El, a través de Susannah, había sido el instrumento que había hecho que Royce consiguiera la última cosa que necesitaba para completar el tapiz de una ya de por sí existencia rica y satisfactoria. El había sido una pieza indispensable a la hora de darle a Royce algo que había deseado ardientemente, algo que ansiaba desde hacía tiempo.

De repente, lo supo. De repente, lo vio.

Sus facciones se aliviaron.

Y luego, lentamente, esbozaron una sonrisa.

Incrementando su alegría, empezó a reír a carcajadas, dándole una palmada a Rohan en las espaldas cuando pasó por su lado.

Por supuesto, ahora lo veía claro.

Royce había sido el causante de mostrarle su tesoro, para luego, quitárselo de debajo de las narices y llevárselo.

Así, ahora encajaba perfectamente que él fuera el responsable de haberle llevado a Royce su tesoro más preciado, para así poderle devolver el favor.

Royce se había llevado su tesoro.

Ahora él se llevaría el de Royce.

Aquella tarde, Royce, Minerva, Letitia, Clarice, Penny y Handley se reunieron en la sala matinal de la duquesa. Debido al enorme éxito que había tenido el inicio de la feria, que no hizo sino aumentar en fama tras el anuncio que se había hecho, la cena fue una cosa bastante más informal. Después de refrescarse, habían dejado al relajado y aparentemente apacible, pero exhausto, grupo de invitados escaleras abajo, y se habían retirado para preparar la logística que conllevaba una boda ducal.

Mientras los demás tomaban asiento, Royce, junto a Minerva, en uno de los sofás, observó a su futura esposa.

– ¿Les habías dicho algo a los demás de abajo? Parecían extrañamente relajados ante el anuncio de nuestro compromiso.

– Simplemente les expliqué que la intervención de Susannah había sido malinterpretada, y como tu duquesa, estaría muy decepcionada si alguien tildara nuestro compromiso como algo que no fuera interpretado bajo una luz correcta.

Dejándose caer en el sofá opuesto, Penny rió entre dientes.

– Fue genial. Hizo que la acción de Susannah pareciera la travesura de un niño, una de esas ocurrencias que son tan torpes que ha sido incluso enternecedor para Susannah simular que nunca ha pasado.

Uniéndose a Penny en el sofá, Letitia añadió:

– Tan sólo tuvo que hablar con las damas, ya que Jack nos informó que, dado que ninguno de los hombres estuvo en las almenas, actuarían como si nunca hubiera pasado nada. Pero darle la vuelta al asunto y reflejarlo en la acción de Susannah fue un toque maestro. A mí nunca se me hubiera ocurrido, pero funcionó increíblemente bien.

– Sin duda -dijo Clarice, sentándose al final del sofá, -tu pericia sin duda viene de haber estado tratando con Varisey durante décadas.

– Sin duda-dijo Minerva ahora girándose hacia Royce, mirándolo a los ojos. -Ahora, pongámonos con el asunto de la obra.

Aquella mañana muy temprano, él había sugerido que se realizara lo antes posible, para después ser informado de lo que no estaba en sus cartas. Cuando él protestó, se le informó con más detalle.

– ¿Entonces son tres semanas lo que propones?

Los ojos de él se encendieron.

– Exacto, tres semanas, y necesitamos cada uno de los minutos que las componen a partir de ahora.

Ella miró a Handley, quien estaba sentado tras el escritorio.

– ¿Cuál es la fecha que buscamos entonces?

Resignado, e interiormente, más feliz de lo que nunca había estado en su vida, Royce se echó hacia atrás y dejó que los demás se ocuparan de organizar. Su única labor era la de dar su conformidad cuando fuera preciso, lo cual hizo sin poner ninguna pega. Ellos eran expertos. Letitia lo sabía todo sobre preparar eventos para la alta sociedad. A pesar de su semi retiro, Clarice era una renombrada manipuladora de tendencias de la alta sociedad. Penny, al igual que Minerva, entendía la dinámica de los altos cargos, tanto a nivel local como nacional, y Minerva sabía todo lo que había que saber respecto a los Wolverstone y los Varisey.

Juntos, hacían un equipo formidable, y en poco tiempo, ya lo tenían todo preparado.

– Así que -dijo Minerva, mirando a Handley a los ojos, -los bandos se leerán a lo largo de los próximos tres domingos, y nos casaremos al miércoles siguiente.

Handley asintió con la cabeza, apostillando una cosa.

