– No, no es eso.

No merecía la pena decir mentiras educadas. Ya lo había hecho muchas veces y no veía la necesidad de seguir haciéndolo. Le diría la verdad. El se lo merecía.

– Voy a ser muy honesta contigo, Carson. Soy demasiado mayor como para ir por ahí jugando y tomándome las cosas a la ligera. Sé qué es lo que necesito, y divertirme y tomarme las cosas a la ligera no tiene nada que ver con ello.

El la miró, perplejo. Divertirse y tomarse las cosas a la ligera era lo mejor que había en la vida. Divertirse y tomarse las cosas a la ligera era lo que hacía que la vida mereciera la pena ser vivida. ¿Es que ella no lo sabía? ¿No lo había oído nunca?

– Entonces, ¿qué es lo que piensas tú que necesitas?

Ella echó a caminar en dirección a los archivos que había pegados al muro, y él la siguió.

– Es fácil de contestar. Necesito mucho más. Una casita con un jardín de rosas en flor. Dos gatos en el patio. Un columpio en la parte de atrás.

– Y una cuna en la habitación de los niños -murmuró él, comenzando a comprender.

– ¿Qué? -preguntó ella, pero él negó con la cabeza-. Bueno, pues ya ves, eso es lo que yo tengo en la cabeza. Algo diametralmente opuesto a lo que tú deseas. Nosotros dos somos incompatibles.

Estaban al lado de los archivadores. Tirando de uno de los cajones, Lisa comenzó a sacar los papeles que estaban buscando y se los fue entregando a él.

– ¿Cómo sabes tú qué es lo que quiero yo? -preguntó él.

– Lo veo en tus ojos -dijo ella riendo.

Los dos atravesaban el sótano con los brazos cargados de papeles y carpetas, rumbo al ascensor.

– A ver si lo he entendido bien -indicó Carson sin molestarse en discutir qué era lo que ella creía que quería. Tenía la sensación de que ella lo sabía perfectamente-. Tal como yo lo veo, me parece que tú todavía sigues creyendo en cuentos de hadas…

– ¿Finales felices? Sí, por supuesto -dijo ella apretando el botón del ascensor.

– Entonces, si ponemos todo esto en términos de cuento de hadas… -comenzó a decir él, con un brillo de buen humor en sus ojos azules.

– Entonces tú eres el lobo malo -dijo ella, volviéndose a mirarlo para ver cómo se tomaba sus palabras.

El pareció muy sorprendido.

– ¿Qué? Yo siempre me había visto como el príncipe encantado.

– Piensa un poco más -comentó ella cuando los dos entraban en el ascensor.

– No, hombre… El príncipe encantado ofrece a la preciosa dama romance, diversión…

– Sí, estoy segura de que todo eso lo harías muy bien -dijo ella-. O sea que esa es la versión masculina del cuento, ¿verdad? La versión femenina es un poco diferente. A nosotras nos gusta interpretar "y fueron felices y comieron perdices" como que se casaron y tuvieron un montón de hijos.

El ascensor llegó a su destino, y Carson sujetó la puerta para que ella pasara.

– ¿Y qué clase de felicidad es esa? -preguntó.

Sabía que estaba intentando vencer su resistencia, pero no se sentía con ánimos para enfadarse con él. Lo único que hizo fue echar a caminar con paso firme en dirección a su oficina, sabiendo que él la seguiría.

– Oh, por supuesto. Me imagino que para ti eso de "vivir felices" significa encontrar una nueva hermosa dama cada semana.

El no contestó inmediatamente. En su mayoría los empleados de las oficinas estaban almorzando, y Terry no estaba en su escritorio. Aprovecharon esta circunstancia para dejar todos los papeles que traían en la mesa de Terry antes de entrar en el despacho de Lisa. Cuando se acercaban a la puerta del despacho, Carson puso el brazo para impedirle a Lisa la entrada, y la obligó a que lo mirara a los ojos. A ella le sorprendió comprobar que él llevaba todo aquel tiempo pensando en su última observación.

– Lo creas o no -dijo con tono serio-, me parece que yo no soy tan frívolo.

Ella había ido demasiado lejos. Le habría gustado poder rectificar sus palabras.

– Escucha, yo no quería dar a entender que tú fueras… así. Lo que pasa es que…

– Lo que tú querías dar a entender es que no merece la pena que nosotros dos nos conozcamos mejor porque lo que tú buscas es un marido y yo no sirvo para eso.

Ella se ruborizó. Lamentaba que hubieran llegado a esto.

– No. Lo que yo quería decir era que a estas alturas de la vida yo quiero encontrar algo serio y duradero, y no creo que tú quieras lo mismo.

