Letitia le dio un golpecito en el hombro.

– ¡Es maravilloso! Más tarde tienes que contarnos los detalles.

Y más tarde debería ser por fuerza, ya que hacía mucho tiempo que la servidumbre no se ocupaba de un festejo tan multitudinario y el pánico amenazaba en más de un frente.

El té y las tostadas desaparecieron, así que Minerva corrió hacia el salón matinal. Ella y Cranny mantuvieron un ritmo frenético durante una hora, asegurándose de que entre las tareas del día se incluyeran todo lo que necesitaban. El ama de llaves tan solo tuvo un respiro cuando Letitia, Penny y Clarice entraron por la puerta.

– Oh.

Al encontrarse con la brillante mirada de Letitia, Minerva intentó centrar su mente.

– No, no -dijo Letitia, sonriendo y dando a entender con sus manos que no se esforzara. -Por muchas ganas que tengamos de escuchar cada mínimo detalle, ahora está claro que no es el momento. A propósito de eso, veníamos a ofrecerte nuestra ayuda.

Minerva parpadeó, mientras Letitia se sentaba, mirando a Penny y Clarice.

– No hay nada peor -dijo Penny, -que estar sin tener nada que hacer, esperando.

– Especialmente -añadió Clarice, -cuando hay tanto en lo que nuestros talentos pudieran ser de utilidad, digamos, por ejemplo, en la feria -dijo, sentándose en el sofá, -así que dinos, ¿qué hay en vuestra lista en lo que podamos ayudar?

Minerva se percató de sus expresiones de anhelo, y luego miró la lista de tareas.

– Hay varios torneos de tiro con arco, y…

Una vez divididas las tareas, ordenó que trajeran el landó, mientras las otras cogían sus mantillas y los birretes, cogiendo ella misma los suyos y yendo a correr a hablar con Retford. El y ella discutieron diferentes divertimentos para los invitados del castillo, la mayoría de los cuales se quedarían durante todo el día, para luego apresurarse a reunirse con los otros en el salón principal.

De camino a la zona de festejos, que no era otro que el que estaba más allá de la iglesia, concretaron los detalles de las labores que cada una de ellas realizaría. Al llegar al campo, que ya de por sí rebosaba de actividad, intercambiaron miradas, y se pusieron manos a la obra. Incluso delegando labores tal y como hizo, cumpliendo la lista de tareas que se había asignado, organizándolo y discutiéndolo todo, cosa que le llevó horas. La feria de Alwinton era la más grande de la región, donde granjeros de todo el condado venían desde kilómetros de distancia, de más allá de las colinas y los valles de la Frontera, así como viajeros, comerciantes y artesanos que venían desde Edimburgo para vender su género. Además de todo eso, la zona dedicada a la agricultura también era enorme. A pesar de que Penny estaba supervisando los preparativos para las pujas de animales, Minerva había dejado la zona productiva bajo su propia supervisión. Había muchos puestos involucrados, demasiadas rivalidades entre las que mediar.

Luego estaban los regateos. La feria era uno de los eventos en los que las gentes de la Frontera aprovechaba tradicionalmente para prometerse ante un sacerdote, para luego saltar sobre el palo de una escoba y dejar así reflejadas sus intenciones de seguir juntos, viviendo y compartiendo durante el siguiente año, así que Minerva fue en buscar entre aquella algarabía al reverendo Cribthorn.

– Este año tenemos nueve parejas -le comunicó él. -Siempre es una satisfacción ver el comienzo de una nueva familia. Para mí es uno de los placeres de mi trabajo.

Después de confirmar el lugar y el momento en el que iban a tomar lugar las ceremonias, volvió de nuevo a los otros quehaceres. A través de un hueco en medio del bullicio, vio la figura de Royce. Estaba rodeado de una caterva de niños, todos llamándole e intentando captar su atención.

Había estado todo el día ocupado, dirigiendo y, para su asombro, ayudando a varios grupos de hombres que estaban trabajando montando tiendas y carpas, escenarios y postes. A pesar de que entre ellos habían intercambiado multitud de miradas, él evitó acercarse a ella, y así… distraerla.

Aun así, ella seguía sintiendo su mirada, notando incluso cómo a veces pasaba cerca a través del gentío.

Al rato él estaba bastante ocupado absorto en el trabajo, así que ella se permitió darse un respiro y quedarse mirándolo un rato, recreándose en verlo realizar lo que ella se había percatado que eran sus primeras responsabilidades de juventud.

