Como todas las noches, Laura fue a dar un vistazo a Josh por última vez antes de acostarse. Cuando el niño vio por las puertas entreabiertas de su alcoba, la luz titilante que se acercaba, cerró los ojos y se fingió dormido. Sin embargo, cuando su madre se fue, se quedó tendido en la oscuridad, pensando en lo que acababa de saber, recordando la primera vez que vio a Rye Dalton abrazando a mamá. Rye había dicho que se llamaba así porque el apellido de soltera de su madre era Ryerson, y Jimmy había dicho lo mismo. ¿Era posible, pues, que Jimmy estuviese en lo cierto? Recordó cómo Rye le pegó a papá… lo recordó abrazando a mamá… haciéndola sonreír, allá en la colina junto al molino del señor Pond. Volvió a evocar las palabras que había dicho su padre hacía un instante: ¡papá deseó que Rye estuviese muerto! Muerto… como el abuelo. Trató de coordinar las cosas, pero nada coincidía. Lo único que Josh sabía era que, desde la llegada de Rye, nada había sido igual. Papá ya no regresaba nunca a la casa, mamá estaba siempre triste, y… y…
Josh no entendía nada de todo eso. Lloró hasta que se durmió.
Un día tibio, de comienzos de la primavera, Laura propuso a Josh colaborar con ella en medir y mezclar los ingredientes de un popurrí, cuyos elementos recogieron y secaron con cuidado durante el verano.
Josh echó una mirada melancólica a los pétalos de rosa, las peladuras de cítricos y las especias, pero hundió las manos en los bolsillos y bajó la cabeza.
Oh, Josh, Josh, ¿qué pasa, querido?
– Pero el año pasado me ayudaste y nos divertimos mucho.
– Saldré a jugar.
– Si no me ayudas, este invierno las polillas harán agujeros en nuestra ropa.
Pero el intento de convencerlo fracasó, pues el chico se limitó a encogerse de hombros y posó la mano en el pestillo.
Después de que saliera, Laura se quedó mirando la puerta largo rato, pensando cómo sacarlo de esa indiferencia tan impropia de él. Volvió la vista al fragante montón que había sobre la mesa y le pareció que los pétalos flotaban ante sus ojos. Luchó contra las lágrimas apretándose los nudillos sobre los ojos. Como solía sucederle en momentos así, acudió Rye a su mente y deseó poder hablar con él acerca de Josh. Ver las rizadas mondaduras de naranja y de limón y oler ese perfume punzante le trajo a la memoria que, en aquella época, todos los años, tenía la costumbre de ir hasta la tonelería a buscar un saco de fragantes astillas de cedro para agregar al popurrí, pero ese año tendría que arreglárselas sin ellas.
Fuera, Josh se acuclillaba al sol, golpeteando a desgana las conchillas del sendero, deseando entrar a colaborar con la madre porque preparar esa mezcla era muy divertido… mucho más que raspar mondaduras, separar pétalos, y todas las tareas pesadas que habían hecho durante el verano. Volvió la vista en dirección a la bahía, y los labios infantiles se apretaron. Allá abajo, en algún lado estaba Rye y, de no ser por él, en ese momento Josh estaría dentro, compartiendo con su madre una de sus tareas preferidas.
Rye estaba enseñándole a su primo, el aprendiz, cómo igualar los listones que formaban un cubo, cuando una figura pequeña se detuvo en la entrada de la tonelería: ¡Josh! Rye volvió su atención a lo que estaba haciendo, seguro de que pronto aparecería Laura pero, después de un minuto, nadie llegó tras el niño. Josh se quedó en la entrada observando el interior de la tonelería y, en particular, al propio Rye. Este sentía que los ojos del niño seguían todos sus movimientos y, al alzar la vista, vio que su boca estaba apretada y que una expresión beligerante rodeaba los ojos azules.
– Hola, Josh -lo saludó al fin. Como no hubo respuesta, preguntó-: ¿Has venido solo?
Josh no respondió ni se movió, y siguió como estaba: la imagen misma de la hostilidad. Rye se acercó a la puerta, haciendo como que comparaba dos duelas que había recogido. Cuando se acercó a Josh, el muchacho retrocedió. Rye se asomó, miró en ambas direcciones, y no vio a Laura por ningún lado.
– ¿Tu madre sabe que estás aquí, solo?
– No le importa.
– Ah, no, muchacho, en eso te equivocas. Es conveniente que vuelvas a tu casa, o tu madre se preocupará.
