Phillip estaba murmurando algo. Ella se obligó a concentrarse para escucharle. Nuevamente, hablaba consigo mismo, reestructurando su plan. La ignoraba como si fuera un peón sin escapatoria, sin que le supusiera ninguna amenaza.
– Él está en alguna parte, ahí abajo, pero está bien, no pasa nada. Mientras sepa que yo he sido el causante de la muerte de ella, sigo ganando. Y luego, lo mataré a él.
Él la alzó para llevársela mientras rodeaba la enorme piedra circular.
– Me pondré en la posición idónea, primero le dispararé a ella, y luego la tiraré por el andamio, para que caiga a su lado. Él estará tan conmocionado, ya que no se esperaba eso… habré acabado con todo para cuando ella llegue al suelo.
Su susurrante voz resonaba entre los dos mientras que él seguía desquiciado.
– Luego recargo, y le disparo cuando venga a por mí.
Ella notó que él miraba hacia arriba. Ella miró también en esa dirección, a los enormes postes que sostenían la rueda del molino.
– Él vendrá a por mí, seguro. Puede que no la ame, pero no me dejará ir habiendo matado así a su duquesa. Así que sí, vendrá a por mí, y yo tendré tiempo más que suficiente para recargar y dispararle, antes de que pueda alcanzarme.
Ahora ella percibió un tono triunfante en su voz.
– ¡Sí! ¡Eso es lo que haré! Así que primero, adoptemos posiciones.
Con una renovada confianza, volvió a tensar su brazo, levantando los pies de ella del suelo, y caminó hacia delante, hacia el hueco del andamio.
Minerva se estaba quedando sin tiempo, pero con su brazo reteniéndola en aquella presa, no había nada que pudiera hacer.
Por encima de su cabeza, Phillip seguía murmurando, así que ella apenas podía escucharle.
– Lo suficientemente cerca, pero con tiempo para recargar y disparar.
Ella no podía usar sus brazos, pero seguramente, podría patear lo suficiente para impedir que cargara el arma, o para desviar el disparo. Hiciera lo que hiciese, entonces sólo le quedaría un disparo, solo podría matar a una persona.
Si le disparaba a ella, no podría matar a Royce. Phillip intentó ponerse en posición; ella calculó la distancia, intentando preparar su patada…
Algo pasó rápidamente por delante de ellos, de izquierda a derecha, golpeando el cuerno de la pólvora, lanzándolo por los aires.
Algo golpeó el suelo de madera. Tanto ella como Phillip miraron instintivamente de qué se trataba.
Y entonces ella vio el cuchillo. El cuchillo de Royce.
Como la mayoría de los caballeros, tenía uno, pero él era el único que conocía que siempre lo llevaba consigo.
Un golpe seco hizo que sus cabezas dieran la vuelta.
Royce había saltado a la parte inferior del andamio. Estaba justo delante de ellos, con su mirada fija en el rostro de Phillip.
– Déjala ir, Phillip, es a mí a quien quieres.
Phillip gruñó de nuevo. Echándose hacia atrás, puso la pistola sobre el temporal de Minerva.
– Voy a matarla, y tú vas a ver cómo lo hago.
– Sólo vas a poder realizar un tiro, Phillip. ¿A quién vas a matar, a ella, o a mí?
Phillip se detuvo, balanceándose hacia atrás y hacia delante sobre sus talones, indeciso.
Su pecho sudaba.
Con un rugido, lanzó a Minerva a un lado, apuntando con la pistola a Royce.
– ¡A ti, te voy a matar a ti!
– ¡Corre, Minerva! -dijo Royce sin mirarla. -¡Por la puerta, los otros están fuera esperando!
Y diciendo esto, empezó a subir por el andamio a toda velocidad.
Cayendo a un lado de la piedra de molino, ella rebuscó presa de su nerviosismo por el interior de sus faldas.
Sentada, vio cómo Phillip sujetaba el brazo con el que sostenía la pistola con su otra mano. Su cara relucía con una sonrisa maníaca, riendo, mientras apuntaba al pecho de Royce.
Los dedos de Minerva rozaron el filo de su cuchillo. Ella no pensó, ni tan siquiera parpadeó.
Simplemente, lo lanzó.
El cuchillo se clavó en el cuello de Phillip.
El tosió ahogado, y luego, disparó.
El disparo llenó aquel lugar tan cerrado con una humareda, mientras Phillip daba traspiés.
Minerva se bajó de la piedra de molino. Sus ojos se clavaron en Royce cuando este apareció, deteniéndose ante Phillip, mirando cómo su primo se derrumbaba sobre el suelo. Ella examinó el cuerpo de su amado en un segundo, buscando la herida de bala, y casi se desmayó de alivio al comprobar que no había ninguna. Phillip había errado el disparo.