Él no se había olvidado del puente de paso, y por lo tanto, los encargados de Harbottle tampoco. Hancock, el carpintero del castillo, se había desplazado hasta allí para supervisar la reconstrucción, y darle un informe a Royce.

Cada uno de los vecinos, al verlo por primera vez allí, con su porte dirigente, su altura, su capa de perfecto corte, sus pantalones de ante y aquellas botas altas, se quedaban quietos, mirándolo. Durante el rato que ella lo estuvo observando, la señora de Critchley, que venía de más allá de Alwinton, se detuvo, quedándose boquiabierta.

Su padre nunca atendió de aquella manera los festejos, es más, su padre nunca hubiera tan siquiera asistido, y mucho menos ser uno más entre la comunidad. Había sido su gobernante, pero nunca uno de ellos. Royce hubiera gobernado sobre su gente de la misma manera que sus ancestros lo había hecho, pero no de manera tan distante, tan apartada. Ahora, él era uno más entre aquella horda ruidosa que lo rodeaba. Ella ya no necesitaba pensar más sobre las expectativas de él. El sentido del deber que tenía aquel hombre para aquellos a los que gobernaba, para su gente, le mostró todo lo que él había hecho. Era una parte esencial de lo que él era.

Reservado, arrogante, seguro de sí, era un Wolverstone, un señor feudal en toda regla, y utilizando el poder que le había sido concedido por nacimiento, rescribió su papel de señor, de una manera mucho más concienzuda, más fundamental y progresista, de lo que ella nunca hubiera imaginado.

Viéndolo rodeado de niños, o cómo giraba la cabeza para reír un comentario del señor Cribthorn, sintió cómo a su corazón casi le nacían alas.

Ese era el hombre al que ella amaba.

El era quien era, aún con sus fallos, pero lo amaba con todo su corazón.

Tenía que volver a sus quehaceres, así que tuvo que esforzarse por reprimir aquellas emociones que inundaban su interior, para así poder seguir sonriendo mientras cumplía debidamente con sus obligaciones. Así que, con su perenne sonrisa, levantó la cabeza, aspiró profundamente y volvió al gentío, sumergiéndose en todo lo que tenía por delante para hacer.

Más tarde.

Más tarde podría hablar con él, aceptar su oferta, y ofrecerle su corazón, sin reservas.

– Sin duda, es gracias a la ayuda que me habéis otorgado el que pueda volver a casa antes del anochecer, a tiempo para el té.

Aflojándose el delantal, Minerva sonrió a Letitia, Clarice y Penny, todas, al igual que ella, totalmente exhaustas, pero satisfechas con lo que habían realizado durante el día.

– Ha sido un placer para nosotras -contestó Penny. -De hecho, creo que le sugeriré a Charles que se haga con algunas ovejas de ese ganadero, O'Loughlin.

Ella sonrió, pero no mencionó la opción que era Hamish, distraída por el relato de Clarice sobre lo que había visto entre los puestos de artesanía. Para cuando llegaron al castillo, estaba más que segura de que sus ayudantes no habían encontrado sus tareas demasiado onerosas. Desmontando de los coches que las traían de vuelta, entraron en el castillo para unirse al resto en el té de media tarde.

Todas las damas estaban presentes, pero tan solo había un puñado de hombres, ya que la mayoría habían cogido armas y monturas, o las cañas de pescar, y habían desaparecido a primeras horas del día.

– Al final ha sido buena idea animarles a que se fueran -dijo Margaret, -sobre todo, si queremos que nos pidan bailar en la feria de mañana.

Sonriendo para sus adentros, Minerva dejó la reunión y subió por las escaleras principales. No estaba segura de haber acabado con todos los preparativos del castillo en sí, así que fue a verificarlo todo en las listas que había dejado en la habitación matinal de la duquesa.

Había casi alcanzado el pomo de la puerta, cuando ésta se abrió por sí sola.

Royce estaba justo al otro lado.

– Oh, así que aquí estás.

– Acabo de volver, o casi -dijo señalando con un gesto de su cabeza hacia la parte inferior, -acabamos de tomar el té. Todo parece ir como la seda.

– Tal y como se resuelve todo siempre que estás tú como guía -dijo, cogiéndola cariñosamente del brazo, atrayéndola hacia él mientras cerraba la puerta a sus espaldas, -ya que estamos, demos un paseo.

