Lisa le miró con frialdad, y pensó en su abuelo.
– De eso nada, Mike Kramer -dijo pronunciando con claridad cada sílaba.
– ¿Qué quieres decir con eso de "de eso nada"? Sabes perfectamente que no puedes ocuparte de ese sitio tú sola -dijo. Luego se volvió a mirar a Carson-. Pero lo que pasa es que ya no estás sola, ¿verdad? Tienes a James en tu lado.
Carson lo miró con fijeza.
– Lisa está a cargo de Loring's. Lo único que yo hago es proteger el dinero del banco. Ella es perfectamente capaz de llevar el negocio. Y lo hará muy bien siempre que la competencia no le haga sabotaje.
Mike examinó a Carson con atención y luego rió.
– Hay una jungla ahí fuera -dijo-. Hay que ser duro para sobrevivir. De todos modos, Lisa y yo somos viejos amigos. Nos entendemos bien. Fuimos novios hace tiempo.
Lisa se reclinó en la silla y se forzó a mantener la calma. Mike siempre le había sacado de sus casillas. Le gustaba la forma en que Carson le contestó.
Tenía que aprender a mantener la calma como lo hacia él.
– ¿No te lo ha contado? -le preguntó Mike a Carson-. Fuimos juntos al colegio.
– Sí, es verdad -admitió ella con tono ácido-. Tú solías destrozar mis castillos de arena.
Mike se encogió de hombros y miró a Joanne como en busca de justicia.
– Esta mujer nunca ha sabido apreciar la crítica constructiva.
Antes que nadie tuviera tiempo de responder, Mike le pasó el brazo por los hombros a la pelirroja y la estrechó contra sí, como si estuviera estableciendo su territorio.
– Querida Lisa, esta es la mujer que va a ser la madre de mis hijos. ¿No es una preciosidad?
Lisa sonrió a Joanne. Eso quería decir que los dos iban a casarse. Pero entonces, ¿cuál era la razón de que los ojos de Joanne siguieran colgados de Carson? Era evidente que los dos se habían conocido bien en el pasado. Lisa comenzó a sentirse incómoda, y tuvo que recordarse que aquella noche había decidido pasarla bien.
Mike seguía diciendo lo maravillosa que era Joanne.
– Pero, ¿qué ha pasado con la otra copa que he pedido? -preguntó ella de pronto-. No me la han traído todavía.
Mike se levantó para ir a buscar al camarero, y entonces Joanne se volvió a Carson.
– Bueno, Carson -dijo, mirándolo con tal fijeza que Lisa sintió como si ella se hubiera vuelto invisible.
– Bueno, Joanne -dijo, todavía mirándola sin expresión.
– No se te ha visto mucho últimamente.
Carson asintió.
– Sí, de verdad. No he parado mucho por la ciudad en estos días.
– Entonces -dijo ella, como si todavía no lo hubiera entendido bien-, esa debe de ser la razón.
– Acertado -dijo él, con un gesto que decía bien a las claras que en aquellos momentos no tenía la menor intención de ponerse a revivir con ella el pasado.
Lisa se sentía incómoda. Hasta aquel momento, la mujer no se había dignado a reconocer su existencia, y había algo en su interior que se moría por decirle que aquella noche Carson estaba saliendo con ella.
Lisa miró a Carson y sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Era evidente que Carson y Joanne se conocían muy bien. ¿Qué tan bien? ¿Durante cuánto tiempo? Y ¿qué clase de sentimientos había entre ambos?
No era en absoluto asunto suyo, pero le gustaría saberlo.
De pronto, Carson apartó la mirada de Joanne y se volvió a mirar a Lisa sonriendo. Era una mirada cálida, amistosa. Lisa sintió que el nudo en su estómago se deshacía. Esto era todo lo que necesitaba.
Joanne vio la forma en que Carson miraba a Lisa y sus ojos se oscurecieron. En aquel momento, Mike regresó con su bebida y se sentó a su lado, pero ella no le prestó la menor atención.
– Me sorprende que todavía estés por aquí -le decía Joanne a Carson-. Siempre estabas hablando de dejar la ciudad cuando nosotros estábamos saliendo. Y hace meses y meses de eso.
Mike parecía extrañado. De pronto, Joanne no parecía en absoluto interesada por su bebida. La miró a ella, y luego a Carson.
– ¿Se conocían ya? -preguntó Mike.
La sonrisa de Carson fue un poco forzada.
– Sí, nos conocíamos. Somos viejos amigos.
– Sí, esa es la verdad -dijo Joanne casi en un susurro, como para que sus palabras parecieran más confidenciales-. Salimos juntos durante meses.
