Laura estaba sentada en el borde de la cama, arropando a Josh para que se durmiese. Rye ordenó a sus pies que se quedaran donde estaban, pero la tentación era demasiado grande. Con pasos lentos, se acercó hasta la cama y miró a Josh sobre el hombro de Laura. La madre se inclinó para besar al niño en la cara, todavía hinchada y roja de tanto llorar.
– Buenas noches, querido.
Pero los labios del niño temblaron, y sólo tenía ojos para el hombre que se cernía, alto, detrás de su madre. La mirada acusadora se clavó en el corazón de Rye, que pasó por alto la ofensa y se acercó más, hasta rozar la espalda de Laura con las caderas y el vientre. Pasando una mano sobre su hombro tocó los mechones suaves y rubios de Josh con un dedo calloso aunque la mirada del niño siguió expresando desconfianza y hostilidad.
– Lamento haber golpeado a tu papá.
– Dijiste que eras su amigo -lo acusó la voz trémula.
– Sí, y lo soy.
Laura vio que el dedo largo y bronceado se apartaba del cabello rubio y se retiraba tras ella, pero siguió sintiendo el calor del cuerpo de Rye, reconfortante, contra la espalda.
– No te creo. -La barbilla pequeña tembló-. Y… y pusiste en la tierra esa caja con mi abuelo dentro.
– Él fue el que me enseñó a pescar cuando yo no era mayor que tú. Yo también lo amaba, pero ahora está muerto. Por eso tuvimos que ponerlo en la tierra.
– ¿Y nunca volveré a verlo?
Con aire triste y silencioso, negó con la cabeza, asumiendo el papel de padre sin imaginar que pudiese acarrear tanto dolor.
Josh bajó la vista hacia la manta que le cubría el pecho, y la levantó con el índice.
– Yo lo sospechaba, pero nadie me lo dijo con seguridad.
Rye sintió el temblor que recorría a Laura, y le apoyó con delicadeza las manos en los hombros.
– Es porque no querían herirte ni hacerte llorar. Como sólo tienes cuatro años, creyeron que no lo entenderías.
– Ya tengo casi cinco.
– Sí, lo sé. Eres lo bastante mayor para entender que tu… que tu padre va a sentirse muy solo durante un tiempo por haber perdido a su padre. Necesitará mucho que lo animes. -Miró la coronilla de Laura-. Y tu mamá también -agregó con inmensa ternura.
Sintiéndose incapaz de permanecer con ellos dos y seguir conteniendo las lágrimas un solo instante más, Laura se inclinó para volver a besar a Josh.
– Ahora duérmete, querido. Yo estaré aquí cerca.
Josh se puso de lado, de cara a la pared, y se acurrucó formando una bola, pero al sentir que su madre se levantaba de la cama, miró sobre el hombro:
– No me cierres la puerta, mamá.
– N…no, Josh, no la cerraré.
Dejó abiertas de par en par las puertas de la alcoba y se enjugó las lágrimas. Cuando atravesó el cuarto y quedó fuera de la visión del hijo, Rye se quedó donde estaba, contemplando al niño. Desde el dormitorio llegaba el ruido de la respiración de Dan, y el único sonido eran esos suaves ronquidos repetidos. Rye miró la espalda de Laura y se acercó a ella por detrás, contemplando el complicado peinado que llevaba en la nuca, la severidad del vestido negro de luto que ceñía sus hombros caídos. Desde atrás le cubrió los antebrazos, oprimiéndolos con suavidad, viendo el dulce hueco en la nuca cuando ella ocultó la cara entre las manos y sollozó quedamente.
– Oh, Laura, amor -dijo, en un susurro trémulo, atrayendo la espalda de ella hacia su pecho y sintiendo que se le sacudían los hombros.
La mujer ahogaba los sollozos y Rye sacó un pañuelo del bolsillo y se lo dejó en las manos. La dejó llorar, sintiendo que él mismo necesitaba hacerlo, pero se resistió, tragó con esfuerzo y, cerrando los ojos, le frotó otra vez los antebrazos.
– Oh, R…Rye, me siento tan culpable, y lo que más me avergüenza es que he llorado tanto por Zachary como por nosotros.
La hizo girar y la apretó contra sí. Los brazos de Laura se aferraron a su espalda, Rye dejó caer la cabeza en el hombro de ella, y se mecieron juntos, consolándose.
