– Muy bien.
Molly la acompañó a una puerta lateral. Quizá aquel auditorio fuera más pequeño que los lugares donde ella solía tocar, pero el enredo de cables y de utilería era el mismo. El contraste entre lo que veía el público y el caos que había detrás del escenario no era muy reconfortante.
– ¿Algo más? -preguntó Molly.
Claire asintió.
– Por favor, ¿le importaría comprobar que las cortinas están cerradas, y avisar a Amy Knight para que venga conmigo al escenario?
– Ahora mismo.
Cuando se quedó sola, Claire practicó las respiraciones que le habían enseñado. Se paseó, hizo estiramientos, repasó la música. Al cabo de unos minutos, oyó unos pasos.
Amy corrió hacia ella.
– Aquí estás -le dijo por signos.
– Lo sé. Voy a tocar el piano ante mucha gente. ¿Te importaría estar conmigo, como hiciste la otra vez?
Amy asintió, y después le preguntó:
– ¿Por qué?
– Estoy asustada -admitió Claire-. Tenerte cerca hace que no me sienta tan asustada.
– Yo te protegeré -dijo Amy.
Era fácil decir eso. Sin embargo, por muy extraño que fuera, Claire la creyó.
– ¿La habías oído tocar alguna vez en directo? -preguntó Wyatt a Nicole, mientras los dos recorrían el vestíbulo de la escuela de Amy.
– No. He escuchado un par de discos suyos, pero eso es todo. Es raro, tratándose de mi hermana. ¿No debería haber ido a alguno de sus conciertos?
– No tenías contacto con ella -dijo él-. ¿Por qué ibas a ir?
– No te las ingenies para hacerme un reproche con esa lógica. No puedo creer que hayamos estado separadas tanto tiempo -dijo Nicole, mientras esperaba a que él abriera una de las puertas del auditorio-. Yo no habría ido a Nueva York a cuidar de ella. Habría dejado que se las arreglara sola.
Wyatt le tiró de un mechón de pelo.
– ¿Y quieres que te juzgue por eso?
– Quizá. Yo me estoy juzgando a mí misma. He sido mala con ella y, a pesar de todo, ha venido. Se guía por el corazón.
– Lo sé.
Entraron al auditorio. La profesora de Amy, la señora Olive, les había prometido que les reservaría un sitio; de lo contrario, no habrían encontrado un lugar donde sentarse. Wyatt había oído decir que iban a asistir algunos padres, pero no se esperaba encontrar el auditorio abarrotado.
– Nunca lo había visto así -dijo Nicole.
La gente se movía a su alrededor y hablaba con excitación. Habían dejado lo que estuvieran haciendo para ir a escuchar a Claire. Wyatt sintió orgullo por ella, y por lo que era capaz de hacer.
– Espero que pueda hacerlo -murmuró Nicole-. Antes estaba bastante asustada.
– ¿Te lo ha contado? -preguntó él-. Lo de…
– ¿Lo de los ataques de pánico? Me lo ha contado esta mañana, cuando estaba rebuscando entre sus partituras, a punto de perder los nervios. Hablamos, y creo que se calmó un poco, pero no sé si va a conseguirlo. Estaba muy alterada.
– Lo que hace no puede ser fácil.
Nicole sonrió.
– Así que ahora te cae bien.
– Sí.
– Entiendo que la cita salió muy bien.
– ¿No te dio los detalles Claire?
– Unos cuantos. Pero ahora quiero conocer la perspectiva masculina.
– Creo que no.
La profesora de Amy les hizo un gesto.
– Es asombroso -les dijo-. Estoy eufórica. ¡Escuchar a Claire Keyes en persona! Debe de estar usted tan orgullosa…
– Sí, lo estoy -murmuró Nicole.
Se acomodaron en sus asientos. El escenario estaba oculto tras unas gruesas cortinas negras.
– ¿Estás orgullosa? -le preguntó Wyatt en voz baja-. ¿De Claire?
– Sí, y a mí también me sorprende. Supongo que ya no le guardo resentimiento, ahora sé que esto tampoco ha sido fácil para ella. Se ha dejado la piel trabajando para llegar al lugar en el que está. Sólo espero que lo consiga.
– Lo conseguirá -dijo él.
– ¿Lo crees de verdad?
– Tengo fe. Es lo único que tengo.
– Era más fácil cuando no me caía bien -murmuró Nicole-. Ahora tengo que estar preocupada y angustiada. Antes habría estado contenta mientras ella sufría.
– Tú siempre mirando el lado bueno de las cosas.
