Salió disparada y corrió en dirección al ascensor, con un brillo de furia en los ojos. Por lo que Krissi le había contado el día anterior, tenía una vaga idea de cuáles eran las intenciones de aquel curioso. Loring's llevaba años y años en lucha declarada con los Grandes Almacenes Kramer, que estaban al otro lado de la calle. De modo que ahora Kramer estaba enviando espías para averiguar cómo se desarrollaban las cosas bajo la nueva administración. Bueno, pues ella se iba a encargar de solucionar el problema en seguida.

Encontró a Krissi apoyada en la pared, mirando al otro lado de la esquina.

– Aquí está, señorita Loring. Va en dirección a la sección de novias.

La empleada le hacía señas a Lisa para que la siguiera por detrás de una hilera de maniquíes vestidos con trajes de novia. De este modo se fue acercando hasta llegar a un buen punto de observación.

Lisa enarcó una ceja al observar la teatralidad de Krissi, pero la siguió de todas formas. Se inclinó también y fue caminando por detrás de la hilera de maniquíes, hasta quedar escondida detrás de un voluminoso traje nupcial de satén.

– ¡Ahí está!

Y allí estaba, con el ceño fruncido y el lápiz en la mano, exactamente tal como Krissi le había descrito, mirando con atención a todas partes y tomando notas en un cuadernillo.

– Es un espía de Kramer -murmuró Krissi, abriendo mucho los ojos por debajo de sus enormes gafas-. Apuesto a que lo es. ¿Qué piensa usted?

Lisa dudó antes de dar su opinión. No le gustaba hacer acusaciones sin fundamento. Pero aquel hombre que contemplaba con expresión de arrebato el satén blanco y los encajes parecía cualquier cosa antes que un cliente de la sección de novias. Llevaba un traje gris y una camisa blanca impecables, pero se movía como un atleta y tenía el rostro curtido de un luchador callejero. Era exactamente la clase de persona que Mike Kramer contrataría para espiar a la competencia.

– ¿Quiere que llame a Seguridad? -preguntó Krissi.

Lisa sacudió la cabeza, resignada.

– No, Krissi. Vuelve a tu trabajo. Yo me encargaré de esto personalmente.

La joven no pudo ocultar su desilusión.

– A lo mejor debería quedarme yo por aquí por si acaso -sugirió-. Por si acaso se pone en plan duro.

La sonrisa de Lisa fue inmediata y sincera.

– No va a ponerse en plan duro. Esto no es más que una tienda, Lisa, no es La Ley del Silencio.

– Bueno, de acuerdo -dijo Krissi lanzando una última mirada al hombre que tomaba notas en su cuadernillo-. Volveré al trabajo.

Lisa esperó a que Krissi desapareciera de su vista y luego suspiró profundamente. No tenía la menor idea de qué era lo que iba a decirle al espía. Nunca se había encontrado con nada parecido durante el tiempo que había estado trabajando en Bartholomew's en Nueva York. Sólo en las ciudades pequeñas la competitividad tomaba un cariz tan personal, casi como lucha entre familias.

Mientras seguía observándolo, vio cómo se sacaba un pequeño cassette del bolsillo y se ponía a grabar algo allí en voz baja. Sin duda, eran ideas para Mike.

Se sintió furiosa. Loring's estaba pasando por una mala época, y ya tenían suficientes problemas como para tener que enfrentarse ahora al espionaje de Kramer. ¿Cómo se atrevía aquel hombre a enviar espías a su tienda? De pronto, toda su indecisión desapareció de un golpe, y echó a caminar para enfrentarse con el intruso.


Carson tenía dolor de cabeza, poco tiempo y un estómago que se quejaba dolorosamente por la ausencia del almuerzo. De modo que ¿cuál era la razón, se estaba preguntando, de que hubiera decidido pasearse por Loring's?

Debía de estarse convirtiendo en un obseso del trabajo, esa era la razón. Y era ridículo. El siempre se había enorgullecido de ser un espíritu libre de cualquier atadura, listo siempre para seguir la dirección del viento. Y aquí estaba, tan absorbido por su trabajo en el Central Coast Bank, que se había pasado más de un año en aquella pequeña ciudad costera.

En realidad, su trabajo le resultaba fascinante. Visitaba compañías que tenían problemas con sus préstamos bancarios y les aconsejaba cómo hacer reestructuraciones y renovaciones, además de otras maneras de hacer más eficientes sus negocios. En un principio había tomado este trabajo sin pensarlo mucho, y luego se había quedado sorprendido de lo mucho que disfrutaba haciéndolo. Aunque lo cierto era que se estaba convirtiendo en una rutina. Había empezado a sentirse harto e incómodo, y estas sensaciones se hacían más intensas de día en día. Era el momento de cambiar.