Al oír sus sollozos, Josh sacó los pies de la cama y se quedó de pie junto a ella, vacilante, con una mano aún bajo las mantas, contemplando la espalda ancha que se encorvaba para abrazar a su madre. Vio que los brazos de esta se alzaban hacia el cuello del hombre, y que ese hombre grandote la mecía, como ella a veces lo mecía a él cuando se sentía mal y lloraba. Los observó en silencio, perplejo, dudando si debía seguir enfadado con Rye por haberle pegado a su padre como lo había hecho. Suponía que su madre debería de haberse enojado con él… pero no era así. Al contrario, lo abrazaba, hundía la cara en su cuello tal como Josh lo había hecho con ella cuando esa noche lo llevó en brazos hasta la casa. Oyó de nuevo los sollozos ahogados y, mientras los dos adultos se mecían de un lado a otro, vio la mano ancha de ese hombre que sujetaba la cabeza de su madre con fuerza contra él. Miró un momento más, y recordó lo que había dicho Rye, de que ella también necesitaría que le diese ánimos. Después, sin hacer ruido, levantó una rodilla dispuesto a meterse otra vez en la cama, escuchando, pensando y llegando a la conclusión de que a las madres también les gustaba que las abrazaran.
Laura lloraba amargamente, dando rienda suelta al flujo de la pena que había estado conteniendo durante tres días.
– Laura… Laura -dijo Rye, con la boca contra su pelo.
– Abrázame, Rye, oh, abrázame. Oh, querido mío, cuánto debes haber sufrido los últimos tres días.
– Shhh… calla, amor -canturreó en voz suave.
Pero Laura siguió:
– Cuando vi que te acercabas a Dan en el muelle, se me destrozó el corazón por ti y… y cuando vi que lo abrazabas y lo consolabas. Y otra vez, en la playa, mientras buscábamos. Oh, Rye, quise correr hacia ti y abrazarte, y decirte que te amaba por lo que estabas haciendo por él. Él… él te necesitaba tanto en ese momento… A veces pienso que el destino insiste en juntarnos, sabiendo que los tres nos necesitamos.
– Maldito destino, pues. ¡Ya no lo soporto más!
Le tembló la voz, y la retuvo junto a sí, pasándole la mano por la espalda.
– Rye, siento mucho lo que hizo Josh esta noche. Lo superará y dejará de echarte la culpa.
Rye se echó atrás con gesto brusco, y la tomó de la cabeza.
– La gente no me importa. No la necesito. ¡A ti te necesito! -Le dio una sacudida a la cabeza, dando énfasis a sus palabras, y las miradas de ambos se hundieron en las profundidades del otro. Volvió a estrecharla con rudeza contra él, aspirando el perfume del cabello y de la piel, y en un murmullo desesperado le dijo al oído-: ¿Por qué tuvo que suceder esto ahora? ¿Por qué ahora?
– Quizás estemos pagando por nuestros pecados.
– ¡No hemos pecado! Somos víctimas de las circunstancias, igual que los demás. Pero somos nosotros los que tenemos que sufrir y estar separados sin tener la culpa. Laura, nos pertenecemos el uno al otro mucho más que Dan y tú.
Los ojos de la joven volvieron a llenarse de lágrimas.
– Lo sé. Pero… pero ahora no puedo dejarlo, ¿no lo entiendes? ¿Cómo puedo abandonarlo en el peor momento de su vida, si él me apoyó a mí en el peor momento de la mía? ¿Qué diría la gente?
– Me importa un comino de lo que diga la gente. Quiero recuperaros a ti y a Josh.
– Sabes que ahora eso no es posible… por un tiempo.
Rye volvió a echarse hacia atrás:
– ¿Cuánto tiempo?
En los ojos azules empezaba a aparecer la cólera.
– Hasta que haya pasado un período de duelo decente.
– ¡Maldito sea el duelo! Zachary Morgan está muerto, ¿y nosotros debemos hacer cuenta de que morimos junto con él? Estamos vivos, y ya hemos desperdiciado cinco años.
– Por favor, Rye, por favor, comprende. Quiero estar contigo. Te… amo tanto…
De repente, Rye se quedó inmóvil. A la luz tenue de la vela, le observó el rostro:
– Pero también lo amas a él, ¿no?
La mirada de Laura bajó a su pecho y, como después de un rato no la levantó ni contestó, él le puso las manos en el cuello, presionó con los pulgares en su barbilla, y la obligó a mirarlo a los ojos.
– También lo amas a él -repitió.
– Los dos lo amamos, ¿no es cierto, Rye?
– ¿De eso se trata?
Escudriñó los ojos castaños, de pestañas mojadas, oyendo el firme ronquido de Dan que llegaba desde el dormitorio.
– Sí, por eso a los dos nos duele tanto verlo así.
– ¿Es frecuente que beba tanto?
– Últimamente, cada vez más. Sabe lo que yo siento por ti, y… y bebe para olvidarlo.
– De ese modo, al recurrir al alcohol, te retiene por medio de la culpa. Si te quedas, beberá porque sabe que quieres irte. Y si lo dejaras, bebería porque no te quedaste.
