– He oído que se acerca una tormenta -dijo él por fin, deteniéndose a mirar entre la niebla, en dirección a las olas.

– Yo la siento acercarse -dijo ella-. ¿La sientes tú?

El se volvió a mirarla e hizo un ligero movimiento de impaciencia.

– Tú sientes demasiadas cosas -señaló en broma-. Ya está bien.

Lisa le miró. El viento del océano agitaba sus cabellos. Pensó que lo qué en realidad le estaba pidiendo era que siguiera fingiendo que en realidad ninguno de los dos significaba nada para el otro.

– Yo quiero sentir -le dijo-. Sentir significa estar vivo. Las emociones son lo más real de la vida, y yo quiero experimentarlas todas. Quiero reír de verdad. Quiero llorar de verdad -dijo levantando la barbilla y mirándolo con aire desafiante-. Y cuando me besan, quiero que me besen de verdad.

El se dio la vuelta, tomó un guijarro del suelo y lo lanzó en dirección a las olas.

– Lo siento si mi beso no fue suficiente para ti -repuso fríamente, sin dejar de mirar las olas-. No me había dado cuenta de que fueras una exhibicionista. Pensaba que alguien como tú no querría hacer una escena un poco embarazosa en público.

– ¿Una escena embarazosa? -preguntó tomándolo por las solapas de la chaqueta y obligándolo a que la mirara-. Ahora no estamos en público, Carson.

El tomó el rostro de Lisa en sus manos.

– No, Lisa -dijo-. No empieces algo que luego los dos lamentaremos.

Ella deslizó sus manos por dentro de su chaqueta y las apoyó sobre su pecho. Le sorprendió el calor de su cuerpo en comparación con el aire helado del mar.

– Yo no tengo miedo -dijo ella-. ¿Por qué lo tienes tú?

El calor de las manos de Lisa le llegaba a través de la fina camisa como si fuera fuego líquido.

– Lisa -habló con voz ronca-. Te juro por Dios que…

– No -dijo ella con firmeza-. No jures. No pienses. Bésame. Bésame como se debe.

– Lisa…

Ella deslizó las manos en su cabello, intentando obligarlo a que se acercara a ella. El mantuvo la cabeza erguida y cerró los ojos, y entonces Lisa apoyó los labios sobre su cuello. Sintió la forma en que él se estremecía. Luego los brazos de Carson la rodearon y su boca se unió a la de ella, y ella se encontró dando vueltas entre las olas de nuevo.

Carson la besó con vehemencia, pero asustado al pensar en lo que podía pasar, decidió mantener el control a toda costa y sin saber cuánto tendría que luchar para lograrlo. La boca de ella sabía bien, era dulce y suave, cálida y sensible. El olor de almizcle de su piel le hacía desear entrar en contacto con ella, sentirla desnuda contra su piel. Deslizando sus manos sobre el cuerpo de Lisa, la estrechó contra sus caderas.

¿Era la voz de ella aquello que había oído, aquel gemido animal de placer? Y él contestó con su boca, con su lengua, con sus labios acariciando los labios de ella con insistencia y ternura. La deseaba, deseaba poseerla por completo. Sentía que ya había esperado demasiado, sintió que moriría si no la poseía allí mismo, en aquel momento.

Pero eso era una locura. Tenía que detenerse. Echándose hacia atrás, respiró profundamente e intentó calmarse.

– Dios mío. Lisa -dijo por fin-. Si yo fuera alguna vez a tener una relación seria con alguien esa serías tú.

Y entonces se volvió para marcharse.

Lisa se quedó inmóvil. ¿Cómo era posible que se marchara así? ¿Cómo era posible que la rechazara de aquel modo? Ella sabía que Carson la deseaba tanto como ella a él.

Todavía jadeando e intentando recuperar el aliento, todavía intentando comprender qué era lo que había pasado, lo vio desaparecer entre la niebla.

Capítulo 8

Carson dobló en dos el periódico que estaba leyendo y lo lanzó a una silla cercana, como si fuera una canasta de baloncesto.

– La multitud se vuelve loca -murmuró para sí, levantándose para ir a la cocina a beber un vaso de agua-. Están gritando su nombre: Carson, Carson, Carson.

Bebió agua en un vaso de papel y luego lo arrugó y lo lanzó al cubo de la basura.

– Carson lo logra de nuevo. Es un tipo increíble.

Miró a su alrededor en busca de cosas para lanzar, pero lo único que había en el mostrador de la cocina era una tostadora y una docena de huevos que había sacado para hacerse una tortilla. Pensó en lanzar los huevos, pero ¿qué pasaría si fallaba? Luego tendría que limpiarlo todo.