– Le pediré al señor Cribthorn que haga la petición mañana -dijo mirando a Royce.

– Yo estaré aquí todo el día. Tenemos mucho que traer hasta aquí -toda la parafernalia de la boda, entre otras cosas. -Mejor llama a Montague.

Handley escribió a toda velocidad.

– ¿Y los representantes?

– Ellos también -dijo Royce mirando a Minerva. -Me he estado devanando los sesos, pero no puedo dar con nadie mejor. ¿A quién me propondrías tú? Tal y como no paras de recordarme, esta es una boda ducal, así que, ¿quién quieres que actúe por ti durante la boda?

Ella parpadeó aturdida.

– Tengo que pensarlo antes -dijo mirando a Handley. -Te daré los nombres y direcciones de mis representantes, para que así le puedas decir a Royce con quién contactar.

– Sí, señorita.

Seguidamente, se discutieron y se decidieron otros detalles. La redacción de los diferentes anuncios se terminó, y Handley salió en el ferry que lo llevaría a Retford para empezar con las tareas.

– La lista de invitados -advirtió Clarice-va a ser lo más difícil de hacer.

– Tan solo de pensar en ello me da vértigo -dijo Letitia negando con la cabeza. -Y yo que creía que mi segunda boda fue grande, pero esta la supera…

– Simplemente, tendremos que ser extremadamente selectivos -dijo Minerva, -lo que, para mí, no es nada malo.

Mirando ahora a Penny, prosiguió:

– Propongo que dispongamos del número de invitados según el tamaño de la iglesia.

Penny consideró la propuesta, y luego negó con la cabeza.

– El problema no se solucionará de esa manera, no si pretendes invitar a todos los vecinos.

– Y es lo que pretendía -dijo Minerva, suspirando. -¿Cuántos crees que serían?

Había podido reducir el número hasta quinientos, cuando Royce decidió que ya había oído suficiente.

– ¿Quinientos?

Poniéndose de pie, inclinó su cabeza.

– Mis queridas damas, creo que podré dejar este tipo de detalles en sus más que capaces manos -Y a continuación, miró hacia Minerva. -Si me necesitas, estaré en el estudio, y más tarde, en mis aposentos.

Esperándola.

Ella sonrió.

– Sí, por supuesto.

Sonriendo para su interior, él dejó la habitación.

Minerva observó cómo se alejaba, sintiendo su paz interior, y después, totalmente maravillada interiormente, se volvió a concentrar en la lista.

– Bueno, centrémonos. ¿Cuántos de nosotros está a favor de prescindir de la casa de Carlton?

Una hora después, con los mayores grupos de invitados ya estimados, se dieron un respiro. Retford, de hecho, ya había traído el té. Mientras se sentaron alrededor de la bandeja, Letitia enumeró las partes que ya habían realizado.

– No creo que haya mucho más en lo que podamos ayudarte, no por ahora, al menos -dijo mirando a Minerva a los ojos. -Estamos pensando en irnos mañana, al alba.

– Antes que los demás, así no nos veremos envueltas en el caos -añadió Penny.

Clarice miró seriamente a Minerva.

– Pero si realmente nos necesitas, solo tienes que decirlo.

Ella sonrió, negando con su cabeza.

– Habéis sido -Incluyendo a las otras dos mujeres en su mirada, -de una ayuda inmensa, y de un apoyo aún más grande. Honestamente, no sé cómo hubiera hecho todo esto sin vuestra ayuda.

Letitia sonrió.

– Pues haciéndolo. Dado que está más que demostrado que puedes manejarte muy bien con tu futuro marido, veo difícil creer que haya alguna situación que no puedas resolver.

– Tengo que preguntártelo -dijo Clarice. -¿Cómo has conseguido que acepte de una manera tan rotunda en tan solo tres semanas? Nosotras vinimos hasta aquí con una lista de argumentaciones listas para hacer que aceptase.

– Royce es muy predecible en algunas cosas. Simplemente, señalé el hecho de que nuestra boda debería ser un evento mayor en la localidad, por derecho, y cuan decepcionada se sentiría la gente si no se celebrara así.

Letitia volvió a sonreír.

– Ya veo que tu estrategia funcionó -dijo vibrando de alegría. -No sabes lo que me alegra ver que al maestro manipulador finalmente manipulado.

– Pero él ya sabía que lo estaba haciendo -apuntó Minerva.

– Sí, y eso únicamente lo hace aún más divertido -dijo Letitia dejando su taza en la bandeja. -Querida, ¿hay algo más que podamos hacer antes de marcharnos? Lo que sea.

