– La frase a la que haces referencia no es exactamente así -dijo.

– No importa. Yo conozco a la gente de por aquí. Le gusta la basura. Así que yo se la sirvo, y ella la recibe a manos llenas. Intenta tú luchar contra ello, y te verás aplastada por multitudes que correrán a contemplar la última extravagancia de Kramer's. Lo digo en serio, no tienes nada que hacer.

– Ya lo veremos. Dame una oportunidad, Mike. Habla conmigo dentro de seis meses.

El negó con la cabeza, como si realmente le doliera oír lo que Lisa acababa de decirle. Acercándose a ella todavía más, anunció casi en susurros.

– Te voy a contar un pequeño secreto, sólo porque siento un poco de pena por ti. El lunes que viene tenemos planeado organizar una buena. Vamos a… -dijo, y luego se volvió a mirar alrededor para asegurarse de fique nadie estaba escuchando-, vamos a reemplazar todos nuestros maniquíes por modelos de verdad. Y unos modelos muy atractivos. Los hemos hecho traer de Los Ángeles. Las mujeres de la ciudad se van a volver locas.

Lisa no pudo ocultar su fastidio. Por poco que le gustaran los métodos de Mike Kramer, se daba cuenta de que a ella le resultaba imposible competir con él. ¿Qué podría hacer? ¿Copiar sus métodos? No, eso no serviría de nada. Tenía que hacer algo original y propio. Lo que hacía Mike era intentar halagar el lado más superficial de la gente, lo que hacía era divertirlos y sorprenderlos. No se le ocurría qué podría hacer ella para contraatacar.

Pero había una idea que llevaba varios días dándole la vuelta en la cabeza. Por extraño que pareciera, se dio cuenta de que hasta ese momento no se había parado a considerar aquella idea en serio.

– Hay que hacer que crucen el umbral de la puerta -seguía diciendo Mike muy animado-. Eso es lo único importante. Una vez que han entrado por la puerta, no volverán a salir sin haber dejado unos cuantos verdes dentro.

El tenía razón a su manera. Poro el estilo de Lisa era diferente. Se daba cuenta de que lo que ella tenía que hacer era permanecer fiel a sí misma y a las cosas en las que creía.

Humedeciéndose ligeramente los labios con la lengua, Lisa se las arregló por fin para sonreír, y luego dijo con suavidad:

– Mike, me parece que no ibas del todo descaminado.

El se acercó todavía más a ella.

– ¿Qué estás diciendo?

Lisa sonrió. Sí. Cuanto más pensaba en ello, mejor le parecía.

– Nada, Mike. Pero me has ayudado a desarrollar una idea.

– ¿Estás diciendo que tú tienes la cabeza hueca? -dijo él soltando una carcajada-. Cariño, yo no creo que tú seas estúpida. Lo único que creo es que este negocio te viene un poco grande.

Lisa miró a Carson, quien estaba sentado al borde de la silla con la mandíbula muy apretada. Sus ojos parecían decir: si tú quieres, le doy un puñetazo en la cara, pero Lisa rió y puso su mano encima de la de Carson.

– No hace falta -dijo en voz alta, como si Carson hubiera hecho realmente la oferta-. ¿No has oído lo que Mike ha dicho hace un rato? El y yo nos entendemos el uno al otro. De hecho, acaba de ayudarme a decidir qué es lo que tengo que hacer para salvar Loring's. Gracias, Mike, no me olvidaré de esto.

El la miró con desconfianza. Su aire de fanfarronería había desaparecido por completo.

– ¿Qué es lo que he dicho? -preguntó-. No se te ocurrirá copiar mi idea de poner modelos en vez de maniquíes, ¿verdad?

– No, Mike. Poner modelos masculinos en los escaparates no es exactamente mi estilo -dijo Lisa con una sonrisa amistosa pero que dejaba ver bien a las claras que había algo oculto debajo. Luego se volvió a Carson-. Están tocando otra lenta. ¿Corremos el riesgo?

Carson le sonrió. No tenía la menor idea de qué era todo aquello que Lisa le había dicho a Mike, pero le gustaba a pesar de todo.

– Contigo yo correría cualquier riesgo -le dijo levantándose y ofreciéndole la mano-. Vamos.


La brisa del océano olía a algas marinas y sal. Acariciaba los hombros desnudos de Lisa hasta que ella se puso el abrigo y se lo abrochó. A la débil luz de la luna, el océano parecía de tinta.

– Cuando era pequeñita conocía esta playa de memoria -dijo Lisa mientras caminaba sobre la arena fría-. Conocía a todas las gaviotas y a todos los cangrejos.