Minerva volvió a mirar a Phillip al rostro. Tras su máscara, estaba muy aturdido. En aquel instante, ella supo que él no tenía ningunas esperanzas de poder sobrevivir. Podía haber ido a cubrirse, pero en lugar de hacer eso, corrió hacia Phillip para darle a ella el tiempo suficiente para apartarse, y así asegurarse de que Phillip le dispararía a él.
Aspirando profundamente, fue a su encuentro.
Mientras, las puertas del molino se abrieron, y Christian y Miles aparecieron en la parte baja del andamio.
Llegando hasta Royce, puso una mano en su brazo. El la miró entonces a ella, directamente a los ojos, para luego fijarlos en el cuchillo que aún estaba clavado en el cuello de Phillip.
Los demás se reunieron a su alrededor. De entre sus expresiones se deducía una alegría inconmensurable, viendo luego cómo se guardaban de nuevo sus pistolas en las cartucheras y desaparecían los destellos de los cuchillos.
Royce respiró tranquilo, casi incapaz de creer que pudiera hacerlo y que Minerva estuviera a su lado, que pudiera sentirla allí, sana y salva, y que él siguiera vivo para poder sentir su reconfortante abrazo y su presencia vital.
Las emociones que se arremolinaban en su interior eran muy fuertes, pero él consiguió reducir la intensidad, y dejarla para más tarde.
Había una cosa más por hacer.
Algo que tan solo él podía.
Los otros habían formado un círculo a su alrededor. Phillip yacía retorcido, con el cuerpo doblado, y su cabeza no muy lejos del pie de Royce. Aquella herida que le había producido el cuchillo debería haberlo matado, pero por lo visto, no lo había hecho aún.
Royce se agachó a su lado.
– Phillip. ¿Puedes oírme?
Los labios de Phillip se retorcieron.
– Casi te venzo… casi…
Aquellas palabras apenas fueron un susurro, pero en aquel silencio, fueron lo suficientemente audibles.
– Tú eras el traidor, ¿no, Phillip? El que estaba en el Ministerio de Guerra. El único que mandó a Dios sabe cuántos ingleses a la muerte, y a quien los franceses le pagaron con un tesoro que ahora yace en el fondo del Canal.
A pesar de que sus ojos aún permanecían cerrados, los labios de Phillip se cerraron en una blasfema sonrisa.
– Nunca sabrás el éxito tan grande que obtuve.
Sintió cómo Minerva se acercaba, ya que con el rabillo del ojo pudo ver el lazo de marfil de su vestido. El giró la cabeza para hablar con ella.
– No mires.
Phillip respiró en lo que apenas era un siseo, apretando el rostro.
– Duele.
Royce lo miró de nuevo.
– Desgraciadamente, ni la mitad de lo que te mereces.
Y con una maniobra abrupta, le rompió el cuello.
Cuando lo soltó, su rostro se relajó.
Cogiendo el cuchillo, le sacó la hoja del cuello. De la herida tan solo manó un poco de sangre, ya que el corazón de Phillip había dejado de latir.
Limpió la hoja en el pantalón de Phillip, y luego se alzó, poniendo el cuchillo en su cinto.
Minerva le cogió de la mano, entrelazando los dedos con los suyos y apretándolos.
Christian dio un paso adelante, al igual que Miles y Devil Cynster.
– Dejad que nosotros nos ocupemos de esto -dijo Christian.
– Ya te has ocupado lo suficiente de nosotros, deja ahora que te devolvamos el favor.
Hubo un murmullo de apoyo a la propuesta entre todos los miembros del club Bastión.
– No me gusta sonar como una gran dama -dijo Devil, -pero creo que deberías volver a la celebración de tu boda.
Miles miró hacia Rupert y Gerald.
– Gerald y yo nos quedaremos para ayudar; conocemos la zona bastante bien. Lo suficiente como para simular un mortal accidente Supongo que es lo que necesitamos, ¿no?
– Sí -contestaron Rupert, Devil y Christian a la vez.
Rupert miró a Royce a los ojos.
– Minerva y tú tenéis que volver.
Finalmente les hizo caso. Devil, Rupert, Christian, Tony y los dos Jack acompañaron a Royce y a Minerva de vuelta al castillo, dejando a los otros preparando el "accidente" de Phillip. Royce sabía que era lo que harían. El desfiladero era más que conveniente para un caso como ese, y ocultar la herida de un cuchillo como aquel no sería muy difícil, pero apreció mucho el gesto de no determinar los detalles en presencia de Minerva.