– Es lo mismo -dijo él-. Pero tú no me conoces en absoluto. Estás reaccionando ante una imagen, sin molestarte en escarbar un poco para conocer a la persona de verdad.

El tenía razón. Le miró con atención, intentando ir más allá de sus ojos azules… y sus anchos hombros… y su rostro duro y masculino… e intentó compararle con su hombre de tweed , aquel que sería padre de sus hijos y responsable de su hogar. Por espacio de un instante, se imaginó que sería posible encajar a Carson James dentro de aquella imagen, y sintió que su pulso se aceleraba. ¿Qué pasaría si…?

Pero entonces su mirada se encontró con la de él, y fue consciente del aire de buen humor y de sensualidad que rodeaba a aquel hombre. Ah, sí. Este era el principal inconveniente. El futuro padre de sus hijos nunca podría mirar a una mujer tan provocativa. Incapaz de detenerse, se echó a reír.

– ¿Qué pasa? -preguntó él desconcertado.

– Lo siento. No eres tú -dijo ella riendo de nuevo, levantando la mano como para pedir perdón y rozando casi su pecho. El capturó su mano y la sostuvo suavemente por la muñeca.

– Nunca me había dado cuenta de que fuera un personaje tan cómico -dijo él.

– No, no, no es eso. Lo que pasa es que…

Y antes que pudiera darse cuenta de lo que estaba haciendo, allí estaba su otra mano, deslizándose por la solapa de su chaqueta. Le resultaba tan fácil tocarle. Apenas se conocían, y ya se había creado entre los dos una increíble familiaridad física. Pero no se conocían lo suficiente como para acercarse tanto el uno al otro.

Ella se apartó de él y le miró. Ya no estaban en contacto, pero seguía sintiendo en toda su piel la presencia física de Carson.

– Eres un hombre muy atractivo, Carson, pero no eres lo que estoy buscando -dijo con sencillez, deseando que estas palabras fueran suficientes para mantenerlos alejados al uno del otro, pero sabiendo al mismo tiempo que eso no bastaría.

El la miró.

– ¿No podemos ser amigos? -preguntó.

Ella negó con la cabeza.

– No, creo que no podemos.

– No sería por mucho tiempo -dijo él-. Me marcho a Tahití dentro de poco tiempo.

– Oh.

Bueno, no estaba nada mal. El era exactamente lo que ella había imaginado que era, un playboy disfrazado de banquero. Pero se iba a marchar en seguida, de modo que podía estar tranquila.

– ¿Por qué a Tahití?

– Porque es diferente. Y además, nunca he estado allí.

Ella le miró un instante, y luego rió.

– Muy bien, señor Carson James. Ya está bien de jugar conmigo. Acabas de demostrar que todo lo que yo decía era cierto.

– Ah, ¿sí?

– Sí. Yo quiero estabilidad. Tú quieres viajar a sitios remotos. Tal como yo decía, somos personas absolutamente opuestas. De modo que -dijo, entrando en su oficina y lanzándole una seductora sonrisa por encima del hombro-, deja ya de intentar influir en mi juicio. Yo sé lo que estoy haciendo.

Al entrar, se quedó atónita. Su despacho había sido convertido en un pequeño y elegante restaurante francés. Los libros y los papeles habían sido trasladados a una mesa del fondo de la habitación. Sobre su escritorio habían puesto un mantel de encaje y cubiertos de plata. Las velas esperaban a ser encendidas. Brillaba la porcelana. Resplandecía el vidrio.

Ella había encargado un almuerzo de gourmet. Suponía que Delia se había enterado quién era el que venía a almorzar y había extraído sus propias conclusiones. Probablemente la reputación de Carson James se había extendido a todas partes. Pero todo esto tenía todo el aspecto de una invitación al romance. Tendría que tener una pequeña charla con aquella mujer.

Miró a Carson y vio que él estaba tan sorprendido como ella misma. No serviría de nada asegurarle que ella no había planeado que fueran así las cosas, de modo que sonrió.

– Ah, aquí está la comida. ¿Quieres que nos sentemos y comamos?

El no dijo ni palabra. Lo vio tomar una silla y acercarla al escritorio. ¿Qué estaría él pensando?

Había champiñones salteados en vino blanco, alcachofas rellenas con gambas y pollo a la mostaza, con una tarta especial de postre. Lo más probable era que él se estuviera preguntando cuál era la razón de aquella celebración extravagante.

Era eso exactamente lo que Carson se estaba preguntando. Había asistido a muchos almuerzos de negocios, pero jamás había visto nada parecido. ¿Habría en Tahití comida como esta?

