Rye llevaba la linterna, y los tres iban avanzando centímetro a centímetro, más lentamente que los otros buscadores por temor a ser los que tropezasen con el cuerpo. La linterna iluminó una silueta oscura delante de ellos y se detuvieron, buscándose instintivamente con la mirada. Al resplandor del aceite de ballena que ardía, rodeados por la neblina, los rostros eran meros reflejos.

– Yo iré a ver -dijo Rye, apretando la mandíbula y avanzando. Cuando la luz temblorosa dio sobre la masa oscura, lanzó un suspiro de alivio y se volvió hacia Dan y Laura-. Es sólo un tronco.

Avanzaron de nuevo en medio de la noche brumosa, los dos hombres y la mujer que, por tradición, parecía ser de los dos. Durante las horas de búsqueda, la compartieron por igual, y ella a los dos, sin pensar en posesiones ni en pertenencias. Por el momento, toda enemistad quedó suspendida, borrada, desplazada por la necesidad de permanecer unidos, de apoyarse entre sí y darse fuerzas para lo que los esperaba.


Poco después de la medianoche fue hallado el cuerpo, varado en la costa después de que se retirara la marea. La campana de la iglesia transmitió el mensaje. Tres cabezas se irguieron al oír su tañido ahogado por la distancia. Nadie se movió. Rye aún tenía los pies en el agua. Laura, todavía con el vestido blanco, con el borde sucio y arruinado, parecía un fantasma junto a Dan, con su traje oscuro empapado.

Rye rompió el silencio.

– Deben haberlo encontrado. Será mejor que vayamos.

Sin embargo, se resistían a volver. Las olas rompían blandamente contra los tobillos de Rye. El aire de la noche era denso y envolvente. El tañido fantasmal de la campana les provocó escalofríos en la espalda.

Por fin, Rye se acercó á Dan y, al apoyarle la mano, sintió que se estremecía.

– ¿Estás bien?

Dan no miraba a nada en particular.

– Esperemos que el mar haya devuelto el cuerpo completo.

Rye pasó la mano por el cuello del amigo, y le transmitió de ese modo un mensaje demasiado doloroso para decirlo en palabras. Se dio la vuelta, con la linterna balanceándose y haciendo chirriar los goznes y, como impulsados por alguna señal muda, Rye y Laura se pusieron a los lados de Dan para emprender juntos el camino de regreso, avanzando con dificultad en la niebla mientras los hombros se tocaban con frecuencia.

El mar fue generoso: devolvió entero y sin deformidades, a Zachary Morgan. Los que sí se sentían desgarrados por los sucesos del día y de la noche eran los vivos, pues en el preciso momento de separarse, Dan, con los ojos vacíos de expresión, balanceándose como si estuviese a punto de derrumbarse, tendió la mano a Rye para darle las gracias. Cuando las manos se tocaron y se apretaron, se abrazaron una vez más, y Laura, sumida en las nieblas danzarinas, los observaba.

Separándose de Dan, Rye se volvió hacia ella y le ordenó con suavidad:

– Llévalo a la cama. Necesita dormir.

Cuando habló, sintió como si él también estuviese ahogándose. Al mirar a Rye, los ojos de Laura tenían una expresión de increíble fatiga. El rastro de las lágrimas le pintaba líneas incoloras en las mejillas, donde se reflejaba la luz de la linterna. De repente, se aproximó, girando en torno de Rye como la misma niebla, aliviando por un momento con su abrazo el dolor de él, y apoyando la mejilla contra la suya.

– Gracias, Rye.

Rye vio sobre el hombro que Dan los miraba, y una sola palabra ronca salió de su garganta:

– Sí.

Tocó el dorso de la mano pequeña de Laura por un breve instante, y luego ella y Dan se fueron como tragados por la niebla que lo dejó aislado, solo.

Arrastrando las piernas cansadas por los peldaños del desván, en la planta alta de la tonelería, imaginó a Laura y a Dan yéndose juntos a la cama, reconfortándose mutuamente. Se derrumbó sobre su lecho con un suspiro de agotamiento, cerrando los ojos, y anhelando que unos brazos también lo reconfortasen a él.

Como en una bruma, los hechos del día pasaron ante él y giró sobre sí mismo, acurrucándose de cara a la pared.

