Carson relajó los hombros, como si acabaran de quitarle un peso de encima.
– En -dijo, sonriendo a su vez-, ¿qué tal ha ido el examen de conducir? ¿Ha aprobado Holly?
Viendo que le daban una oportunidad, Ben se embarcó en una minuciosa y divertida descripción de las tribulaciones que había pasado enseñando a conducir a su hija de dieciséis años. Tenía que admitir que Ben tenía unos hijos fantásticos. Lo que era un misterio era por qué había sentido la necesidad de tener tantos. Carson tuvo una súbita imagen de las seis criaturas rodeando a Ben como pajaritos con los picos abiertos y pidiendo comida.
– En otras palabras -dijo, cuando Ben se volvía para macharse-, que Holly todavía no es una mujer de la carretera.
– Gracias a Dios, no. Dentro de dos semanas volvemos para ver si es capaz de estacionar en paralelo.
Carson rió, y se despidió de Ben, quien ya se alejaba. Cuando bajó la vista para mirar el sobre que tenía en la mano, su sonrisa desapareció al instante. En los últimos meses, desde el momento en que su padre había averiguado su paradero, le habían llegado tres sobres más como aquel. Y esa era otra buena razón por la que quería desaparecer de allí. Metiéndose el sobre en el bolsillo, comenzó a reunir las cosas que quería llevarse a casa.
Estaba cansado, y el dolor de cabeza, en vez de desaparecer, había seguido aumentando a lo largo del día. Llevaba meses trabajando demasiado. Y, ¿para qué? Los otros hombres de su oficina se esforzaban para mantener a sus familias, pero él ¿para qué diablos lo estaba haciendo? Podría arreglárselas igual de bien si estuviera en Tahití pescando. Era absurdo que se matara trabajando de aquella manera cuando no tenía ninguna necesidad de hacerlo. Después de tomar su maletín, salió de su despacho. Antes de salir, se asomó a la oficina de Capalletti.
– ¿Tienes el informe de Covington Electronics?
Ben asintió.
– Va a ser un buen trabajo, Carson.
Carson asintió a su vez.
– El siguiente que tengo es el de los Almacenes Loring's.
– Sí, la tienda del viejo Loring. Eso va a ser más duro de roer.
Carson pensó en Lisa, la mujer demente con la que se había encontrado aquella tarde. Por absurdo que pareciera, sentía verdaderos deseos de volver a verla de nuevo. Era raro. Nunca le habían gustado las locas.
– Sí. Me las arreglaré. No te preocupes.
– Siempre te las arreglas -dijo Ben sonriendo-. Vas a tener que tratar con la nieta de Loring. Supongo que te han puesto al corriente.
– Sí -dijo Carson. No le hacía ninguna ilusión tener que tratar con una heredera que no tendría ni la menor idea de cuál era la situación. Sin duda estaría llena de opiniones e ideas que serían todas absolutamente irrelevantes-. ¿Qué tan joven es esa damita?
– Bueno, no tan joven como tú te imaginas. Han pasado sus buenos diez años, o quizá más, desde que salió de la universidad.
– ¿Casada?
– No. No hay ningún marido que venga a complicar las negociaciones. Eso es una buena cosa -dijo Ben. Luego su rostro cambió de expresión, y miró a Carson pensativo-. Llevas con nosotros casi un año, Carson. ¿No te parece que ya va siendo hora de que comencemos a hablar de posibilidades de promoción?
Carson tosió. Este punto siempre le ponía incómodo. Por mucho que le gustara trabajar con Ben y el tipo de trabajo que estaba haciendo allí, no podía prometer que fuera a quedarse por allí el tiempo suficiente como para que mereciera la pena promocionarse.
– Claro, Ben -dijo con una sonrisa evasiva-. Uno de estos días hablamos. Ahora quiero concentrarme en Loring's. Hablaremos cuando tenga eso resuelto.
Sabía, al contemplar el gesto de extrañeza del rostro de Ben, que no estaba engañando a nadie, pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Haciendo un gesto de despedida, se dirigió hacia los ascensores. Le llamó la atención un cuadro que había en la pared. Palmeras y una laguna color turquesa. Sus hombros comenzaron a relajarse, y de pronto se dio cuenta de que su dolor de cabeza había desaparecido. Tenía que ser un signo.
Capítulo 3
– Cumpleaños feliz -cantaba Lisa mientras entraba en el estacionamiento subterráneo y salía del coche-. Me deseo cumpleaños feliz.
