– Ah, ¿sí?

Se detuvieron frente al ascensor, y Carson se puso frente a ella para que lo mirara a los ojos.

– Las seis horas que duermes por la noche no cuentan -dijo-. Tienes que salir y hacer algo para distraerte y pensar en otra cosa. ¿Qué te parece esta noche? ¿Por qué no nos vamos a cenar juntos a la Shell Steakhouse?

Ella lo miró. Era la primera vez que él le proponía que salieran juntos de nuevo. Se sentía tentada a aceptar. Cenar con él, hablar, reír, quizá un nuevo beso. Se estremeció.

– Lo siento -dijo después de tomar aliento-. Estoy ocupada.

En la mirada de él había algo que la hacía sentirse helada, algo salvaje e indomable.

– Vas a salir con Andy Douglas, ¿verdad? -le preguntó apretando la mandíbula.

– Eso no es asunto tuyo -dijo-. Pero no, no voy a salir con él.

El parecía escéptico.

– Le oí que te lo pedía ayer por la noche.

– Bueno -dijo ella mirándolo con frialdad-, entonces supongo que no oíste cuando le dije que no.

El seguía mirándola como si no le creyera.

– ¿No te gusta?

Aquello había sido bastante directo.

– Me… sí, me gusta mucho -dijo, mirándolo con gesto desafiante, como invitándolo a que hiciera algo.

– Entonces -dijo él-, ¿por qué no sales con él?

Sabía que debería decirle que se ocupara de sus asuntos. Sabía que debería decirle que la dejara en paz y que no se pusiera a escuchar sus conversaciones. Pero no le dijo nada de esto. Lo que hizo fue quedarse muy quieta, contemplando sus ojos azules. No servía de nada fingir, aunque fuera por salvar su orgullo. Estaba bien aquello de actuar de forma desafiante, pero el fin y al cabo ella ¿qué tenía que proteger? Si Carson sabía leer en sus ojos en aquellos instantes, entonces sabría sin lugar a dudas cuál era la razón de que no quisiera ni pudiera salir con Andy.

Llegó al ascensor. Lisa se forzó a volverse y a entrar en él. Carson se quedó donde estaba, y ella no le esperó. El podía tomar otro ascensor. O podía bajar por la escalera. Le daba lo mismo.


A la mañana siguiente estaban alrededor de la mesa de conferencias, y Lisa se sentía un poco inquieta. Estaban acabando con todos los preliminares. Habían hecho diversos estudios, habían evaluado los datos obtenidos. Se habían hecho gráficas y listas de datos y los habían estudiado con atención. Era el momento de diseñar un plan de acción y llevarlo a la práctica.

Lisa miró a Carson, sentando al otro lado de la mesa. ¿Cuánto tiempo seguirían viéndose en aquellas reuniones?

– ¿Qué diablos es todo ese ruido?

Hasta el momento en que Greg había hecho esa observación, Lisa no había oído las voces que había al otro lado de la puerta. Se levantó a toda prisa, contenta de que hubiera una interrupción.

– Voy a ver -dijo caminando hacia la puerta y abriéndola. Fuera estaba Garrison con Becky su bebé en los brazos, hablando muy excitada en medio de un grupo de secretarias y de empleados.

– Garrison, ¿qué es lo que pasa?

Garrison se acercó a ella muy excitada.

– Señorita Loring, no va usted a creérselo. Acabo de pasar por Kramer's. Han traído a esos modelos masculinos otra vez, pero ¿sabe qué? Esta vez hay mujeres también. Y le juro que están medio desnudas. Las mujeres están en bikini, o en ropa interior. Van andando por la tienda, y te sonríen, y te enseñan las ropas que llevan puestas y te dicen en qué departamento puedes encontrarlas… La cosa es que la mayor parte de ellas no lleva más que una tanga. De modo que, ¿qué es lo que pueden estar ofreciendo? Ya se lo puede usted imaginar.

– Suena como… -dijo Lisa. Se había quedado sin habla.

– Lo sé. Es la cosa de peor gusto que he visto en mi vida -dijo Garrison encantada-. Yo voy a volver para allá. ¿Quiere venir a echar una mirada?

Lisa se volvió a la sala de conferencias. Era evidente que allí dentro todo el mundo había oído las palabras de Garrison. Había un murmullo alrededor de la mesa, y Lisa creyó oír la palabra bikini un par de veces. Antes que tuviera tiempo de decir nada, Carson se aclaró la garganta y dijo, eludiendo su mirada.

– Lo siento, pero me parece que tengo que ir a… tengo que salir un momento. Tengo una cosa que hacer.

