Eso sería estupendo, pensó Carson. Por un momento, vio el cielo abierto. Luego sacudió la cabeza.

– No. He prometido que lo cuidaría. No quiero fallarle a Michi Ann.

– Muy bien -Lisa puso al gato en el suelo-. ¿Vas a llevarme a casa? Me parece que ya es hora de que me marche.

El la miró. Bueno, ¿no era esto lo que él quería? Una relación esporádica, distanciada. Ella estaba tranquila, calmada, y tan sexy como siempre.

Arrojando por la ventana todas sus buenas intenciones, Carson se acercó a ella y la rodeó con sus brazos.

– Ese ha sido tu primer error -le dijo, besándola en el cuello, en el lóbulo de la oreja, en la mejilla-. No es hora de que te marches en absoluto.

Lisa sintió que le temblaban las rodillas y sonrió. Carson decía lamentar lo que había sucedido, pero al llegar el momento, se mostraba tan feliz como ella misma.

– Ah, ¿sí? -dijo ella-. Entonces, ¿de qué es hora?

El sonrió. No había ninguna necesidad de responder a aquella pregunta con palabras. Dejó que fuera su cuerpo quien contestara.

Capítulo 9

– Abrimos dentro de una semana.

Lisa escuchó con atención mientras Greg le describía los detalles de la ceremonia de apertura del nuevo Loring's Family Center. Su sueño se estaba convirtiendo en realidad. Pronto sabrían si era un éxito o un fracaso.

Dio un sorbo del vaso de agua que tenía siempre consigo en la mesa de conferencias aquellos días. Su boca parecía estar siempre seca. Debía de ser el estrés, se dijo.

Volviéndose al otro lado de la mesa, le guiñó un ojo a Carson, y él le hizo una seña. Habían pasado ya semanas desde el momento en que ambos se habían decidido a reconocer por fin lo que sentían el uno por el otro, y durante ese tiempo se habían estado viendo con regularidad. Semanas de paraíso. Semanas de infierno.

Luego se puso de pie y se dirigió a todo el personal.

– Quiero darles las gracias por lo que han hecho durante estas últimas semanas. Todos hemos trabajado duro, y pronto veremos si nuestro esfuerzo ha merecido la pena. Espero que sí. Nuestro futuro depende de ello. Así como nuestro pasado -añadió, dedicándole una sonrisa al retrato de su abuelo-. Ganemos o perdamos, quiero decirles lo mucho que aprecio sus esfuerzos. Y si las cosas van bien, espero poder recompensarles como se merecen. Gracias de nuevo.

Había un montón de detalles de última hora que atender. La guardería para los empleados estaba ya en marcha, y la guardería para el público en general estaba todavía en las primeras etapas. Lisa invirtió mucho tiempo en todos estos planes, además de hacer frecuentes visitas al área de los empleados en busca de nuevas ideas. De ven en vez se dejaba caer por la guardería, donde Becky, la hija de Garrison, era la estrella, y jugaba un poco con los niños. Un par de veces se había encontrado con Carson observándola desde la puerta, con una expresión indescifrable en el rostro.

– No comprendo cómo no se le había ocurrido esto a nadie antes -le dijo más tarde a Carson-. Parece evidente que una madre que sabe que su hijo está bien cuidado será una trabajadora mejor. Estoy segura de que la moral ha mejorado. ¿Por qué no se había hecho antes? Es cosa de lógica.

– Lógica femenina -dijo él en broma.

– La lógica femenina es elemento que mantiene el mundo estable y sin dar bandazos. ¿Es que no sabías eso?

Estaban juntos siempre que podían. Aprovechaban cualquier momento en la casa de ella, en el apartamento de él, en el coche. Parecían tener un deseo irresistible el uno del otro, como si estuvieran intentando aprovechar el tiempo perdido. Había días en que su ansiedad por aprovechar hasta el último minuto les hacía llegar a extremos ridículos.

Uno de estos casos había sucedido la noche anterior, en la fiesta en la piscina interior de los Duprees. La casa era fabulosa, y tenía una piscina cubierta que dominaba el valle y una vista panorámica del océano. Desde allí veían los barcos que cruzaban por el mar y la luz del faro, se oían las olas y al mismo tiempo era posible nadar en las aguas cálidas de la piscina y beber un cocktail aislados del clima que hacía en el exterior, o bien relajarse en la sauna.