Era un día precioso. Tendría que estar celebrándolo en la playa. Debería estar en una noche lleno de amigos, conduciendo hacia la playa a toda velocidad; o bien planeando una fiesta en algún lujoso club de la ciudad, tal como había hecho el año pasado en Nueva York.
– No -murmuró cerrando con firmeza la puerta del coche. Esas eran las cosas que ella había deseado hacer en el pasado. Pero ya no las deseaba. Este era su treinta y cinco aniversario. Lo que de verdad deseaba era celebrarlo con alguien cercano. Alguien que la comprendiera. Alguien… alguien a quien amara.
Ya era un poco tarde para eso, murmuró para sí, oyendo con satisfacción el sonido de sus tacones sobre el asfalto. A no ser que se diera mucha prisa y se enamorara de alguien antes de que llegara la noche.
"No es muy probable", admitió mirando el panel de números del ascensor.
Pero aquel día tenía que sucederle algo bueno. Era su cumpleaños.
Cuando salía del ascensor casi se tropezó con Garrison Page, una joven que trabajaba en la tienda y venía a menudo a enseñar su nuevo bebé a sus compañeros.
– Ah, hola, señorita Loring -dijo Garrison. Estaba vestida con shorts y sandalias, su cabello castaño cayendo libremente sobre sus hombros desnudos-. ¿Ha visto usted a mi Becky?
Tenía a su bebé en los brazos. Lisa sintió que se deshacía al verlo. Aquellos días siempre le pasaba lo mismo cuando veía un bebé.
– Es preciosa. ¿Puedo… puedo tenerla en brazos?
– Claro que sí -dijo Garrison poniendo al bebé en los brazos de Lisa con una sonrisa-. Es una niña buenísima. Si pudiera tener la garantía de que fueran a ser todos tan buenos como ella, tendría una docena.
Lisa dejó su maletín en el suelo y sujetó al bebé en sus brazos. Era tan suave, olía tan bien… Olía a talco, a margaritas y a ropa recién lavada.
– ¿Tiene usted niños, señorita Loring? -preguntó la joven, observando la sonrisa con que Lisa miraba a Becky.
– No, Garrison. Nunca he estado casada.
– Bueno, eso podría ser un inconveniente -dijo Garrison riendo-. No sé cómo puede una mujer arreglárselas sola. Yo tengo muchísima ayuda, tengo a toda mi familia viviendo conmigo, mi madre, dos hermanas y un cuñado, además de mi marido, por supuesto. Y todo el mundo colabora.
Una enorme y maravillosa familia. Lisa sintió una punzada de envidia. Por un instante, deseó decirle a Garrison que ese día era su cumpleaños. No estaba segura de cuál era la razón.
"A no ser que quisieras que te diera a Becky como regalo de cumpleaños".
Pero finalmente no dijo nada, y le devolvió el bebé a su madre.
– Me alegro de verte, Garrison. Mucha suerte con Becky.
– Gracias, señorita Loring. Vuelvo al trabajo ya dentro de pocas semanas.
Lisa echó a caminar por el pasillo, todavía sintiendo el olor y el contacto de la criatura que había tenido en sus brazos. Se encontró a Terry hablando por teléfono y naciéndole gestos.
– Oh, señorita Loring. El señor Carson James está en la línea.
El señor James. El consejero del banco. Empezaban los problemas.
– Lo tomaré en mi oficina. Gracias, Terry.
Entró en el despacho, tomó el auricular e intentó poner una sonrisa en su voz.
– Señor James. Le estamos esperando. Iba usted a venir a las diez, ¿verdad?
– Sí, precisamente llamaba para decirle que se me ha hecho muy tarde, y que probablemente no podré ir allí antes de las doce. ¿Es eso un problema?
Lisa frunció el ceño. Había algo en aquella voz que le resultaba familiar.
– No, no, en absoluto. Puedo hacer que nos sirvan el almuerzo aquí a los dos, si usted quiere, y podemos hablar mientras.
– Muy bien -dijo él-. Eso será estupendo.
¿Conocía a aquel hombre? Le parecía haber oído antes esa voz.
– Estoy segura de que querrá usted comenzar dando una vuelta por la tienda -dijo ella.
– No, eso no será necesario -indicó él-. Ya me he acercado un par de veces para echar un vistazo.
– Oh -eso no le hacía mucha gracia. ¿Había ido a su tienda sin decirle a ella ni una palabra? No pudo evitar que en su voz se deslizara una nota de sarcasmo-. Bueno, entonces supongo que ya sabe usted todo y está preparado para hacer sugerencias.
