Sonriendo, siguió por la galería. Eran las últimas horas de la tarde, casi de noche ya, y los invitados ya estaban descansando o conversando de manera tranquila en cualquier parte, esperando a que fuera la hora de la cena. Por primera vez durante aquel día, tuvo la oportunidad de darse cinco minutos de descanso.

– Minerva.

Al oír su nombre, se detuvo, y se dio la vuelta con una sonrisa en los labios. Royce estaba ante el pasillo que llevaba a sus aposentos.

En aquel momento no tenía nada que hacer, así que, sonriendo profundamente, fue a su encuentro. Aquella sonrisa se veía reflejada en los ojos de él. Cogiéndola de la mano, él volvió de nuevo por el pasillo, deteniéndose ante la puerta de las almenas. Al igual que la vez anterior, abrió la compuerta oculta, dejando que ella pasara delante para luego seguirla.

Ella caminó por las almenas, extendiendo los brazos y respirando hondo, y luego se die la vuelta hacia él, acercándose todo que pudo.

– Justo lo que necesitaba, un poco de aire fresco.

Sus labios se doblaron en una mueca.

– El castillo está bullente de humanidad. En una colmena que vive y respira.

Ella rió, y se giró de nuevo hacia el horizonte, posando sus manos sobre la antigua roca que componían aquella torre de homenaje, y sintió como si aquel toque la uniera con la tierra del mismo suelo. Desde allí divisó, y se encontró con aquellas vistas, aquel paisaje que se le hacía tan familiar.

– Cuando me trajiste aquí y me mostraste todo esto, contándome que esto es lo que ibas a compartir, a pesar de que yo había sido tu ama de llaves durante diez años… no sé, ahora, de alguna manera, lo veo diferente -Sus manos se deslizaron por sus caderas, ella se giró y lo miró al rostro, -ahora que voy a ser tu duquesa…

Royce asintió, y ella volvió a mirar hacia las colinas, y él la besó tras la oreja.

– Antes de que hubieras aceptado la responsabilidad, aún estabas un peldaño por debajo, pero ahora, empezarás a ver los campos como los veo yo -dijo levantando la cabeza, mirando sus tierras. -Empezarás a sentir lo que yo siento cuando miro mis dominios, empezarás a sentir lo que realmente importa.

Ella se apoyó sobre él, quien posó sus brazos sobre ella, sintiendo sus brazos, sintiéndose cómodo teniéndola cogida así. Por un momento, se quedaron en silencio, observando, escuchando, sintiendo; luego, Royce habló:

– El mensaje que mi padre me dejó fue que no necesitaba que yo fuera él. En su día tú me dijiste que se refería al ducado en sí, y la manera en la que yo lo dirijo, pero cada día me doy más y más cuenta de cuánto me parezco a él, y por lo tanto, lo parecido que era a mí. Y pienso… creo, que su comentario abarcaba mucho más que aquello.

Ella inclinó la cabeza, todavía escuchándole, pero sin interrumpirle.

– Creo -Siguió diciendo, aterrándola con más fuerza con los brazos, sintiéndola a ella, y a aquella calidez que lo tenía allí atrapado, -que durante aquellos últimos minutos, intentó acordarse de todo lo que se arrepentía en su vida, y después de todo lo que ahora sé, el ducado no estaba en un puesto muy alto en aquella lista. Creo que se arrepentía de la manera en la que había vivido. Creo que lo hizo, con su última expiración, sin hacer un último esfuerzo para mejorar su vida. Tuvo oportunidades que no aprovechó. No pretendió hacer más que los demás Varisey con su vida. Una vida que le había sido servida en una bandeja de plata.

»Nunca intentó crear lo que estoy intentando crear contigo. Cada día que pasa, cada hora que pasamos juntos, ya sea solos o con nuestra gente, trabajando en nuestras responsabilidades, es como poner otro ladrillo, otra parte de nuestros cimientos firmemente construida. Estamos construyendo juntos algo que no existía, y creo que es eso a lo que se refería. No quería que siguiera sus pasos, ni quería que me casara de la misma manera que él lo hizo, ni tampoco que le diera la espalda a la oportunidad de poder construir algo más fuerte, más resistente, más duradero.

»Algo en lo que apoyarse.

Ella se giró en sus brazos, mirándolo directamente al rostro, a sus ojos. Se quedó un rato pensando, para luego asentir con la cabeza.

– Puede que tengas razón. Recuerdo que él quería hablar contigo, estuvo meditando al respecto durante semanas, y luego… supo que no le quedaba mucho tiempo.

