– Ahá. Y muy sabrosos.
– ¿Bi…bizcochos de naranja? ¿Le trajo bizcochos de naranja a Rye?
– Ahá.
– ¿Qué opinó él de eso?
– Bueno, por lo que recuerdo, a él también le parecieron sabrosos. Me parece que le gustaron muchísimo. Creo que después de eso vinieron las manzanas a la canela, y después, a ver… ah, sí. Vino a preguntar si iba a ir a la comida al aire libre.
– ¿Qué comida al aire libre?
– La que hace Starbuck todos los años, al final de la temporada. Acude toda la isla. ¿Dan no te lo dijo?
– Debe… debe haberlo olvidado.
– Últimamente, Dan se olvida de muchas cosas. Hasta olvida ir a la casa por las noches a cenar, según lo que oí.
Desde la entrada retumbó una voz:
– ¡Viejo, estás parloteando demasiado!
En la entrada estaba Rye, alto, con los hombros tensos, que llevaba botas negras altas, ajustados pantalones grises y un grueso suéter que le ceñía el cuello y acentuaba la anchura de los hombros. Al verlo, el corazón de Laura dio un brinco.
Dirigió al padre una mirada ceñuda y severa, pero Josiah no se inmutó y se limitó a admitir:
– Ahá.
– ¡Te sugiero que te pongas un broche en la boca! -replicó el hijo sin mucha gentileza, mientras Laura se preguntaba cuánto haría que estaba escuchando.
El inmutable Josiah preguntó:
– ¿Por qué has tardado tanto? Hay una cliente esperando.
Por fin, Rye miró a Laura y cuando su mirada bajó de la cara al brazo, la mujer advirtió que, de pie ante el banco de trabajo, acariciaba distraída el brazo alto de la abrazadera. Sobresaltada, apartó la mano con gesto brusco y cruzó hacia donde estaba Josiah para sacar el trozo de cordel del bolsillo de su capa.
– Le dije que no necesitaba ver a Rye. Usted también puede hacer el trabajo. Lo único que necesito es una tapa para un tarro. Este es el diámetro.
Josiah miró con un ojo la cuerda que tenía en la mano, chupó una vez la pipa, luego otra, y se dio la vuelta, desinteresado.
– Yo no hago tapas. Él las hace.
Hizo un gesto con la cabeza en dirección a Rye.
Impotente, Laura clavó la vista en la cuerda, pensando en DeLaine Hussey y Rye, y en la comida campestre. Ya se sentía muy avengorzada por haber ido a la tonelería, pero en ese momento sintió que Rye se le acercaba.
– ¿Cuándo lo necesitas? -le preguntó, en voz carente de emociones.
Una ancha y conocida mano callosa apareció a la vista de Laura, extendida para que pusiera en ella el cordel. Se lo dio, cuidando de no tocarlo.
– Cuando puedas ocuparte.
– ¿Estará bien hacia el fin de semana?
– Oh… sí, pero no hay prisa.
Rye atravesó el taller, tiró el cordel sobre un banco de trabajo que quedaba a la altura de su cintura y se quedó ahí, de espaldas, apoyándose con fuerza contra el borde del banco, con las manos bien separadas.
– ¿Vendrás a buscarla tú?
Miró por la ventana que estaba encima de la mesa de trabajo.
– Yo… sí, sí, claro.
La espalda estaba rígida. No se dio la vuelta ni habló de nuevo, y Laura sintió que, tras los párpados, le quemaban las lágrimas. Dirigió a Josiah una falsa sonrisa trémula:
– Bueno… ha sido un placer volver a verlo, Josiah. Y a ti también, Rye.
Ni los brazos ni los hombros se movieron. Ya las lágrimas de Laura escocían, a punto de verterse, así que giró sobre sí misma y corrió hacia la puerta.
– ¡Laura!
A pesar de la áspera llamada, sus pies no aminoraron la marcha. Abrió la puerta con fuerza, sintiendo que desde atrás le llegaba una maldición ahogada, y luego:
– ¡Laura, espera!
De todos modos, salió a la calle y dejó que Rye la persiguiera con sus largas zancadas cuando salió al exterior, cortando el viento con el hombro.
– ¡Detente, mujer! -le ordenó, sujetándola del codo y obligándola aparar.Laura giró y se soltó de un tirón.
– ¡No me hables como si yo fuese… el miserable barco ballenero que te llevó a altamar!
– ¿Por qué viniste aquí? ¿No te parece que ya es bastante duro sin que lo hagas?
Los ojos de Rye quemaron en los de Laura.
– Necesitaba una tapa para un tarro. ¡Este es el taller donde se consiguen esas cosas!
