Se intentó decir a sí mismo que aquello era producto de su anterior charla sobre las "situaciones íntimas", y aquellas primitivas respuestas que había recibido, que le estaban jugando una mala pasada, pero, con un simple cabeceo, se excusó y empezó a caminar hacia el centro del salón. Sintió cómo Christian lo miraba, cómo lo seguía con la mirada mientras él se abría paso hacia donde Letitia y Rose todavía estaban hablando. Ellas alzaron la mirada al verlo acercarse.
– ¿Dónde está Minerva?
Letitia le sonrió.
– Acaba de salir a por alguien.
– Tenían que darle un mensaje de vuestro hermanastro, o algo así -dijo Rose mientras inclinaba su cabeza señalando a la puerta. -Están hablando fuera.
Sin mirar tras la puerta, sabía perfectamente que Minerva no estaba en el vestíbulo. Todos sus instintos estaban alerta, casi zumbando. Dejando a las damas sin despedirse, avanzó hacia la puerta.
Christian estaba allí para abrírsela.
El vestíbulo estaba, efectivamente, vacío.
Caminó mirando a su alrededor. A su derecha estaba el pasillo que llevaba al interior, mientras que a su izquierda había un pequeño pasillo junto al salón de baile que terminaba en una puerta hacia los jardines. El sentido común le sugería que Minerva se había ido hacia los aposentos interiores. Sin embargo, fue hacia la izquierda, atraído por un pequeño objeto blanco que había en el suelo.
Christian le siguió.
Royce se paró para coger una tira enjoyada, cubierta de flores de seda blanca. Aquello era un detalle del traje de Minerva, que pertenecía a su madre. Minerva lo había cosido a su muñeca. Agachándose para recogerlo, él se quedó helado, mientras lo olía. Volviendo su cabeza, siguió agachado, trazando una línea recta desde la base del paragüero que allí se encontraba, encontrando un pañuelo.
Sin tan siquiera levantar sus cabezas, tanto Royce como Christian reconocieron el olor.
– Éter.
Levantándose, miró a través de la puerta de cristal que daba a los jardines, pero estaban en silencio, y tranquilos.
– Se la han llevado -dijo, sin casi reconocer su voz.
Su puño cerrado apretó fuertemente el pañuelo. Sus labios se retorcieron en un gesto fiero, dándose la vuelta.
Christian le agarró por el brazo.
– ¡Espera! Piensa, esto ha sido planeado. ¿Quién tienes como enemigo? ¿Cuáles tiene ella?
El frunció el ceño, intentando concentrarse. Le costó un verdadero esfuerzo el poder poner su mente en marcha. Nunca había sentido una ira tan hirviente, ni un terror tan frío.
– No tenemos ninguno, no que yo conozca. Aquí no.
– Tienes uno, y es muy posible que esté aquí.
Royce miró a Christian a los ojos.
– ¿El último traidor?
– Él es el que más razones tiene para temerte.
Royce negó con su cabeza.
– Ya no soy Dalziel. Ganó la partida, y desapareció.
– Dalziel se ha ido, sí, pero tú estás aquí, y tú nunca te rindes. El, de alguna manera, lo sabe, así que nunca estará seguro.
Christian soltó el asidero que aún mantenía sobre su hombro.
– Él es quien se la ha llevado, pero no es a ella a quien busca.
Aquello era innegablemente cierto.
– Ella es el cebo -dijo Christian con urgencia. -La mantendrá viva hasta que aparezcas, pero si alertas a cualquiera, o mandas a cualquiera a buscarla, 'entonces la matará antes de que puedas hacer nada por ella.
Aquella posibilidad le ayudó a mantener a raya aquella ira conducida por el miedo, a encerrarla como si fuera una bestia, en las profundidades de su interior, dejando que su mente y sus capacidades tomaran las riendas.
– Es cierto, tienes razón.
Aspirando profundamente, alzó la cabeza.
– Aun así, tendremos que buscar.
Christian asintió.
– Pero solo con aquellos que sean capaces de rescatarla si dan con ella.
Royce miró al exterior.
– El no puede haber previsto que nos diésemos cuenta tan pronto.
– Es cierto. Tenemos el tiempo suficiente como para hacerlo de la manera apropiada, y traerla de vuelta con vida.
– Vosotros siete -dijo él. -Hendon, Cynster, Rupert, Miles y Gerald.
– Yo los reuniré -dijo Christian mirándolo a los ojos. -Mientras yo me encargo de eso, tú tienes que pensar. Eres el único que conoce este territorio, y el que mejor conoce al enemigo al que nos vamos a enfrentar. Eres el mejor planeando estrategias como esta, así que piensa.
