– Sí, me temo que sí.
El avanzó hacia su mesa, al parecer no muy convencido. Su traje oscuro se amoldaba perfectamente a sus anchos hombros, y el cuello blanco de su camisa acentuaba aún más el moreno de su piel. Tenía un aspecto muy profesional. De modo que ¿por qué imaginaba ella que veía algo de indómito y salvaje en sus ojos?
– Ayer se comportó usted de manera muy extraña -le recordó él, todavía mirándola con atención.
Ella asintió, intentando no recordar aquella escena absurda. Exceso de trabajo. Esa había sido la causa. Paranoia momentánea causada por falta de descanso y de relax. Tendría que hacer algo para solucionarlo.
– Ya lo sé -indicó rápidamente-. Lamento lo que pasó. Pensé que usted era… otra persona…
Bueno, con eso sería suficiente, pensó. El la estudió con atención. Era exactamente igual de hermosa que como la recordaba. No haría ningún daño concederle el beneficio de la duda. Se encogió de hombros y se acercó a ella, extendiéndole la mano.
– Carson James -dijo él-. Del Central Coast Bank.
Ella estrechó su mano grande y fuerte.
– Lisa Loring -dijo de nuevo, como para asegurarse de que él la creía-. Me alegro de que haya venido. Siéntese, por favor.
El se sentó, todavía mirándola con atención.
– No se preocupe -comentó Lisa, hundiéndose de nuevo en el sillón de su abuelo y feliz por la sensación de seguridad que le producía estar sentada allí. Con una sonrisa, volvió a mirarlo de nuevo.
De modo que aquel era el playboy . Sí, era evidente que algo de aquello había. Pero no estaba segura de cuál era la razón de que le hubiera recordado tan atractivo. Definitivamente, no era Robert Redford. ¿Por qué había excitado tanto su interés el día anterior? No estaba segura.
– Todo está bajo control -siguió diciendo-. Ahora ya sé quién es usted realmente.
El asintió y pareció relajarse. Esto podía no ser tan malo, después de todo. Y además, no se podía negar que ella era algo muy agradable de contemplar. Era una mujer de altura media y con una figura muy esbelta, y su perfil tenía la suavidad propia de una figura de porcelana. Seguramente los colores que mejor le sentarían serían los tonos pastel, aunque en aquellos momentos la blusa que llevaba era blanca, y la falda azul marino.
¿Qué edad tendría?, se preguntó. Treinta, quizá. Miró sus manos, en busca de algún anillo, y entonces recordó que Ben le había dicho que no estaba casada. ¿Divorciada? A lo mejor. No había fotografías de niños en su escritorio. ¿Una mujer de negocios consagrada a su trabajo? Posiblemente. Y sin embargo, había una suavidad en ella que le hacía dudarlo. Había conocido a muchas mujeres dedicadas exclusivamente a su trabajo, y aunque a menudo eran muy hermosas y muy femeninas, solía haber en ellas una expresión cortante en la mirada y un aire de confianza en sí mismas que él no veía en Lisa.
– ¿No va a seguir acusándome de ser un espía? -preguntó, sólo para estar seguro.
– Lo siento, de verdad. Lo que pasa es que Mike Kramer nos ha hecho toda clase de cosas, sabe usted, y cuando le vi tomando notas en su cuaderno y dictando en una grabadora…
El asintió, y Lisa se dio cuenta de que había comprendido la situación al instante. Era un hombre brillante, sin duda. Bueno, a lo mejor tenía un poco de aspecto de playboy , pero eso no quería decir que no conociera su trabajo. A lo mejor él podía realmente encontrar una solución para salvar la tienda.
– Mike Kramer, ¿eh? -dijo él pensativo. Conocía a Mike. Y conociendo a Mike, entendía sus sospechas-. El es su principal competidor, ¿verdad?
– Sí, así es. Los compradores pueden ir en coche a los centros comerciales de Santa Bárbara y visitar los establecimientos de las grandes cadenas, pero aquí en San Feliz lo único que hay es Kramer's y Loring's. Y así ha sido siempre.
El asintió y sacó un cuaderno de notas.
– ¿Y qué más competencia tiene Loring's? ¿Las boutiques del paseo de la playa?
Lisa sonrió. Por lo menos, parecía que aquel hombre tenía cierta idea de cómo eran las cosas por allí. A lo mejor había alguna esperanza, después de todo.
– Sí, yo diría que sí, aunque todavía no hemos hecho ningún estudio definitivo del mercado.
