– Ya no, ya no lo creo. Pero estaba tan desesperada que hubiese intentado cualquier cosa con tal de impedir que zarparas. Pero ni el gato bajo la tina provocó algo parecido, siquiera, a un fuerte viento de proa que retuviese al barco en el puerto al día siguiente, como se suponía que debía pasar.
El hombre giró para mirarla.
– ¿Me echaste tanto de menos como yo a ti?
– Fue… espantoso. Terrible.
Pasó un instante de grave evocación.
Cambiando el peso, Rye se puso de costado y le apoyó una mano en el vientre.
– Tu vientre está más redondo… y las caderas más anchas.
– Después de que te fuiste, di a luz a tu hijo.
– ¿Por qué no tuviste un hijo con Dan?
Se había roto el hechizo mágico. Laura se incorporó, curvando la espalda y abrazándose las rodillas.
– Te he dicho que no quiero hablar de él.
Rye se apoyó en un codo y contempló la espalda de la mujer.
– La otra noche no se lo dijiste, ¿verdad?
Dejando caer la frente sobre las rodillas, respondió:
– Yo… no pude. Lo intenté, pero no pude.
– ¿Eso significa que lo amas más que a mí, pues?
– ¡No… no! -Giró mostrando fuego en los ojos, y luego otra vez le dio la espalda-. Comparado contigo, es… oh, Rye, no me hagas decir cosas que nos harán sentir más culpables de lo que ya nos sentimos.
– Igual que a ti, no me gusta jugar sucio. Pero no soporto que duermas con él por las noches y conmigo de día, y que no le digas que todo ha terminado entre vosotros.
– Rye, ya sé que te lo prometí, pero… pero también hay que tener en cuenta los sentimientos de Josh.
Rye se incorporó, y arrancó distraído un puñado de hierbas.
– ¿Y qué me dices de lo que sientes por mí? ¿No tiene ningún valor? ¿Acaso quieres que yo, nosotros, nos conformemos con esto, con escabullimos a las colinas para hacer el amor una vez al mes, y que Dan siga recordándote que tienes una obligación hacia él y hacia el niño?
Arrojó la hierba lejos, con gesto colérico.
– No -respondió Laura con voz débil.
– Entonces, ¿qué?
No tenía la respuesta. Con la vista fija en el suelo, Rye comprendió que podía decirle la verdad a Dan y terminar con todo, y se enfadó consigo mismo por haberlo pensado, siquiera, porque Laura confiaba en que él no haría semejante cosa. Su mirada descendió por la espalda desnuda y luego por el brazo, que se estiraba para recoger la ropa.
– Laura, si seguimos así las cosas no harán más que empeorar. Yo te dejo ir a ti a tu casa, con él, y tú me mandas con mi padre, y todos somos desgraciados.
– Lo sé.
Mientras se ponía la primera prenda, las campanas tañeron otra vez. Rye también recogió sus pantalones. Al ponérselos, vio que Laura tomaba la camisa, se la ponía y empezaba a anudar las cintas. De pie tras ella, no pudo resistir la tentación de preguntarle:
– Laura, ¿te hace el amor con frecuencia?
No se volvió para mirarlo.
– No.
– ¿Y desde que yo regresé?
– Pocas veces.
Rye exhaló un suspiro tembloroso y se pasó una mano por el cabello.
– Perdón, no debería haberte preguntado -reconoció a regañadientes.
Con voz trémula, pero con la espalda aún hacia él, dijo:
– Rye, con él jamás ha sido como contigo… -Entonces sí giró para mirarlo-. ¡Jamás! -Tragó con dificultad-. Supongo que será porque… lo amo por gratitud, no por pasión, y existe un mundo de diferencia entre los dos.
– ¿Lo que quieres decir es que te quedarás con él por gratitud?
Ya las lágrimas pendían de las pestañas de Laura.
– Yo… yo…
Entonces, Rye Dalton pronunció las palabras más duras que había dicho jamás:
– No pienso soportar esto eternamente: tendrás que elegir. Y pronto, porque de lo contrario, me iré de la isla para siempre.
Laura había imaginado que algo así sucedería, pero, ¿cómo podía decírselo a Josh? ¿Cómo podía decírselo a Dan?
– ¡Promételo! -le ordenó Rye adoptando una postura firme frente a ella, con la intensidad impresa en cada músculo del cuerpo-. Prométeme que se lo dirás esta noche. Luego, iremos al continente y comenzaremos de inmediato el proceso de divorcio. -Al ver que vacilaba, sus palabras se hicieron más duras aún-. Mujer, me tientas en los sueños por la noche y durante cada hora del día. Para mí, sigues siendo mi esposa, y yo hice lo que me pediste: te di tiempo para que rompas con él. ¿Cuánto tiempo más crees que puedo tolerar que vivas con él?