La vida de Minerva, y la de su hijo nonato, dependían de ello.
Royce asintió firmemente. Christian lo dejó, volviendo con celeridad al salón de baile.
Dos minutos más tarde, Royce volvió también al salón. Vio a Christian moviéndose con habilidad entre el gentío, dando golpecitos disimuladamente en algunos hombros. Su plan ya había tomado forma en su mente, pero aún había algo que necesitaba saber.
La última vez que cruzó espadas con el traidor, este había ganado. Aquello no iba a ocurrir en aquella ocasión. No con lo que estaba en riesgo. Quería conocer todos los datos que le fuera posible antes de ir en busca de su esposa.
Letitia, que aún estaba junto a Rose, ya había sido también alertada. Tenía un gesto de preocupación e intranquilidad cuando Royce pasó por su lado.
– ¿Podríais tú y Rose encontrar a Ellen, y traérmela al vestíbulo que hay tras la puerta lateral? -le dijo, mirándola brevemente a los ojos. -No me preguntes, pero daos prisa, y no le digáis nada a nadie, salvo a las otras esposas de los miembros del club Bastión -Y mirando a Rose, terminó diciendo, -o a Alice y a Eleanor, pero a nadie más.
Ambas querían preguntar por qué, pero ninguna lo hizo. Con los labios apretados, ambas asintieron, intercambiando las miradas, para luego separarse y desplegarse entre el gentío, buscando.
El también se puso a buscar, pero cada vez iba costándole más y más mantener aquel gesto impasible, así que dejó la búsqueda de mujeres y volvió al vestíbulo.
Minutos después, Leonora atravesó la puerta.
– La han encontrado, pero está hablando con alguien. Eleanor, Madeline y Alicia están intentando traerla para acá.
Él asintió, mientras no paraba de andar arriba y abajo, demasiado nervioso para quedarse quieto.
Al poco rato las otras damas se le unieron, entrando en el vestíbulo una a una, todas conscientes de que algo pasaba. Lo miraron, pero ninguna le preguntó nada. Las últimas en unírseles fue Eleanor, Alicia y Madeline, que traían a Ellen, con un gesto de sorpresa en su rostro.
Ella no lo conocía, pero pudo sentir la ira que estaba intentando contener. Estaba muy asustada.
– No le hagáis caso si ladra -le advirtió Letitia. -No muerde.
Los ojos de Ellen se abrieron aún más.
– No tengo tiempo de explicar nada -dijo Royce, habiéndoles a todos, -pero necesito saber con quién se iba a encontrar Minerva aquí.
Ellen parpadeó.
– Uno de vuestros primos me pidió que le dijera que el hijo de vuestro hermanastro deseaba poder hablar con ella. Aparentemente, tenía un obsequio que darle. Dijo que estaban esperándola en los jardines -dijo ella, señalando con la cabeza el final del corredor. -Ahí fuera.
Royce sintió una súbita inevitabilidad.
– ¿Qué primo mío?
Ellen negó con la cabeza.
– No sé, no sabría decirle. No los conozco, todos se parecen entre ellos.
Phoebe habló:
– ¿Qué edad tendría?
Ellen miró a Royce.
– Más o menos la de su Excelencia.
Letitia miró a Royce.
– ¿Cuántos hay de esa edad?
– Tres.
Pero en realidad, él ya sabía quién era.
La puerta del salón de baile se abrió de nuevo. Susannah miró a su alrededor. Primero miró a las damas, y luego se fijó en él.
– ¿Qué es lo que pasa?
El no le contestó. En su lugar, le dijo:
– Quiero reunirme con Gordon, Phillip y Gregory en el salón. No les digas nadas, simplemente ve a mirar si están, vamos.
Ella lo miró, cerró la boca y se fue de nuevo para adentro.
Clarice, Letitia y Penny fueron hacia la puerta.
– Nosotras también los conocemos -dijo Penny.
Unos cuantos minutos después, las cuatro volvieron.
– Gordon y Gregory sí están -dijo Susannah, -pero no encuentro a Phillip.
Royce asintió, dándose media vuelta, mientras su cerebro funcionaba a toda velocidad.
Alicia habló.
– Eso no es concluyente, Phillip puede estar en cualquier sitio, este casillo es enorme.
Totalmente aturdida, Susannah miró a los demás. Letitia le explicó que estaban intentando descubrir cuál de los primos de Royce se había llevado a Minerva.
– Tiene que ser Phillip -dijo Susannah, con rotundidad.