– Muy bien podrías haberla conseguido en la fábrica de velas.
– ¡La próxima vez, lo haré!
– Te dije que permanecieras fuera de mi vista.
– Perdóneme, señor Dalton, he sufrido una momentánea pérdida de memoria. Puede quedarse tranquilo: no volverá a suceder a menos que sea absolutamente inevitable. En ese caso, procuraré venir con un cesto lleno de bizcochos de naranja para pagar mis utensilios.
Le echó una mirada con los ojos entrecerrados, se apartó un paso y enganchó los pulgares en el cinturón.
– El viejo no sabe cuándo cerrar la trampa.
– No estoy de acuerdo. Para mí, la conversación resultó muy… esclarecedora.
Apuntando con un dedo a la calle, y con gesto serio, él replicó:
– Si tú vives allá en la colina con él, está bien, pero cuando se trata de mí y de DeLaine Hussey, es otra cuestión, ¿no es cierto?
– ¡Puedes hacer lo que te plazca con la señorita DeLaine Hussey! -le escupió.
– ¡Gracias, señora, lo haré!
Laura esperaba que él negara haber estado con DeLaine pero, como lo confirmó, el dolor se hizo demasiado grande para soportarlo. Con aire altanero lo miró de arriba abajo, elevó hacia él una mirada helada, y arqueó una ceja.
– ¿Ya le enseñaste cómo usar el banco de trabajo? Seguramente le encantará.
Por un momento, tuvo la impresión de que Rye quería golpearla. Los dedos le oprimieron el brazo, pero la soltó y se volvió furioso hacia la tonelería, cerrando de un portazo. De inmediato, Laura sufrió remordimientos y quiso correr tras él, pero ya no podía retirar lo dicho.
Esa noche, acostada en la cama, llorando, las palabras irritadas le resonaron en la cabeza. «¿Por qué dije semejante cosa, oh, por qué? Tiene razón: no tengo ningún derecho a reprocharle que vea a DeLaine Hussey, mientras yo siga viviendo con Dan».
Pero existía una posibilidad muy real de que DeLaine pudiera conquistar a Rye, y eso la llenaba de temor. Como él se sentía solo y desdichado, era más vulnerable que nunca a los avances de una mujer. Recordó con toda claridad la noche de la cena en la casa de los Starbuck, las miradas seductoras de DeLaine y todo ese parloteo con respecto a la masonería femenina. No había duda de que esa mujer perseguía a Rye. Teniendo en cuenta el estado de abatimiento de este, ¿cuánto tiempo resistiría una propuesta de afecto… y quizá, de mucho más?
Capítulo16
Al día siguiente, cuando salió a buscar a Josh a la casa de Jane, el semblante de Laura era tan lúgubre como el cielo de Nantucket. El brezal abierto ya no le parecía una mágica alfombra de color. Tanto el polipodio como la enredadera de Virginia y las matas de arándano habían sucumbido a la helada, y ya no lucían esos tonos dorados. Las ramas de los arándanos ya eran sólo unos dedos negros esqueléticos que se elevaban hacia el cielo sombrío. Las vides, que habían formado un muro verde, ahora envolvían las cercas en marchitos líos de maleza de entre las cuales salía el graznido solitario de un faisán que buscaba las últimas bayas que pudiesen quedar. La doble huella de carros se abría paso en la arena blanca de las dunas a la vista de Laura, con el aspecto solitario característico del otoño. El cielo se veía bajo y plomizo y, en algunos sitios, tan bajo que parecía lamer los brezales desiertos que se estremecían cuando soplaba el viento y gemía, despidiendo al otoño. Pronto soplarían los vientos del Norte y castigarían la isla los mares agitados, que luego quedarían paralizados por el hielo y la nieve.
Daba la impresión de que el mundo se había contagiado de su honda pesadumbre. Sentía el corazón oprimido y, temblando dentro de la capa de lana, se ajustó mejor la capucha bajo la barbilla y apretó el paso.
Con sólo un vistazo, Jane dijo:
– Será mejor que ponga el agua para el té: creo que te vendrá bien.
Como la mitad de sus hijos habían ido a la escuela, por una vez, la casa estaba apacible. En la chimenea ardía el fuego, y Josh entró corriendo, dio un abrazo de saludo a su tía, y después, esta tuvo la prudencia de mandarlos a él y a los primos a otro cuarto, con un cuenco lleno de semillas de calabaza tostadas y crujientes para que mordisquearan. Entonces, las dos hermanas se instalaron a ambos lados de la mesa y bebieron un té con fuerte sabor a menta.