El viento de la tormenta sacudía con violencia el edificio. La energía eléctrica fallaba a ratos. Dejándose caer en el sofá, encendió la radio y buscó una emisora donde hubiera noticias.

– …sacudiendo nuestras costas esta noche. La violencia de los vientos, junto a una marea inusualmente fuerte, ha movido el Departamento de Salud Pública a pedir que se evacuen las casas que están a los largo de la playa. Ha habido inundaciones en…

Murmurando un juramento en voz baja, se dirigió al teléfono y volvió a marcar el teléfono de Lisa. Ya había llamado cinco veces desde que había llegado a casa, pero seguía comunicando.

No le extrañaría que hubiera dejado el teléfono descolgado sólo para torturarle. Habían estado todo el día tirándose indirectas. Sabía que ella estaba enfadada por lo que había sucedido la noche anterior. ¿Por qué no comprendía que él lo había hecho por ella? ¿Pensaba ella de verdad que le divertía negarse la cosa más deseada en el mundo?

Lo primero que había hecho aquella mañana había sido ir al departamento de joyería a devolver el anillo. El de Lisa estaba ya allí, brillando sobre el terciopelo negro.

– ¿Qué es lo que he oído esta mañana de que Carson y tú se han casado? -le estaba preguntando Greg a Lisa cuando él entraba en la oficina.

Ella había levantado los ojos y lo miró.

– Es cierto -le había dicho a Greg de buen humor-. La noche pasada estuvimos casados durante un rato. Pero no duró. La luna de miel fue demasiado apresurada. No aprendimos a conectarnos de la forma que se supone debe hacerlo un matrimonio. Y luego, un poco más tarde, nos divorciamos. De modo que ahora todo mundo está feliz -dijo, volviéndose a mirar al atónito Carson a los ojos-. Carson es como uno de esos leones de aquella película de África. Tiene que ser libre. Como los vientos errantes, él ha nacido para vagar por el mundo. ¿No es así, Carson?

El se había hundido en una silla y les sonrió.

– Sí, eso es más o menos lo que pasó. Ella se ha quedado con la custodia del coche, pero yo tengo derecho de visita los fines de semana. Ahora estoy esperando a ver cuánto me pide de pensión alimenticia.

Lisa había fingido que lo odiaba, pero a Carson no se le había escapado el brillo de humor que había en sus ojos. Eso lo relajó. El resto del día, ella había estado lanzándole indirectas a las que él había contestado en un par de ocasiones, pero por debajo de todo aquello, se daba cuenta de que ella estaba dolida. Y todo lo que él deseaba era encontrar la manera de decirle que lo sentía.

Tomó el teléfono de nuevo y volvió a llamar. Seguía ocupado. En vez de colgar, llamó a la operadora.

– Todos nuestros operadores están ocupados en este momento -dijo la voz grabada-. Por favor, siga en la línea hasta que un operador pueda atenderle… Todos nuestros operadores están ocupados en este momento. Por favor…

Entonces pensó que a lo mejor no era que su teléfono estuviera ocupado, sino que la línea estaba cortada. Colgó con fuerza y saltó del sofá. Tomando su chaqueta se dirigió hacia la puerta. Había una tormenta enorme en aquella zona, y las playas habían sido evacuadas. Tenía que asegurarse de que Lisa estaba a salvo. Si no podía hablar con ella por teléfono, tendría que ir a verla en persona.

Cuando conducía a toda velocidad en dirección a la playa, Carson se sentía cada vez más preocupado. El viento era violentísimo, y empujaba con fuerza su coche. Había ramas por todas partes. El pavimento estaba lleno de objetos caídos. Esta era una tormenta monstruosa.

La lluvia caía con tanta fuerza que apenas podía ver por dónde iba. La mayor parte de las casas que había a lo largo de la playa estaban en sombras, señal de que habían sido evacuadas. Pero en la de Lisa se veía la luz. ¿Significaba eso que todavía seguía allí?

Dejó el coche en la calle y corrió a través de la lluvia hacia la puerta de atrás de la casa.

– ¡Lisa! -gritó con todas sus fuerzas. No hubo respuesta: Corrió alrededor de la casa y entró en el jardín, revisando las ventanas francesas hasta que encontró una abierta y pudo entrar en la casa-. ¡Lisa!

El interior estaba todo iluminado, pero no veía a Lisa por ninguna parte. Si no estaba allí, ¿dónde podría estar?

