Claire se mordió el labio.
– Siento haberme marchado.
Nicole tuvo la sensación de que se había metido en una conversación que no quería mantener.
– Tenías seis años -le dijo de mala gana-. No podías elegir.
– Pero tú te quedaste aquí con todo. La panadería, estar sola, Jesse.
– Eso último no lo he hecho bien, seguro -murmuró Nicole, con la combinación de traición, ira y dolor que se apoderaba de ella cuando pensaba en Jesse y en Drew.
– Siento muchísimo lo que ocurrió.
– ¿Cómo te enteraste?
– Me lo dijo Jesse. Pasó por aquí hace un par de días. Ella fue quien me llamó y me pidió que viniera a ayudar -dijo Claire-. No entiendo por qué lo hizo.
– Yo tampoco -respondió Nicole. Quería preguntar cómo estaba Jesse, y odiaba aquel sentimiento. ¿Era posible que la echara de menos después de lo que había pasado? No. Era imposible-. Vamos a cambiar de tema.
– De acuerdo. Wyatt me ha pedido que cuide a Amy.
– ¿Has cuidado alguna vez de un niño?
– No. ¿Es difícil?
A Nicole se le ocurrieron una docena de comentarios cortantes, cada uno de ellos más hiriente que el anterior. Sin embargo, sonrió.
– Supongo que sería difícil con cualquier otro niño, pero no con Amy. Es un encanto. Estoy segura de que os llevaréis muy bien.
Claire esperó en la parada mientras Amy se despedía de sus amigas y bajaba del autobús.
– ¿Qué tal ha ido el día? -preguntó por signos, y tomó la mochila de la niña.
– Bien -respondió Amy, y añadió-: Has estado practicando.
– Un poco. Lo estoy intentando -dijo Claire, y señaló su coche.
El plan era que recogiera a Amy y después la llevara a casa de Nicole. Se detuvo junto a la puerta.
– Tengo que ir de compras -dijo, hablando lentamente para que Amy pudiera leerle los labios-. Necesito otra ropa, unos vaqueros.
Amy hizo un signo que Claire no conocía.
– Informal -dijo la niña.
– Exacto. Y también necesito un libro de cocina. Algo fácil. ¿Quieres venir conmigo o ir a casa de Nicole?
Amy la señaló.
– Ir de tiendas.
Claire sonrió.
– Qué rápidamente crecen.
Veinte minutos después estaban en el centro comercial de Alderwood. Claire había llamado a Nicole para decirle que tardarían un poco. Después de aparcar, Amy y ella fueron a Macy’s.
– Necesitas unos vaqueros -dijo Amy.
Claire señaló sus pantalones de lana. Más que vaqueros, necesitaba todo un guardarropa que no fuera caro y difícil de cuidar. El cachemir era muy agradable, pero no para cada momento del día.
Una vez dentro de los grandes almacenes, Amy tomó las riendas. Claire intentó no disgustarse por el hecho de que una niña de ocho años supiera más de ir de compras que ella. La verdad era que nunca lo hacía. Lisa, su representante, le llevaba una selección de ropa al apartamento o a su habitación de hotel si estaban de gira, Claire se probaba las prendas y se quedaba con lo que más le gustaba.
Tenía un estilo clásico, y vestía ropa cara de diseñador. Sus trajes para las actuaciones eran casi todos vestidos negros y largos…, variaciones del mismo tema. Pero todo eso iba a cambiar.
Con ayuda de Amy, eligió camisetas, una blusa de color rosa, un par de blusas de algodón blanco, algunos pantalones vaqueros de diferentes colores y una americana vaquera. Después fue al probador; treinta minutos después tenía ropa desenfadada y cómoda, de algodón fácil de cuidar y de colores divertidos. Nada negro, nada que no se pudiera lavar.
Amy la ayudó a meter las cinco bolsas al maletero del coche.
– Ha sido muy divertido -dijo Claire por signos-. Gracias.
– De nada -respondió Amy-. Ahora, la librería.
Antes pararon a tomar un helado sentadas en una terraza, al sol.
– ¿Qué tal la escuela hoy? -preguntó Claire.
– Bien -respondió Amy por signos. Después comenzó a hablar-. Hemos practicado el habla -dijo lentamente-. Practicamos todos los días.
– ¿Puedes oír algo?
– El tono. Las palabras no.
– ¿Y si yo gritara mucho?
Amy se rió, y después respondió por signos:
– Soy sorda.
Claire no podía imaginarse cómo era la vida sin oír nada.
– ¿Lo eres de nacimiento? -le preguntó.
Amy asintió.
