– Él estaba interesado. Quizá. Eso ha sido agradable.

– ¿Te gusta que te pidan una cita los ex convictos?

– Claro que no. Lo que pasa es que nadie me pide una cita, nunca. Ni siquiera para salir a tomar algo. Durante toda mi vida, los hombres han mirado para otro lado.

Se preparó para aguantar su desdén, o quizá para escuchar una explicación de lo que hacía mal.

En vez de eso, vio que él se cruzaba de brazos.

– Sí, claro.

– Es cierto. Yo no salgo con hombres. Casi nunca estoy en casa. No viajo con una orquesta, así que apenas conozco hombres. Además, la mayoría de los miembros de las orquestas o son unos libertinos o son homosexuales. Los buenos ya están casados. Y de todos modos, cuando estoy en temporada, voy de concierto en concierto. No me queda tiempo para conocer a nadie, y menos para tener una relación. La persona a la que más veo es a Lisa, y créeme, no es mi tipo.

Él siguió mirándola sin decir nada. Ella suspiró.

– No me lo estoy inventando -dijo-. Si por casualidad conozco a alguien medianamente agradable, o normal, se siente completamente intimidado por mí. Es la fama, o el dinero, o algo así. No lo sé. Pero es horrible. No es que no lo esté intentando, ¿sabes? Quiero conocer a un tipo estupendo, quiero tener una relación -añadió, mirando hacia la puerta-. Aunque bueno, quizá no con Spike.

– ¿Tú crees?

Ella lo miró con irritación.

– No me estás haciendo caso, ¿verdad?

– En realidad, no.

– Eso es típico de ti. Me criticas todo lo que quieres, pero ¿has intentando ver las cosas desde mi punto de vista? ¿Te importa que…?

Todavía estaba hablando cuando Wyatt se acercó, le tomó la cara con ambas manos, se inclinó hacia delante y la besó.

Al sentir sus labios en los de ella, se quedó tan asombrada que dijo:

– ¿Qué estás…?

– Cállate.

Aquello le pareció un buen consejo.

Su boca era firme, pero increíblemente delicada. Cálida, también, pensó Claire mientras cerraba los ojos.

Él le dio un beso ligero, pero no suave. Como si le concediera todo el tiempo que ella pudiera necesitar para acostumbrarse a lo que estaba haciendo. Wyatt ladeó la cabeza y le rozó los labios, explorando, jugueteando. Con aquel beso le cortó la respiración, consiguió aturdirla.

Entre ellos se encendió una llama. Calor, necesidad y un deseo muy fuerte de estar tan cerca de él como fuera posible.

Claire alzó las manos, sin saber qué hacer con ellas, y apoyó las yemas de los dedos en sus hombros. Él posó las manos en la cintura de Claire y la ciñó contra su cuerpo.

Era mejor de lo que ella hubiera imaginado nunca. Wyatt era fuerte, duro, muy viril. Además olía muy bien. Su olor era limpio, masculino y tenía algo de aire fresco.

Él le acarició los labios con la punta de la lengua. Incluso ella pudo darse cuenta de lo que le estaba pidiendo, y abrió la boca. Wyatt comenzó a explorarla y Claire sintió un cosquilleo en todos los lugares que él acariciaba.

Su lengua se rozó contra la de ella, y ella sintió que todo su cuerpo se estremecía. Aceptó todas sus caricias, derritiéndose por dentro, rodeándole el cuello con los brazos para no caerse al suelo.

Él la estrechó contra sí. Claire notó los senos aplastados contra su pecho, y cuando él movió las manos por su espalda, de arriba hacia abajo, pensó que deseaba sentir su contacto en la piel desnuda.

Se besaron una y otra vez. Las células de su cuerpo comenzaron a gimotear. Cuando él interrumpió el beso, estuvo a punto de protestar.

Por suerte, no había terminado con ella. Presionó con la boca en su mandíbula, y después hacia abajo, por el cuello, y se movió hacia su oreja. Le succionó suavemente el lóbulo antes de lamer la piel sensible que tenía justo bajo el oído. Ella se estremeció, y sus senos se inflamaron, como cierto lugar entre sus piernas. Deseaba, necesitaba, y estaba dispuesta a rogar.

Wyatt se incorporó y la miró con deseo. Gracias a Dios, ella no era la única afectada.

Quería que la besara otra vez. Quería lo que le estuviera ofreciendo.

– Deberíamos salir -dijo él.

– ¿Tener una ci… cita? -tartamudeó ella.

Él asintió.

¿Una cita, ellos dos? Claire se echó a temblar.

– No estás saliendo con nadie, ¿verdad? -dijo, con la esperanza de no estar tan ruborizada como creía.