– Oh, Rye, cuánta amargura la tuya. Es un hombre mucho más débil que tú. ¿No lo compadeces, acaso?
– No me pidas que lo compadezca, Laura. Es suficiente que lo quiera. Que Dios ampare mi alma, pero no lo compadeceré por esgrimir su debilidad para retenerte.
– No es sólo eso, Rye. Esta isla es muy pequeña. ¿Qué diría la gente si yo lo abandonase ahora? Ya viste cómo nos miraba hoy Ruth.
– ¡Ruth! -exclamó Rye, en un susurro irritado-. ¡Ruth haría bien en abrirse de piernas debajo de un hombre, y así sabría el infierno por el que estás pasando!
– Rye, por favor, no tienes que…
El hombre le sujetó la barbilla y la besó en la boca con un asalto arrasador, hasta que advirtió que Laura forcejeaba para librarse de la presión de sus pulgares. Entonces, arrepentido, la abrazó.
– Oh, Dios, lo siento, Laura. Es que no puedo soportar marcharme de aquí e imaginarte en esa cama, junto a él, cuando tendrías que estar compartiéndola conmigo, como solía ser.
– Seis meses -repuso-. ¿Puedes soportarlo seis meses?
– ¿Seis meses? -Las palabras le helaron los labios-. Es como si me pidieras que lo soportase seis años. Sería igual de fácil.
– Tienes que saber que para mí tampoco será fácil.
Los pulgares de Rye le acariciaron las mejillas, ya con dulzura y amor.
– Dime, ¿sería posible que estés embarazada de mi hijo, ahora? Porque si existe la más mínima posibilidad, no permitiré que te quedes con él.
– No. No es el momento apropiado del mes.
Los ojos de Rye le recorrieron el rostro.
– ¿Dejarás que te haga el amor?
Laura se apartó y le dio la espalda.
– Rye, ¿por qué te torturas…?
– ¿Por qué? -Aferrándola del brazo, la hizo girar. Sus ojos ardían-. ¡Por Dios, tú lo amas; de lo contrario, a ti también te torturaría la idea!
Laura le oprimió los antebrazos.
– Le tengo pena. Lo he traicionado y, por eso, estoy en deuda con él.
– ¿Qué pasa si, por saldar tu deuda con él, te quedas embarazada de su hijo? ¿Qué harías en ese caso? ¿Pedirme más tiempo para decidir a cuál de los dos padres favorecerás la próxima vez?
Laura le lanzó un golpe, pero él retrocedió antes de que la mano diese en el blanco.
Acongojada, le tocó el pecho.
– Oh, Rye, lo siento. ¿Te das cuenta de que estamos enfadados por lo que nos vemos obligados a hacer, y no el uno con el otro? Explotamos de este modo porque no podemos pegarle a la verdadera causa de nuestro problema.
– La verdadera causa de nuestro problema es tu obstinación, y podrías resolverlo con una sola palabra: ¡sí! Sin embargo, prefieres no decirla.
Fue a grandes pasos hacia la puerta.
– Rye, ¿a dónde vas?
El hombre se volvió y, bajando la voz al distinguir la cama del niño en la oscuridad, tras la mujer, susurró:
– Te dejo con tu marido borracho, que no es digno de ti y, sin embargo, se las ingenia para que le seas leal, mientras él ronca en ese estado lamentable. ¿Pides seis meses? De acuerdo, te daré seis meses. Pero en ese tiempo, mantente fuera de mi vista pues, de lo contrario, me encargaré de que vuelvas a traicionar a tu esposo sin preocuparme de dónde o cuándo ni de quién se entere. ¡Por lo que me importa, puede estar la isla entera observándonos, y Ruth Morgan y todas las de su clase pueden aprender!
Capítulo14
A la mañana siguiente, cuando Dan Morgan despertó, se encontró con Laura acostada junto a él, todavía con el corsé de ballenas puesto. Recordando, lanzó un gemido y rodó hacia un lado de la cama, apretándose la cabeza y hundiendo los talones de las manos en las órbitas oculares. Se enderezó con presteza, sujetándose el estómago y estirando poco a poco los músculos. Cuando se puso de pie, la fuerza del puño de Rye Dalton se hizo sentir en todo su torso.
El gemido ahogado de Dan despertó a Laura, que se incorporó sobre un codo y preguntó, soñolienta:
– Dan, ¿estás bien?
Tras las insinuaciones públicas qué había hecho el día anterior, le daba vergüenza de mirarla. Mirando sobre el hombro, se sintió peor aún, al ver que no había tenido ni la sobriedad suficiente para ayudarla a quitarse el corsé, y que ella tuvo que dormir como una momia recién envuelta.
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