Cuando Royce la miró interrogativo, ella siguió hablando:
– No sé qué bicho le había picado contigo, pero durante años siempre ha querido saberlo todo sobre ti, y lo que estabas haciendo. Hace poco fue él quien sugirió que invitáramos a Helen Ashton. Él fue quien me dijo que Minerva era tu amante y que… tú no estabas enamorado de ella -En ese punto se detuvo, empalideciendo. -Oh Dios, Royce… ¿Ha sido él quien se la ha llevado, no?
Durante un rato que se hizo eterno, él no le contestó, hasta que finalmente, Royce asintió.
– Sí, lo ha hecho.
Y diciendo eso, miró a Alicia.
– ¿Recordáis al último traidor, al que hemos estado persiguiendo todo este último año? Determinamos que tenía alguna conexión con el Ministerio de Guerra. De todos mis primos, de todos los que están aquí, Phillip es el único cualificado para tener ese tipo de conexión.
De repente, sintió cómo la seguridad llenaba su interior. Siempre era un avance saber a quién ibas a cazar.
Minerva luchó por despertarse entre las nieblas de la inconsciencia. Le dolía la cabeza, y se sentía muy aturdida. Los pensamientos se esbozaban en su mente, para luego ver cómo se escurrían, hundiéndose en las tinieblas. No podía llegar a pensar, no podía concentrarse, ni preguntarse nada coherente, mucho menos, abrir sus ojos; pero en su interior, un frío témpano glacial de pánico le ofrecía una sujeción a la realidad.
Alguien la había secuestrado.
Había ido a la puerta, en búsqueda del hijo de Hamish, y alguien, un hombre, la agarró por detrás. Ella lo había sentido un instante antes de que la agarrara, intentando dar la vuelta a su cabeza para ver quién la atacaba, pero él le había puesto un pañuelo sobre su boca y su nariz y…
El olor era algo así como dulzón.
La realidad se le iba haciendo más clara muy poco a poco, filtrándose en su mente. Ella aspiró con precaución, pero aquel olor nauseabundo había desaparecido.
Alguien, el hombre, estaba hablando, pero su voz sonaba distante, apareciendo y desapareciendo.
Hubiera fruncido el ceño si sus músculos faciales respondieran. Estaba boca arriba, sobre piedra, ya que sentía su áspera textura en los dedos de una de sus manos. Había estado allí antes, yaciendo de esta misma manera, no hace mucho…
El molino. Estaba sobre la piedra del molino.
Deducir aquello le hizo que se pusiera alerta. Las neblinas se iban disipando, hasta que finalmente, estuvo plenamente despierta.
En seguida, se dio cuenta de que tenía a alguien al lado. Sintió cómo la miraba desde arriba, a pesar de que su instinto la mantenía totalmente inerte.
– ¡Maldita sea, despierta ya!
Había hablado a través de los dientes, pero aun así, pudo reconocerlo. Era Phillip. ¿Qué demonios quería?
Con otra maldición silenciosa, se apartó. Su sentido del oído por fin se ajustó, a lo que le siguió el resto de su mente. Todavía estaba demasiado débil como para moverse, así que se quedó quieta, escuchando cómo caminaba de arriba abajo, hablando consigo mismo.
– Está bien, todavía tengo mucho tiempo para preparar la escena. Puedo violarla, golpearla, y luego matarla, tal vez cortándole el cuello, dejando que su sangre mane artísticamente sobre la piedra… ¡Sí!
Una vez más, sintió cómo la estudiaba, para luego caminar de nuevo.
– Sí, eso quedará muy bien. Haré añicos su vestido, le daré en la cabeza, luego en el vientre, y luego dejaré esa maldita corona entre la sangre -dijo carcajeándose. -¡Sí! Definitivamente, eso causará el efecto. Lo tengo que destrozar. Romperlo totalmente. Tiene que ver que, finalmente, yo soy más poderoso que él. Ya que él se llevó mi tesoro, yo he tomado de él algo del mismo valor.
»Porque en nuestro juego, yo siempre gano.
»Yo soy sin lugar a dudas el más inteligente de los dos. Cuando venga aquí, y vea lo que he hecho a su nueva duquesa, a la mujer que esta mañana ha jurado proteger y honrar, sabrá que he ganado. Se imaginará que todo el mundo sabrá lo inútil que es, y que nunca pudo ser lo suficientemente poderoso, fuerte e inteligente como para protegerla a ella.
Nuevamente, aquellas largas zancadas lo llevaron junto a la piedra del molino. De nuevo, Minerva sintió cómo la recorría con la mirada. A diferencia que con Royce, aquello hacía que le corriera un desagradable escalofrío por todo el cuerpo. Ella luchó por mantenerse con el cuerpo lánguido, resistiéndose a la compulsión de tensarse, de retener el aliento y de abrir los párpados para poder ver algo.
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