Lisa se quedó asombrada antes esta muestra evidente de deslealtad. Golpeando su maletín con la palma de la mano, le dijo, antes de que él pudiera siquiera levantarse.

– Te vas a Kramer's, ¿verdad?

– ¿Y qué si me voy a Kramer's?

– No puedo creer que seas tan inmaduro. Te vas para allá para ver todas esas chicas medio desnudas, ¿verdad?

En los ojos de Carson apareció un brillo de triunfo.

– ¿Te molesta eso? -preguntó con suavidad.

Le molestaba, por supuesto, pero se habría dejado matar antes de admitirlo.

– Por supuesto que no. Lo que pasa es que no me había dado cuenta de que eras todavía tan adolescente.

El asintió lentamente.

– Yo puedo ser muy adolescente si la ocasión se presta. Es una de mis características más sobresalientes.

– Sobre eso no me cabe ninguna duda -dijo Lisa, mirando a su alrededor en la mesa y dándose cuenta de que tenían una audiencia muy atenta-. Bueno, ve si tienes que ir.

Le hizo un gesto de despedida con la mano. Le hubiera gustado, añadir, "de todos modos, la mitad de las modelos serán antiguas novias tuyas", y lo habría hecho a no ser porque los otros estaban escuchando.

– Saluda a Mike de mi parte -dijo.

El echó a caminar en dirección a la puerta, pero antes de salir lo pensó mejor y se volvió.

– Mira -dijo después de un instante de indecisión-, a lo mejor te deja más tranquila saber que hay algo más que ir allí a ver chicas guapas. Alguien tiene que estar al tanto de los movimientos de la competencia, ¿no te parece?

El tenía razón en aquel punto. Ella no había estado dentro de Kramer's desde que era una niña pequeña. ¿Cómo podía luchar contra algo que no conocía realmente?

– Tienes toda la razón -dijo con una sonrisa creciente-. Me voy contigo.

– ¿De verdad? -dijo él sin poder ocultar su satisfacción.

– Sí. De verdad.

Ninguno de los dos prestó atención al resto de las personas que había en la habitación. Era como si se hubieran olvidado de que estaban allí. Carson la tomó de la mano.

– Vamonos -dijo. Y los dos salieron por la puerta.

Al principio, Lisa dijo que pensaba ir a Kramer's abiertamente y sin intentar ocultar su identidad como el espía que había pensado que Carson era la primera vez que lo vio. Pero después de pensarlo un poco, cambió de idea. Se sentiría como una idiota si Mike la descubría.

– Disfrazarse es muy fácil -le recordó Carson-. Tenemos toda la tienda para elegir.

Ella eligió una gran peluca negra, gafas de sol y un abrigo. Carson se puso también gafas de sol, además de una gorra de béisbol y una chaqueta de cuero negro. Cuando pasaban por la sección de joyería, no pudieron resistir ponerse dos anillos de boda.

– Somos Candy y Chet Barker, de Las Vegas -dijo él-. Y estamos aquí visitando a una tía solterona.

El le puso a Lisa el anillo en el dedo, y ella soltó una carcajada. Luego cruzaron la calle y se unieron a la multitud que se amontonaba en las puertas de Kramer's. Viniendo de los pasillos medio vacíos de Loring's, aquella visión era deprimente.

Una vez dentro de la tienda, se quedaron boquiabiertos. Aquel lugar era una revelación. El sonido, las luces y los colores parecían saltar por encima de ellos, surgiendo de todas partes. Por doquier había monitores de televisión donde se veían videos de rock. Había brillantes banderas de colores con símbolos de lo que había en cada uno de los departamentos. Un altavoz anunciaba ofertas. Garrison no había exagerado al describir a las modelos; iban prácticamente desnudas, y de vez en vez hacían sensuales y provocativos movimientos de danza. Los clientes parecían encantados. Kramer era el presente. Kramer era la acción.

– Y nosotros somos agua pasada -dijo Lisa, asiéndose del brazo de Carson.

El asintió. No era el momento de decirlo, pero le parecía que Lisa tenía pocas oportunidades. Mike Kramer era un genio de la promoción. ¿Cómo iban a poder luchar contra eso? Intentó pensar en algo agradable que decirle a Lisa, pero antes de poder inventar nada, una vocecita sonó a sus espaldas y le interrumpió en sus pensamientos.

– Hola, señor. ¿Se acuerda de mí?

Volviéndose, se encontró con su pequeña vecina, la propietaria del gato sanguinario le estaba mirando con su usual mirada de sinceridad. Magnífico disfraz, pensó disgustado.

– Michi Ann, ¿cómo has sabido que era yo?

Ella pareció extrañada al oír esa pregunta.