Ella se apresuró tras él, con las faldas recogidas en un brazo para poder ir más deprisa.
En el instante en el que el castillo se hizo visible, las damas, a quienes se les había prohibido terminantemente poner un pie en los jardines hasta que sus maridos volviesen, y quienes, por una vez, habían obedecido, rompieron filas y corrieron hacia el norte a su encuentro.
Habían estado turnándose, algunas vigilando, mientras que otras se quedaban en el salón de baile. Letitia, Phoebe, Alice, Penny, Leonora y Alicia habían hecho los turnos de guardia. Rodearon a Minerva, y mientras, fueron dando parte de que todo estaba bajo control y que, a pesar de que las grandes damas sospechaban algo, ninguna había exigido que se le contara qué era lo que sucedía. A continuación, se dieron cuenta de que el vestido de Minerva podría delatarles, así que tendría que cambiarse.
– Y esto -dijo Leonora, -es nuestra excusa perfecta para decir dónde has estado. Este vestido es tan delicado, que nadie se sorprenderá al ver que te has cambiado, incluso a mitad de un desayuno de bodas.
– Pero debemos apresurarnos -dijo Alice, yendo de nuevo hacia la casa. -¡Venga, vamos!
En una nube de sedas y satén, las damas condujeron a Minerva de vuelta a las escaleras de la torre occidental.
Royce y sus compañeros intercambiaron miradas, suspirando luego profundamente, para por último, dirigirse hacia el salón. Deteniéndose ante la puerta, adquirieron expresiones tranquilas y relajadas, y luego, después de que Royce asintiera con la cabeza, los condujo de nuevo hacia los congregados.
Nadie sabía nada, nadie se preguntaba nada. Gradualmente, todos los que estuvieron involucrados en la batida volvieron en joviales grupos de tres o más personas. Las damas trajeron a Minerva de vuelta, lista para dar la explicación de su larga ausencia. Y cuando las grandes damas llegaron a preguntar por qué Royce mantenía a su esposa tan cerca tras él, por qué la rodeaba tanto con el brazo, y por qué ella no se separaba de él, sino que, por el contrario, parecía estar siempre sujeta a su brazo, nadie dio una explicación concreta de nada. La boda, las celebraciones del décimo duque -y duquesa-de Wolverstone, pasaron de una manera alegre, entretenida y, para desgracia de los cotillas, sin ningún incidente destacable.
Un tercio de los invitados se quedaron hasta última hora aquella tarde. Era la tarde antes de que Royce y Minerva desaparecieran, de que cerraran la puerta de su salón al mundo… y finalmente, se evaluaran.
Ella se detuvo en el centro de la habitación, se quedó allí un momento, y entonces inhaló y levantó la cabeza, se giró… y clavó su puño contra el brazo de Royce.
– ¡No te atrevas a hacer algo así nunca más!
Tan inamovible como una roca, e igualmente impasible, solo la miró desde arriba, arqueando una arrogante ceja.
Ella no había terminado. Entornó los ojos, se acercó más a él, y apuntó su nariz con un dedo.
– No te atrevas a fingir que no sabes de lo que te estoy hablando. ¿Qué tipo de maniaco invita a un asesino trastornado a que le dispare?
Durante un largo momento, Royce la miró, y después, con los ojos fijos en los de ella, cogió su mano, la levantó y plantó un beso contra su palma.
– Un maniaco que te ama. Hasta lo más profundo de su frío, endurecido e ignorante corazón.
Los pulmones de Minerva se detuvieron. Examinó los ojos del duque, repasó sus palabras… saboreó la certeza que había resonado en ellas. Entonces tomó una temblorosa inhalación, y asintió.
– Me alegro de que te hayas dado cuenta de eso. Phillip fue útil en ese aspecto, al menos.
Royce sonrió, pero después se puso serio.
– Phillip -Agitó la cabeza, y su expresión se hizo severa. -Sospechaba que el último traidor era alguien a quien conocía, pero…
– Nunca imaginaste que el traidor se hubiera convertido en ello por tu culpa, así que nunca sospechaste de alguien tan cercano -Minerva retrocedió, y con la mano que él sostenía, lo atrajo hacia ella. -Hay más… Phillip despotricó un montón mientras esperaba a que me recuperara. Yo ya lo había hecho, pero fingí estar inconsciente, así que lo oí todo. Ven y siéntate, te lo contaré. Tienes que oírlo.
"Domada por Amor" отзывы
Отзывы читателей о книге "Domada por Amor". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Domada por Amor" друзьям в соцсетях.