Laura se abalanzó sobre él y se abrazaron.
– Se lo diré esta noche. Lo prometo por mi amor hacia ti. Siempre fuiste tú, siempre, desde que tuvimos edad suficiente para reconocer la diferencia entre muchachos y chicas. En el fondo de mi corazón, jamás quebré los votos entre los dos, Rye. Te amo. -Se echó atrás, le tomó las mejillas entre las manos y dijo, mirando esos ojos azul mar-: Te prometo que se lo diré esta noche, y mañana nos encontraremos en el embarcadero y haremos lo que dices. Iremos al continente e iniciaremos el divorcio.
Rye le atrapó la mano por el dorso y, con los ojos cerrados, besó con fiereza la palma.
– Te amo, Laura. Dios, cuánto te amo…
– Y yo te amo a ti, Rye.
– Nos encontraremos en el embarcadero.
Laura le dio un beso leve.
– En el embarcadero.
Con la promesa aún fresca en los labios, una hora después, Laura recorrió el camino de conchillas junto a Josh. En cuanto la casa apareció ante sus ojos notó que algo malo sucedía, porque en el umbral estaba sentado Jimmy Ryerson, el mejor amigo de Josh. Sin embargo, en vez de levantarse de un salto al ver a Laura y a Josh, Jimmy se quedó acurrucado, esperando que se acercaran.
– ¡Hola, Jimmy!
Josh rompió a correr, excitado.
– Hola. -Pero Jimmy, de seis años, con aire muy formal, declaró-: No podemos jugar, tengo que decirle algo a tu mamá y después tienes que venir a casa conmigo.
– ¿Qué hay, Jimmy? -preguntó Laura ya alarmada, agarrando el hombro del chico.
– No podían encontrarte, y dijeron que yo tenía que quedarme aquí sentado, y esperar que volvieras y decirte que vayas directamente a Straight Wharf.
Los ojos de Laura se volvieron hacia la bahía.
– ¿Quién?
Jimmy se alzó de hombros.
– Todos. Están allá abajo, también tu papá, Josh. Dijeron que el barco de tu abuelo volcó al acercarse a la barra y no pueden encontrarlo.
El corazón de Laura saltó dando golpes.
– ¿Que n-no pueden encontrarlo?
Jimmy negó con la cabeza.
– Oh, no -gimió en un susurro.
Se cubrió los labios con los dedos y volvió a mirar hacia la bahía. En rápida sucesión, surgieron las reacciones: debe de haber algún error… no es posible que Zachary Morgan haya volcado, conoce demasiado bien estas aguas… todos han estado buscándome… sabrán que Rye tampoco estaba… ¿dónde estará Dan?
– ¿Cuánto hace que están buscando?
– No lo sé. -Jimmy volvió a encogerse de hombros-. Hace mucho tiempo que estoy esperando aquí. Me dijeron que no debía…
Pero Laura lo interrumpió, oprimiéndole el hombro con más fuerza. Hizo volverse a los dos niños por el sendero y le ordenó a su hijo:
– Ve a la casa de Jimmy y quédate ahí, como dijeron. Y espera hasta que papá o yo vayamos a buscarte. Tengo que ir deprisa al muelle a encontrarlo.
Los ojos de Josh se agrandaron.
– ¿Qué-qué pasa, mamá? ¿Está bien el abuelo?
– No lo sé, querido. Eso espero.
Percibiendo la tragedia, Josh hizo un puchero.
– No quiero ir a la casa de Jimmy. Quiero ir contigo a buscar al abuelo y a papá.
Aunque cada segundo que pasaba le parecía una hora, Laura se apoyó en una rodilla y echó atrás el cabello del hijo, en gesto de consuelo:
– Sé que eso es lo que deseas, querido, pero… es mejor que vayas con Jimmy. Trataré de volver pronto a buscarte.
Le dio un abrazo, esforzándose por parecer tranquila en bien del niño, aunque sentía que cada músculo de su cuerpo estaba listo para correr.
Al fin, Jimmy acudió en ayuda de Laura.
– Vamos, Josh. Mi mamá ha hecho bizcochuelo, y dijo que cuando llegáramos a casa, podíamos comer un poco.
La mención de la torta puso en fuga la vacilación de Josh, y al fin se dio la vuelta por el camino en dirección a la casa de Jimmy. Por un momento, Laura se quedó mirándolos sin ver en realidad, sintiendo que de pronto se resistía a bajar la colina. Apretó una mano contra los labios, cerró los ojos y pensó: «¡No, no! ¡Este es un… el error de un niño!»
