Cerró la puerta y caminó sobre la alfombra mirando el documento que tenía en las manos… y habló antes de que él lo hiciera.
– Tienes que aprobar esto -Se detuvo ante el escritorio, y le extendió la hoja de papel. -Es una nota para la Gazette. También tenemos que informar a palacio y a los Lores.
Royce la miró con expresión impasible, y después extendió una mano y cogió la nota. Mientras la leía, Minerva se sentó en una de las sillas ante el escritorio, se colocó bien la falda, y después organizó en su regazo los documentos que había preparado.
El duque se movió, y ella levantó la mirada… Observó cómo cogía una pluma, abría el tintero, la mojaba, y después la aplicaba sobre su nota, tachando lenta y deliberadamente una de las palabras.
Después de secarlo, inspeccionó el resultado y tendió la nota de vuelta a Minerva.
– Saldrá en el periódico con esta corrección.
Había tachado la palabra "amantísimo" en la frase "amantísimo padre de". Minerva contuvo el impulso de elevar las cejas; debería haber anticipado aquello. Los Varisey, como le habían dicho a menudo, y como había quedado demostrado a través de las décadas, no amaban. Podían hervir calderos de emociones en el resto de aspectos, pero ninguno de ellos había afirmado nunca haber sentido amor. Ella asintió.
– Muy bien.
Puso esa hoja de papel en el fondo de su montón, levantó la siguiente, alzó la mirada… y vio que él la estaba mirando enigmáticamente.
– ¿Qué?
– No utilizas "su Excelencia" para dirigirte a mí.
– Tampoco utilizaba "su Excelencia" para dirigirme a tu padre -Minerva dudó, y entonces añadió: -Y no te gustaría que lo hiciera.
El resultado fue un ronroneo casi inhumano, un sonido que se deslizó a través de sus sentidos.
– ¿Tan bien me conoces?
– Muy bien, sí -A pesar de que tenía el corazón en la garganta, Minerva mantuvo un firme control sobre su tono de voz. Le extendió el siguiente documento. -Ahora, para los Lores -Tenía que mantenerlo concentrado y no permitir que la desconcertara; aquella era una táctica que los Varisey usaban para distraer y después coger las riendas.
Después de un momento preñado de significado, Royce extendió la mano y cogió la hoja. Era una notificación para los Lores, y una comunicación para palacio aceptablemente redactada.
Mientras trabajaban, Minerva había sido consciente de que él la había mirado, con su oscura y penetrante mirada, como si estuviera examinándola… minuciosamente.
Con firmeza, había ignorado el efecto que tenía en sus sentidos… y había rezado por que cesara pronto. Tenía que hacerlo, o se volvería loca.
O se derretiría y él lo notaría, y entonces ella se moriría de vergüenza.
– Bien, asumiendo que tus hermanas lleguen mañana, y que la gente de Collier, etcétera, también lo hagan, dado que esperamos que tus tíos y tías lleguen el viernes por la mañana, entonces, si estás de acuerdo, podríamos leer la voluntad el viernes, y así nos quitaríamos eso de encima -Levantó la mirada de sus documentos y arqueó una ceja.
Royce se había desplomado, aparentemente relajado, en la enorme butaca; la miró impasiblemente durante varios largos minutos, y después dijo:
– Podríamos (si estoy de acuerdo) celebrar el funeral el viernes.
– No, no podemos.
Sus cejas se alzaron lentamente.
– ¿No? -Había un rico y positivo exceso de intimidación encerrado en aquella única palabra que había pronunciado suavemente. En este caso, por muchas razones, estaba fuera de lugar.
– No -Minerva lo miró a los ojos, y mantuvo su mirada. -Recuerda el funeral de tu madre… ¿Cuánta gente asistió?
Su inmovilidad era absoluta; su mirada no se apartó de la de ella. Después de otro largo silencio, dijo:
– No lo recuerdo -Su tono era equilibrado, pero Minerva detectó en él una ligera debilidad; honestamente no lo recordaba, porque posiblemente no le gustaba pensar en aquel difícil día.
Estaba desterrado de las tierras de su padre, pero la iglesia y el cementerio de Alwinton estaban en el interior de los límites de Wolverstone, de modo que había cumplido literalmente el decreto de su padre; su mozo había conducido su carruaje hasta el pórtico de la iglesia, y había pisado directamente en suelo santificado.