– Semanas -dijo Carson-. No duró más que unas semanas.
– Bueno -dijo Joanne-, para mí fueron como meses… Pero ahora -añadió mirando a Lisa con una amplia sonrisa en el rostro-, he encontrado a un hombre maravilloso. Un hombre con la suficiente madurez como para no tener miedo a comprometerse. Un hombre que quiere tener hijos… que desea una familia. Un hombre tierno y comprensivo.
Había terminado con una nota de triunfo, y Lisa notó que el rostro de Carson había comenzado a enrojecer. Al parecer, aquella calma que tanto había admirado en él estaba a punto de desaparecer.
– Vamos a bailar -dijo rápidamente tomándola de la mano-. Vamos.
El la miró como si de pronto se hubiera olvidado de quién era ella. Luego se levantó y la siguió, aunque no sin antes volverse a mirar a Joanne de reojo.
La pista de baile estaba llena hasta los topes, pero Lisa se sentía bien en sus brazos cuando por fin llegaron allí y se pusieron a bailar. Los ojos de Carson tenían una expresión helada, y su mandíbula estaba tensa y apretada. Ella sonrió. Por lo menos, parecía que Carson ya no sentía el menor afecto por aquella mujer.
– Joanne es muy guapa -dijo.
– Sí, muy guapa -replicó él.
– ¿Por qué… por qué terminaron? -preguntó echando la cabeza hacia atrás para poder mirarlo a los ojos.
– ¿Hmmm? -dijo él, y por un momento Lisa pensó que no iba a contestar a su pregunta-. Bueno, vamos a ver… Creo que la causa fue que ella estaba buscando un marido, y eso era algo que no entraba dentro de mis planes.
No era aquella la respuesta que ella había estado esperando. Siguieron bailando en silencio por espacio de unos instantes, y Lisa se preguntó si él no habría dicho aquellas palabras como una advertencia dirigida a ella. No sabía qué hacer ni cómo reaccionar.
– O sea que es lo que yo pensaba -dijo por fin, mirándolo con una sonrisa burlona-. Tú te mantienes siempre lejos de las mujeres que van en busca de una relación estable, ¿no es así?
El estaba más calmado ahora, y el brazo que rodeaba a Lisa estaba mucho más relajado que hacía unos instantes. Casi sonrió antes de responder.
– Sí, así es.
– Bueno, ¿y entonces yo?
– ¿Qué pasa contigo?
– Yo estoy buscando un marido. ¿No te habías dado cuenta?
– Sí, me he dado cuenta perfectamente -dijo él-. Pero nosotros dos no estamos exactamente saliendo.
– Ah, ¿no? Y entonces, ¿cómo llamas a esto?
– Una reunión de negocios.
Ella lo miró con la boca abierta, hasta que descubrió el brillo de humor que había en los ojos de Carson, y los dos se echaron a reír. A pesar de todo, ella se sentía muy cerca de él en aquellos momentos. Su brazo la rodeó con más fuerza y ella se relajó y se dejó llevar, apoyando la cabeza sobre el pecho de Carson de manera que podía oír con toda claridad los latidos de su corazón.
De pronto se dio cuenta de que la música había cambiado, y que todo el mundo estaba bailando a toda velocidad a su alrededor.
– ¿Carson? -preguntó apartándose un poco.
– ¿Qué pasa? -preguntó él, como saliendo de un sueño.
La mano de él estaba en su pelo, sus ojos fijos en ella con expresión de asombro. Dios mío, pensó, aquel hombre tenía algo realmente especial.
Carson sintió que se deshacía al mirarla. No encontraba manera de detener el proceso, por muchos esfuerzos que hacía para lograrlo.
Aquella mujer, con su suavidad y su misteriosa sonrisa, le estaba calando hasta lo más hondo, y no había algo que pudiera hacer para impedirlo.
Tenía que reservar su billete para Tahití cuanto antes. Un billete que no admitiera devolución. Eso era lo que necesitaba. Y por la forma en que sentía reaccionar a su cuerpo ante la presencia de ella, tendría que comprar aquel billete cuanto antes.
– Será… será mejor que volvamos -dijo.
Ella asintió, intentando que Carson no advirtiera su gesto de desilusión.
– Sí, vamos -dijo ella con fingido buen humor-. Vamos a volver con nuestra pareja favorita.
Cuando caminaban en dirección a su mesa, la cabeza de Lisa no paraba de dar vueltas. Carson no era el hombre que ella necesitaba en su vida, pero ¿qué pasaría si lograra cambiarle?
