– Laura, hace mucho tiempo que encontré la ballena tallada.

– ¿En serio?

Levantó la vista, y enrojeció aún más.

– En serio.

– Oh, Dan, cuánto lo sien…

Él levantó la mano interrumpiéndola.

– Ya hemos estado lamentándonos demasiado, ¿no te parece? Tú, que sentías pena por mí, Rye por ti, y yo por mí mismo, y Dios es testigo de que yo fui el peor de todos. Al principio, cuando Rye regresó, me resultó imposible enfrentarme a la verdad pero después, cuando encontré la ballena, supe que esto era inevitable.

– ¿Esto?

– Que él te arrebataría de mi lado.

Al oírle decir eso, Laura sintió que un gran peso le oprimía el corazón. Dan tenía un aspecto cansado y derrotado y, por un momento, sintió ganas de protegerlo.

Observándola, vio que estaba tan fatigada como él.

– Quedar en medio de la situación debe haber sido duro para ti. La mayor parte del tiempo yo lo olvidé y sólo pensaba en mí mismo.

– Dan, quiero que sepas que… hice un gran esfuerzo para evitar a Rye. Fuiste muy bueno conmigo, y merecías…

Volvió a interrumpirla con un gesto de la mano.

– Lo sé. Rye me lo dijo. El día en que desperté, me reveló todo. Desde ese momento, he pensado mucho y comprendo que tú no puedes evitar lo que sientes, como yo tampoco puedo evitar lo que siento. Por eso me he resistido más tiempo. Pero después de que vi la ballena del corsé y tuve una prueba de tus sentimientos, de los dos, fui a ver a Ezra Merrill e inicié el divorcio.

Laura se mordió el labio inferior y se quedó mirándolo, incrédula varios segundos.

– ¿Has ido a ver a Ezra?

Dan asintió.

– En septiembre. Estaba furioso con… contigo y con Rye. Oh, diablos, lo único que podía obligarme a ir a ver a Ezra era estar muy enfadado. Pero, después de haber hablado con él, ya no pude seguir adelante con eso, y fue entonces cuando… bueno, cuando empecé a quedarme en el Blue Anchor por las noches. Luego, se difundieron los rumores que ligaban a Rye con DeLaine Hussey, yo recobré las esperanzas y fui otra vez a lo de Ezra a decirle que interrumpiera todo.

El corazón de Laura golpeaba con fuerza. Recordó la ocasión en que Dan la había maltratado, dando rienda suelta a la frustración. Sí, se aferró a la cólera para poder actuar.

– Desde luego, Ezra conoce la historia de nosotros tres, y sospecho que ha deducido lo inestable que era la situación. Dijo que ya había llenado los documentos necesarios y que le explicó la situación al juez Bunker, pero me aconsejó que esperase, aún en el caso de que quisiera retractarme, que esperara a que… bueno, a ver qué pasaba. Me dijo que nada se pondría en funcionamiento sin la firma de nosotros dos y nuestra presentación ante el juez, de modo que…

En ese preciso momento, sufrió un acceso de tos que lo dobló sobre sí mismo. Cuando se reclinó de nuevo sobre las almohadas, estaba agitado. Durante la pausa, la mente de Laura bullía de preguntas, pero al fin Dan continuó:

– Los papeles todavía están allí, Laura, en el edificio del tribunal.

Las miradas se encontraron y, sin advertirlo, Laura calculó los meses que faltaban para la primavera. Cuando continuó, la voz de Dan era más ronca aún.

– Hasta mi madre comprende que te he retenido contra tus deseos desde el regreso de Rye.

Laura no podía responderle nada tranquilizador. Recordaba con mucha claridad lo que Hilda Morgan había dicho.

– ¿Sabes qué más me dijo?

Laura se limitó a mirarlo sin mover un músculo.

– Me dijo que tú y Rye me habíais devuelto la vida, y de que ya era hora de que yo os devolviera las vuestras.

Se creó un silencio tenso, y se instaló entre ellos una sensación de dolor inminente. A lo lejos, tañó una campana que anunciaba el avance del anochecer, y en el cuarto iluminado por las velas sólo se percibía la reverberación de las palabras de Dan.

– Navidad es la época de dar, y me pareció el momento más apropiado para… darte lo que sé que más deseas, Laura: tu libertad.

Ella sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Trató de tragar, pero la emoción seguía ahí. Por mucho que hubiese anhelado la libertad, jamás imaginó la abrumadora sensación de pérdida que experimentaría al obtenerla.