– Tienes un aspecto terrible -abrió Jane la conversación, sin rodeos-. Tienes los ojos hinchados, y la cara también.
– Es porque anoche lloré bastante.
– ¿Por los dos hombres de tu vida?
– Por el que estoy tratando de evitar: Rye.
– Ah, Rye. Supongo que entonces habrás oído comentarios con respecto a DeLaine Hussey.
Laura alzó la cabeza de golpe, sorprendida.
– ¿Tú también lo sabes?
Jane la miró a los ojos sin vacilar.
– Toda la isla está enterada de la desvergonzada persecución de que DeLaine Hussey hace objeto a Rye. No debería de sorprenderte que yo también lo sepa.
– ¿Por qué no me lo dijiste?
– No nos hemos visto muy a menudo. Has estado escondiéndote, seguramente para no topezarte con Rye.
Laura suspiró:
– Tienes razón: he estado ocultándome, y creo que fue para no encontrármelo.
Por un momento se hizo el silencio, y Jane observó los ojos de su hermana, debajo de los cuales se veían oscuras ojeras.
– Es muy fuerte lo que existe entre vosotros ¿verdad?
La verdad estaba impresa en cada línea del rostro de Laura.
– Sí, Jane, lo es. Yo… nosotros… -Y las lágrimas se reanudaron sin advertencia. Se cubrió la cara con las manos y apoyó los codos sobre la mesa-. Oh, Jane, me he encontrado con Rye a solas, he… He estado otra vez con él, y por eso mi vida se convirtió en un infierno.
Con gesto consolador, Jane puso la mano en el antebrazo de su hermana y le frotó suavemente con el pulgar.
– Quieres decir que estuviste con él como un hombre y una mujer, en todo el sentido de la palabra.
En realidad, no era una pregunta.
Sin descubrirse la cara, Laura asintió desolada. La hermana esperó a que pasara la racha de llanto y, cuando se calmó, le puso un pañuelo en las manos. Mientras se sonaba la nariz, compartieron sonrisas trémulas.
– Oh, Jane, debes de considerarme muy malvada por admitirlo.
– No, querida, no te considero así. Ya te lo dije: siempre supe cómo eran las cosas entre tú y Rye. ¿O crees, acaso, que he estado ciega todos estos años que estuviste casada con Dan? Sabía que algo… bueno, que algo faltaba entre los dos. Mi única duda es cuándo lo admitiste. Al parecer, fue necesario que regresara Rye para que pudieras hacerlo.
– Intenté mantenerme alejada de él, créeme Jane que lo intenté. -La mirada atormentada buscó comprensión-. Pero me encontré con él un día que subí a las colinas, cuando iba al molino a encargar harina. Josh estaba conmigo… y viéndolos juntos, tan semejantes… yo… bueno, me propuso que nos encontráramos, y lo hice. Al día siguiente. Ese fue el día que traje a Josh aquí, el día que… murió Zachary.
Jane recibió el impacto profundo de las palabras de su hermana, y se compadeció:
– Oh, no, Laura…
Laura tragó con esfuerzo y asintió. Bebió un sorbo de té para darse ánimos, y se calentó las manos con la taza.
– Pensé que, sin duda, tú lo adivinarías.
– Creo que sí, que pensé en lo difícil que resultaba todo para ti y Rye. Pero no tenía idea de que había sucedido precisamente ese día.
Recordando, la muchacha fijó la vista en la taza.
– Qué casualidad que Rye y yo nos encontráramos y… engañado a Dan mientras él había salido a buscar a su padre junto a la barra.
– Oh, Laura, no estarás culpándote por la muerte de Zachary, ¿no?
Los ojos de Laura, cargados de dolor, se fijaron en la hermana.
– ¿No entiendes? Estuvimos juntos y, cuando regresamos al pueblo, nos enteramos de que Zach había desaparecido. Después de eso, encontré a Rye en el… embarcadero. Pero también estaba Dan, y… oh, Jane, nunca olvidaré ese cuadro: Dan volviéndose hacia Rye cuando volvió con la partida de búsqueda. Trató de… de no ir hacia él, pero no pudo resistir. Necesitaba consuelo y, ahí mismo, ante todo el pueblo, los dos se abrazaron, inmediatamente después de que Rye y yo… oh, todo es tan confuso… -Ocultó de nuevo la cara entre las manos-. ¡Me siento muy culpable!
– Si bien es algo natural, es una tontería que te culpes por la muerte de Zach, ¡No tienes la culpa de que se ahogara, como tampoco la tienes de que Rye Dalton no! ¡Admito que fue inoportuno, pero nada más!
– Tú no estabas presente la noche del funeral, cuando Dan estaba tan borracho.
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