– Una típica niña de California -dijo él.

Lisa se volvió a mirarlo. Los dos se habían quitado los zapatos y habían echado a caminar por la playa. Llevaban ya unos quince minutos caminando el uno al lado del otro, y él no había hecho el menor intento de acercarse a ella.

– Tú no eres de por aquí, ¿verdad, Carson? -preguntó con curiosidad.

– No -respondió dedicándole una breve sonrisa-. Sólo llevo un año viviendo aquí.

– ¿Dónde está tu hogar… tu familia?

– No tengo realmente familia -dijo él sin mirarla-. Ya no.

Lisa hubiera deseado hacerlo volverse.

– ¿Qué quieres decir con eso de que ya no tienes familia?

– Quiero decir -dijo él, todavía sin mirarla, como si la pregunta de Lisa le resultara difícil de contestar. Se metió las manos en los bolsillos antes de contestar-. Quiero decir que tengo algo de familia, pero no me apetece mucho verlos… No estamos muy unidos.

Ella suspiró. Se había imaginado que había algo así.

– Eso puede ser un gran error. La familia es muy importante. A mí me habría gustado tener más familia.

– Tú tienes familia. Tenías a tu abuelo.

– Sí, pero le di la espalda. Y eso que era la única familia que me quedaba. Ahora me horroriza el pensarlo.

El se volvió al fin y la miró a los ojos.

– Y quieres arreglarlo teniendo un niño, ¿no es eso? -preguntó con suavidad-. Es esa la razón, ¿no?

Lisa se apartó el pelo de los ojos para verlo con claridad.

¿Cómo podría explicárselo? El parecía absolutamente opuesto a la idea de tener hijos, pero ¿qué era lo que le gustaba? ¿Los niños en sí? ¿El concepto de la familia? ¿O quizá era que le daba miedo comprometerse?

– Me encantaría tener un niño -admitió ella-. Pero estaba pensando en casarme antes.

A Carson le habría gustado gritar de disgusto, pero se contuvo.

– Eres de lo más convencional -la acusó.

– Sí -dijo Lisa con gesto pensativo-. Me doy cuenta de que soy mucho más convencional de lo que yo creía.

Carson miró en dirección a las olas. Tahití estaba por allí, al otro lado del mar.

Era tarde. Tenía que marcharse ya de allí. Ya había hecho su buena acción del día sacando a Lisa a que celebrara su cumpleaños. Luego la miró por el rabillo del ojo y se dijo que de buena acción aquello no había tenido nada. Lo cierto era que había pasado una noche maravillosa con aquella mujer. Le había parecido suave y tentadora cuando estaba entre sus brazos, le había divertido hablar con ella, le resultó interesante y misteriosa. Y en aquel mismo instante, sabía que si se volvía a mirarla no podría evitar besarla, y entonces…

Muy bien, lo cierto era que la deseaba. ¿Qué tenía eso de raro? Había deseado a muchas mujeres antes. Y en los viejos tiempos no habría tenido la menor duda de besarla y quedarse a pasar la noche con ella. Pero esto era diferente. Ella había sido totalmente sincera con él, y le había dicho qué era lo que esperaba del hombre que saliera con ella. Y pensaba que también él había sido sincero cuando le había dicho que no estaba dispuesto a comprometerse en una relación duradera.

La miró. Lisa estaba inmóvil, con los ojos cerrados y la barbilla levantada, aspirando la brisa del océano. Sus cejas formaban unos arcos perfectos por encima de sus ojos, y sus oscuras pestañas se rizaban sobre sus pómulos. Tenía los labios entreabiertos. Parecía un ser puro e inaccesible, a la espera de algo o alguien que la convirtiera en un ser completo. Por primera vez en su vida, Carson sintió de pronto esa misma necesidad, la de ser la mitad de algo. Sorprendido, apartó la cabeza y respiró el frío aire nocturno.

– Cuéntame algo más de tu familia -dijo ella, antes de que Carson tuviera tiempo de decir algo que los separara.

– No hay nada que contar -dijo él-. Le das mucha importancia a todo este asunto de la familia.

– Todos provenimos de una familia -dijo ella-. La familia es algo básico.

El negó con la cabeza.

– No para mí.

Lisa intentó mirarlo a los ojos, pero Carson parecía decidido a no revelar nada. Sin decir una palabra, los dos echaron a caminar en dirección a la casa de Lisa.

– ¿Qué es exactamente lo que tienes en contra de las familias?