Sin embargo, tras un instante se alzó las faldas y voló como un velero impulsado por un ventarrón… bajando por el camino de conchillas, los callejones arenosos, los adoquines en los que resonaban sus pies como una señal de alarma cuando cruzó la calle Main, y siguió corriendo hacia el agua azul de la bahía, donde se albergaban los barcos por la noche. Cuanto más se acercaba a los muelles, mayor era su terror, pues veía a la muchedumbre reunida allí, todos los rostros vueltos hacia la barra, donde se extendían las redes, entre botes que se balanceaban. También advirtió que el viento había virado al Norte, empujando al océano. La barra, siempre traicionera, era más peligrosa cuando los vientos soplaban en esa dirección. Aún así, parecía imposible que hubiese provocado un desastre pues, desde ahí, las rompientes no daban la impresión de ser lo bastante altas para representar una amenaza.
Se abrió paso a través de la multitud. Tras ella oyó murmullos y sorprendió miradas que seguían su avance.
– Aquí está ella.
– La han encontrado.
Semblantes severos se volvían hacia ella que, sujetándose las faldas, iba bordeando hacia el final del embarcadero. Lanzaba miradas suplicantes a las personas ante las que pasaba, rígida, abriéndose paso, buscando un solo rostro que no augurase desastre. Después de la precipitada carrera, el aliento salía como en resuellos roncos y tenía los ojos agrandados, brillantes de temor.
– ¿D-dónde está Dan? ¿Qué pasó?
Una mano compasiva le tocó el brazo, pero, al parecer, todos se habían quedado mudos. ¡Laura sintió ganas de gritar, sacudir a alguien, obligar a que uno, al menos, hablara!
– Está buscando junto a los demás.
Fue el viejo capitán Silas el que respondió. Echó un vistazo al grupo apretado de personas que estaban en el extremo del muelle -la familia-, y Laura sintió que las rodillas se le licuaban y se resistía a acercarse a ellos.
Apretó el brazo nervudo del capitán Silas.
– ¿Cu-cuánto hace que están buscando?
– Hace como dos horas. No debes preocuparte, muchacha. Lo único que puedes hacer es esperar, como todos nosotros.
– ¿Qué pa-pasó?
Silas clavó con fuerza los dientes en la boquilla de su pipa de cerezo, volvió los ojos turbios hacia las aguas de la barra, y respondió, sin rodeos:
– El mástil cayó hacia delante.
– ¿Cayó hacia delante? -repitió Laura, incrédula-. Pero, ¿cómo? ¿Iba solo?
– Como de costumbre, con Tom, el hermano. Pero Tom fue arrojado por la borda, y ahora, él también está buscando.
Los que buscaban atrajeron otra vez la mirada de Laura. ¿Tom también estaba buscando? ¿A su propio hermano, con el que habían pescado en esas aguas toda la vida?
– Pero, ¿cómo? -repitió Laura, mirando al capitán Silas con ojos suplicantes-. ¿Cómo es posible que haya sucedido algo así, si los dos conocen cada capricho de estas aguas?
– Llevaban sobrecarga en la proa -respondió el capitán, conciso.
Había sido ballenero durante cuarenta años, y luego trabajó como guardián de los muelles. Había visto todo lo que podría suceder a su vera. Con la sombría aceptación de una persona más vieja y sabia, comprendía que la vida y la muerte significaban poco para el mar. Si un hombre se ganaba la vida junto al mar, sabía que podía perderla. Perro caprichoso, el mar.
– Hoy hubo buena pesca -siguió, escudriñando el horizonte. Su voz era como el crujido de una lona vieja, incrustada de sal-. Se quedaron para obtener un par de barriles más, dijo Tom. Como sabían que la embarcación estaba guiñando, cambiaron parte del peso a la popa, antes de chocar con la barrera. Pero no bastó. La atrapó una ola y la sacudió de un lado a otro, como un payaso haciendo malabarisrnos. -Dio una chupada a la pipa-. Después, Tom fue el único que emergió.
Por sereno que fuese el día, había rompientes en la barra de Nantucket. Cuando el viento llegaba desde atrás, como en ese momento, las olas seconvertían en despeñaderos. Laura imaginó a Zach y a Tom enfilando hacia allí, contentos con la pesca del día, calculando mal la velocidad con que trepaban la ola; la proa, cayendo a plomo de cara a la ola, cuya cresta triunfal rascó el vientre de la embarcación y la volcó.
Y ahora, Tom Morgan estaba buscando a su hermano, y Dan, a su padre.
Al fin, Laura no pudo retrasarlo más: miró hacia el extremo del muelle. Allí estaba Hilda, la madre de Dan, con la vista fija en el mar y un chal negro que apretaba alrededor de los hombros como para no desintegrarse. Junto a Hilda estaba Dorothy, la esposa de Tom Morgan, en una actitud muy similar. Los hombros de las dos mujeres que miraban el mar casi se tocaban. ¿Qué les pasaría por la cabeza mientras contemplaban las aguas hambrientas donde un hermano buscaba al otro y un hijo al padre?
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