El abrió el cuaderno y sacó su bolígrafo.
– Déme cifras aproximadas. ¿Cuánto diría usted que pierden en una semana cualquiera por su causa… digamos, en ropa de mujer?
– Eh… un minuto por favor -dijo ella, empezando a rebuscar entre los papeles de su mesa. Con sólo una mañana de trabajo, ya se habían formado verdaderas pilas de ellos. Tenía esas cifras en alguna parte…
El la contemplaba mientras tanto. ¿Qué era lo que le habían dicho sobre ella cuando le habían dado este trabajo? Se suponía que ella había adquirido experiencia en Europa y luego en Nueva York. Pero estaba seguro de que su experiencia no le serviría ahora de mucho, y que todo aquello debía de ser nuevo para ella.
– Escuche -dijo Carson mirando a su alrededor en la habitación-, ¿se va a unir a nosotros su asistente Gregory Rice? -preguntó. Le habían dicho que Lisa Loring era la directora porque su abuelo le había dejado el negocio en herencia, pero que Rice era la persona con la que debía hablar-. Creo que él ha estado llevando la tienda durante años, y que conoce bien la situación en que está.
Ella interrumpió su búsqueda y miró un momento a Carson, leyendo la impaciencia en sus ojos. De modo que él seguía queriendo echar a Lisa, ¿no era eso?
– No se preocupe, señor James -contestó suavemente-. Yo puedo ocuparme de esto. Lo que sucede es que estoy un poco aturdida en este momento.
Y sin más explicaciones, se puso a buscar de nuevo. Pero estaba empezando a recordar qué era lo que había visto en él el día anterior. Era su masculinidad. Cuando la miraba, ella parecía sentirse de otra manera.
Y aquellos ojos azules…
Pero no había tiempo para aquello, se dijo con severidad. Tenía que poner atención en el trabajo. Levantó la mirada, y se encontró con los ojos de él fijos en ella. Parpadeó, contemplando el rostro de él por espacio de un instante y luego volvió a los papeles.
Seguramente debería sentirse agradecida. ¿Acaso no había pedido ella un hombre para su cumpleaños? Bueno, pues este era un hombre, desde luego. Lástima que no de la clase adecuada para ella. Tendría que devolverlo.
Las comisuras de sus labios temblaron cuando ella intentaba contener la sonrisa.
Carson había observado las cambiantes expresiones que habían cruzado el rostro de Lisa y había comenzado a preguntarse si ella se estaba tomando todo aquello lo suficiente en serio.
– Se da cuenta de que su negocio tiene serios problemas, ¿verdad? -dijo-. La única manera que va a tener usted de salvarlo va a ser haciendo recortes.
Ella no levantó la vista, pero repitió la frase que había estado diciendo aquellos días y que tan nervioso ponía a Greg cada vez que la decía:
– Andar escatimando no sirve para atraer clientes.
Al contrario que Greg, Carson le ofreció una respuesta al instante.
– Tampoco los atraen unos escaparates medio vacíos. Y eso es lo que va a tener usted si no consigue fondos para cubrir sus compras.
Ella le miró.
– Touché -declaró con una rápida sonrisa.
Carson se sintió satisfecho. Por lo menos, ella podía no estar de acuerdo sin tomarse cada cosa que él dijera como algo personal. Le gustaba eso en una mujer, y era algo que no se había encontrado muy a menudo.
Su mirada vagó por la elegante curva de su peinado hasta el punto en que un mechón de pelo rubio platino se retorcía sobre su cuello. Y desde aquí, llegó en seguida a la abertura de su blusa de seda, y al insinuado volumen de sus pechos por debajo de la tela. Agradable. Muy, muy agradable.
Había pasado bastante desde la última vez que había tenido una relación amorosa. En los últimos tiempos, se había dejado absorber completamente por su trabajo, y su vida social se había resentido por ello. Contemplar a Lisa Loring le hacía recordar muchas cosas, sensaciones que hacía tiempo que no sentía.
Sin embargo, se recordó que no era un buen momento para comenzar una relación con una mujer. Estaba a punto de abandonar la ciudad. Lo cierto era que no había modo de borrar las reacciones naturales que contemplar a Lisa Loring le producía. Ella le gustaba, su aspecto, su forma de moverse, su estilo. No podía evitarlo.
A lo mejor no. Pero sabía que tendría que dejar todo aquello a un lado, por lo menos hasta que el trabajo hubiera terminado. Apartando de ella la vista, se recostó en su silla y escribió un par de cifras sin sentido en su cuaderno, tan sólo para concentrarse.
