La multitud se acercó un poco más, saludando con sus manos y vitoreando.
Royce le lanzó a Minerva una mirada, luego una sonrisa, y a continuación se puso en pie, atrayéndola hacia él. Cogiendo una de sus manos, la levantó en alto.
– ¡Os presento a vuestra nueva duquesa!
Los allí agrupados explotaron de alegría.
Minerva luchó por contener la corriente de sentimientos que la recorría. Observando a los que les rodeaban, vio muchas caras familiares, todos encantados de que ella fuera la prometida de Royce.
Su esposa.
Ella lo siguió, saludando con la mano. La luminosa sonrisa de su rostro había decidido quedarse allí desde hacía un buen rato, cuando él decidió llevarla desde el altar hasta la entrada de la iglesia.
La gente les agradeció que se pararan a saludar.
Cuando ella se volvió a sentar, él le pidió a Henry que siguieran adelante.
Aún sonriendo, se relajó sobre el hombro de Royce, mientras recordaba la ceremonia, para luego salir hacia el aperitivo de bodas que habían dispuesto.
Aquel mismo carruaje, recién pintado con el blasón de los Wolverstone en las puertas y varios lazos tejidos en las riendas, la había llevado a ella, la condesa de Catersham, y a sus damas de honor, hasta la iglesia. Su vestido, hecho con las telas y encajes más finos de Bruselas, producía un siseo amortiguado al andar. El delicado velo se mantenía sujeto por la diadema Varisey, mientras ella había caminado del brazo del duque, abstraída de la horda que se había congregado a las puertas de la iglesia, ya que estaba siendo conducida por aquel par de ojos oscuros.
En un espléndido chaqué de verano, Royce la había estado esperando frente al altar. A pesar de que lo había visto tan solo unas horas antes, parecía que algo en él había cambiado, como si sus mundos, sus vidas, hubieran cambiado justo en el instante en que ella depositó su mano sobre la de él, para luego girarse hacia el señor Cribthorn.
La ceremonia transcurrió sin problemas; al menos, eso es lo que ella creía. Apenas podía recordar demasiado, ya que en todo momento había estado embargada por una oleada de emociones, una marea de felicidad que había permanecido mientras intercambiaban los votos, y que llegó a su punto máximo cuando Royce le introdujo aquel anillo de oro en el dedo, y oyó las palabras "Y os declaro marido y mujer".
Duque y duquesa.
Lo cual era lo mismo, pero aumentado. Un hecho que quedó rápidamente ilustrado en el mismo instante en el que Royce le dio aquel casto y puro beso. Un beso repleto de comprensión y promesa, de aceptación y compromiso.
Sus ojos se encontraron, y luego, como si fueran uno, ambos giraron sus cabezas, encarándose al futuro. Primero miraron a la asamblea de personas que allí se habían congregado, todas y cada una de las cuales deseaban poder felicitarles personalmente. Con suerte, los otros, sus amigos y las parejas del club Bastión, formaron una especie de guardia a su alrededor, que les ayudó a moverse y salir de la entrada de la iglesia con relativa facilidad.
El estruendo que se formó cuando salieron de la iglesia bajo aquella débil luz matutina resonó en forma de eco por las colinas. Hamish y Molly habían estado esperándoles en las escaleras. Ella había abrazado a Molly, para luego girarse y ver a Hamish dudando, reteniéndose al ver la delicadeza de su vestido y el brillo de su diadema de diamantes. Fue ella quien le abrazó. Torpemente, ella le dio unos golpecitos en sus grandes manos.
– Tenías razón -le dijo ella en un susurro. -El amor es muy sencillo, no se necesita pensar.
El rió entre dientes, besándola en la mejilla, y luego dejó que fuera con todos los demás, mientras él estrechaba la mano de Royce y les deseaba un buen porvenir.
Pasó una hora antes de que fueran capaces de salir del exterior de la iglesia. Los invitados y el resto de asistentes a la boda se habían adelantado al desayuno de boda que les esperaba en el enorme salón de baile del castillo, una reforma que había sido realizada hacía ya muchos años en la parte de atrás de la torre del homenaje.
El carruaje ahora avanzaba por el camino adoquinado del puente. Un minuto más tarde, pasaron junto a las recias puertas dobles coronadas por aquellas amenazantes cabezas de lobo. El castillo se alzaba ante ellos. Ya era tan hogar suyo como de Royce. Ella se lo quedó mirando, para ver que su mirada estaba clavada en la piedra gris de la fachada del castillo.