– Así que me dijo lo más importante.

Ella volvió a asentir.

– El se refería a tu vida en general, no solo al ducado -y, dudando antes unos segundos, continuó: -Sé que nunca te has dado cuenta, pero aquel abismo que había entre vosotros le abrió los ojos. El que tú te mantuvieras firme fue el catalizador, fue lo que le hizo empezar a cambiar. Lo que le hizo empezar a pensar en el problema. Tu madre se dio cuenta, yo también. El nunca había sido tan introspectivo.

Los labios de Royce se torcieron en una media sonrisa.

– Al menos se puede sentir complacido de que, al final, le hice caso.

Minerva sonrió, de una manera cálida y profunda.

– Estaría muy orgulloso.

El alzó ambas cejas, escéptico.

El sonido apagado de un gong resonó a su alrededor.

El se mantuvo ante ella, mirándola al rostro.

– Me parece que deberíamos ir a vestirnos para la cena.

Ella asintió.

– Sí, deberíamos.

El suspiró, inclinó la cabeza y la besó, de manera ligera.

Al cabo de un rato, sus labios se separaron, casi de mala gana. El alzó su cabeza tan solo unos centímetros, respirando contra sus labios.

– Supongo que no podemos llegar tarde, ¿no?

Su mano permanecía abierta sobre su pecho.

– No, no podemos -contestó ella.

La mirada de él mientras se enderezaba fue más que sincera.

– Al menos mañana todos se habrán ido.

Ella rió, tomó su mano y lo condujo escaleras abajo.

– De todas formas, esta noche no llegues tarde.

Deteniéndose al principio de las escaleras, cruzaron sus miradas.

– De hecho, la tradición dicta que la novia y el novio deben pasar la noche antes de su boda separados.

– En el caso de que no te hayas dado cuenta aún, no es que esté muy ligado a las tradiciones, y además, hay algo que quiero darte. A no ser que quieras volver por el pasillo de nuevo, esta vez con todas las habitaciones de alrededor ocupadas, te sugiero que encuentres un camino a mis aposentos rápido, antes de que se haga tarde.

Ella mantuvo su mirada, entrecerrando sus ojos, y luego, esforzándose por no reírse, resopló y bajó por las escaleras.

– En el caso de que no te hayas dado cuenta aún, hay varias tradiciones Varisey a las que estás definitivamente ligado.

Sonriendo para sus adentros, Royce la siguió escaleras abajo.

– ¿Y qué es lo que querías darme? -dijo Minerva mientras reunía su cabello, luchando por recogérselo lo suficiente para poder hacerse un moño. -¿O es que ya me lo has dado?

Royce rió, abrazándola brevemente.

– No, hay algo, de verdad.

El se sentó al borde de la cama por un momento, hasta que su sangre encontró la manera de volver a fluir hacia su cabeza. Levantándose de nuevo, avanzó hasta una cajonera de gran tamaño que tenía ante él. Abriendo el primero de los cajones, sacó un paquete que le había sido entregado como un envío especial de correos a primeras horas de aquella mañana. Llevándolo hasta la cama, lo dejó sobre las sábanas ante ella.

– Este es un presente que te ofrezco, con motivo de nuestro casamiento.

Minerva lo miró, y luego, ignorando el hecho de que estuviera desnuda, se sentó entre los edredones, desenvolviendo aquel misterioso paquete. Era casi triangular en uno de sus lados.

– Dios mío…

La última capa de envoltorio cayó, dejándola totalmente anonadada.

– Es… maravilloso…

Aquel comentario no hacía justicia a la diadema que reposaba sobre varias capas de papel. A lo largo de su banda tenía filigranas de oro de una finura y complejidad que nunca antes había visto, alzándose en una plétora frontal de… ¿Diamantes?

Las joyas estaban incrustadas con fuego incandescente.

– He hecho que las limpiaran y pulieran -dijo Royce, dejándose caer en la cama, mirándola a la cara. -¿Te gusta?

– Oh, claro -Minerva puso reverentemente sus manos alrededor de la corona, alzándola y admirándola. -¿Puedo ponérmela?

– Es tuya.

Alzando sus brazos, puso la diadema cuidadosamente sobre su cabeza. Le encajó perfectamente, ajustándosele por encima de sus orejas. Ella giró su cabeza.

– Me queda perfectamente.

Su sonrisa se agrandó.

– Perfecto, sabía que te quedaría bien.