Lisa lo miró. Acababa de encontrar el papel que estaba buscando, y ahora esperaba a que él le prestara atención.
– ¿Preparado? -dijo por fin. El levantó la cabeza, con los ojos muy abiertos. Era evidente que no esperaba que encontrara el papel. Lisa sonrió-. Si quiere un momento para prepararse… -le dijo con una amabilidad que era ligeramente burlona-. Puedo esperar.
– En… no, no, en absoluto -dijo él irguiéndose en la silla. La observó con atención. Parecía una persona perceptiva, casi demasiado perceptiva. Un hombre tendría que andarse con cuidado al tratar con ella-. Dispare.
Lisa volvió a ponerse las gafas. Cruzando las piernas, comenzó a leer cifras del papel, deteniéndose aquí y allá para hacer comentarios sobre los datos que leía, de nuevo totalmente absorta en lo que estaba haciendo. Mientras tanto él iba tomando notas y le hacía preguntas de vez en vez, que ella siempre respondía de forma inteligente.
La primera impresión que Carson había tenido de ella, estaba desapareciendo a toda velocidad. Lisa Loring era una mujer de negocios tan aguda y profesional como cualquiera que él se hubiera encontrado nunca. De hecho, aquella mujer era probablemente la persona más fascinante, desde un punto de vista profesional, que él había conocido.
Había en ella una suavidad y una femineidad que harían a cualquier hombre preguntarse cómo sería tenerla en los brazos. Y entonces ella se ponía aquella enormes gafas y se sentaba muy recta en la silla, y era como si de pronto le hubieran salido espinas para impedir que tal cosa pudiera suceder. "No me toques", decía el lenguaje de su cuerpo a las claras. Esa era probablemente la razón de que no hubiera ni rastro de anillo en su mano derecha. Probablemente ella era también una obsesa del trabajo. Una pena.
– ¿Tiene usted una lista de proveedores? -preguntó él entonces. Los ojos de ambos se encontraron un instante, y Carson leyó en los de ella una momentánea identificación sensual que casi le hizo sonreír. Sin decir una palabra, le entregó la lista que le había pedido. A lo mejor, pensó, lo que le tenía tan inquieto eran los enormes ojos de Lisa. Los ojos oscuros de mujer parecían resultarle irresistibles últimamente. Volvió a recordar los ojos de Michi Ann Nakashima y los arañazos que tenía en la mano.
Luego él tomó un montón de papeles que había sobre la mesa para examinarlos, y un pequeño catálogo cayó al suelo. Lo recogió y le dio la vuelta para ver de qué se trataba.
Pero aquel catálogo no tenía nada que ver con el asunto que tenía entre manos, y ni siquiera era un catálogo de Loring's, sino de una firma de muebles para bebés. Había una foto de una cuna rodeada por un círculo, pero Carson no pensó que Lisa la hubiera señalado para encargarla para el departamento de bebés de Loring's.
La miró, pero ella estaba en aquellos instantes ocupada con el ordenador, mordiéndose con suavidad el labio inferior y con toda su atención puesta en la pantalla. Volvió a mirar la cuna. Soltera, había dicho Ben. A lo mejor era un regalo para una hermana, o algo así.
– ¿Sabe usted? -dijo Lisa de pronto dejando su lápiz sobre la mesa y Volviéndose a él-. Vamos a necesitar los informes anuales de diez años atrás, y están todos en el almacén.
Tomó el auricular, marcó un número y esperó unos segundos.
– Están todos almorzando -comentó-. ¿Quiere bajar usted conmigo y ayudarme a buscarlos?
La idea tenía su atractivo.
– Muy bien -dijo él levantándose de la silla. Luego abrió la puerta y la dejó pasar, preguntándose si ella se daría cuenta de que su cortesía no era en realidad sino una maniobra para hacer que ella pasara a su lado y poder oler el perfume de su pelo.
Los ojos de ella se encontraron con los de Carson por espacio de un segundo, y él se dio cuenta de que había pocas cosas que se le escaparan a aquella mujer. Lo sabía. Pero el gesto de su rostro, su media sonrisa, le decían que no tenía nada que hacer, que ella no tenía la menor intención de jugar con él a ningún juego.
Hacía mucho tiempo que no se encontraba con una mujer tan rápida y tan perceptiva como ella. Sí, definitivamente Lisa Loring le intrigaba.
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