– Si así fuera, no te lo habría pedido a ti. Ni te habría besado. Y que conste que Nicole y yo nunca hemos salido juntos.

Ella no se lo había preguntado, pero estaba bien saberlo.

– Me gustaría salir contigo -dijo. Sobre todo, si iba a haber más besos.

– ¿El viernes? Amy va a ir a dormir a casa de una amiga.

– Me parece estupendo.

– Te recogeré a las siete.

– Estaré lista a esa hora.

Vaya. Entonces, así era que le pidieran salir a una. Debería hacer aquello más a menudo.

Iba a marcharse, pero recordó la autorización y se la sacó del bolsillo. Wyatt la firmó y ella se marchó. Caminó hacia el coche, pero se sentía más como si estuviera flotando.

¡Iba a tener una cita! Con Wyatt. Ya sólo le quedaba pensar cómo iba a contárselo a Nicole.


– Están deliciosos -dijo Claire mientras tomaba otro aro de cebolla-. Nunca había comido de estos.

Jesse agarró su hamburguesa.

– ¿Lo ves? No todo lo bueno sucede en Nueva York.

– Nunca lo he pensado -dijo Claire, mientras miraba a su alrededor por el colorido interior de Kidd Valley, la hamburguesería en la que Jesse había sugerido que quedaran-. Puede que pida que me lleven de estos para mi próximo concierto -afirmó; tomó otro mordisco de aro de cebolla, lo masticó y lo tragó-. Nunca he pedido cosas difíciles para comer, caprichos. Podría empezar con esto.

– No creo que soportaran bien el viaje.

– Tienes razón. Qué pena -dijo Claire, y se chupó los dedos-. Bueno, ¿y qué pasa?

– Nada -dijo Jesse, sin mirarla-. Sólo quería saludar.

Claire pensó que debía haber otro motivo para que Jesse la hubiera llamado.

– ¿Va todo bien?

– Supongo que sí. Estoy ocupada y… esas cosas. Nicole sigue enfadada, ¿no?

– No soy la mejor persona a la que preguntar. No estamos muy unidas en este momento.

– Pero ¿está bien? ¿Se está recuperando?

– Ya se mueve mejor. Creo que va a volver a la panadería la semana que viene.

– ¿Sigue enfadada conmigo?

Parecía que Jesse estaba muy triste. Claire habría querido darle mejores noticias.

– Te acostaste con su marido. Va a tardar un tiempo en superar eso -dijo. Y lo peor era que Nicole los había sorprendido, tenía una imagen visual y clara de la traición. No iba a ser fácil.

– No me acosté con él -dijo Jesse-, no es lo que ella piensa -añadió, y alzó la mano-. No lo digas. Como yo no tenía la camisa puesta, debíamos de estar haciéndolo. Yo soy mala, él es malo -Jesse cabeceó.

Claire luchó contra la frustración. ¿Por qué no entendía Jesse que el hecho de que Nicole los hubiera interrumpido y hubiera impedido que las cosas llegaran a su conclusión no arreglaba la situación? La intención estaba ahí. La semidesnudez estaba ahí.

– Tengo novio -dijo Jesse-, se llama Matt. Lo quiero. No quiero hacerle daño, pero me encontré un anillo de compromiso. Matt quiere casarse conmigo.

¿Qué? ¿Novio? ¿Y se había acostado con el marido de Nicole?

– Eso es estupendo, pero, si quieres a Matt, ¿qué estabas haciendo con Drew?

– No puedo explicarlo. Siempre hablábamos. Drew me escuchaba, Nicole no. Estaba asustada por lo del anillo, porque nunca pensé que nadie pudiera quererme así. No sabía qué hacer. Drew estaba ahí y de pronto, sin saber cómo, me estaba acariciando. No sé. Quizá me lo merecía.

Claire se quedó desconcertada.

– ¿Que te merecías qué?

– A Drew. Quizá me merecía lo que ocurrió.

– ¿El sexo con tu cuñado como castigo?

Nicole tenía razón en enfadarse. Jesse no asumía la responsabilidad de nada. Nicole tenía todo el derecho a sentirse herida. Había criado a Jesse, la había querido, se había preocupado por ella. Y a cambio, su hermana había traicionado su confianza en su propia casa.

– Quiero borrarlo -admitió Jesse-. En serio, si pudiera volver a aquella noche, me marcharía. No quería hacerle daño a Nicole, ni a nadie.

Jesse parecía una niña mientras hablaba, y tenía una expresión de sufrimiento. Sin embargo, Claire no se sintió impresionada.

– ¿Dónde estás viviendo ahora? -le preguntó; pensó que era mejor cambiar de tema que pelearse.