Dan se apresuró a continuar:

– Te repito, los papeles todavía están allí y, teniendo en cuenta las circunstancias, no creo que el juez Bunker niegue una disolución del matrimonio. Él también nos conoce de toda la vida. -Dan carraspeó, y prosiguió en tono desapasionado-: Como sea, mi madre me dijo que le encantará tener otra vez en su casa un hombre para el que cocinar y al que atender, y en cuanto esté mejor me mudaré allá… hasta que se decidan las cosas en el tribunal.

Laura se quedó muda. ¿Qué podía responder? ¿Gracias? El noble gesto debía de ser lo suficientemente doloroso para él como para añadirle el insulto de una respuesta gratuita. De pronto, se sintió tan desdichada como sabía que se sentía él. El llanto que había tratado de contener se convirtió en un diluvio. De manera repentina, se quebró y, ocultando la cara entre las manos, sollozó con una fuerza que le sacudía los hombros, y aunque no previó ni planeó su reacción, fue la respuesta más apropiada para las palabras de Dan. El fin de cinco años de matrimonio que, en esencia, habían sido armoniosos y afectuosos merecían ese momento de duelo.

Se sentó en el borde de la cama llorando quedamente unos minutos y, cuando el llanto cesó, Dan la tenía de la mano. Con un suave tirón, la atrajo hacia él y la hizo refugiarse en su brazo con la cabeza bajo su mentón.

Ya no hablaron más pero, en medio del silencio, los pensamientos no dichos se convirtieron en el réquiem por la vida que habían compartido, no sólo esos cinco años sino casi veinte años más antes de eso.


Cuando volvieron Josh y Rye, este notó de inmediato la tensión en la atmósfera. Un vistazo le bastó para saber que Laura había estado llorando y, por un instante, el estómago le dio un vuelco de temor. Josh se precipitó hacia el cuarto de Dan bullendo de excitación por su primera lección de patinaje. Trató de captar la mirada de su madre, pero esta evitaba mirarlo, de modo que se dispuso a marcharse, preocupado.

Cuando llegó a la puerta, las palabras de Dan lo detuvieron.

– Rye, tengo que pedirte un favor.

El hombre alto volvió hacia dentro.

– Lo que quieras.

– Después de todo lo que hiciste por mí, odio pedírtelo, pero Laura va todos los años a casa de Jane unos días antes de Navidad para llevar velas de baya de laurel y otras cosas, y para hacerle una visita antes de las fiestas. Y yo… -Alzó las manos con gesto de impotencia-. Bueno, no voy a poder acompañarlos este año, y quisiera saber si no te molestaría llevarlos a ella y a Josh cualquier día de estos.

La mirada de Rye voló hacia Laura, pero esta, a su vez, miraba a Dan con expresión que auguraba otro inminente ataque de llanto.

– Desde luego -respondió Rye-. Alquilaré un trineo y estaré aquí cuando ella lo disponga.

Al oírlo, Laura ya no pudo evitar más mirarlo. Creyó que su corazón estallaría si ese día no terminaba pronto. Ya había estado tan cargado de emociones que estaba segura de que un golpe más lo rompería. Tuvo ganas de gritar: «¡Dan, no seas tan noble!».

Pero lo único que pudo hacer fue soportar una abrumadora sensación de injusticia en nombre de él, y responderle a Rye:

– Cualquier día… cuando tengas tiempo.

– Entonces, ¿mañana a media tarde?

– Estaremos listos.


Al día siguiente, a la hora acordada, Rye fue a buscar a Josh y a Laura en un esbelto trineo negro tirado por una yegua gris y blanca. Con los pies apoyados en ladrillos calientes y una espesa piel de foca sobre las rodillas, los tres atravesaron los brezales nevados. El aliento del animal subía en ondas y formaba una nubecilla que parecía del mismo color que la tierra y el cielo. En el aire helado, el tintineo de los arneses sonaba con la claridad de un órgano, y cuando las cuchillas del vehículo se clavaron en la nieve seca, emitieron un chirrido de una sola nota, mientras iban dejando un par de huellas paralelas con la marca de los cascos en el medio.

Como en el asiento de cuero negro sólo había lugar para dos, Josh iba sentado en el regazo de la madre, y sus rodillas chocaban contra el muslo de Rye. El niño hablaba más que la madre y el padre y, cuando preguntó si podía tener las riendas, Rye le dio el gusto, risueño, colocando al chico entre sus piernas y poniendo las riendas en las manos pequeñas. El caballo percibió la diferencia y miró de costado, para luego enderezarse otra vez sin detener el trote, bajo la vigilancia atenta de Rye.