Le resultaba insoportable la idea de que él y Joanne hubieran tenido una relación, aunque, por todos los signos, había sido Carson el que había cortado, y desde luego parecía evidente que él ya no sentía nada por aquella mujer. Este pensamiento la hizo sentirse mejor. Sin embargo, no tenía el menor derecho a sentir nada. Además, todo aquello era una estupidez. Ella no quería a un hombre como Carson.
– ¡Pauf!
– ¿Qué pasa? -dijo Carson volviéndose.
– La vida no es justa, ¿verdad? -dijo ella intentando sonreír.
El se lo tomó en serio.
– La vida es lo que tú haces de ella -dijo, tomando el brazo de Lisa y pasándolo por encima del suyo mientras la miraba con unos ojos tan azules que podían haber sido parte del cielo-. Lo importante es tomar las decisiones adecuadas.
¿"Y qué harías tú", pensó Lisa, "si yo decidiera elegirte a ti"?
Luego suspiró. No podía decidir tal cosa. Carson no era para ella. Y ella no era para él.
– Amantes predestinados -murmuró ella como una tonta-. Nombres escritos en las estrellas. Pobres víctimas del destino.
– ¿Qué es lo que estás murmurando? No oigo lo que dices -señaló Carson.
Le gustaba estar al lado de él. Nunca se había dado cuenta antes de lo agradable que era sentir al lado una presencia masculina fuerte y protectora.
Llegaron por fin a la mesa donde los esperaban Mike y Joanne. Ya no había más tiempo para conversaciones privadas.
Se sentaron. Mike y Joanne se estaban comportando como adolescentes enamorados. Hablaban como niños pequeños, se decían tonterías y al final los dos empezaron a cantar al unísono viejas canciones de amor. Esto era ya demasiado. Lisa y Carson se miraron para marcharse. En ese momento, Joanne se volvió a ellos con una brillante sonrisa.
– Perdónennos, es que no podemos evitarlo. Estamos tan nerviosos con eso de que vamos a casarnos que nos ponemos tontos.
De eso no había duda, pensó Lisa. Luego decidió que de nuevo iba a ser un poco de chismorreo.
– Mike ha dicho algo de tener niños. ¿Planean tenerlos inmediatamente?
– Inmediatamente -dijo Joanne, dedicando a Lisa toda su atención-. Dos pequeños Mikes y dos pequeñas pelirrojas. Será precioso.
Lisa sonrió. Al parecer, Joanne estaba enormemente interesada en aquel tema de la maternidad.
– Quiero tener todos los niños que pueda ahora mismo, cuando son mis años más fértiles. ¿No te parece que es eso lo que debe hacerse?
Parecía que aquello iba con intención. Lisa intentó sonreír.
– Algunas de nosotras no tenemos la suerte de poder tener hijos tan pronto -dijo-. Hay muchas mujeres que tiene que esperar hasta los treinta, o incluso hasta los cuarenta para tener niños.
Joanne asintió.
– Sí, ¿pero no te parece que las mujeres que tienen hijos cuando son mayores no hacen sino perjudicar al niño?
Lisa se preparó para contestar a esa observación, pero no pudo hacerlo, porque en aquel momento Mike intervino en la conversación.
– No hables de niños con Lisa -le dijo a Joanne-. Ella es una mujer de negocios. ¿Qué le importan a ella los niños? Esta dama -añadió con una sonrisa picara- desea algo de mí, y yo se lo voy a dar ahora mismo.
Todos quedaron en silencio, sorprendidos. Lisa casi tenía miedo de averiguar qué era eso que Mike quería darle. Mike se inclinó hacia adelante y puso su expresión más honesta y desinteresada. Lisa pensó que parecía la imagen viva de la hipocresía. En otra circunstancia, habría soltado una carcajada al verlo comportarse así.
– Querida Lisa, voy a darte un buen consejo. El hecho es que estoy un poco preocupado por ti. Por ti y por Loring's quiero decir.
– Pues no lo estés -dijo ella secamente.
– No, de verdad. Me preocupas. De modo que he decidido ayudarte. Voy a contarte cuál es el secreto de mi éxito.
– Mike…
El levantó una mano para detenerla.
– Esto es lo que tienes que hacer si quieres que la tienda funcione. Tienes que ir de acuerdo con los tiempos, y lo que ahora se lleva son las cosas sorprendentes y muy brillantes. A nadie le importa ya la sustancia ni la calidad. Lo que la gente quiere son cosas nuevas y excitantes. La diversión barata es lo que gana siempre. Como ya dijo alguien, si subestimas a tus clientes jamás irás a la ruina.
Después de aquella exhibición de fanfarronería y de mal gusto, Lisa se había quedado sin aliento. No sabía qué hacer, si reír o llorar.
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