Lisa se había puesto un traje de baño de una pieza que había pensado que sería discreto. Era color azul eléctrico y de un diseño un tanto atrevido, aunque cubría bien todo lo que debía ser cubierto. Más tarde, cuando se había encontrado con los hombres de la fiesta anormalmente atentos cada vez que salía del agua, se había dado cuenta de su error. Una vez empapada, la tela se pegaba de tal manera a su piel que la hacía sentirse como si estuviese desnuda. Una sola mirada al rostro de Carson sirvió para confirmar sus peores sospechas. Sintiéndose violenta, se dirigió hacia los vestuarios.

Había dos filas de casetas, para hombres en un lado y para mujeres en el otro. Entró en la última de la fila y se quitó el traje de baño, dejándolo caer al suelo. Luego comenzó a socarse el pelo con la toalla. Oyó un ruido detrás de ella. Se volvió.

– Carson -dijo sorprendida.

– Shhh -le puso un dedo en los labios y cerrando la cabina con cerrojo. Luego se puso frente a ella, contemplando sus pechos redondos, su esbelta cintura, sus piernas largas y bronceadas. Ella lo miró. Reconocía aquellos ojos de fuego.

– Carson, no -murmuró-. Aquí no.

El sonrió y la atrajo hacia sí. Con la palma de la mano comenzó a acariciar uno de sus pezones, que en seguida reaccionó y se puso duro y erecto.

– ¿Por qué no? Nadie se va a enterar.

Lisa era fácil de convencer.

– No tengo carácter -dijo-. Me dejo manejar por ti.

– Eso suena muy interesante.

Ella rió suavemente y lo ayudó a quitarse el traje de baño. Luego se tendió sobre la mesa que había para dejar la ropa.

Hacer el amor con Carson era simplemente algo nuevo. El encontraba siempre nuevas caricias, nuevos rincones de su cuerpo, nuevas formas de excitarla que provocaban en ella un insaciable deseo. El fuego que había en los ojos de Carson era ahora el mismo fuego que ella sentía, y Lisa gimió suavemente, moviendo las caderas y ajustándose mejor a él.

– ¿Lisa?

Los dos quedaron inmóviles. Alguien llamaba al otro lado de la puerta.

– ¿Lisa? Soy Andy Douglas. Sé que estás ahí dentro. He oído tu voz.

Lisa miró a Carson a los ojos con gesto de desesperación, pero él continuaba moviéndose como si no hubiera oído nada.

– Lisa, escucha. He tenido una idea estupenda. Esta fiesta está en las últimas. ¿Qué te parece si nos vamos a dar un paseo por el campo en mi nuevo Rolls? Podríamos subir hasta el paso de Cally's y mirar las luces de la ciudad. Podríamos incluso bajar hasta Santa Bárbara y tomar algo en un salón de té muy agradable que conozco. ¿Qué dices?

Lisa no habría podido decir nada aunque hubiera querido. Carson estaba al control de la situación, y la había llevado a un punto de no retorno. Cerró los ojos y clavó los dientes en el hombro de Carson para que no se oyeran sus gemidos. Tuvo la sensación de que él se había quejado cuando lo había hecho, pero ya no le importaba nada.

– Tienen unos emparedados deliciosos. De berro, creo. O a lo mejor de pepino. Sé que te va a encantar el sitio.

Ella se recostó sobre la mesa, jadeando. Carson la miró muerto de risa.

– Me las vas a pagar por hacerme esto -le dijo en un susurro-. No puedo creer que…

– Podemos ir por la carretera de la costa. Hay un pueblecito pesquero muy pintoresco siguiendo por una carretera cerca de Camino Corto. Me encantaría enseñártelo.

Lisa se puso de pie y se vistió a toda prisa. Carson se limitó a ponerse el traje de baño.

– ¿Lisa? ¿Lisa?

Lisa lanzó una mirada furiosa a Carson y luego respiró profundamente, abrió la puerta y salió con la cabeza muy alta.

– Lo siento, Andy -le dijo, intentando sonreír-. Eres muy amable por invitarme, pero me temo que esta noche voy a estar ocupada.

– Vaya, hombre -dijo. Luego vio salir a Carson detrás de ella y sus ojos se abrieron de par en par. Con sólo verlos supo al instante lo que había sucedido allí-. Dios mío. Bueno, si es así como están las cosas…

Ella le sonrió.

– Así es como están. Lo siento…

Cuando se alejaban de allí, Lisa le dijo a Carson en un susurro.

– Si me vuelves a hacer algo así otra vez, te mato.

– Atácame como me has atacado cuando estábamos allí dentro -dijo él-, y moriré con una sonrisa en los labios.


La tarde siguiente, Carson entró en su oficina cuando ella estaba trabajando en unos informes financieros.

– Deja la puerta abierta -pidió ella. Hizo lo que le pedía, mirando a su alrededor sin entender la razón.