El no se preocupó de reaccionar ante el tono de Lisa.
– En realidad, señorita Loring, lo único que he hecho ha sido rascar un poco la superficie. Son sus libros los que me van a decir todo lo que necesito saber. Por cierto -añadió después de un instante de indecisión-, sí tengo una observación que hacerle. Es sobre la empleada que hay en la sección de trajes de novia. Creo que se llama Lisa. No sé cuál será su política de contrataciones y despidos, pero la aconsejo que la observe de cerca. Esa mujer está loca de remate.
Por un instante, Lisa se quedó inmóvil, con la mente completamente en blanco. ¿Qué diablos…? Entonces se dio cuenta de golpe. Era él. El espía. El espía no era tal espía. El espía era Carson James, consejero del banco. Y ella le había acusado… le había dicho que… le había… Oh, oh. ¡Vaya día que la esperaba! Luchando por controlar el dominio de su voz, dijo:
– Lo tendré en cuenta, señor James.
– Muy bien. La veré a mediodía.
Ella colgó lentamente el auricular y luego se echó a reír, cubriéndose la boca con las dos manos. Menuda metedura de pata.
Luego se puso a pensar en el hombre en cuestión, en su aspecto, en su forma de hablar. De modo que no era un tipo cualquiera al que jamás volvería a ver, y tampoco un espía contratado por la competencia, sino un profesional cuya tarea era precisamente ayudarla. Definitivamente, todo eso iba a ser muy interesante.
En su escritorio había dos mensajes de Greg. Se había ido a Santa Bárbara todo el día para aclarar un asunto relativo a unas regulaciones. La segunda nota decía que seguramente volvería de Santa Bárbara hasta el día siguiente. Se quedó mirando la nota unos segundos, dándose cuenta de que en lo profundo de su mente había estado pensando que una vez que Greg se enterara de que era su cumpleaños, seguramente reuniría a un pequeño grupo de gente para celebrarlo. Ella no conocía a nadie en la ciudad.
– Cumpleaños feliz -canturreó de nuevo, arrugando los mensajes, y sabiendo al mismo tiempo que era culpa suya-. Bueno, ya soy mayorcita para fiestas.
Dejándose caer en su silla, se puso a contemplar su maletín lleno de documentos y los papeles llenos de números que había sobre el escritorio. Tenía que ponerse a trabajar. Tomando el teléfono, le dijo a Terry:
– Por favor, no me pases llamadas durante un rato.
Luego hizo una llamada a Delia, en el salón de té, y solicitó un almuerzo de gourmet para dos. Después de todo, esta iba a ser al parecer su única celebración de cumpleaños. Luego colgó el teléfono, se recostó en su asiento y suspiró. Sacó sus enormes gafas redondas de su estuche y se las puso con gesto decidido sobre la nariz. Por muy cumpleaños suyo que fuera, tenía un trabajo que hacer.
Las siguientes horas pasaron volando. Lisa dividió su tiempo entre el ordenador, los archivos y un enorme volumen de documentos que su abuelo guardaba desde tiempo inmemorial. De vez en vez miraba el retrato del anciano. A lo mejor era su imaginación, pero cada vez que lo miraba le parecía que la expresión de su rostro era más suave que antes. A lo mejor era que él había empezado a creer en ella por Fin.
De pronto, ya eran las doce. Lisa no se dio cuenta de que había pasado el tiempo hasta que la puerta de su despacho se abrió para dar paso a un visitante.
– Hola, qué hay -dijo Carson entrando en la oficina-. Su secretaria no estaba, y…
Se detuvo. Acababa de darse cuenta de que detrás de aquellas gafas no había otra sino la mujer con la que se había encontrado el día anterior. La expresión del rostro de Carson le habría resultado cómica de no ser por lo violenta que se sentía ella por la situación.
– Oh, no -dijo él-. Usted otra vez…
– Señor James -dijo Lisa quitándose las gafas y sonriéndole. Tenía todavía la cabeza llena de las cifras y números con los que llevaba toda la mañana trabajando. Iba a costarle un par de segundos ponerse en situación.
– No, no -dijo él, sacudiendo la cabeza y volviéndose para salir del despacho-. He venido para hablar con la señorita Loring.
– Bueno -dijo ella intentando calmarlo con su mejor sonrisa-. Ya ve usted, ese es precisamente el problema. Yo… yo soy Lisa Loring.
El la miró con incredulidad.
– ¿Es usted la que lleva estos almacenes?
Seguramente no era algo tan difícil de creer, pensó Lisa. Luego se irguió y levantó la barbilla.
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