El enlazó su brazo con el de ella, poniendo su mano también sobre la de ella. Mirando a su rostro, tan poco informativo como siempre, mientras ella caminaba a su lado.

– ¿Dónde…?

– Pensé… -dijo, dándole la espalda al torreón, y, sin que el hecho la cogiera por sorpresa, salieron hacia un pequeño corredor que llevaba a sus aposentos.

Pero él se detuvo unos pasos antes de llegar, mirando la pared, y luego tanteándola con la mano, hasta que presionó sobre un punto. Una puerta hacia las almenas del torreón homenaje se abrió en el muro.

– Pensé -volvió a repetir mientras cruzaban la puerta mirándose a los ojos-que una vista del atardecer desde las almenas sería un bonito espectáculo para disfrutarlo.

Ella rió.

– ¿Junto al hecho de la tranquilidad que aquí se respira, y también el hecho de que este sitio sea completamente privado?

¿Tal vez tuviera ahora la mejor oportunidad para hacerle saber su decisión?

– Efectivamente -dijo Royce, conduciéndola a través de las escaleras que habían sido esculpidas en la pared del torreón.

Una vez las hubieron subido por completo, empujaron la puerta de entrada, dejando que la luz entrara, para luego volver a la que había dejado abierta en el corredor, cerrándola. Luego, subiendo las escaleras de tres en tres, Royce volvió a aparecer para reunirse con ella en las almenas del torreón.

Aquellas eran las almenas originales, en la parte más alta del castillo. La vista era espectacular, pero por una larga tradición, tan solo podían ser disfrutadas por la familia, y más particularmente, por aquellos que residían en el castillo. A los invitados nunca se les permitía subir allí, y, durante siglos, los guardias de más confianza de la familia vigilaban el horizonte en busca de la presencia del enemigo.

Allí, la brisa era más fresca que en la parte baja. Acarició y enredó la melena de Minerva, mientras ella se mantenía quieta entre las separaciones que había en las castellanas [5], mirando hacia el norte, más allá de los jardines, el puente, el molino, y el desfiladero.

Cuando él se le aproximó, ella levantó la cabeza, echándose para atrás el pelo.

– Había olvidado el frío que hace aquí. ¿Tienes frío? -dijo poniéndole las manos sobre los hombros.

– No, la verdad es que no.

– Bien, pero por si acaso…

Deslizando sus brazos alrededor de los suyos, él la atrajo hacia sí, dando su espalda contra su pecho, envolviéndola en su calor. Ella suspiró, relajándose en aquel abrazo, casi apoyándose en él, cruzando sus brazos, entrelazando sus manos con las de él mientras miraba al horizonte. La barbilla de él le rozaba la coronilla de su cabeza, mientras que, también, admiraba sus dominios.

Aquel impulso no satisfecho que le había hecho llevarla hasta el mirador de Lord's Seat semanas antes le había provocado ahora llevarla hasta aquellas almenas, por la misma razón.

– Todo lo que ves -dijo él, -hasta donde alcanza tu vista, y las tierras de más allá aún, son mías. Todo lo que permanece bajo nuestros pies, eso también es mío. Mi herencia, bajo mí mandato, bajo mi absoluta autoridad. La gente es mía también, para protegerla, para vigilarla, su bienestar es mi responsabilidad, formando todo parte de un uno.

En ese punto, él tomó una profunda aspiración, y siguió.

– Lo que ves ante ti es parte de lo que será mi vida. Lo que la englobará, y tú ya de por sí eres una parte integral de ella. Esto era lo que quería enseñarte el día que te llevé a Lord's Seat. Esto es todo lo que quería compartir contigo.

Tras decir esto, él se quedó un rato mirando su figura.

– Quiero compartir mi vida entera contigo, no solo la parte material, no solo el trasfondo social y familiar, sino todo esto también.

Tensando sus brazos, y apoyando su mandíbula contra su cabello, encontró las palabras que durante tanto tiempo había buscado.

– Quiero que estés a mi lado para todo, no que seas tan sólo mi duquesa, sino mi compañera, mi ayuda, y mi guía. Te agradeceré que te involucres en cualquier parte de mi vida en la que desees entrar. Si finalmente aceptas ser mi esposa, no solo te otorgaré voluntariamente mi afecto, sino también mi protección, y el derecho de estar a mi lado ante todo. Como mi duquesa, no serás tan solo una adjunta, sino una parte integral del todo, que juntos, podremos llegar a ser.