuevo, y se levantó.
Y así empezó el día, en un torbellino de actividad concerniente a los preparativos. El desayuno fue un bocado en el aire. Royce, de manera muy sabia, se había levantado temprano y había salido. Todos los invitados habían llegado ya. El salón era un mar de charla y saludos. Por supuesto, sus tres mentoras estaban ansiosas de oír sus noticias. Dadas las circunstancias, lo mejor que podía hacer era esbozar de nuevo su radiante sonrisa. Ellas la percibieron, la interpretaron debidamente, y se acercaron.
"Domada por Amor" отзывы
Отзывы читателей о книге "Domada por Amor". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Domada por Amor" друзьям в соцсетях.