Con Josh sentado entre sus muslos separados, la pierna tibia se apoyaba con firmeza contra la de Laura y, aunque el contacto los perturbó, ninguno de los dos miró al otro.

Cuando llegaron a la casa de Jane, Josh se escabulló de inmediato de la manta que los cubría. Pero cuando Rye empezó a moverse, Laura lo detuvo con la mano en el antebrazo.

– Josh, corre a decirle a la tía Jane que hemos llegado. Rye y yo necesitamos hablar un minuto.

Entonces, Rye sostuvo a Josh al costado del vehículo por un brazo, y lo bajó hasta que los pies del chico se posaron en el suelo.

Cuando se quedaron solos, Rye y Laura se miraron a la cara por primera vez.

– Hola -murmuró él.

– Hola.

«¿Alguna vez me cansaré de contemplarme en esos claros ojos azules? -pensó-. Nunca, jamás».

– Ayer estabas muy triste.

– Es cierto.

– ¿Puedes decirme por qué?

Sintió contra el muslo su muslo, cálido y seguro.

– Le dije a Dan que me iría contigo en la primavera, y él me dijo que me haría un regalo de Navidad. -Hizo una pausa, sabiendo que Rye ya había adivinado de qué se trataba-. Me dijo que me daba la libertad. A mí y a Josh.

Por un momento muy, muy largo, de la nariz de Rye dejaron de escapar las bocanadas de aliento blanco. Luego, exhaló un largo suspiro.

– ¿Cuándo?

– En cuanto esté lo bastante bien para trasladarse, se irá a vivir a casa de su madre. En cuanto a la parte legal, en septiembre pasado había consultado con Ezra Merrill y en ese momento se redactaron los documentos del divorcio. Fue después de que encontrara la ballena del corsé.

Rye giró lentamente la cara mirando hacia delante, con expresión grave que no tenía nada de victoriosa. Laura le apoyó en el antebrazo la mano abrigada por el mitón. Las riendas estaban entrelazadas en los dedos metidos dentro de los guantes de cuero, pero él parecía no notarlo.

– Nos hizo venir hoy aquí para que tuviésemos ocasión de decírselo a Josh… los dos juntos.

Él no dijo nada. Miraba sin ver un punto que estaba más allá de la cabeza del caballo, hasta que al fin suspiró otra vez y bajó el mentón, quedándose largo rato sumido en sus pensamientos. La yegua sacudió la cabeza haciendo tintinear los arneses, y eso lo hizo volver de su ensimismamiento.

– ¿Por qué no me siento alborozado? -preguntó, en voz queda.

Ella le respondió oprimiéndole el brazo: los dos sabían la respuesta.

Como los pensamientos de Laura estaban puestos en el viaje de regreso a la casa, la visita a Jane pasó en una especie de niebla. Cuando los tres estuvieron otra vez instalados en el trineo, la asaltó la aprensión. La aceptación de Josh era fundamental y, mirando la cabeza enfundada en una gruesa gorra de lana tejida y en un echarpe cuyos flecos se sacudían al ritmo de los cascos, cerró los ojos y se aferró a la esperanza.

– Joshua, Rye y yo tenemos algo que decirte.

Josh, con las mejillas como manzanas y la nariz enrojecida por el viento, se volvió hacia ella. Por debajo de la piel, la pierna de Rye le brindaba apoyo.

– Rye y yo… bueno, nosotros… nosotros nos queremos mucho, querido, y jamás tuvimos la intención de… de…

Rye se hizo cargo, al ver que vacilaba:

– Me casaré con tu madre al llegar la primavera, y nos iremos los tres juntos al territorio de Michigan, con mi padre también.

Por un momento, en el rostro de Josh se reflejó la confusión. Pero cuando empezó a entender, se puso serio.

– ¿Papá también irá?

– No, Dan se quedará aquí.

– ¡Entonces, yo no iré! -declaró, obstinado.

La mirada de Laura se posó en Rye, y luego otra vez en su hijo.

– Sé que te resulta difícil entenderlo, Josh, pero Rye es tu verdadero padre y, cuando me case con él, tú serás nuestro hijo y tendrás que vivir donde estemos nosotros.

– ¡No, no quiero que él sea mi papá! -Proyectó hacia fuera el labio inferior, en gesto hostil, y empezó a temblarle-. ¡Quiero tener el que siempre tuve, y vivir en la misma casa!

Laura se sintió abrumada por la desesperación.

– ¿No te gustaría ir en busca de aventuras al territorio de Michigan, donde nunca has estado?