Retford, Hamilton, Cranny y Handley estaba esperándole justo en la puerta de entrada. Todos estaban felices y radiantes, pero intentaban mantener la compostura.
– Su Excelencia-dijo Retford haciendo una reverencia.
A Minerva le llevó unos instantes darse cuenta de que se estaba refiriendo a ella.
Hamilton, Cranny y Handley también, todos le dieron la bienvenida.
– Todo está listo, señora -dijo Cranny.
– Supongo que ya habrá llegado todo el mundo.
Handley asintió.
– Lord Haworth y lord Chesterfield deberán dejarnos en un par de horas. Me aseguraré de saludarles.
Royce miró a Minerva.
– ¿Hay algún otro invitado al que debamos prestarle atención ahora?
Minerva mencionó a otros cinco. Representantes del rey, regentes, miembros del Parlamento… todos debían irse más tarde ese mismo día.
– A parte de esos, deberíamos dedicarle también algún tiempo a las grandes damas.
El resopló.
– Siempre es de sabios dedicarle algo de atención a las grandes damas.
Y diciendo esto, la cogió del brazo, conduciéndola hasta el salón de baile.
– Creo que debería informarle, Excelencia, que desde hoy, yo soy una destacada entre las grandes damas -dijo riendo de manera picara. -Soy mi propia gran dama, lo cual significa que ahora tan sólo tendré que responder ante vos.
Ella se le quedó mirándolo a los ojos, justo a la puerta del salón de baile.
– No puedo quejarme.
Jeffers, totalmente uniformado, orgulloso y rebosante de felicidad, les esperaba para abrirles la puerta. Royce alzó el rostro de ella, mirando aquellos ojos de color otoñal que lo miraban, a todo él, y comprendían. Alzando una de sus manos, la besó en las yemas de los dedos.
– ¿Estás lista?
Ella sonrió de una manera un tanto misteriosa.
– Claro, Excelencia. Entremos.
Y así lo hicieron, ceremonialmente. Él la condujo al enorme salón de baile, mientras todos los presenten se ponían en pie y aplaudían. Siguieron caminando hasta la mesa que se encontraba al final de la enorme habitación. Había una sonrisa en cada rostro. Los aplausos siguieron hasta que él la acomodó en el centro de la mesa principal, sentándose él a su lado, y luego el resto de invitados, dándose por iniciadas los festejos.
Fue un día de enorme felicidad. La cordialidad les envolvió durante aquel largo estipendio, las conversaciones de costumbre y el primer vals. Después de aquello, la gente se dispersó libremente.
Volviendo a sus deberes para con los representantes de la Corona y el gobierno, Royce se levantó de su silla de la mesa principal. Contenido, disfrutando de una paz interior de la que nunca antes había disfrutado, miró a la multitud, sonriendo ante la aparente felicidad que reflejaban tantos rostros. Un momento para saborear, para dejarlo retenido en su memoria. Los únicos amigos que echaba de menos allí eran Hamish y Molly. Tanto él como Minerva querían que ambos hubieran asistido, pero tampoco insistieron, entendiendo que, en aquel ambiente, Hamish y Molly se sentirían algo incómodos.
En lugar de eso, él y Minerva habían planeado cabalgar hasta la frontera al día siguiente.
Se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que cabalgar, sobre todo grandes distancias, se convirtiera en una acción imprudente. La miró un momento, sentada a su lado; ya que Minerva aun no le había dicho nada, sospechaba que sería mejor morderse la lengua, al menos hasta que lo hiciera.
Sin previo aviso, un escalofrío de intranquilidad le recorrió la espalda. No tenía ninguna experiencia con mujeres de condición delicada. Sin embargo, conocía a muchos hombres que sí la tenían. Inclinándose sobre Minerva, inmersa en una conversación con Rose y Alice, le tomó la muñeca.
– Voy a saludar. Más tarde nos encontraremos.
Ella lo miró, sonriendo, para luego volver a la charla con las esposas de los amigos de su marido. El se dirigió hacia sus ex colegas.
Los encontró formando un corrillo en una de las esquinas del salón. Todos llevaban vasos en sus manos, bebiendo mientras charlaban animadamente, con sus miradas posadas en sus damas, las cuales estaban desperdigadas por la habitación. Aceptando un vaso de uno de sus criados, se unió a ellos.