El mentón pequeño adoptó un gesto más desafiante aún:
– No puedes decirme lo que tengo que hacer. No… no eres mi papá. -Antes de que Rye pudiese hacer el menor movimiento, Josh se precipitó hacia él, con las lágrimas corriéndole por las mejillas. Golpeándolo con los puños infantiles, gritó-: ¡No eres mi papá! ¡No! ¡Mi papá es mi papá, y no tú!
Y antes de que el hombre pudiese recuperarse de la sorpresa, Josh giró sobre los talones y salió corriendo calle arriba.
– ¡Joshua! -lo llamó Rye, pero el chico ya no estaba-. ¡Maldición! -exclamó.
Entró en la tonelería y arrojó con rabia las duelas. Le palpitaba el corazón y se le formó en las manos una capa de sudor mientras, de pie ante el banco de trabajo, pensaba qué hacer: Josh estaba tan enfadado, tan herido… Sin duda, había descubierto la verdad, pero si se lo hubiese dicho Laura, estaba seguro de que lo habría hecho de un modo tal que no dejara al niño en ese estado. ¿Y si no regresaba a la casa? En ese momento estaba perturbado y desilusionado, y Laura tenía que saberlo, aunque el último lugar de la isla al que podía acudir era a la casa. De repente, se dio la vuelta.
– Chad, quiero que hagas un encargo para mí.
– Sí, señor.
Rye buscó con la vista un papel y, como no encontró, apoderándose de lo primero que tenía a mano usó una corteza plana y limpia de cedro del cubo en el que había estado trabajando, y escribió con un trozo de carbón: «Josh lo sabe», y firmó, sencillamente, «R».
– ¿Sabes cuál es la casa de Dan Morgan, en Crooked Record Lane? -Chad asintió-. Quiero que vayas corriendo allá y le des esto a la señora Morgan. A ninguna otra persona, ¿entendido? -insistió muy serio.
– Sí señor -repuso Chad con vivacidad.
– Bien, ahora, vete.
Rye lo vio irse, y el ceño se profundizó. Recordó el día que se encontró con Laura y Josh que bajaban de la colina. Me gustas, volvió a oír en la voz infantil. Dejó vagar la vista por el espacio, oyendo las palabras y frotándose el estómago donde Josh le había pegado, debatiéndose contra la verdad. Dejó caer la cabeza y exhaló un hondo suspiro. ¿La vida volvería a ser simple, alguna vez? Era tan poco lo que pedía… La esposa que amaba, el hijo que había perdido, la casa de la colina. Sólo quería lo que le pertenecía.
Josiah observó la actitud abatida de su hijo y, acercándose por detrás le dio una palmada en la espalda.
– El chico aún no tiene cinco años. Es demasiado pequeño para razonar las cosas. Cuando pueda hacerlo, te juzgará por ti mismo y no como al hombre que le quitó a su padre. Yo diría que ha sido una impresión fuerte para él. Dale tiempo.
Rye no solía abrumar a su padre con sus problemas pero, en ese momento, se sentía sacudido y muy deprimido. Todavía de cara hacia la puerta, con la mano posada sobre el estómago, dijo:
– Hay días en que desearía no haber sido desembarcado del Massachusetts.
Josiah oprimió el sólido hombro del hijo.
– No, hijo, no digas eso.
Rye lo miró y se sacudió la apatía.
– Tienes razón. Lo lamento. Olvida que lo dije.
Volvió al trabajo, exhibiendo una alegría que no sentía.
Cuando Josh irrumpió en la casa, Laura ignoraba que se había ido del patio. El portazo la sobresaltó, y vio que el niño atravesaba corriendo la habitación y se arrojaba, boca abajo, sobre la cama. Laura se levantó de inmediato esparciendo livianos pétalos de rosa para ir a sentarse en el borde de la cama y acariciar el cabello de su hijo.
– Querido, ¿qué pasa?
Por única respuesta, él se hundió más en la almohada y lloró más fuerte. Cuando Laura intentó hacerlo girar, la apartó.
– Josh, ¿es algo que yo hice? Por favor, dile a mamá qué es lo que te ha hecho tan desdichado.
Desde la almohada llegó una respuesta ahogada, y los hombros de Josh se sacudieron.
Laura se inclinó hacia él.
– ¿Qué? Vamos, mi cielo, date la vuelta.
Josh levantó la cabeza y sollozó:
– ¡Lo o…odio a Jimmy!
– Pero si es tu mejor amigo.
– Igual lo o…odio. ¡Dijo… dijo un montón de men… mentiras!
– Dime qué dijo Ji…
En ese preciso instante, la interrumpió el golpe de Chad. Frunciendo el ceño, echó una mirada a la puerta, acarició los hombros del hijo y fue a abrir. En cuanto abrió la puerta, Chad le espetó:
– Su pequeño estaba en la tonelería, señora. El señor Dalton dice que le dé esto.