– Pero tengo suerte -continuó la niña, haciendo signos y hablando a la vez-. Yo puedo oír un poco. Otra gente no oye nada de nada.
– ¿Sientes el sonido? -preguntó Claire, dándose un golpecito en el pecho con la palma de la mano-. ¿En el cuerpo?
– La música. Siento la música.
Se preguntó si Amy podría oírla tocar. Si ponía las manos en el piano, quizá el instrumento produjera suficientes vibraciones. ¿Podría reconocer Amy la diferencia entre las notas? ¿Reconocería la diferencia entre las piezas? ¿Le resultaría diferente un concierto de una melodía de un espectáculo de Broadway?
Estaba a punto de sugerir que experimentaran cuando recordó que ya no tocaba. Sentía pánico al pensar en tocar el piano. ¿Por qué le resultaba tan fácil olvidar que ya no era esa persona?
Terminaron su helado y se dirigieron a la librería. Entre Amy y ella, seleccionaron un par de libros de cocina básica.
– Ahora puedo hacer la cena -dijo Claire.
Amy asintió y pasó las páginas del libro. Señaló una receta de carne asada.
Claire leyó la lista de ingredientes. No parecía muy difícil.
– ¿Para esta noche? -preguntó.
Amy volvió a asentir.
La receta sugería puré de patatas y zanahorias hervidas como acompañamiento. En el capítulo de verduras, encontró una receta de puré de patatas y un cuadro que le dijo cuánto tiempo debían hervirse las zanahorias. Era un milagro.
– ¿Un supermercado? -preguntó a Amy.
La niña sonrió.
– Yo conozco uno.
Llegaron al supermercado con las estupendas indicaciones de Amy. Claire se rió al pensar quién estaba cuidando de quién.
Compraron patatas, zanahorias y una cebolla. Claire no sabía qué carne elegir, pero compró la más cara con la esperanza de acertar.
– Su hija es preciosa -le dijo una anciana que pasó a su lado-. Tiene sus ojos.
El comentario sorprendió a Claire, pero sonrió.
– Gracias. Se parece mucho a su padre.
– Seguro que es un hombre muy guapo.
Claire pensó en la última vez que había visto a Wyatt. Estaba en el pasillo de casa de Nicole, como de costumbre, frustrado con ella. No sabía por qué lo ponía de mal humor. No era a propósito.
– Bastante -admitió.
La mujer sonrió y siguió su camino.
Amy le tocó el brazo a Claire.
– ¿Qué ha dicho?
– Ha creído que eras mi hija. Dijo que tenemos los mismos ojos.
Amy la observó un momento, y después alzó la mano con los dedos juntos y el pulgar atravesado en la palma.
– Azules -dijo, moviendo la mano de atrás hacia delante.
Claire repitió el signo. Las dos tenían los ojos azules y el pelo rubio, pensó.
– Mi madre se marchó -dijo Amy-. Se mudó.
– Lo siento -dijo Claire.
Amy se encogió de hombros y miró la lista, como si no le importara.
Continuaron con sus compras. Claire se quedó pensando en la madre de Amy. ¿Quién podía abandonar a aquella niña?
Eso era lo que ella deseaba: recuperar la relación con Nicole y Jesse, pertenecer a una familia. También quería, y esperaba, poder encontrar a alguien a quien querer. Un hombre que se preocupara por ella, que la amara, que quisiera casarse con ella. Lo que no podía decidir era si aquél era un objetivo factible o un sueño estúpido que nunca iba a convertirse en realidad.
Volvieron a casa a las cuatro y media. Amy ayudó a Claire a descargar el coche, y después subió corriendo las escaleras para visitar a Nicole. Claire dejó la comida que habían comprado en la encimera, encendió el horno y abrió el libro de recetas. Como la carne tardaba casi una hora en hacerse, comenzaría con eso. Combinó, midió y mezcló hasta que lo tuvo todo junto, y después lo vertió en una bandeja del horno y puso la carne encima. Metió la bandeja en el horno precalentado y puso en hora el temporizador.
Las patatas eran lo siguiente, pensó mientras sacaba la botella de vino tinto que había comprado. Después las zanahorias. Incluso había comprado una bolsita de salsa para carne.
Estaba preparando la cena, algo que no había hecho en su vida. Eso, después de trabajar en el obrador durante casi ocho horas, cuidar a Amy, ir al centro comercial y al supermercado. Había sido un día normal. Completamente normal.
Encontró un sacacorchos y abrió la botella. Se sirvió una copa, la alzó en el aire y se hizo un brindis a sí misma.