Aún si importarle el estar desnuda, salió de la cama y se acercó a uno de los espejos de la habitación para así poder admirar la corona. El oro era tan solo un tono más oscuro que el color de su cabello, que caía suelto sobre sus hombros.

Dándose la vuelta, se quitó la corona. Sosteniéndola entre sus manos, la examinó nuevamente, esta vez más de cerca, mientras volvía a la cama.

– No es nueva, es muy antigua -dijo mirándolo a él. -Sé que no es la corona de la duquesa de Wolverstone, al menos, no la de tu madre. ¿Dónde la obtuviste?

El la miró a los ojos.

– Prinny.

– ¿Prinny? -dijo, mirando la diadema fijamente. -Pero si esto debe costar una pequeña fortuna. No puedo imaginármelo deshaciéndose de una cosa como esta de manera voluntaria.

– Bueno, no lo hizo exactamente por voluntad propia, pero… habiéndome presionado como lo hizo para que encontrara esposa, debería al menos darme su corona de matrimonio.

Ella volvió a sentarse sobre la cama, devolviendo cuidadosamente la corona a su nido de papel.

– Ironías aparte, dime, ¿cómo te has hecho con una preciosidad como esta?

Royce se echó de espaldas, cruzando los brazos por detrás de su cabeza.

– ¿Recuerdas de la fortuna con la que se hizo el último traidor de manos de las autoridades francesas?

Ella asintió.

– El pago por espiar.

– Exacto. No se pudo recobrar todo de entre los restos del naufragio del barco de contrabandistas que lo traía hacia Inglaterra, pero sí se encontraron algunas piezas, y entre ellas, esta corona. Cuando las autoridades la comprobaron con una lista de antigüedades que los franceses habían perdido, descubrieron que, de hecho, era propiedad de los Varisey -le dijo, mirándola a sus sorprendidos ojos. -Fue hecha para Hugo Varisey, en el siglo XIV. Permaneció en las manos de la principal línea de la familia en Francia, hasta que cayó en manos de las autoridades revolucionarias. Poco después, se la consideró como propiedad del Estado francés, hasta que se le dio como recompensa al último traidor, del cual sabemos que es inglés. Ahora que la guerra ha terminado, los franceses, por supuesto, quieren que se les devuelva la corona, pero el gobierno no ve razón para hacerlo.

»Sin embargo, para que cualquier tipo de discusión quedara resuelta, y para que me sintiera como merecedor de cualquier reconocimiento para con mi servicio, hicieron que Prinny me la diera, al cabeza de la única rama de los Varisey aún no extinta.

Ella sonrió.

– ¿Así que Prinny no tuvo realmente elección?

– Yo diría que seguramente protestó, pero no, no tuvo.

Royce la miró mientras ella cogía de nuevo la corona de entre los papeles.

– Y ahora es mía, la pieza más antigua de joyería en la familia Varisey. Te la regalo.

Minerva dejó reposar finalmente la corona en la mesita que había junto a la cama, para luego darse la vuelta y acercarse de nuevo a él, con una sonrisa en sus labios. Cuando llegó hasta él, le cogió la cara entre sus manos y lo besó. Un beso largo, mientras que ella lo rodeaba lentamente con una pierna. Luego se montó a horcajadas encima de él.

– Gracias.

La sonrisa de él se ensanchó mientras ella lo miraba directamente a los ojos.

– De nada.

Pero por aquel nada, ella decidió agradecérselo, en aquel preciso momento, en lo alto de su cama.

Más tarde, cuando ella yacía plácidamente exhausta a su lado, plenamente satisfecha, murmuró:

– ¿Sabes? Si no hubiera sido por Prinny y sus maquinaciones…

Royce meditó durante unos instantes, y luego negó con la cabeza.

– No, incluso si hubiéramos tardado más en darnos cuenta de todo, aún podría haber dispuesto mi corazón para ti.


Todo estaba dispuesto. Había encontrado el lugar apropiado, repasando todos y cada uno de los puntos de su plan. Nada podría salir mal.

Mañana sería el día de su triunfo. Mañana vería cómo triunfaría.

Mañana partiría en dos a Royce.

Y luego lo mataría.

CAPÍTULO 21

El clamor fue ensordecedor.

Royce se echó hacia delante para hablar a Henry.

– Para.

Engalanado con su mejor uniforme, portando incluso la insignia blanca, al igual que el carruaje abierto en el que iban, Henry hizo que aquellos pesados caballos de tiro se pararan en mitad del camino que llevaba a Alwinton.