– Chist. Voy a enviarle pensamientos de sosiego y apoyo a mi hermana.
Unos minutos después, la directora salió al escenario y pidió silencio.
– Hoy tenemos un placer inesperado -dijo-. Claire Keyes va a tocar para nosotros -todo el mundo aplaudió. La señora Freeman esperó a que hubieran terminado para continuar-. La mayoría de ustedes ya conocen la historia de Claire. Cuando tenía tres años se acercó a un piano y comenzó a tocar. Nunca había visto antes el instrumento, ni había tomado clases. Era una auténtica niña prodigio. Sin embargo, al contrario de esas personas que pronto alcanzan su nivel más alto, ella no ha hecho más que mejorar a medida que crecía. Estudió, tocó, viajó por todo el mundo y compartió su don. Hoy compartirá ese don con nosotros. Claire Keyes.
– Espero que no se desmaye -dijo Nicole.
Wyatt asintió.
Se abrió el telón y dejó a la vista el piano, en el centro del escenario. Nicole cruzó los dedos al ver aparecer a Claire con Amy de la mano. Se acercaron al piano. Claire se sentó en el banco sin mirar a nadie, mientras Amy permanecía junto al piano, con las manos sobre él, como si estuviera preparada para sentir la música.
Wyatt sentía la tensión que irradiaba Claire. Por la posición de su cabeza, se dio cuenta de que le estaba costando respirar.
Juró en silencio; quería ayudar, arreglar el problema. Sin embargo, no podía hacer nada. Claire estaba sola.
Abrió la partitura. Wyatt miró las páginas, observó aquellos puntitos negros que significaban algo para ella. ¿Cómo podía entender alguien aquello? ¿Cómo era posible que Claire…?
Claire puso las manos sobre el teclado y comenzó a tocar. La música llenó el auditorio. Las notas eran seguras, fuertes, y más bellas que nada de lo que Wyatt hubiera oído en su vida. Amy los miró y sonrió.
Lo estaba consiguiendo, pensó él con alivio. Claire lo estaba consiguiendo.
Wyatt la observó durante los cuarenta minutos siguientes. La tensión se desvaneció. Claire se relajó y, aparentemente, se perdió en el momento. Nicole se inclinó hacia él.
– Lo está haciendo.
– Es impresionante.
– Si le rompes el corazón, te voy a pegar con un palo. Peor todavía, dejaré de ser tu amiga.
Wyatt la miró.
– ¿De verdad?
Ella asintió.
– Es mi hermana.
Wyatt la rodeó con un brazo.
– Me alegro de que por fin te hayas dado cuenta.
Claire fue a dar un paseo en coche después de tocar. Encontró el Mercado de Pike Place entre los puntos de interés de su GPS y dejó que el ordenador la guaira hasta un aparcamiento. Después de descender por las colinas, cruzó la calle y caminó por un sendero que le ofrecería la vista de la bahía.
Lucía el sol, pero corría una brisa fresca. El viento le agitaba el jersey y le removía el pelo. Había gente por todas partes, pero de todos modos, ella se sentía sola del mejor modo posible.
Lo había conseguido. Pese al miedo, a los latidos de su corazón, a la garganta seca, había tocado y, después de unos minutos, la música se había convertido en lo único.
Le faltaba muchísima práctica. Cualquiera que supiera de música se habría estremecido con su interpretación, pero su público había sido amable e indulgente.
«Por algo se empieza», se dijo mientras miraba el agua y sentía que la vida entraba en ella. No iba a engañarse diciéndose que estaba curada, pero al menos estaba progresando. Al día siguiente practicaría durante un par de horas. Dejaría que la música volviera a su existencia.
Regresó al coche y se puso en camino a casa. Cuando entró por la puerta, emocionada, deseando darle a Nicole las gracias por haber ido a verla, se sorprendió al ver a su hermana recorriendo de un lado a otro el salón, con la cara pálida y los labios fruncidos.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Claire-. ¿Estás bien?
Nicole la atravesó con la mirada.
– Dime que no lo sabías. Te juro que si lo sabías, yo… no sé que… pero haré algo.
Claire quería echar a correr, pero se mantuvo en su sitio.
– ¿Saber el qué?
– Lo de Jesse. Está vendiendo la tarta por Internet. Ha montado una página web que es casi igual a la nuestra. La diferencia es que en vez de limitarse a dar información, vende las tartas.
Claire no podía creerlo.
– ¿La tarta de chocolate?
No era posible. Jesse no haría algo así, y menos después de haberse acostado con Drew. Aquello iba mal. Peor que mal.