Entonces, sin aviso previo, Rye Dalton lloró con angustiados sollozos de desesperanza y pena, algo que no sucedía desde que era niño. Ship lo oyó y se acercó atravesando la oscuridad del desván para detenerse vacilante junto al camastro, con un penoso gemido de compasión. Dilatando las narices, la perra giró, interrogante, hacia el sitio donde dormía el viejo pero no obtuvo respuesta. Gimió otra vez, pero los sonidos que provenían del camastro continuaron, y ninguna mano cariñosa se estiró para tranquilizarla. Entonces, apoyó la trompa en la espalda tibia y gimió, sintiendo los estremecimientos que sacudían las costillas del amo, hasta que al fin se durmió exhausto.

Capítulo13

El funeral de Zachary Morgan se realizó dos días después. Era un día claro y sin nubes, y las gaviotas refunfuñaban desde un cielo azul sobre los dolientes, que se apretaban en un amplio círculo alrededor de la tumba. Allí estaba la madre de Laura junto con Jane y John Durning, con todos sus hijos. También estaba Josiah, además de tías, tíos y primos, tanto de Dan como de Rye: en la isla había muchas personas emparentadas. También los amigos habían ido a presentar los postreros respetos, entre ellos DeLaine Hussey, los Starbuck y todos los que trabajaban en la contaduría, que esa tarde estaba cerrada.

Laura llevaba un vestido negro y un sombrero del mismo color, con un velo moteado que le cubría la cara hasta la barbilla. Estaba de pie junto a Dan y la familia, mientras que Rye estaba enfrente, al otro lado de la sepultura. Guardaba la postura tradicional de respeto por el muerto: los pies separados, la palma de una mano sobre el dorso de la otra, ambas apoyadas en el bajo vientre. A través del velo negro, Laura escudriñó el rostro grave, mientras la voz monótona del ministro flotaba sobre la silenciosa reunión. Por fin, esta también se acalló, y la tela del vestido de Laura crujió cuando Josh se removió inquieto, apretándose contra las piernas de su madre. Le tiró de la mano, obligándola a mirarlo.

– ¿Sepultarán al abuelo en la tierra? -preguntó Josh plañidero, en una voz que se oyó claramente alrededor-. No quiero que entierren al abuelo.

Laura le acarició el pelo con la mano enfundada en un guante negro, y se inclinó hacia él para murmurarle palabras de consuelo, oyendo los sollozos ahogados que había provocado la inocente pregunta.

Cuando se enderezó, Laura sorprendió la mirada de Rye sobre ella, desde el lado opuesto de la sepultura. Josh se echó a sollozar, y Rye lo miró con expresión de impotencia.

Dan, que estaba junto a Laura, levantó al niño en brazos y le susurró algo, siempre bajo la mirada de Rye, fija en la mano del pequeño, que se apoyaba en la mejilla de Dan durante la conversación, demasiado queda para oírla desde el otro lado de la tumba. Laura, inclinada hacia ellos, una mano apoyada en la parte baja de la espalda de Josh, también hablaba en susurros. Cuando volvió la atención hacia la ceremonia, vio que Rye seguía observándolos a los tres con la misma expresión herida. Pero también advirtió que Ruth seguía todo ese intercambio de miradas, y por eso bajó la vista hacia el ataúd cubierto de crespones, salpicado de gladiolos y crisantemos procedentes de algún jardín de la isla.

Se pronunciaron las últimas plegarias y se cantó el último himno. A una orden en voz baja del ministro, Rye y otros tres se agacharon a recoger las sogas cuando el ataúd fue librado de las tablas de madera que lo sostenían, atravesadas en la sepultura. Las sogas chirriaron, el ataúd se balanceó un poco y empezó a bajar hasta tocar la tierra. Rye se apoyó en una rodilla, pasando la cuerda de una mano a la otra, con la mirada de Laura, arrasada por un nuevo torrente de lágrimas, fija en esa rodilla. Cuando se incorporó, Laura parpadeó y vio que la tela negra de la pernera del pantalón estaba cubierta de una fina capa de arena, lo que le produjo otra oleada de pena. Alzó la vista tras el velo negro con expresión desolada; el silencio fue roto por los sonidos ahogados de los sollozos y tuvo ganas de correr hacia él, quitarle la arena de la rodilla y la angustia de la frente. Los ojos de Rye decían muchas cosas, pero ella entendió una, sobre todas: «¿Cuándo? Ahora que ha sucedido esto, ¿cuándo?»

Se dio la vuelta, incapaz de ofrecer una mirada de consuelo por mucho que lo deseara. Cayó la primera palada de tierra provocando el llanto de Hilda, y arrasando las lágrimas de los ojos de Dan: Josh, que era demasiado pequeño para entender, estaba obligado a quedarse por las rígidas costumbres religiosas que ella no podía cambiar.