Ni su padre ni él hablaron con nadie (ni siquiera intercambiaron una mirada) durante el largo servicio y el subsiguiente enterramiento. Que no pudiera recordar cuánta gente había acudido a la iglesia atestiguaba que no había estado mirando a su alrededor; estaba tan afectado que sus facultades, que eran extremadamente observadoras, no habían estado funcionando.
Tranquilamente, Minerva enumeró:
– Asistieron más de doscientos, contando solo a familiares y miembros de la alta sociedad. Para tu padre, ese número aumentará seguramente a trescientos. Habrá representantes del rey, y del Parlamento, además de los familiares y amigos… por no hablar de todos los que querrán sacar ventaja viniendo hasta aquí solo para certificar su conexión, aunque indirecta, con el ducado.
Royce hizo una mueca, y después, en una explosión de movimiento, se sentó.
– ¿Cuándo podría prepararse?
El alivio corrió por las venas de Minerva.
– La noticia de la muerte saldrá en la Gazette el viernes. Mañana, una vez que tus hermanas estén aquí para consultarlas, podríamos enviar la nota sobre el funeral… que entonces saldría en las ediciones del sábado. Siendo realistas, dado que tantos vendrán desde el sur, la fecha más cercana en la que podríamos celebrar el funeral sería el siguiente viernes.
El duque asintió, reacio aunque aceptando.
– El viernes, entonces -Dudó, y después preguntó: -¿Dónde está el cadáver?
– En la casa del hielo [1], como siempre -Sabía que aquello era mejor que sugerirle que viera el cuerpo de su padre; o lo hacía por voluntad propia, o no lo haría. Sería mejor que lo hiciera, pero había algunas áreas en las que, con él, no estaba preparada para perderse; era, sencillamente, demasiado peligroso.
Royce la miró mientras ordenaba los papeles de su regazo… miró su cabello, lustroso y brillante. Se preguntó qué aspecto tendría envolviendo su blanquísima piel, cuando dicha piel estuviera desnuda y sonrosada por la pasión.
Se movió en su silla. Necesitaba desesperadamente una distracción. Estaba a punto de pedir una lista del personal (ella era tan malditamente eficiente que su cordura flaquearía si tenía una en su montoncito de papeles) cuando unas fuertes pisadas se aproximaron a la puerta. Un segundo después ésta se abrió, admitiendo a un majestuoso mayordomo.
La mirada del mayordomo se fijo en él. Aún en el umbral de la puerta, hizo una reverencia.
– Su Excelencia -Se incorporó y volvió a inclinarse más ligeramente hacia Minerva, que se levantó. -Señorita.
Volvió a concentrarse en Royce, que, como Minerva, también se había levantado, entonado por el majestuoso personaje.
– Su Excelencia, mi nombre es Retford. Soy el mayordomo. En nombre de todo el servicio, me gustaría mostrarle nuestras condolencias por la muerte de su padre, y darle nuestra bienvenida en su regreso.
Royce inclinó la cabeza.
– Gracias, Retford. Creo recordar que antes eras asistente. Tu tío siempre te tenía sacando brillo a la plata.
Retford se relajó perceptiblemente.
– Efectivamente, su Excelencia -Miró de nuevo a Minerva. -Me pidió que le informara cuando el almuerzo estuviera listo, señorita.
Royce notó la significativa mirada que se intercambiaron antes de que su ama de llaves dijera:
– Así es, Retford. Gracias. Bajaremos inmediatamente.
Retford hizo una reverencia, y con otro "su Excelencia", se retiró.
Aún de pie, Royce miró a Minerva a los ojos.
– ¿Por qué vamos a bajar inmediatamente?
Ella parpadeó.
– Estoy segura de que tienes hambre -Como él siguió inmóvil, obviamente esperando, continuó: -Y tienes que permitir al servicio que te dé la bienvenida formalmente.
El puso una expresión de horror no totalmente fingida.
– ¿Todo el maldito grupo de criados?
Ella asintió y se giró en dirección a la puerta.
– Hasta el último de ellos. Te darán sus nombres y puestos… ya sabes cómo funciona. Esta es una residencia ducal, después de todo -Lo observó mientras rodeaba el escritorio. -Y si no tienes hambre ahora, te garantizo que tendrás una desesperada necesidad de sustento para cuando hayamos terminado.
Pasó junto a ella y abrió la puerta.
– Estás disfrutando de esto, ¿no? Viéndome sin saber qué hacer.