– ¿Lisa? -preguntó atravesando el salón, el despacho, la cocina, y luego saliendo al pasillo y subiendo escalera arriba-. ¿Lisa?

Entonces vio que una puerta se abría frente a él.

– ¿Carson? -Lisa apareció en la puerta de su dormitorio, vestida con un pijama azul de seda que se ceñía a su cuerpo. Sus cabellos caían despeinados a ambos lados de su rostro como una nube dorada. Estaba descalza-. ¿Qué estas haciendo aquí?

El se apoyó contra la pared en busca de apoyo, en parte por el alivio que sentía al haberla encontrado y en parte por la impresión que le causaba verla así vestida. Después de pasarse todo el día tirándose pullas el uno al otro, después del miedo y la preocupación que había sentido al no poder comunicarse con ella, después de todo eso, se la encontraba así. La seda azul de su pijama moldeaba su cuerpo con toda claridad, sus redondas caderas, su vientre suave y liso, sus pechos llenos y redondos, los pezones claramente marcados a través del tejido. Sintió que los músculos de su abdomen se contraían dolorosamente.

– He venido para sacarte de aquí -dijo cuando logró recuperar el habla, mirando con fiereza los ojos oscuros de ella-. Vamos. No puedes quedarte aquí. Es demasiado peligroso.

Ella sacudió la cabeza.

– No seas tonto. Esta casa lleva aquí casi cien años. Una pequeña tormenta no va a acabar con ella.

Le habría gustado tomarla de la muñeca, echársela al hombro y salir con ella por la puerta.

– Esta tormenta no tiene nada de pequeña. Están cayendo árboles por toda la zona. Tu tejado podría ser el siguiente. El mar puede llegar a tu porche en cualquier momento -dijo señalando en dirección a la puerta-. Toda esta zona ha sido evacuada.

Ella negaba con fuerza, y Carson no pudo evitar contemplar la forma en que sus pechos se movían debajo de la tela sedosa de su pijama. Estaba llegando al límite de su resistencia. Tenía que hacer algo. Tenía que mantener el control.

– Vamos-dijo-. Vamonos.

– Quiero quedarme -insistió ella, con las manos en las caderas-. Esta es mi casa.

¿Era imaginación suya, o era verdad que ella seguía desafiándole? Acercándose a ella, abrió completamente la puerta de la habitación y la hizo volverse por los hombros.

– Ponte algo -le dijo-. Te voy a llevar conmigo.

Lisa reconoció la nota de autoridad que había en su voz, y sus ojos cambiaron. No era propio de ella actuar con testarudez, y no pensaba hacerlo ahora. Si él pensaba de verdad que era tan importante, haría lo que el decía.

– ¿A dónde me llevas? -le preguntó mientras abría un cajón para sacar un suéter y unos vaqueros. Se volvió a mirarlo a los ojos. No le había pasado inadvertida la forma en que Carson había reaccionado ante su pijama. Un estremecimiento de excitación la atravesó. Si iba a pasar la noche con él…

– A mi casa, supongo -dijo él-. A no ser que tengas otro sitio al que prefieras ir.

– No -dijo ella sacudiendo la cabeza-. No. Tu casa es perfecta.

Las miradas de los dos se encontraron, y los dos supieron lo que el otro estaba pensando.

– Rápido -dijo él.

– Sí.

Pero no se movió. Se quedó inmóvil donde estaba, mirándolo con sus grandes ojos oscuros y pidiéndole… Carson sintió un escalofrío. Estaban tan cerca el uno del otro que podía sentir el calor del cuerpo de ella, oler el perfume de sus cabellos. Como si estuviera en estado de trance, y sin saber lo que estaba haciendo, levantó la mano y la tocó, deslizando la mano por debajo de la tela del pijama, apresando uno de sus pechos y acariciando con el dedo el duro pezón. Estaba sin aliento.

Pero a aquellas alturas le resultaba imposible controlar su deseo. El deseo se había apoderado de Carson por completo, se había convertido en él mismo, y todo lo que él era, su cuerpo y su espíritu, no deseaba otra cosa que poseerla allí mismo, sin esperar un instante. Y dejó que su mano se deslizara hacia abajo, sobre su vientre, y luego entre sus piernas.

Ella no hizo el menor movimiento para detenerlo. Un gemido surgió de lo hondo de su garganta, y sus caderas se movieron, aceptándole, mientras al mismo tiempo comenzaba a desabrocharse la parte de arriba del pijama, que en seguida se deslizó de sus hombros y cayó al suelo sin hacer ruido.