Este asunto de los Almacenes Loring's iba a ser un trabajo difícil. Conocía bien el tipo de negocio, una vieja familia aferrada a las tradiciones y aterrada con los cambios. No querrían aceptar sus consejos, y acabarían por irse abajo. Estaba escrito. Lo sabía con sólo dar un vistazo a la tienda. Parecía que no merecía la pena esforzarse.

Grabó todas estas observaciones en su cassette con un par de frases breves, y luego deslizó el aparato de nuevo en su bolsillo y se volvió con el ceño fruncido para encontrarse con una empleada que se acercaba hacia él. Era lo suficiente atractiva como para atrapar su atención, incluso en el estado de malestar físico en que Carson se encontraba. Ella llevaba su pelo rubio recogido en un moño, pero había dejado suelto un generoso mechón que le caía provocativamente sobre la frente, y sus ojos oscuros estaban rodeados por unas espesas y negras pestañas que hacían destacar aún más el brillo cálido de los ojos. Estaba vestida con un traje que parecía salido de una lujosa revista de moda; se trataba de un vestido de un tipo de lana que parecía tan suave como un rizo de niebla de San Francisco, una blusa color bronce, y un pañuelo sujeto por un sencillo alfiler de oro. En una de las solapas llevaba una insignia de la tienda donde decía, simplemente, "Lisa".

Lo primero que pensó Carson fue que hacía mucho tiempo que no veía a una mujer tan hermosa. Lo segundo fue que las empleadas de Loring's debían de estar muy bien pagadas si eran capaces de permitirse un vestido como aquel.

Este segundo pensamiento era, sin duda, un producto de su mente obsesionada con el trabajo. Se detuvo a pensar cuál sería la reacción si él sugiriera que se redujeran todos los salarios en Loring's. Sin duda se convertiría en el hombre más impopular de la ciudad. Las comisuras de sus labios se plegaron en una sonrisa, mientras hacía un breve gesto de saludo a la mujer que se acercaba a él.

Lisa, sin embargo, no parecía estar muy divertida. Deteniéndose ante él, lo contempló fijamente con una mirada que dejó a Carson sin saber qué decir. Estaba acostumbrado a que le miraran las mujeres, pero no a que su juicio fuera tan severo. Esto resultaba interesante. Esperó, preguntándose qué sería lo que quería aquella mujer.

Lo que Lisa quería era que él se mostrara un poco culpable. Ella hubiera preferido que se diera la vuelta y saliera corriendo, pero ya que no lo hacía, se conformaba con que se mostrara al menos un poco incómodo. Pero en vez de sentirse avergonzado o violento, él se mostraba de excelente humor, y eso le irritaba. Parecía un tipo duro, pero podría hacerse cargo de él de todos modos. Estaba acostumbrada a tratar con hombres.

– ¿Qué es lo que está usted haciendo aquí? -preguntó Lisa, mirándole con ojos brillantes.

– Quién, ¿yo? -preguntó él, sorprendido por la forma en que se dirigía a él aquella vendedora. Miró a su alrededor, sin saber qué hacer, y luego volvió a mirarla a los ojos.

– Sí, usted.

Parecía estar tan furiosa que casi le hizo sonreír.

– Estoy mirando un poco. ¿Qué está haciendo usted?

– Yo trabajo aquí -respondió ella.

Carson asintió, conteniendo la sonrisa.

– Ya lo veo.

Tenía un rostro precioso, una piel suave, una nariz fina, enormes ojos color café. Mirarla le traía a la memoria un día de primavera en el sur, cuando los árboles estaban en flor. Pero se percibía en ella una fuerza y una energía que estaban en contradicción con su aparente imagen de suavidad.

– Bueno, pues ya lo ve -dijo él con paciencia-. Usted trabaja aquí, y yo compro aquí. Así es como funciona el sistema. Esa es la razón de que a esto le llamen tienda.

Por muy atractiva que fuera, no manifestó el menor aprecio por su rasgo de humor.

– No, usted no está comprando aquí nada -dijo ella-. ¿Se cree que no me doy cuenta? Vamos a dejarnos de juegos. Sé muy bien qué es lo que está usted haciendo.