– Sí. No puedo creerlo. Las está vendiendo por cinco dólares más que nosotros. Estoy tan enfadada, que quiero ir a buscarla y aplastarla como si fuera un bicho.
– Estás muy enfadada y es lógico, pero podemos resolverlo -dijo Claire.
– No, no podemos. Sabía que Jesse era una inútil, no esperaba un milagro, pero esto es una traición. No pude hacer nada después de que se acostara con Drew, pero sí puedo hacer algo con respecto a esto.
A Claire no le gustó aquello.
– ¿Qué vas a hacer?
– Voy a denunciarla y haré que la metan en la cárcel.
Trece
Claire esperó sentada en un viejo banco hasta que Jesse salió. Su hermana estaba pálida, y parecía que había estado llorando. Claire se puso en pie, sin saber qué decir. Como no se le ocurría nada, se dio la vuelta y salió hacia el coche, seguida de Jesse.
– Lo siento -dijo Jesse cuando estaban saliendo del aparcamiento.
– Es la primera vez que pago una fianza.
– Es la primera vez que he estado en la cárcel. No puedo creer que haya hecho que me arrestaran. Nunca hubiera pensado que haría algo así. Se supone que me quiere.
Jesse comenzó a llorar.
Claire no sabía qué pensar. Aunque comprendía el dolor de Jesse, en aquella ocasión estaba del lado de Nicole. Jesse había traspasado el límite demasiadas veces.
– ¿Qué creías que iba a hacer? -le preguntó.
– Gritarme.
– Robaste la receta y estás vendiendo la tarta Keyes por Internet. Gritar se reserva normalmente para cosas como llegar a casa más tarde de la hora convenida.
Jesse se giró a mirarla y se enjugó las lágrimas.
– ¿Cómo voy a robarlo si yo también soy una Keyes? Papá me dejó la mitad de la panadería. ¿Es que la mitad de esa receta no es mía?
– Si ésa es tu mejor excusa, tienes problemas graves. ¿Adónde te llevo?
– A casa -dijo Jesse. Le dio la dirección y Claire la introdujo en el GPS-. No entiendo por qué es tan grave. Estaba ganando algo de dinero con las tartas. ¿Y qué? No tenía trabajo después de que Nicole me echara de la panadería.
Claire no podía creerlo.
– ¿Y pensabas que Nicole iba a mantenerte en el obrador después de lo que hiciste con Drew? ¿Es que no asumes la responsabilidad de nada de lo que haces?
– Tengo que vivir. Ya te he dicho que esto no es culpa mía. Nicole no me escucha, nada de lo que digo está bien. Me va a condenar para siempre, nunca me va a perdonar.
– Eso es decisión suya, pero aunque fuera cierto, no significa que esté bien que robes la tarta y la vendas así.
– No la he robado -repitió obstinadamente Jesse-. ¿Qué iba a hacer? Ella me echó de mi casa, no tenía adónde ir. Estoy viviendo en un estudio diminuto, y alquilo espacio en un restaurante de tres a diez de la mañana. Hago tartas y las vendo. Vaya cosa. De todos modos, todos mis clientes son de fuera del estado. Y no estoy llevándome nada de la panadería.
– ¿Y lo que le estás quitando a Nicole?
Jesse miró por la ventanilla.
– Ahora te pones de su parte. Era de esperar.
– No me estoy poniendo de parte de nadie. No hay partes. Sólo estamos nosotras, tres hermanas que no podemos llevarnos bien.
– Nicole y tú sí os lleváis bien. Eso debería ser suficiente para ti.
– No me estoy poniendo parte de nadie -repitió. No exactamente.
– Parece que sí. No me importa. No os necesito a ninguna de las dos.
Claire se sentía triste y frustrada. ¿Cómo era posible que Jesse no entendiera que lo que había hecho no estaba bien? Justo después de acostarse con Drew, no había hecho nada más que empeorar la situación.
– ¿Por qué sigues haciéndole daño a Nicole? -preguntó Claire-. Pensaba que te importaba.
Jesse se cruzó de brazos.
– Me importa. Pero no tengo otra opción.
– Eso no es una buena excusa.
Jesse se giró hacia ella.
– Tú no sabes nada de mí. No sabes lo que estoy pasando. Matt se ha enterado de lo de Drew, y tampoco quiere escucharme. Sé que la he fastidiado más veces, pero esto es diferente.
A Claire no se lo parecía, pensó con tristeza.
– Sé que has tomado algunas decisiones equivocadas, y sé que estás haciendo todo lo que puedes por evitar las consecuencias.
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