Ya había pasado la mitad de la tarde cuando los asistentes al funeral se dirigieron a la casa de Tom y Dorothy Morgan para reponer fuerzas con los alimentos provistos por amigos y vecinos de toda la isla. Señoras vestidas de negro se ocuparon de servir carnes, pasteles y panes sobre la mesa de caballete que había en la sala, de mantener llenos los cuencos y de lavar la vajilla y utensilios de peltre que se ensuciaban constantemente. Abundaba la cerveza, pues en Nantucket era una bebida tan corriente como el agua, y solía llevarse en todos los viajes de los balleneros, como prevención del escorbuto.

La casa de Tom Morgan tenía techo a dos aguas como casi todas las de la isla, y constaba de una sala de estar con dos habitaciones en saledizo y un desván, y el espacio era insuficiente para todos los que fueron a ofrecer condolencias. Rye estaba en el patio, entre el flujo constante de hombres que bebían cerveza, fumaban pipas y comentaban las noticias del día. Un graduado de Harvard, llamado Henry Thoreau, había perfeccionado un artefacto llamado lápiz de plomo… algunos decían que las ballenas corrían peligro de extinción, y otros argüían que esa era una idea descabellada… la conversación derivó en una discusión sobre la utilidad de transformar a los barcos balleneros para que pudieran transportar hielo desde Nueva Inglaterra hacia los trópicos.

Pero cuando Rye vio a Laura que salía de la habitación del fondo cargando un cubo, su interés en la conversación decayó. Laura cruzó el patio en dirección al pozo y se inclinó sobre el brocal, sujetando con esfuerzo la manivela de la cuerda. Rye recorrió con la vista el patio buscando a Dan y, al no encontrarlo, se excusó y fue hacia el pozo. Tenía un poste largo apoyado en un soporte en forma de horquilla afirmada en la tierra. El extremo corto estaba contrapesado por una piedra, y el extremo largo se cernía sobre la boca del pozo, lo que facilitaba sacar un balde repleto pero dificultaba bajar el cubo vacío. Mientras se acercaba, Laura forcejaba con la cuerda.

– Déjame ayudarte con eso.

– ¡Oh, Rye!

Al oírlo, se incorporó de golpe soltando la cuerda, y el palo del pozo voló por el aire. Se apretó la mano sobre el corazón y se apresuró a recorrer el patio con la vista. Ya no tenía el sombrero y, por lo tanto, su rostro ya no estaba oculto tras el velo.

– Pareces fatigada, querida. ¿Ha sido muy duro?

Si bien una de las manos de Rye sujetaba la cuerda, no hizo movimiento para bajarla, y dedicó su atención a los ojos angustiados de Laura.

– Creo que no deberías seguir diciéndome querida.

– Laura…

Dio la impresión de que estaba a punto de soltar la cuerda y avanzar hacia la mujer.

– Rye, baja el cubo: la gente está mirándonos.

Confirmándolo con una rápida mirada, Rye hizo lo que le pedía, bajando el cubo con ambas manos hasta que lo oyó chapotear en el fondo.

– Laura, esto no cambia nada.

– ¿Cómo puedes decir eso?

– Aún te amo. Aún soy el padre de Josh.

– Rye, alguien podría oírte.

El cubo ya estaba arriba. La mano de Rye se apoyó en la manivela donde se enrollaba la cuerda, lo dejó colgar, goteando sobre la boca delpozo, y el eco musical de las gotas llegó hasta ellos, remoto, mientras él clavaba la vista en Laura.

– Que oigan. Ninguno de los que están en el patio ignora lo que siento por ti, ni que antes fuiste mía.

Pareció que las ojeras de Laura se oscurecían más cuando lanzó un vistazo furtivo a los curiosos que los observaban.

– Por favor, Rye -susurró-. Dame el cubo.

Rye se estiró sobre el brocal del pozo, y los ojos de Laura siguieron el movimiento de los músculos fuertes bajo la chaqueta del traje negro cuando los hombros se movieron para levantar el cubo. Cuando se dio la vuelta, no tuvo en cuenta la mano que se tendía hacia el cubo y se dirigió hacia la habitación trasera, con lo que Laura no tuvo más alternativa que caminar junto a él. Rye se detuvo para dejarla pasar primero, y entró tras ella en ese ámbito atestado de montones de leña y un montón de baldes de madera y cubos que colgaban de la pared. Dentro, por unos momentos quedaron fuera de la vista del patio y de la casa.