– Estaba con una amiga. Ahora tengo un apartamento en el distrito universitario. Se pueden conseguir alquileres muy baratos durante el verano, cuando la mayoría de los estudiantes se han ido.

– ¿Estás trabajando?

Jesse se movió con incomodidad en el asiento.

– Eh… estoy haciendo unas cosas por Internet. Nada del otro mundo. Tengo que ganarme la vida, ¿no?

– No digo lo contrario -dijo Claire, sin saber por qué se había enfadado Jesse-. ¿A qué te dedicabas antes de que ocurriera todo esto?

– Estudiaba Empresariales en la facultad. Y trabajaba en la panadería. La mitad del negocio me pertenece, ¿te lo ha dicho Nicole? Mi parte está en un fondo fiduciario hasta que cumpla veinticinco años. Quiero que ella me la compre, pero Nicole dice que no. ¿Por qué va a hacer lo que yo quiero? Es una bruja.

– Quizá si no te hubieras acostado con Drew, Nicole estaría más dispuesta a escucharte.

– Oh, claro. Ponte de su lado.

Claire la miró fijamente.

– ¿Entiendes que lo que hiciste está muy mal, cuánto daño has hecho a Nicole?

– ¿Y cuánto daño me ha hecho ella a mí? -Jesse apartó su plato de un manotazo-. A ti tampoco te importa. Yo no tengo toda la culpa. Es como en la panadería. Nicole es la única que tiene razón. Sólo ella puede encargarse de las cosas. Yo tenía algunas ideas nuevas para los brownies, basadas en la receta de la tarta de chocolate. He estado experimentando con distintos ingredientes. Nicole no mostró ningún interés, pero yo sabía que si encontraba la forma adecuada de mezclarlos, se quedaría anonadada. Quería hacer algo por mí misma. Algo especial.

– Todavía puedes seguir trabajando en eso.

Jesse negó con la cabeza.

– Para comprar los ingredientes hace falta dinero.

– ¿Necesitas dinero?

– No, no. Estoy bien.

Claire tomó su bolso.

– No tengo chequera. Todo lo pago con tarjetas de crédito, pero tengo dinero en efectivo. ¿Lo quieres? Puedo darte más, si lo necesitas.

Jesse se la quedó mirando con asombro.

– ¿Y por qué ibas a darme dinero?

– Porque lo necesitas.

Porque Jesse era su hermana y, pese a todo, Claire quería que estuviera bien.

– A ti te pasa algo raro.

Claire lo sabía desde hacía tiempo, pero tenía la esperanza de que no fuera tan evidente para todo el mundo.

– Eso no es lo importante. ¿Sí o no al dinero?

– No por ahora. Quizá cambie de opinión.

– Pues avísame.

– Lo haré.

Parecía que habían llegado a un entendimiento temporal. Jesse tomó su hamburguesa de nuevo.

– ¿Te llevas mejor con Nicole?

– Me estaba llevando mejor hasta que le hablé de salir con Wyatt.

Jesse estuvo a punto de atragantarse.

– ¿Y cómo te fue?

– No muy bien. Pero no importa. Voy a plantarle cara a Nicole, y a quedar con quien quiera quedar.

Jesse se sorprendió.

– Pues buena suerte.

– Ellos dos no están saliendo.

– No.

– Ella no lo quiere, pero no quiere que nadie más salga con él. Eso no es justo.

– Estoy de acuerdo.

– Así que, en realidad, no hay ningún problema.

– ¿Estás intentando convencerme a mí, o a ti misma?

– A las dos. ¿Qué tal voy?

– Yo estoy de acuerdo contigo. Y siento perderme el espectáculo.

Claire tuvo la sensación de que no estaba hablando de la cita, sino del momento en que ella le contara a Nicole que iba a tener esa cita.

– No sé qué ponerme -dijo-. Para salir con Wyatt. Yo… eh… no tengo muchas citas.

– ¿Adónde vais a ir? ¿Te lo dijo?

– No, no tengo ni idea.

– Seguramente, a cenar. O al cine. Ponte algo bonito, pero no demasiado arreglado. Seattle no es Nueva York. Quizá unos vaqueros arreglados, con una blusa de seda y una americana. Se trata de que estés muy atractiva, pero no provocativa. Interesada, sin estar desesperada.

– ¿En qué se diferencian unos vaqueros arreglados de unos vaqueros normales?

Jesse suspiró.

– Eres un caso perdido.

– Lo sé.


Cuando llegó a casa, Claire paró el motor, tomó aire, se mentalizó para lo que iba a hacer y salió del coche. Al entrar, se encontró a Nicole en la cocina.

– Quiero hablar contigo -dijo con firmeza.

Nicole arqueó las cejas.

Claire se negó a dejarse intimidar.