– Por encajar -susurró-. Y por ser como todos los demás.
Siete
Wyatt entró en la casa. Era más tarde de lo que esperaba; había pasado las dos últimas horas explicando por qué no se podía añadir una ventana nueva a una casa en aquella fase de la construcción, y estaba cansado y enfadado. Lo último que quería era ver a Claire. Aunque le agradecía mucho la ayuda que le estaba prestando con Amy, verla significaba desearla.
No entendía por qué se sentía tan atraído por ella, pero ahí estaba: la molesta necesidad de seducirla cuando estaban juntos y el hecho de pasar demasiado tiempo fantaseando con ella desnuda, húmeda y suplicante cuando no lo estaban. Era peor que ser adolescente de nuevo. En aquellos tiempos, su deseo era vago, debido a la falta de experiencia. En cambio, ahora que era adulto, era más específico en lo que deseaba, y podía imaginárselo con detalles muy precisos.
Entró al salón y vio a Claire sentada con Amy en el sofá. Claire le hizo un signo y Amy se echó a reír, y después negó con la cabeza. Claire le gesticuló la palabra «mutante». Amy se rió de nuevo. Después levantó la cabeza y lo vio.
Se puso en pie de un salto y corrió hacia él. Él la tomó en brazos y la levantó por el aire.
– Hey, nena -dijo-. ¿Cómo está la mejor parte de mi día?
Se abrazaron. Después la puso en el suelo y ella comenzó a hacerle signos frenéticamente. Él la observó con atención para seguir la conversación.
– ¿Que te han puesto un sobresaliente en el examen de matemáticas? Bien hecho. Sí. Me parece bien comer tacos. ¿Al centro comercial? -Wyatt miró a Claire, y después a su hija de nuevo-. Sí, ya hablaremos sobre los vaqueros nuevos.
Él le hacía gestos mientras hablaba, observando el brillo de los ojos de Amy, satisfecho y agradecido por que fuera tan normal, tan feliz. Al principio había sentido terror por ser padre soltero, estaba seguro de que lo iba a estropear todo. Sin embargo, quizá no.
Siguió mirando a Amy mientras ésta le hablaba de una carne asada y de unos libros de cocina, y de que Nicole se había levantado y estaba ya sentada, y después, Amy se marchó corriendo a decirle a Nicole que Wyatt había llegado. Así pues, él se quedó a solas con Claire, y tuvo que hablarle.
– Gracias por cuidarla -dijo.
Claire sonrió.
– Es estupenda. Lo hemos pasado muy bien. Es muy divertido estar con ella, porque es dulce y tiene muy buen carácter. Y mucha paciencia con mis espantosos signos.
Claire movía la cabeza mientras hablaba. Tenía el pelo, largo y rubio, suelto por los hombros, y la luz se reflejaba en él. Wyatt tuvo ganas de hundir las manos entre aquel pelo, de sentir los mechones sedosos contra la piel mientras ella se inclinaba hacia él y lo recibía en la boca… Juró en silencio y apartó aquella imagen erótica de su cabeza.
– Estás mejorando mucho con el lenguaje de signos -dijo, con la esperanza de que ella no notara su repentina erección. Dio un par de pasos a la izquierda para esconderse parcialmente detrás del respaldo de una silla-. ¿Qué es mutante?
– Oh -dijo ella. Miró al suelo, y luego a él-. Estábamos hablando de mis manos. Son muy grandes, y tengo los dedos muy largos. Son unas manos insólitas, en realidad. Sin embargo, son buenas para tocar el piano. Tengo un gran alcance. Hace años, algunos pianistas famosos llegaban a cortarse los tendones que hay entre los dedos para tener más alcance.
– No hay nada que merezca eso.
– Te asombraría lo que están dispuestas a hacer algunas personas para ser los mejores. Éste es un negocio muy serio, con muchas cosas en juego.
Era sólo tocar el piano, pensó Wyatt. ¿Hasta qué punto podía ser serio?
– He comprado un libro de cocina -dijo Claire, cambiando de tema-. Mi primera carne asada está en el horno. No sé cocinar, así que es un gran día para mí. Me resultó un poco difícil entender el horno.
– Cocinar no es tan difícil. Aprenderás.
– ¿Tú cocinas? ¿Usas el horno?
La excitación de Wyatt había disminuido, así que rodeó la silla y se sentó en ella.
– Hago unos brownies muy malos. Las galletas me salen mejor, porque la receta está en la bolsa de los ingredientes. Y sé hacer algún bizcocho, aunque normalmente se los encargo a la panadería a Nicole. Nunca he intentado hacer una tarta.
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