– ¡Ah! ¡Sólo hombres! -bramó Jack Hendon. -Por fin te unes a nosotros, ya era hora.
– A menudo me pregunto -dijo Tony en voz baja, -si rehúyes de todas las bodas, o sólo de las de tus amigos.
– Lo primero -dijo Royce tomando un sorbo de su bebida. -La excusa de no ser un Winchelsea es muy conveniente. La suelo utilizar para evitar todas las grandes celebraciones de la alta sociedad.
Todos rieron ante aquel comentario.
– Cualquiera de nosotros -dijo Tristan, -hubiera hecho lo mismo.
– Pero la verdad es que siempre tenemos una excusa para acudir y brindar -dijo Gervase.
– ¿Cuál es la de hoy? -preguntaron todos mirando a Charles, quien sonrió maliciosamente sin poder reprimirlo. Llevaba tiempo esperando aquel momento. Alzó su vaso hacia Royce, mientras los otros lo imitaron.
– Por el final del mandato de Dalziel -comenzó a decir, -y por el comienzo del nuestro, y aún más importante, por el comienzo del suyo -dijo señalando con el vaso a Minerva.
Los otros vitorearon y bebieron a la vez.
Royce sonrió, bebió, y luego los miró a todos.
– Supongo que me estaréis viendo en la posición de aquel que busca consejo de la experiencia de vuestro colectivo.
Todos lo miraron.
– Bueno, pues sí. Tenéis razón… Y esta es una de mis muchas preguntas… ¿Cómo…? ¿Cómo… controláis y reprimís a vuestras esposas, cuando estáis en lo que normalmente llamamos… "una situación íntima"?
La única de sus esposas que no había sido ya desflorada, y de la que él tenía sospechas de que todavía no lo había sido. Para su sorpresa, todos parecieron bastante angustiados frente a la pregunta. Miraron a Jack Hendon.
– Tú eres perro viejo. ¿Tienes algún truco?
Jack cerró los ojos, se encogió de hombros, y luego los abrió, para negar con la cabeza.
– No me lo recuerdes, nunca descubrí cómo hacerlo.
– Lo difícil -dijo Jack Warnefleet, -es ser lo suficientemente sutil cuando lo que realmente quieres hacer es imponerte y dejar bien claro que, categóricamente, no puede hacer eso, sea lo que sea que sea "eso" en ese momento.
Deverell asintió.
– No importa lo que digas, ni lo táctico que empieces siendo. Nos ven con la inteligencia de una pulga. Así que siempre hacen lo que a ellas les viene en ganas.
– ¿Por qué es que nosotros -preguntó Christian, -como parte de la ecuación, somos considerados como aquellos que no tienen opinión en este tipo de materias?
– Probablemente porque -contestó Tony-nuestra información no es correcta, ya que en su mayor parte está basada en una carencia total de inteligencia.
– Sin mencionar -añadió Gervase, -aquellos de nosotros que no tienen experiencia en el campo.
Royce se los quedó mirando.
– Lo que más me preocupa, es lo que viene después -dijo Tristan.
Todos miraron a Jack Hendon.
El los miró también, negando luego lentamente con su cabeza.
– No creo que queráis saber qué pasa después.
Todos consideraron el preguntarlo, pero ninguno lo hizo.
– Qué cobardes que somos -dijo Royce sonriendo burlonamente.
– Cuando se llega ahí… es para serlo -dijo Christian mientras apuraba su vaso. Luego retomó la conversación respecto a los cambios realizados sobre las leyes del maíz. Todos ellos eran dirigentes, todos mandaban sobre un dominio, todos tenían comunidades que proteger. Royce les escuchó, aprendió, y contribuyó con sus conocimientos, mientras que su mirada se posaba continuamente sobre Minerva, que seguía charlando con Letitia y Rose justo en mitad del salón.
Otra dama se le aproximó. Era Ellen, una amiga de Minerva, una de sus madrinas. Ellen se unió al grupo de ella, para luego hablar directamente con Minerva mientras le señalaba una de las puertas laterales. Minerva asintió, y luego se excusó ante Letitia y Rose, para ir, a solas, a la puerta indicada.
Royce se preguntó qué tipo de emergencia la requeriría en un día como aquel; pero de no ser importante, ¿por qué Cranny, Retford o cualquiera de los otros se hubiera molestado en enviarle un mensaje? Aquello no tenía que ver con ningún problema que pudiera haber surgido durante el festejo, seguro…
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