– ¿Por qué? -preguntó.

– Porque quiero estar segura de que no vas a tener ninguna idea.

El sonrió.

– Yo nací ya con ideas -se sentó en una silla frente a ella-. De hecho, tengo una buenísima en este mismo momento.

Lisa se quitó las gafas y lo miró con desconfianza.

– ¿Puedo atreverme a preguntar de qué se trata?

El la miró con sus cálidos ojos azules.

– Dios mío, qué guapa estás por las mañanas -dijo, en vez de contestar-. ¿Tú eres consciente de eso? ¿Lo planeas? ¿O es una cosa que sucede naturalmente…?

– Carson -dijo ella-. Dime qué clase de idea has tenido. No me gustaría descubrirlo en medio de una reunión de negocios, o algo así.

– Muy bien. Nunca me dejas que me divierta.

– La idea -dijo ella.

– Está bien. ¿Sabes qué? Ben Capalletti se va a llevar a su mujer y a su hija mayor a San Francisco para pasar la noche.

– Carson, nosotros no tenemos tiempo de ir a San Francisco.

– Ya lo sé. Déjame terminar. Oí que Ben estaba buscando a un niñero para cuidar a los cuatro pequeños que se quedan en casa.

– Ah.

– Imagina la cara de sorpresa que puso cuando yo me ofrecí voluntario.

– Imagínate la mía -dijo Lisa con los ojos muy abiertos.

El parecía muy satisfecho de sí mismo.

– Como puedes suponer, tengo un motivo oculto.

Ella soltó una carcajada.

– Sin duda.

– Querida mía -señaló-, tú siempre estás hablando de las ganas que tienes de tener una familia. Vamos a ver qué es lo que pasa cuando pruebes tener una de verdad.

Ella frunció el ceño. Carson debía de estar hablando en broma.

– ¿Qué quieres decir?

– Quiero decir pañales sucios, dar de comer a las dos de la mañana y niños con la nariz llena de mocos. Ya es hora de ver cómo son las cosas de verdad -dijo, acariciando la mejilla de Lisa-. Estoy hablando de bebés de verdad. No esos bebés recién bañados que tú ves en la guardería de Loring's.

Parecía que Carson hablaba en serio. Le había preparado un escenario para que ella pudiera ver el error de sus sueños. ¿Qué pasaría si lo lograba? Su espíritu de lucha surgió a la superficie. No, ella iba a demostrarle un par de cosas. Estaba dispuesta a pasar la prueba.

– Habrá suciedad, y a lo mejor sangre -seguía diciendo él-. ¿Crees que podrás con ello?

Lisa le hizo un saludo militar.

– Haré lo que pueda, señor.

– Creo que voy a disfrutar mucho de esto -dijo él con una sonrisa malévola-. La desilusión de Lisa Loring.

Ella sonrió también.

– Es posible.

Era evidente que él no tenía la menor duda.

– Escucha -dijo él entonces, tomándola de la mano y mirándola con sonrisa de simpatía-, vamos a hacer un trato. Si esta experiencia te ayuda a decidir que en realidad no te apetece nada todo ese asunto de tener niños… Entonces… ven a Tahití conmigo.

Lisa no se lo esperaba. Sintió que se le aceleraba el pulso.

– Pero sólo tienes un billete -le recordó.

– Lo venderé a cambio de un pasaje en un barco lentísimo, con tal de que tú vengas conmigo.

Lisa pensó que le encantaría ir a Tahití con él. Pero no era aquella la clase de propuesta que ella estaba esperando. El la deseaba en aquellos momentos, pero ¿cuánto duraría eso?

– Acepto lo del experimento con los niños -dijo-. Pero lo de Tahití…

– Muy bien -dijo él, sin intentar presionarla-. El sábado por la noche. No te olvides.

¿Cómo iba a olvidarse? Carson se lo recordaba cada vez que la veía. Y por fin llegó la noche en cuestión, y los dos fueron juntos a la casa de los Capalletti.

Todo empezó de forma bastante tranquila. Los Capalletti tenían una preciosa casa en lo alto de una colina desde la que se dominaba el océano. Carson les fue presentado a todos los niños, y luego Lisa vio las habitaciones de todos. Se quedó un rato contemplando las ropitas del pequeño, que tenía dos años, y en la habitación del bebé. Qué preciosa era aquella ropa diminuta, los gorritos, las botitas, los diminutos calcetines. Todo le encantaba y le resultaba nuevo. Aquellos preciosos niños, aquella preciosa casa. ¿Cómo se le había ocurrido a Carson que esta visita la iba a hacer cambiar de idea?