Antes de que Laura pudiese darle las gracias, Chad le había dejado el trozo de cedro en la mano y se había marchado. Leyó rápidamente el mensaje y lo apretó contra el corazón, echando una mirada a Josh, que seguía llorando sobre la cama. «Oh, Josh, de modo que es esto lo que estaba molestándote».
Releyó el mensaje y se llevó el trozo de madera a la nariz, buscando las palabras adecuadas. Cerró los ojos, intentando serenarse. La madera olía como Rye, con ese limpio aroma que siempre trascendía de él, y Laura sintió que flotaba hacia ella como un mensaje de apoyo, y que su corazón palpitaba, incierto.
«Nuestro hijo», pensó, tratando de aflojar el nudo de amor que se le había formado en la garganta. Avanzó lentamente hacia la cama del niño cuyos sollozos llenaban la alcoba.
– Joshua… -Le alisó los mechones rubios de la cabeza, tratando de imaginar lo que habría sucedido en la tonelería, deseando más que nunca que Rye estuviese presente en ese momento-. Querido, lo siento. Por favor… -Lo hizo darse la vuelta aferrándolo de los hombros pequeños, y aunque Josh hizo fuerza para quedarse boca abajo, logró hacerlo girar, y entonces el niño le echó los brazos alrededor y se aferró a ella. Laura lo estrechó con fuerza y le apoyó la barbilla sobre la cabeza-. Oh, Josh, no llores.
– Pe…pero Jimmy dice que mi papá no es m…mi verdadero papá.
– Hablaremos de eso, querido. ¿Por eso has estado tan callado e inquieto últimamente?
La única respuesta de Josh fue seguir sollozando, porque ya no sabía con quién debía de estar enfadado.
– ¡Pe…pero Jimmy dice que R…Rye es mi verdadero papá, y no es cierto!
Se echó atrás e intentó adoptar una expresión desafiante, pero le tembló el mentón y las lágrimas fluyeron como un torrente.
Laura buscó los ojos anegados en lágrimas, mientras pensaba cuál sería el modo menos doloroso de hacerle entender y creer la verdad.
– ¿Fuiste a la tonelería a preguntárselo?
– N…no.
– ¿Y para qué, pues?
Josh dejó caer el mentón y se alzó de hombros.
Buscando en el bolsillo del delantal, Laura dejó allí el trozo de cedro y sacó un pañuelo para enjugarle los ojos al lloroso niño.
– Te diré por qué Jimmy dijo eso, pero tendrás que prometerme recordar que yo te amo, y también Dan. ¿Me lo prometes?
Le rozó la barbilla trémula.
Josh hizo un titubeante gesto de asentimiento, y se dejó abrazar otra vez contra el pecho de su madre, sintiéndose reconfortado por su voz.
– ¿Recuerdas el primer día que viste a Rye? ¿Cuando entraste a cenar y lo sorprendiste besándome? Bueno, eso fue… no sé cómo explicarte lo importante que fue ese momento para mí. Durante mucho tiempo, yo creí que Rye estaba muerto y, como era mi… mi amigo desde que yo era una niña no mucho mayor que tú, me sentí muy, muy feliz de descubrir que estaba vivo, ¿sabes? Ya sabes que los tres: tu papá, Rye y yo éramos amigos desde niños. Fuimos juntos a la escuela y pronto fuimos… oh, tres niños pequeños jugando a seguir al líder. A donde fuese uno de nosotros, los otros dos lo seguían. Como pasa con Jimmy y tú.
Laura se echó atrás, dirigió al hijo una breve sonrisa tranquilizadora y luego lo acurrucó otra vez en la posición anterior.
– Bueno, yo tenía unos quince años cuando descubrí que Rye me gustaba de una manera diferente que Dan. Y cuando tuve dieciséis, comprendí que amaba a Rye y que él sentía lo mismo por mí. Nos casamos en cuanto tuvimos edad suficiente y, poco después, Rye decidió salir a la caza de ballenas. Yo… yo me puse muy triste cuando se fue, pero él tenía que ganar dinero para los dos, y habíamos resuelto que, cuando volviese a casa, no saldría más a navegar. Entonces el barco en el que viajaba se hundió; la noticia llegó a Nantucket, y todos nos convencimos de que él se había ahogado junto con los otros hombres del barco.
Josh se echó atrás y miró a la madre con ojos grandes y resplandecientes.
– ¿Ahogado? ¿Como… como el abuelo?
Laura asintió con aire grave.
– Sí, con la diferencia de que creímos que Rye había sido sepultado en el mar. Dan y yo estábamos muy tristes, porque los dos… bueno, los dos lo echábamos mucho de menos.
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