– Tenía una familia bastante numerosa cuando era más joven -dijo él de mal humor.

– Ah. Pensaba que eras hijo único.

– Sí, lo soy. Pero mi padre siempre estaba… siempre estaba fuera. Así que acabé viviendo con unos parientes. Montones de parientes. Te voy a decir algo sobre la familia -dijo, volviéndose a mirarla por fin-. No hay nadie mejor que un pariente cercano para clavarte un cuchillo donde más te duele.

De modo que era eso. El tenía una familia, pero no se llevaba bien con ellas.

– No sé -señaló ella cuando se acercaban a su enorme casa victoriana-. A lo mejor sería diferente si tú intentaras crear tu propia familia.

Sí, pensó Carson. Probablemente sería diferente. Sería incluso peor.

– Ni en sueños -indicó casi de buen humor-. Eso no es para mí.

– Entonces -dijo ella con un suspiro-, parece que hablas en serio, y que no tienes planes cercanos de convertirte en padre de familia.

– ¿Yo? No, no, en absoluto.

– Es lo que yo pensaba -dijo Lisa, como si estuviera realmente triste al oír aquello-. Entonces tendré que tacharte de mi lista.

Estaba hablando en broma y él lo sabía. El brillo bien humorado que había en los ojos de aquella mujer le resultaba irresistible.

– Ah, ¿de modo que yo estaba en tu lista?

– Sí, en la columna de candidatos posibles. Justo debajo de un líder mundial y de dos estrellas de rock.

– ¿Debajo? ¿Y qué tenían ellos que no tenga yo?

– No, nada en especial. Lo que pasa es que a ellos los conocí primero.

– Ah, bueno -Carson rió-. Y ¿se puede saber quién está en la lista de candidatos ideales?

– Nadie. Esa lista está absolutamente vacía.

– Bien -dijo deteniéndose a mirarla-. Eso debe de significar algo, ¿no crees?

– No pienso rendirme -declaró con tanta suavidad que su voz casi quedó apagada con el sonido de las olas-. Y tampoco tengo tiempo para meterme en problemas.

Tenía razón. Cuánto más se quedara él a su lado, más probabilidad había de que los dos se metieran en problemas. Había pensado que, dado que los dos sabían lo que deseaba el otro, no había peligro de que sucediera nada, pero se había equivocado.

– Será mejor que me marche -dijo de pronto.

– Espera. Carson -ella lo tomó del brazo-, creo que ya tengo una respuesta a la pregunta que me has hecho esta tarde.

El asintió, esperando.

– Querías saber cuál era la razón de que yo deseara salvar Loring's. Muy bien. La razón es esta. Loring's fue creado y alimentado por mi familia. Si yo dejo que se hunda, es como si traicionara a mi familia. Si logro levantarlo, es como si les diera a todos nueva vida, a mi padre, a mi madre, a mi abuelo, a todos ellos. Y además, creo un legado para mis propios hijos.

Se sintió impresionado. No había duda de que aquello viniera directamente del corazón.

– Y una cosa más -agregó con una sonrisa malévola-. Estoy dispuesta a darle su merecido a Mike Kramer.

El rió, y pensó en acercarse a ella, pero no lo hizo. De acuerdo con las leyes que ellos mismos habían establecido, no debía hacerlo.

En el rostro de Lisa brillaba tal determinación, que Carson supo que ella seguiría en la lucha hasta el final, y que él tendría que estar a su lado para ayudarla. Antes que pudiera darse cuenta de qué era lo que estaba haciendo, se encontró acariciando los cabellos de Lisa y luego deslizando su mano por la mejilla. Iba a besarla. Pero si la besaba, tendría que quedarse…

– Tengo que irme -dijo retirando la mano y dándose la vuelta.

Ella se quedó inmóvil, con los ojos muy abiertos a la luz del claro de luna.

– Gracias por todo -murmuró viendo cómo se marchaba-. Lo he pasado muy bien.

– Yo también -dijo él. Y luego desapareció.

Lisa suspiró y se encogió de hombros. El no quería besarla. Bonita manera de terminar la velada. A lo mejor, pensó, aquella sensación de conexión que ella notaba entre ellos dos estaba sólo en su imaginación.

Volviéndose en dirección a la casa, comenzó a subir los escalones de la entrada. El cochecito de niño que se había encontrado esa tarde estaba en el porche. Seguramente, alguien lo había encontrado en la acera y había pensado que pertenecía a alguien de la casa. Se detuvo a mirarlo. Había algo triste en aquella pequeña camita vacía. No había ningún bebé a bordo.