No importaba. En Tahití había frutas tropicales y mujeres que vivían para el presente y no estaban obsesionadas con montar un hogar. Y dos gatos en el patio, pensó, recordando los arañazos que tenía en la mano.

Empezaba a pensar que ella tenía toda la razón. Los objetivos de ambos eran incompatibles. Pensó que le agradecía a Lisa que hubiera dejado las cosas tan claras. Ahora ninguno de los dos tenía ilusiones absurdas. Ahora podrían evitar fácilmente meterse en líos porque, a pesar de la obvia atracción física, los dos sabían que sus intereses eran diametralmente opuestos. Era así de simple.

– ¿Te gusta la comida? -preguntó ella.

– Claro que sí -dijo él-. Es deliciosa. Pero si almuerzas así todos los días, no me extraña que este negocio tenga problemas.

La miró, esperando su reacción.

Ella sonrió.

– No almuerzo así todos los días.

Lo había dicho de una manera que hacía suponer que había alguna razón oculta para todo aquello.

– Entonces, ¿por qué hoy sí?

– Hay una razón -dijo ella-. Pero es un secreto.

– Un secreto. ¿Qué clase de secreto?

Ella entrelazó las manos y bajó los ojos.

– La clase de secreto que uno no le cuenta a nadie.

– Ah, no -dijo él con convicción-. Se lo tienes que contar por lo menos a una persona.

– Ah, ¿sí?

– Claro. Porque si no, no es un secreto ni es nada. Es como esa vieja historia sobre el árbol que cae en medio del bosque. Si no hay nadie allí para escucharlo, ¿hace algún ruido al caer?

– ¿Lo hace?

– ¿Cómo voy a saberlo? Yo no estaba allí cuando caía -declaró con una sonrisa-. Pero sí que estoy aquí. Puedes decirme tu secreto.

Le gustaba cuando él sonreía de aquel modo. ¿Por qué le habría dicho que no podían ser amigos? Se estaba convirtiendo en una cascarrabias. Un poco de amistad no podía hacer daño. Además, él se iba a marchar a Tahití.

– Ya veo -dijo ella-. Entonces tú eres la persona a la que hay que contárselo.

– Exactamente.

Lisa lo pensó un instante. Si se lo decía, sería la única persona de toda la costa oeste que lo sabría. Por alguna razón, esta idea le ponía la carne de gallina. Sin embargo, iba a decírselo. Por alguna loca razón, deseaba que él lo supiera.

– Muy bien -dijo por fin.

El esperó.

– Pero tú ya sabes lo que es un secreto -continuó Lisa, medio en serio medio en broma-. Quiero decir, que si te lo dijo, tú no se lo podrás decir a nadie.

El levantó la mano.

– Palabra de honor de boy scout.

– Tú y yo seremos los únicos que lo sepamos.

El asintió, esperando. Por alguna razón, todo aquello le parecía muy agradable.

– Muy bien -ella lo miró a los ojos-. Ahí va… este día… hoy… es mi cumpleaños.

– ¿Tu cumpleaños? -dijo él. Jamás había dado gran importancia a aquellas cosas, pero sabía que para las mujeres eran importantes. Y allí estaba ella, celebrando su comida de cumpleaños con él, con un hombre al que apenas conocía. Incluso a él le resultó un poco triste-. ¿Y no lo sabe nadie?

– Llevo pocas semanas en la ciudad -explicó-. He recibido tarjetas y llamadas de amigos de Nueva York, pero aquí no hay nadie que…

Quedó en silencio, como si acabara de darse cuenta ella misma de lo triste que era la situación. Carson la observó por espacio de unos segundos.

– ¿Qué vas a hacer esta noche? -preguntó de pronto-. Vamonos a bailar.

En vez de mirarlo, ella empezó a recoger los platos.

– Habíamos decidido no salir juntos, ¿no te acuerdas?

– No. Tú lo has decidido. Además, esto no será realmente salir. Alguien tiene que sacarte para celebrar tu cumpleaños.

Ella le miró en silencio. Tenía que ser una broma.

– Gracias, pero no, gracias -dijo por fin-. Tengo mucho trabajo que hacer.

Levantándose, colocó los platos sobre la bandeja que había al lado de la puerta.

– Me parece que será mejor que volvamos al trabajo -declaró la chica.

Carson se levantó y salió del despacho para recoger todos los papeles y carpetas que habían llevado del sótano. Terry ya estaba detrás de su escritorio y le dedicó una de esas apreciativas miradas femeninas a las que estaba acostumbrado. Al entrar en el despacho de nuevo, vio que Lisa se había puesto sus gruesas gafas y estaba ya trabajando frente a la pantalla del ordenador.