– Entonces ya somos dos -dijo él, mirándola intrigado. Por muy atractiva que fuera, la cualidad de ella que más le impresionaba en aquellos momentos era su testarudez. Su instinto le decía que lo mejor era desaparecer de allí-. Y ahora, si me disculpa…

Se volvió para marcharse, pero ella le interrumpió el paso, con la mandíbula apretada y ojos desafiantes.

– ¿Piensa de verdad que voy a permitir que me saboteen sin mover ni un dedo para impedirlo? Si me veo obligada, llamaré a la policía.

– La policía -dijo él, mirándola asombrado-. Escuche, señora no sé qué es lo que piensa que estoy haciendo, pero…

Estaba empezando a tener serias dudas sobre la estabilidad mental de la empleada en cuestión. Era una pena, pero parecía que siempre había algo que fallaba en las mujeres más hermosas. Era como si algún ser superior pensara que hasta en la joya más perfecta debería haber siempre alguna imperfección.

– ¿Qué pasa? -preguntó-. ¿Me está acusando de intentar robar, o algo así?

Ella seguía mirándolo con gesto de desaprobación.

– No se haga el tonto.

El parpadeó, sin saber qué decir.

– ¿Es usted así de amable con todos los clientes? -preguntó-. Si es así, ya comprendo por qué esta tienda tiene problemas.

– Escuche -comenzó ella, pero en ese momento dos mujeres que estaban comprando se acercaron hacia ellos, y Lisa les sonrió amablemente y esperó a que se alejaran un poco.

– Sé qué es lo que está haciendo aquí -le dijo en un murmullo, agarrándole el borde de la chaqueta con sus uñas rosadas-. Usted es un espía, ¿verdad?

– ¿Un… un espía? -dijo él sin poder salir de su asombro. No había ni rastro de humor en los ojos de aquella mujer, de modo que estaba claro que no hablaba en broma-. Exacto -dijo él con un ligero desdén-. Lo ha averiguado usted. Y eso que no llevo la gabardina ni las gafas oscuras.

– Está muy claro -dijo ella-. He estado observándolo. He visto lo que estaba haciendo.

El asintió lentamente, buscando en sus ojos alguna pista. Todo esto era una locura.

– Muy bien. Lo acepto. Soy un espía -dijo él intentando sonreír. Pero ella no sonrió-. La cuestión es, ¿qué hacen con los espías por aquí? ¿Los cuelgan de los pulgares? ¿O tengo que quedarme por aquí esperando a que reúna usted un pelotón de ejecución?

Había algo en su forma de reaccionar que parecía estar minando la confianza de Lisa. ¿Estaría cometiendo un error?

– Mire -dijo ella a toda velocidad-, ya sé que no es más que un empleado de Mike y no hace más que ganarse la vida. Y realmente, no debería descargar mi mal humor sobre usted, pero…

– Eh, un momento -dijo él, capturando la muñeca de ella. Luego la miró con calma-. Yo no estoy trabajando para nadie llamado Mike. Yo no soy su espía. De verdad.

– Oh -dijo ella. Pero no estaba reaccionando a sus palabras. Estaba mirando la mano que tenía sujeta su muñeca, y las marcas rojas de arañazos que había sobre ella.

Levantó la vista sorprendida.

– Un encuentro con un felino -explicó él-. Cuando intentas hacer una buena acción siempre acabas pagando por ello.

Ella apenas oía sus palabras. Todavía seguía mirando a Carson a los ojos. Eran azules como un día de verano, y la estaban contemplando de una manera tan sensual que casi le hacía sentirse violenta. También se sentía atraída por sus labios, que de pronto le parecieron los de un amante. Tenía el aspecto de un playboy . Era un tipo de hombre que ella despreciaba, de modo que, ¿por qué estaba sintiendo aquel nudo en la garganta?

El no era exactamente guapo a la manera tradicional, pero la fuerza de su masculinidad resultaba fascinante, y se sentía extrañamente atraída hacia él. Esto en sí era ya desconcertante. Ella no solía reaccionar ante los hombres de aquella manera. De hecho, después de muchos años saliendo con hombres, Lisa había acabado por sentirse un poco cínica en relación con el sexo opuesto. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se había encontrado con un hombre que la dejara sin aliento.

Lo cual no quería decir que fuera eso lo que estuviera pasando en aquellos momentos, se dijo rápidamente. Lo que estaba sintiendo no era otra cosa que indignación. Nada más. Después de respirar profundo, apartó de él sus ojos e intentó una última maniobra.