– He visto que estaba aquí, y me he acercado a decirle hola -explicó con aire de profunda sensatez-. Mire mis zapatos nuevos.

– Sí -dijo Carson- son fantásticos. Michi Ann Nakashima -dijo luego volviéndose a Lisa-, esta es Lisa Loring.

– ¿Cómo está usted? -dijo Michi Ann-. ¿Tiene usted un gato?

– ¿Un gato? -dijo Lisa sonriendo-. No, me temo que no.

– Podría tener uno si quisiera. En el departamento de animales tienen unos preciosos -señaló Michi Ann. Luego se volvió a Carson-. Usted debería comprarse uno.

– Yo no podría tener un gato, Michi Ann. Estoy siempre viajando de un lugar a otro.

Ella asintió, bajando los ojos.

– Nosotros también, desde que papá se fue. Pero eso es lo bueno que tiene Jake. Cuando llegamos a un sitio nuevo, y yo estoy triste porque me da miedo y no conozco a nadie, no pasa nada porque siempre tengo a Jake. El es mi mejor amigo -dijo, regalando a Carson con una de sus raras sonrisas-. Usted podría hacer lo mismo si tuviera un gato como Jake.

Lo primero que sintió Carson fueron verdaderos deseos de golpear a cualquier persona que pusiera triste o asustara a aquella niña. Las palabras de Michi Ann le trajeron recuerdos de su propia infancia infeliz. Sin detenerse a pensar en lo que estaba haciendo, se arrodilló frente a la pequeña para quedar a la altura de sus ojos, y se quitó las gafas negras para que ella pudiera ver la sinceridad que había en sus ojos.

– Yo soy tu amigo, Michi Ann -le dijo-. No lo olvides, ¿de acuerdo? Mientras esté en la ciudad, puedes contar conmigo, igual que con Jake.

– Sí, señor, ya lo sé -convino la niña solemnemente-. Mi mamá me está llamando. Adiós.

Carson se incorporó lentamente. Lisa le miraba con gesto de interrogación.

– Pensaba que no te gustaban los niños -indicó mientras continuaba su paseo a través de la tienda.

– Yo nunca he dicho que no me gusten los niños -protestó él, apoyando su mano en la espalda de Lisa para guiarla a través de la multitud-. Lo único que he dicho era que prefería vivir sin ellos.

– Comprendo -dijo ella. Le gustaba sentir la mano de él en la espalda. Le gustaba sentir su presencia, su seguridad. Por alguna razón, y a pesar de la opresiva evidencia del éxito de Kramer's, su corazón se sentía ligero.

– Atención, queridos clientes -dijo de pronto una voz a través de los altavoces. Era la voz de Mike, retumbando por encima de la música de rock-. Tenemos con nosotros a una invitada muy especial. Lisa Loring, de los Grandes Almacenes Loring's está aquí, comprando en nuestra tienda. Es todo un cumplido, ¿no les parece, amigos? La propia Lisa Loring sabe que nuestra tienda es la mejor. Gracias, Lisa. Pero la peluca negra no te va en absoluto. ¿Por qué no visitas nuestro salón de belleza? Nuestras chicas te ayudarán con algo espectacular. ¡Y corre en mi cuenta, Lisa!

Carson la condujo rápidamente hacia la salida. Lisa iba murmurando palabrotas que jamás habían salido antes de sus labios. Carson estaba muerto de risa.

– No tiene ninguna gracia -dijo ella, levantándose el cuello del abrigo y rezando para que no la reconociera nadie más-. ¡Odio a ese hombre! Tengo que pasar por encima de él, Carson, tengo que hacerlo.

Carson suspiró. De acuerdo con lo que acababan de ver, pensaba que eso iba a resultar bastante difícil.

Cruzaron la calle y se quitaron el abrigo y la peluca. Lisa levantó la mano a la luz, para ver qué tal le quedaba el anillo de oro en el dedo. Entonces se encontró con los ojos de Carson, que la contemplaban. El se había quitado el suyo y lo había puesto en la cajita donde estaba. Esperaba que ella se quitara el suyo. Un impulso perverso le hizo a Lisa cerrar el puño y echar a andar en dirección al ascensor, con el anillo todavía en el dedo. Inmediatamente se sintió ridícula. Pero no era el momento de volverse atrás. De momento, pensaba llevar el anillo en el dedo y permitirse soñar.

De vuelta en el departamento de joyería, Carson miró su propio anillo en la cajita, dorado sobre el terciopelo negro. De pronto, y contra toda lógica, decidió tomarlo de nuevo.

– Voy a quedarme con esto un rato más -le dijo a Chelly, que era quien estaba en el mostrador.