Minerva pensó durante unos instantes.

– Tal vez, que me contestéis a esta pregunta: ¿Qué movió a vuestros maridos a reconocer que os amaban?

– ¿Quieres decir qué fue lo que le arrancó las palabras de sus labios? -dijo Letitia sonriendo maliciosamente. -Yo estaba colgando en el abismo, literalmente, el asidero de su mano era lo único que me separaba de la muerte, y sólo entonces se atrevió a pronunciar esa palabra, así que no te recomiendo que llegues tan lejos.

Clarice frunció el ceño.

– En mi caso, la situación también era mortal, por culpa de aquel secuaz del traidor. Yo tampoco te aconsejo que llegues a esos extremos.

– Según recuerdo -dijo Penny, -fue después de que ayudara a Royce a capturar a aquel mortífero espía francés. Corrimos un gran peligro. Gracias a Dios no nos ocurrió nada, pero aquello me abrió los ojos, así que, sin pensármelo, le dije que me casaría con él, dándose él cuenta entonces de que yo no pretendía que me realizara una gran declaración de su amor. Se había convencido de que yo así lo deseaba, pero se equivocaba.

Sonriendo, tomó otro sorbo de té.

– De todas formas, al final sí hizo una gran declaración -Y bajando su taza, añadió: -Después de todo, es medio francés.

Minerva estaba decidida.

– Parece que hay solo una vía a seguir con nuestro tipo de hombres.

Clarice asintió.

– Parece que precisen de una situación de vida o muerte para obligarles a escuchar a su corazón.

Penny frunció ahora el ceño.

– Pero tú ya sabías, o al menos intuías, que Royce estaba enamorado de ti, ¿no? Eso al menos era bastante obvio.

– Sí, lo sabía -dijo Minerva suspirando. -Yo lo sabía, tú lo sabías, incluso sus hermanas estaban empezando a darse cuenta, pero la única persona que todavía no lo sabe es el mismísimo décimo duque de Wolverstone, y realmente, no tengo ni idea de cómo hacerle abrir los ojos.

Pasaron tres semanas completas. Sentado en el balcón para desayunos de la torre de homenaje, Royce estaba bastante impresionado. Durante todos aquellos días había pensado que le faltaría tiempo, cuando en realidad, les estaba sobrando. A su izquierda, con un rayo de sol iluminándole el cabello, Minerva estaba absorta en más y más listas. Él le sonrió, sintiendo, tal y como hacía incontables veces al día, aquella calidez y comodidad que sentía cada vez que se acordaba de la nueva vida que le deparaba el futuro. Su vida como décimo duque de Wolverstone sería radicalmente diferente a la que tuvo su padre, y la piedra angular de aquella diferencia era su inminente boda.

– Gracias a Dios, Prinny no va a venir. Acomodarle a él y a sus aduladores hubiera sido una pesadilla.

Subiendo su mirada, Minerva sonrió mientras Hamilton dejaba una tetera de té recién hecho ante ella.

– Terminaremos con la asignación de habitaciones durante la mañana, ya que Retford necesitaría una lista al anochecer.

– Así es, señorita. Retford y yo hemos concebido un plan para el interior del castillo que tal vez pudiera ayudar.

– ¡Excelente! Si vinierais a la sala matinal una vez hayáis terminado, debería darme tiempo a terminar con Cranny, y comprobar la correspondencia y así asegurarme de que no vayamos a tener algún invitado inesperado -Y girándose hacia Royce, prosiguió: -a menos que necesites a Hamilton.

El negó con la cabeza.

– Tengo que terminar unos asuntos con Killsythe esta mañana.

Sus padrinos, Killsythe y Killsythe, habían conseguido finalizar los últimos asuntos legales concernientes a los ducados de Collier, Collier, y Whitticombe, así que todos aquellos asuntos finales se resolverían sin ningún tipo de problemas.

– Incidentalmente -dijo dándole unos golpecitos indicativos a una carta que había leído con anterioridad, -Montague ya ha dado aviso de que todo está correcto. Fue muy halagador con las labores realizadas por vuestros anteriores agentes, pero cree que él puede hacer esta tarea aún mejor.

Minerva sonrió.

– Tengo altas expectativas con él.

Alcanzando la tetera, siguió revisando las siete listas que había ante ella.

– Apenas puedo recordar cuándo fue la última vez que tuve el tiempo para pensar en cosas tan mundanas como en investiduras.