Mientras la seguía hasta el pasillo, Minerva negó con la cabeza.
– Sabrás qué hacer… yo soy tu ama de llaves. No voy a dejarte solo en un momento así… ese es mi trabajo.
– Ya veo -Sofocó la necesidad de coger su brazo; ella, claramente, no esperaba que él lo hiciera… Ya estaba caminando rápidamente hacia la escalera principal. Se metió las manos en los bolsillos de su pantalón, y fijó la mirada en el suelo ante sus pies. -¿Y cómo, exactamente, te propones hacer tu trabajo?
Susurrándole al oído.
Minerva permaneció justo a su izquierda durante toda la larga línea de entusiastas sirvientes, murmurándole sus nombres y puestos mientras él asentía ante cada uno.
Podría haberlo hecho sin la distracción. Sin la tentación. Sin la constante burla, aunque fuese intencionada, de su ser menos civilizado.
La gobernanta, la señorita Cranshaw (aunque él siempre la había llamado Cranny) se sonrojó cuando él le sonrió y la llamó por su apodo de antaño. Aparte de Retford y Milbourne, no se había encontrado con nadie más desde la última vez que estuvo allí.
Finalmente llegaron al final de la larga fila. Después de que la última doncella de la cocina se hubiera sonrojado y hubiera hecho su reverencia, Retford, que los había seguido desde atrás irradiando aprobación, se adelantó y les hizo pasar con una reverencia al pequeño salón comedor.
Royce se habría acomodado en su silla acostumbrada, a mitad de la mesa, pero Retford se deslizó hasta la enorme silla en la cabecera y la separó… así que continuó y se sentó en el lugar de su padre.
Ahora era el suyo… aquel era un hecho al que tendría que acostumbrarse.
Jeffers sentó a Minerva a su izquierda; a juzgar por el comportamiento del ama de llaves y de Jeffers, aquella era su posición acostumbrada.
Recordó su necesidad de crear distancia entre ambos, recordó su pregunta sobre el servicio, pero ella había dejado sus papeles arriba.
Afortunadamente, tan pronto como colocaron los platos ante ellos y la mayoría de los lacayos se retiraron, ella preguntó:
– Una cosa que Retford, Milbourne, Cranny y yo necesitamos saber es qué personal tienes, y qué miembros de la casa deseas mantener.
Un tema sensible.
– Tengo un ayuda de cámara… Trevor. Estaba conmigo antes.
Minerva entornó los ojos.
– Es menor que tú, ligeramente rechoncho… al menos así era.
Una razonable aunque breve descripción de Trevor.
Miró a Retford, que estaba detrás, a la derecha de Royce; el mayordomo asintió, indicando que él, también, recordaba a Trevor.
– Esto es fortuito, ya que dudo que Walter, el ayuda de tu padre, encajara contigo. Sin embargo, nos deja con el asunto de qué hacer con Walter… El no quiere dejar Wolverstone, ni el servicio de la familia.
– Déjame eso a mí -Royce había aprendido hacía mucho a valorar la experiencia. -Tengo una idea sobre un puesto en el que podría encajar.
– ¿Oh? -Esperó su respuesta, pero al no obtenerla, cuando Royce comenzó a servirse de una bandeja de carnes Irías, frunció el ceño, y después preguntó: -¿Henry aún es tu mozo de cuadras?
Asintió.
– Ya lo he hablado con Milbourne… Henry debería llegar mañana. El seguirá siendo mi mozo personal. El único otro miembro que se unirá a la casa será Handley -Miró a Minerva a los ojos. -Mi secretario.
Royce se había preguntado cómo se tomaría Minerva esa noticia. Un poco para su sorpresa, ella sonrió.
– Excelente. Eso me liberará de ocuparme de tu correspondencia.
– Efectivamente -Era un buen primer paso para evitarla en su órbita diaria. -¿Quién se ocupaba de la correspondencia de mi padre?
– Yo lo hacía. Pero son tantas las comunicaciones que cruzan el escritorio de un duque, y es tanto lo que tengo que supervisar como ama de llaves, que si nos entretenemos un poco, podríamos tener problemas. No siempre me ocupé de las cosas tan eficientemente como me habría gustado.
Royce se sintió aliviado porque ella realmente estuviera preparada para dejar que su correspondencia escapara de sus manos.
– Le diré a Handley que hable contigo si tiene alguna pregunta.
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